Abuso: Sobre Servi Trinitatis (Secta católica). (*)
Por Josefina Bravo
HISTORIAS DE PUEBLO GRANDE
Hace 20 años, Santa Rosa –a pesar de ser Capital de Provincia- era un pueblo. Un pueblo grande si lo comparabas con los otros pueblos de La Pampa. De casas bajas, algún que otro edificio, poco tránsito. Un pueblo tranquilo.
Hoy en día, aunque haya crecido mucho en población, el tránsito sea un caos, la gente ande a las corridas, en los semáforos haya malabaristas y los trapitos estén por casi todo el centro, mantiene características de pueblo. Al mediodía, los negocios bajan las persianas y, en cuestión de minutos, las calles quedan desiertas. La ciudad se toma un descanso. El almuerzo en casa y la siesta son cosas sagradas. Solo las constructoras, que necesitan la luz del día para trabajar y unas pocas empresas, tienen horario corrido en sus oficinas. El resto de la gente sabe, de 13:30 a 16:30hs. -por lo menos- es pecado mortal tocar timbre en una casa o llamar por teléfono. La gran mayoría duerme. Hasta las 17hs., cuando los negocios vuelven a abrir y la ciudad despierta.
“La danza inmóvil”, de Viviana Cavalié.
LOS “CARISMÁTICOS”
El invierno en La Pampa es frío y ventoso. Hay esquinas donde la correntada casi levanta en el aire a los transeúntes que se le atreven. Las manos se cortajean, las mejillas y las narices se irritan en rojo. De un soplo –podría decirse- el invierno guarda a los pampeanos en sus casas. Por eso, cuando comienzan los días lindos, aparecen esas ganas de salir a caminar, pasear por el centro, sentarse en un barcito a tomar algo o en un parque, mate de por medio, a ver el sol caer. En primavera, ya casi se respiran las vacaciones. El humor de la gente cambia.
Justamente en ese contexto, un día caluroso de noviembre, hace 20 años, cuando Santa Rosa era aún un pueblo, se instalaron dos “Padres” en la Catedral. Venían del otro lado del charco: España, “la madre tierra”. Enseguida comenzó a correr la bola de que eran carismáticos, traían ideas nuevas. Y los santarroseños los recibieron con ganas de hacer cosas y de festejar el buen clima.
Collage, de Lihue Pumilla
El boca a boca, en los pueblos, es más rápido que cualquier cadena nacional. Pronto todos se enteraron de la novedad y muchos se acercaron a la Catedral para ver de qué se trataba. Formaron el Pesebre Viviente en la Plaza San Martín, algo jamás visto en Santa Rosa. Hacían campamentos para jóvenes y daban turnos para “dirección espiritual”, una especie de sesión terapéutica completamente gratis. También comenzaron a dirigir grupos de jóvenes que se acercaban a la Iglesia.
FIELES Y PAGANOS
Una ola de misterio y milagro envolvía a estos dos “Padres” misioneros. Hasta el tono “ezpañol” hacía su efecto. Es sabido que lo nuevo convoca y seduce. Y estos hombres eran seductores por naturaleza. La gente quedaba boquiabierta con sus discursos. Contaban historias de santos, de devotos. Insistían en la felicidad de entregar la vida a Cristo y un montón de otras cosas que prometían cambios de vida, aires nuevos.
Toda novedad tiene su pico y, luego, decae. Muchos comenzaron a alejarse, por aburrimiento o por sospecha. Enseguida, los nuevos sacerdotes se encargaron de diferenciar bien los dos bandos: los “fieles”, quienes permanecían en el camino de la luz; y los “light” o “paganos”, que se alejaban del llamado de Dios y vivirían toda la vida en pecado.
Entre los fieles, había personas “de confianza”. A estos privilegiados, comenzaron a contarles -por lo bajo- que lo más grande de su entrega a Cristo era pertenecer a “Servi Trinitatis”, un Instituto Secular fundado en Cuenca, España, a principio de los años ochenta del siglo XX por el Padre Gratiniano Checa.
