Por Pablo Arahuete
El abuso: Sobre las películas Whiplash, Cuerpos perfectos y La muerte le sienta bien y Musarañas.
EL EXCESO POLÍTICAMENTE INCORRECTO
Abuso, la palabra repiquetea como redoble de tambor en el torbellino de las preguntas. La búsqueda no se detiene y apunta siempre hacia el mismo lugar: el cine. El gran espejo deformante, que a veces amplía y otras reduce la dimensión de lo abstracto. El lugar donde queremos vernos cuando los héroes triunfan y al que despreciamos –o desalentamos- cuando se acerca a nuestras propias miserias y egoísmos; entonces, con una risa nerviosa, decimos a los cuatro vientos: “¡Qué exageración!”. Abusar es exagerar. Pero, ¿de quién?, ¿dónde?, ¿cómo? Y, en esa incertidumbre, -para no abusar de la paciencia de los lectores- nos detenemos y miramos alrededor. Encontramos, entonces, películas que tocan de manera tangencial la idea de abuso. Allá vamos.
A LATIGAZOS, SE APRENDE, SE TRIUNFA
¿Por dónde empezar sin apelar a lo obvio? Cómo trazar un camino poco transitado desde la mirada o, por lo menos, aspirar a ese intento. El interrogante busca y rápidamente encuentra. Surge, así, una película nominada al Oscar 2014: Whiplash (2014), dirigida por Damien Chazelle y protagonizada por Miles Teller y J.K. Simmons. Interesante aproximación a la idea de abusar, desde la obsesiva carrera hacia la perfección. Un argumento sencillo formaba parte de un cortometraje del mismo nombre y luego fue ampliado. La puesta en escena de un juego perverso de poder: un profesor frente a un muchachito -un tanto arrogante-, a quien toma como blanco perfecto y sobre quien aplicará ese excesivo rigor formador. De esa manera, el académico intentará conservar el status quo y lucirse en la competencia anual de jazz, campo de batalla de egos. Y el muchachito- obediente aunque trasgresor- buscará torcer la balanza y exponer a su mentor a la mirada de la audiencia y el juicio del público. Esta es la tensión: el prestigio de uno corre peligro, mientras nace un competidor en el espíritu del ambicioso joven.
Estamos pues ante un baterista que busca convertirse en un número uno, – en el “distinto”. En plena rampa ascendente de su carrera musical, se topa con un hombre mucho más loco que él; loco por la perfección, hedonista y dispuesto a tentar cualquier método –por poco ortodoxo que sea- para hacerle morder el polvo de la derrota al contrincante de turno.
La batalla de egos se ejecuta de manera implacable en Whiplash. También la música, en su selectivo repertorio de jazz, forma parte de una partitura compleja, donde los mecanismos de manipulación psicológica son los principales acordes de una melodía desencadenada. Humillaciones, voluntades y sometimientos dibujan una coreografía siniestra entre víctima y victimario, un espejo de múltiples caras:
profesor frente a estudiante
maestro frente a discípulo
hombre experimentado frente a joven inexperto.
La lista puede seguir hasta el infinito y más allá.
Whiplash, desde la tensión dramática de su guión, articula un tipo de abuso poco visitado por el séptimo arte. Eso genera en el público cierta perturbación y cierta atracción a la vez. Muchos se sienten en el deber de tomar inmediato partido del lado de quien más sufre. Aunque, ¿quién es “la verdadera víctima” en este duelo?, ¿puede llamarse así a quien se deja humillar, porque sólo busca vencer al enemigo? Víctima de su propia necesidad, muestra cómo el débil a veces también puede abusar de su debilidad. El esclavo abusa de su esclavitud para tornar en amo, tal vez. Pero eso será luego. Las armas las reparte siempre el dios abuso.
Goliat y David, la contra cara de la historia oficial, el negativo del celuloide que no siempre se quiere observar. ¿Cuál sería su final? La danza siniestra intercambia roles infinitamente y la mirada oscila. Salvo que, a mitad de un round, uno de los bailarines caiga agotado de estrategia y tristeza; o el ojo, muy cansado, opte por la navaja para quedarse ciego de conformismo.
