Abuso: Sobre la necesidad de poder.
Por Anne Diestro Reátegui
HYBRIS: ENTRE EL TODO Y EL YO
Buenos Aires, desde lo alto, tiene color de movimiento. Infinitos puntos negros se mezclan entre sí. Me convierto en híbrido y recorro toda esta gran ciudad desde las alturas, voy coleccionando fotografías de densidades que llaman mi atención. Leo espacios.
Bajo la velocidad de mis alas. Poco a poco, desde lo alto, busco dónde aterrizar el peso que llevo sobre el lomo: una esquina cerca de una mujer parece la mejor pista. Y la vertical, de pronto, se vuelve una constante en este paisaje. El golpe retumba contra el piso y quedo en el medio de un círculo de gente observándome.
Dicen que nací en Grecia, la verdad no recuerdo bien cuándo ni cómo fue. Con el tiempo, fui asociada a toda mezcla. Por ser así, dijeron que era impura. Pasé por el pecado y los dioses me ataron por siempre a lo desmesurado y al desequilibrio. Entonces, soy quien atrae la ira de los dioses, mi impureza no se puede tolerar.
Soy Hybris.
Si supieran que sólo me siento un pedazo de realidad. Como tal, ando por una avenida muy comercial. Allí la gente toma Coca Cola, compra carteras y perfumes “Dior”, tan bien dispuestos sobre mantas en el piso.
Es probable que alguno de los dioses me haya mandado aquí. No sé quién, pero esta calle sobrepasa al comercio, a la gente, a las ventas. Y estoy entre el todo y el yo.
Sólo atino a ponerme los zapatos humanos y a seguir de largo.
TIENDA DE PARTÍCULAS
Ahora la ciudad es una sinfonía de ritmos.
Con gente, sin gente, en bus, en subte, con músicos o sin, con librerías cerradas o abiertas, con marchas, sin manchas. Con café o sin café, puedes seguir la línea de ritmo. Hoy, el compás lo marca el andar de peatones de prisa a mi lado. Algunos, con maletas; otros, con paquetes. No entendí qué pasaba hasta darme cuenta: me encuentro en la Calle Avellaneda.
La gente se queda expectante frente a mis alas, que ahora son zapatos. Unos cuántos, con admiración; otros, entre murmullos, siguen su ritmo. Continúo hasta alcanzar la esquina. Todo alrededor es negocios de ropa. También algo de comida. Justo en esta, por donde voy ahorita mismo, hay un hombre que vende salame. Metros más allá, una mujer ofrece pizza bajo el sol. El lugar parece una circunferencia de tiendas, una gran tienda resuelta en diminutas partículas de lo mismo: botas, carteras, maquillaje, ropa, botas, carteras, invierno, verano. Estaciones completas. Más invierno que verano.
EL PRINCIPIO FUE LA DUALIDAD
Siempre se habló de dualidad, aunque no se sepa cuál fue el inicio de todo.
- Zeus y Hera.
- El sol y la luna.
- El día y la noche.
- Arriba y abajo.
- Dionisos y Apolo.
- Tesis y antítesis.
- El Bien y el Mal.
En esta esquina, trato de esconderme en esas ideas. Quiero dar cuenta de un nuevo juego de dos. Esta sí es una oposición binaria. Es decir, se trata de opuestos verdaderamente complementarios.
Vendedor de zapato – comprador de zapato,
Vendedor de camperas- comprador de camperas.
Camino un poco más hacia este micromundo. Necesidad y poder dialogan ahora. Entre el pobre guion de este diálogo se mueven quienes están aquí: El abuso de necesidad de poder. Juegan a conversar quien necesita sentir el poder, quien lo adquiere desde el sillón y quien necesita ser manipulado.
La calle Avellaneda es un escenario griego: hay un drama. No una tragedia, porque el drama es la forma decadente de todo lo griego. El nacimiento y la muerte a cada paso. Pero, ¿qué es lo que muere?
“La vida deviene porque la voluntad de poder es el eje dinámico de la vida”. (1)
Todos le rinden culto a la adquisición, los actores están dispuestos con una idea de libertad que tiene mangas, puños, pero no alas. El guion está muy mal escrito, lleno de obviedades, pero eso no le importa a nadie ni impide la efectividad de este drama. Cada quien conoce su papel y cada personaje necesita 9 horas para su desarrollo.
Según Nietzsche, el hombre debe ser el camino al superhombre, hacia el Übermensch. Un hombre distinto y un poco indefinido, salvo en su cualidad de ser autónomo, pautarse su propia ley. El hombre que se pierde en la masa es infrahombre, cae en el abismo del abuso mercantil.
APOLO Y DIONISOS
Según el devenir de Nietzsche, luego de la prehistoria viene la historia y después debería ponerse en línea la post-historia. El último hombre- el histórico- transformó en permanente lo que debió ser transitorio. Nos quedamos flotantes. A pesar de que todo es más dionisiaco que apolíneo por naturaleza, lo que se ve es un abuso apolíneo que da miedo. Invertidos en calidad y cantidad de fuerzas, abusados de anti naturaleza. Mientras tanto, Dionisos acecha en las sombras.
No fue como pudo haber sido. Resolvemos la supervivencia y vamos por otra cosa. No importó cuánto se resolvió el tema de lo material, el último hombre no se preocupa por eso, sino vive de eso, gira alrededor de la mercancía convirtiéndose objeto.
“Tuve que comprar esas botas, me miraban desde la vitrina”. Alienados, fetichistas de la mercancía y de a cualquier cosa, marxistas aunque no nos gusta.
El hombre del devenir cree en el deseo, en el cambio que adviene y en el cambio elegido. El hombre del progreso suma puntos, acapara aun cuando parece que derrocha. La única cara de la mercancía es el imponer de la trampa del poder…
“Lo que dura tiene valor”.
El hombre del devenir busca deshacerse, ser otro, reconstruirse y alquimizarse.
“Yo es otro” (2)
La montaña tiene dos laderas, pero sólo es posible subir por una, a la vez. Por una ladera va el camello cargado de mercancías, pasado y complejos. Por la otra va el niño, “un dios que baila».
- Friederich Nietzsche
- Arthur Rimbaud.