POR LA PUERTA GRANDE
“Parecía que descubríamos el mundo, que habíamos vivido siempre equivocados”
¿Cómo entraban los jóvenes a esta Institución? Muchos, de casualidad, un día de esos que quiere llover y no llueve, pero sigue nublado, donde uno se mimetiza con el clima y recuerda todas sus tristezas.Uno de esos días, en que uno sale a caminar, casi arrastrando los pies, va sin mirar y, de repente, pasa por una Iglesia y, aunque nunca vaya a misa, entra. Porque en la Iglesia está Jesús, que sufrió de lo lindo y, a decir verdad, casi todos los sufridos van a la Iglesia. Entonces, el sufriente se siente algo identificado con el lugar o algo comprendido; o se siente parte del sufrimiento mundial, qué se yo. Pero todos tenemos uno de esos días en que hasta la ensalada de lechuga y tomate es gris. Si las casualidades de la vida hacían que, uno de esos días grises, el desdichado de turno pasara por la Catedral de Santa Rosa, entonces, los “padrecitos ezpañoles” abrían sus garras y los envolvían con sus estudiados movimientos de captación. Si el joven mordía el anzuelo, en cuestión de días, estaba adentro.
Collage, de Lihue Pumilla
“Estás mal porque no estás bien con Dios, no estás bien espiritualmente”. Eso decían los padres a los jóvenes que se acercaban para ser escuchados. ¿Le parece? Los jóvenes se quedaban con los ojos abiertos como platos. Sucedía que sus problemas reales no eran reales, sino consecuencia de estar alejados de Dios, consecuencia de estar mal espiritualmente.
Ellos no lo veían, pero los padres, sí. “Tenés algo especial, ¿no te das cuenta? Por eso no estás bien. No estás escuchando el llamado de Dios”. Grandes veedores –o grandes actores- estos líderes eran capaces de percibir, en el aura de la persona, su vocación de servicio, su vocación religiosa. Y los jóvenes de 13, 14, 15 años, con la idealización propia de la adolescencia, de a poco, comenzaban a creer: abrían los ojos a la vida de verdad, como si todo lo anterior hubiese sido una equivocación. Y, siempre para ayudarlos a conseguir su santidad y para la santificación del mundo, los “padrecitos ezpañoles” comenzaban a guiar a estos desdichados, a sugerir ciertas cosas para fortalecerlos espiritualmente.
EL REGALITO DE DIOS
Cuando estaban listos para recibirlo, a unos pocos privilegiados, se les entregaba el Estadillo: “un regalo de Dios”. Era un papelito que detallaba las cosas a hacer para ser santos, cada día del mes. Contaba con las oraciones a rezar por la mañana, al mediodía, a la tarde y a la noche; el tiempo de lectura diaria de la vida de santos; la hora de meditación, confesión y “dirección espiritual” semanales; la misa de todos los días; el Plan de Vida, detalle de todas las actividades (trabajo, estudio, etc.). En la Reunión de normas y Claridad de Conciencia, donde se entregaba el estadillo, se evaluaba si se había podido cumplir todo al pie de la letra o si se había tenido alguna desviación o algún pensamiento que no fuera para Dios, ya que, según ellos decían, “Hay que mantener siempre el pensamiento en Dios y sacarlo para pensar sólo las cosas urgentes”.
Y, con tanto rezo, tanta oración, tanta lectura impuesta-más el trabajo, más el estudio- realmente era dificilísimo sacar el pensamiento de Dios. Menos, cruzar palabra con alguien. Menos que menos, cuestionar algo de la institución de la que empezaban a hacerse carne. Hasta sugerencias de vestido daban los “padrecitos”. Llegaba un momento, en que las devotas se veían todas iguales: hondas y violetas las ojeras, pálidos los rostros (de cansancio y de amargura), los cuerpos flacos por la mala alimentación, perdidos en ropas opacas, dos o tres talles más grandes de lo necesario.
HASTA SIERVOS
Todo sucedía rápido, pero de manera gradual. Al principio, los jóvenes se sorprendían de que los “padres” vieran en ellos algo especial. Se sentían privilegiados, elegidos. Entonces, cuando hacían algo mal, por fuera del “plan de vida” o cuando no podían cumplir con el estadillo o con las “sugerencias” de los sacerdotes, se volvían tristes y culpables por decepcionar a estos hombres que tanto veían en ellos, que les habían confiado cosas a las que solo unos pocos tenían el privilegio de acceder.
Al terminar sus sermones, los padres Antonio y Ricardo o el padre fundador, Don Gratiniano, con quien mantenían charlas telefónicas en altavoz, repetían frases como “No valgo nada” o “Soy el más indigno de todos los siervos”; frases que los devotos adoptaban y terminaban por repetirse día a día ante cualquier flaqueza. Al finalizar las reuniones, pedían perdón por su indignidad, por algún pecado y perdón en general.