LA PANACEA HIPOCRÁTICA
Si en Whiplash la perfección es una forma del abuso en la exigencia estética, qué decir entonces de la insistencia sobre el cuerpo y su belleza siempre imperfecta en otros ejemplos cinematográficos. El denominador común no es otro que la obsesión y el síndrome de la eterna juventud, mientras la propaganda y los discursos pregonan una alimentación sana o “light” y, así, también acumulan metros de celuloide y crítica ácida. Pero, tal vez, uno de los más emblemáticos y olvidados con el correr de las décadas sea Cuerpos Perfectos (1994), también conocida como El Balneario de Battle Creek, del director Alan Parker –responsable de The Wall (1982), entre otras. Protagonizada por el genial Anthony Hopkins, en el rol nada menos que de John Harvey Kellogg (sí, el mismísimo de los cereales). Este personaje, antes fundador de un sanatorio en Battle Creek, Michigan, era adventista, grupo religioso que entusiasmará a Kellogg para meterse de lleno con la medicina y los postulados de la vida sana.
En este sanatorio los enfermos se sometían a tratamientos alternativos –excesivos, claro está- y seguían a rajatabla los preceptos del padre de los copos de maíz: defecación sin represión, templanza sexual- excepto para los propósitos reproductivos- y su slogan «el sexo es la cloaca del cuerpo humano…»; dieta vegetariana estricta, bajo la consigna «el consumidor de carne se ahoga en un mar de sangre…»; abstinencia tabáquica, con la premisa «el hígado es el único obstáculo entre el fumador y la muerte…»; evitar los colchones de plumas, las novelas románticas y, por supuesto, la masturbación, definida como «el asesino silencioso de la noche«.
Las prácticas extremas del Dr. Kellogg muchas veces terminaban en muertes a mitad del tratamiento. El film toma como punto de partida la historia del matrimonio Lightbody (traducido al castellano como “cuerpo liviano”). William y Eleanor, interpretados por unos jóvenes Matthew Broderick y Bridget Fonda, llegan al sanatorio de Kellogg. El esposo tiene severos problemas de constipación. Se alimenta a base de tostadas y agua. Eso, claro, no ayuda a su mejoría. Tampoco las gotas mágicas –derivadas de opio- que su esposa aplica a escondidas y a diario dentro de su café, con el objeto de abandonar el alcohol, otro de los grandes problemas que aquejan a William. Además, el pobre hombre experimenta -sin saber la causa- alucinaciones, en las que las enfermeras del sanatorio aparecen desnudas. Incluida, por supuesto, su enfermera particular, encargada de las aplicaciones lavativas del paciente.
En tono de comedia ácida, el director Alan Parker explora los excesos y abusos médicos. La pareja protagónica, llega al lugar agobiada por la reciente pérdida de un hijo pequeño y resulta presa ideal para la manipulación del inescrupuloso Kellogg y sus secuaces de turno. De este modo paradójico, el cine que se consume como los copos de maíz posa su mirada lúcida sobre el propio circulo vicioso de las recetas mágicas y las realidades paralelas con los finales felices.
EL ABUSO DE LA ETERNA JUVENTUD
También en tono de comedia, aunque desde el registro paródico, resulta interesante repasar- a la distancia- la película protagonizada por Meryl Streep, La Muerte le Sienta Bien (1992), del director de Volver Al Futuro, Robert Zemeckis, el gran abusador de las “parajodas” temporales. Co-protagonizado por Bruce Willis y Goldie Hawn, el film estadounidense va sarcásticamente sobre el negocio de la cirugía estética y contra las imposturas de las máscaras sociales. Enfoca justo en el mundillo de dos actrices, en una ridícula cruzada contra el envejecimiento. Este exceso de efectos especiales lleva a las actrices a una metamorfosis hilarante hasta convertirlas prácticamente en dibujos animados y al film, en un desopilante cuento negro, bajo las mismas leyes de los cartoons. De todo esto, apenas queda el recuerdo perdido en las rutas de la web. Cabría preguntarse hoy, con sólo echar un vistazo al rostro actual de las actrices mencionadas, donde Goldie Hawn gana por robo, ¿de qué nos reíamos en aquella época? Y comparar con todo lo que vino después, ya no sólo en términos de discursos cinematográficos, sino desde la propia maquinaria del espectáculo y la televisión junto al abuso de la medicina tradicional y no tradicional: esa socia económica de la ignorancia y la ingenuidad. Siguen los coros que ejecutan de manera autómata la melodía monótona, la oda al rejuvenecimiento. Siguen los gurúes devenidos dioses de la estética, con sus prédicas tan patéticas como el cirujano de Bruce Willis.