Collage, de Lihue Pumilla.
La culpa, la sobre-exigencia y el auto-castigo eran moneda corriente entre los fieles consagrados. Aunque se pasaban el día queriendo agradar a Dios, siempre fallaban. Para tratar de hacer todo de la mejor manera, dar lo mejor de ellos, los siervos consultaban si podían rezar una oración más de las exigidas en el estadillo, leer bibliografía adicional o hacer un sacrificio extra del “sacrificio ascético” estipulado en el “regalo de Dios”. Sin embargo, el permiso siempre era denegado: ya tenían suficiente.
Al momento de elegir una carrera académica –como todo se hablaba en las confesiones, dirección espiritual, etc.- nunca estaban de acuerdo con las elecciones personales y “sugerían” otra carrera. Los fieles acataban. Es que estos “padres” tenían todo tan claro, sabían tanto, estaban tan “más allá” del entendimiento de la gente común. Eran santos. Por ende, sus palabras, parte del desprendimiento divino. Y, los jóvenes, tan inexpertos, tan paganos, siempre erraban en sus decisiones o puntos de vista. Gracias a Dios, nunca faltaban Antonio y Ricardo para marcarles el camino.
Los siervos trinitarios –los jóvenes consagrados –, de esta manera, se volvían cada vez más inseguros de sus decisiones y más convencidos de la santidad de los “padrecitos ezpañoles”. En consecuencia, terminaban por llevar toda “sugerencia” a la práctica. Anulaban, así, su capacidad de elección, sus gustos personales y toda cosa que pudiera diferenciarlos de otro: el mismo vestido, el mismo discurso, el mismo modo de actuar. Autómatas.
¿Y LA FAMILIA?
Ellos no sabían, pero amar a la familia y a los amigos era tener un apego desordenado. El amor más puro –claramente- era el amor a Dios. Por eso, Antonio y Ricardo aconsejaban no besar, no abrazar, pasar el menor tiempo posible con la familia y con los amigos. Si no era para evangelizar –entiéndase atraerlos a la institución- visitarlos era perder el tiempo. La verdadera familia era la trinitaria.
Tener un objeto que les gustara también implicaba un apego desordenado. Los siervos debían pedir permiso a sus superiores para regalarlo a otra persona. En fin, a todo gusto debía renunciarse: alimento, objeto o pasatiempo. Primero, los “padres”; luego, los siervos, repetían: “Todo gusto que no sea por la gloria de Dios, renúnciese y quédese vacío de él, por amor a Jesucristo, el cual no tuvo en esta vida – ni quiso otra cosa-que hacer la voluntad del padre, a la que él llamaba su comida y manjar.”
Y, claramente, quedaban vacíos. Vacíos de sí mismos. Vacíos de cualquier gusto, cualquier cualidad que los hiciera “distintos”.
Cuando la familia reparaba en las actitudes de sus hijos, en los cambios rotundos de personalidad –o mejor dicho, en la anulación de ésta- ya era demasiado tarde. Desde el primer acercamiento, los jóvenes sabían “hay cosas que no se cuentan” y “ocultar no es mentir”, así que mentían a sus familias con pleno consentimiento de Dios.
LA PERMANENCIA
Hay quienes nacen huérfanos de mundo. Por más familia y amigos que los rodeen, hay una tristeza de existir que nunca se diluye y, a veces, aparece con más fuerza. Es como si el mundo, así como viene, lleno de maldad y de injusticias, no alcanzara. Hay una necesidad imperiosa de algo más. Una razón, un motivo, algo a qué aferrarse, algo a qué entregarse por completo.
No cualquiera puede ser persuadido para entrar a una secta. No cualquiera permanece.
¿Qué era ser siervos trinitarios? “Estar en el mundo sin ser del mundo.” Los sacerdotes y las monjas no podían llegar a ciertos lugares. De ahí, la importante misión de los siervos, “infiltrarse” en esos sitios y, desde ahí, evangelizar, “sin que el mundo sepa de la pertenencia del miembro a la vida consagrada.” Les hacían creer que eran “la policía secreta de la Iglesia”.
Ellos tenían una misión: salvar al mundo. Y estaban dispuestos a dejar su vida en ello.
“Naufragio inconcluso”, de Viviana Cavalié.
LO MÁS SAGRADO
Hubo denuncias de todo tipo y color: de menores de edad captados sin consentimiento de los padres, de lavado de dinero, estafa y reducción a la servidumbre.
Los siervos, por el voto de pobreza, entregaban la totalidad de sus sueldos a la institución. A eso hay que sumarle las donaciones de los fieles y las grandes colectas que se hacían para salvar a ciertas hermanas de la institución, que siempre estaban “mortalmente enfermas”. Un gran caudal de dinero estaba en juego. Habían obligado a algunas de las siervas a abrir cuentas bancarias a su nombre, donde se depositaba el botín de las colectas. Y también, en los viajes “para conocer al Padre fundador en España”,obligaban a las mujeres a transportar grandes volúmenes de dinero entre la ropa.
Con respecto a la reducción a la servidumbre, la denuncia decía: “Cuando es el poder de autogobierno personal el que es atacado y reducido, lo que desaparece es la libertad en sí, porque cuando al hombre se lo somete a la esclavitud o servidumbre, pierde ante otro u otros, su calidad esencial de tal; se ha destruido al ser humano.”
Hubo declaraciones, cartas a obispos y al cardenal que hoy es Papa. Pero, como –lamentablemente- todo en este mundo se maneja por intereses, el caso, igual a tantos otros, quedó archivado. Cerrado. Impune.
Servi Trinitatis sigue funcionando como Instituto Secular -aprobado por sus respectivos obispos- en Argentina, Venezuela, Estados Unidos, Italia y España.
Según se especifica en su página de internet, tiene dos ramas separadas: la masculina y la femenina. Su razón de ser es ayudar a sus miembros a “aspirar a la perfección de la caridad y a luchar por conseguir la santificación del mundo”. También se empeña en “suscitar, acoger, formar y acompañar las vocaciones a todo tipo de forma de vida consagrada”, lograr “la evangelización a través de los medios de comunicación social” y “la sanidad”.
ALGO INTOCABLE
Las trinitarias que pudieron salir o fueron expulsadas por “no tener vocación” –entiéndase, cuestionar algo de la Institución o tener una familia afuera, haciendo demasiados esfuerzos por sacarlas de ahí- se encontraron completamente solas. Estaban sin fe, sin misión, sin amigos y casi sin familia, ya que se habían alejado de todos ellos durante sus años de siervas. Pero lo peor de todo: se quedaron sin ellas mismas. Ya no sabían quiénes eran ni qué querían.
Puesta en la piel de una ex – sierva trinitaria, la voz dice:
Al principio, las voces de los sacerdotes martillaban los silencios con sus infinitas frases degradantes. El santo temor, ¿me habré equivocado? ¿Me iré al infierno? La culpa, la tremenda y punzante culpa. Hice todo lo que pude, pero ya no, no puedo más; no valgo nada, soy la más indigna de todas… Pero Dios es amor, entonces… Si Dios me ama, entenderá que la Institución me está matando.
Pero, ¿a quién mata?
¿Quién soy?
¿Soy?
Luego, el vacío.
El dolor inexpresable del vacío. El blanco inmenso y silencioso; el gritomudo, que me persigue a donde vaya, desgarrándome, partiéndome por dentro. Interminables intentos de encontrar una pista, una señal, alguna certeza. Pero el blanco es indescifrable. No me dice nada y yo quiero saber. El blanco es blanco, sin matices, insoportablemente blanco y luminoso.
Y, en el momento menos esperado, de esa luz blanca, comienzan a desprenderse un montón de colores –los del arcoíris y más- y, la belleza es tal, que tranquiliza. Y esa belleza, ese montón de luz, tan bien guardada en lo profundo, se mantienen intacta. No ha sido alcanzada por la pura maldad. No. Estuvo siempre en mí. Y es algo que nadie, jamás, podrá quitarme. Ese es el lugar, el punto de partida desde donde reinventarme, desde donde empezar de nuevo.
“Surcando el abismo”, de Viviana Cavalié.
Hay un lugar, muy adentro de cada persona, que nadie podrá tocar jamás. Desde ese lugar, millones de personas en este mundo, se levantaron después de guerras y catástrofes. Desde ese lugar, Yanina Lofvall y otras tantas ex – trinitarias, rehacen su vida después de haber sufrido años de abuso psicológico y reducción a la servidumbre en el movimiento sectario Servi Trinitatis.
(*) Bibliografía:
– Siervas Trinitarias (Secta Católica) de Yanina Lofvall
– http://www.servitrinitatis.org/