El mejor resumen de este film se desliza en las palabras de propio Zemeckis: “La película es realmente una parodia de un estilo de vida, al límite. La cuestión es que los hijos del baby boom son la primera generación de la historia en ser bombardeados por imágenes de perfección y juventud. Lo han visto toda su vida tanto en la televisión como en los anuncios (…) Inconscientemente, hemos sido condicionados. La gente está desesperada por parar el proceso de envejecimiento”.
La historia es sencilla y se entronca de manera efectiva con la danza de máscaras que impone la hipocresía hollywoodense. Bruce Willis es un cirujano plástico inescrupuloso. Meryl Streep es Madeleine, una actriz trepadora que no deja títere con cabeza, incluido el cirujano, a la vez novio de su amiga Helen, en la piel de Goldie Hawn. El paroxismo llega también en el uso indiscriminado de los efectos especiales que, literalmente, convierte a los personajes en caricaturas siniestras siempre al margen del realismo, como propone desde el vamos este relato de humor negro.
AMORES QUE MATAN
Ahora bien, cuidar en extremo a una persona en pos de su “bienestar social”, además de ser una forma de control con mejor aceptación colectiva que otras, resulta otro modo un poco “camuflado” de abuso. Esa atmósfera de constante manipulación psicológica, con el inefable comodín de la culpa en mano, es el eje que opera como coordenada descarriada en el film Musarañas (2014)– debut en el largometraje de los directores Esteban Roel y Juanfer Andrés- que aquí se conoce como Puertas Adentro.
Dos hermanas viven el encierro de un padre abusivo y fanático religioso. Aunque el abuso siempre es una figura opulenta y excesiva, propensa a comerse todo protagonismo, en este film la ausencia de la figura materna se destaca desde el primer fotograma. La falta expone las aristas invisibles de la sobreprotección y de sus consecuencias a lo largo del tiempo. La dependencia afectica es otro de los pilares que tambalea cuando, un tercero en discordia desata el interés romántico de ambas mujeres, pero amenaza ese círculo vicioso de dependencia mutua. La tensión dramática dominante en el cuadro muta de manera progresiva hacia la violencia extrema, abuso de represión y castración paterna. El ojo fisgón del cine voyerista se hunde en un charco de sangre y traspasa cualquier discurso en pos de la familia y de la hermandad, para tomar los carriles del instinto y la preservación.
Musarañas es una oda a los excesos. Allí, la religión católica como arma disciplinaria (sin establecer juicios de valor frente a la fe o a la creencia per sé), coexiste con el abuso de la morfina, mano a mano. La morfina entra en escena por la necesidad de un sedante, cuando la conducta psicopática de una de las protagonistas -quien sufre además pánico y es incapaz de afrontar el afuera- estalla con la misma virulencia que los secretos familiares.
Como si el crucifijo incrustado en la pared empujara la culpa y la morfina no fuera suficiente para calmar el deseo reprimido, también el exceso de la razón y del pragmatismo en situaciones límites suma otro eslabón a esta cadena. La obediencia debida ante una autoridad fantasma como la del padre y la resignación al dolor por la culpa religiosa.
UN FOTOGRAMA QUE NO ABUSE
El infatigable celuloide indaga sobre las instituciones intocables para la sociedad, destapa la olla de los excesos en la educación, la medicina, el amor y la estética. Sí, señor: el amor y la belleza, bajo la dulce y falsa representación a escala y en serie; esa que surca continentes y se enquista en distintos públicos; donde el chico se queda con la chica, pero éste nunca termina siendo ni tan feo, ni tan gordo, ni enfermo en demasía, salvo que busque ganar un Oscar. Y, entonces, la retórica bien pensante abusa, con su tan trillado discurso de corrección política.
Atravesados por los vectores disciplinarios y comunicacionales, no tardan mucho en entretejerse todas las versiones de las soledades y las desesperaciones contemporáneas. Así llegará el día, por ejemplo, en que la bulimia se dé la mano con la contracultura de la anorexia y llegue a reproducirse por miles en un blog, para elevar la bandera de la saludable marcha de flacas escuálidas en el firmamento de lo posible.
Allí, el celuloide que no abuse tendrá su chance de plegar la realidad, esa alfombra sucia servida en bandeja que todo artista pelea por cruzar. No se trata de que la vida tenga siempre un final no feliz, sino que la vida no necesariamente llegue a un final. ¿Puede el cine ser, en definitiva, una respuesta contracultural si se nutre del mismo alimento de la cultura? Antes de buscar una respuesta, será mejor comer unos copos de maíz para despejar las neuronas.
Trailer Whiplash
Trailer El Balneario de Battle Creek (Cuerpos Perfectos)