Por Roberto Aguilar

Desamor: sobre rescatistas (una ficción, a medias)

NACIDO ENTRE DELFINES

hombre delfín

Alguna vez se me preguntó -y no porque sea una celebridad o un fenómeno de la naturaleza, sino porque soy polvo entre el polvo, una hierba muerta al borde del camino- cómo es que recordaba mis primeros momentos de vida, cómo es que se me podía creer, sin atribuirme una alucinación o locura nostálgica de un soñador o un drogado con éxtasis. La respuesta fue simple: el cuerpo -y no mi mente- tuvo y tiene la contestación. Huellas, cicatrices: allí están los cincelados del dolor que recorren mi frente, mi garganta, mi corazón, brazos, piernas y estómago. Aún puedo sentir el frío de la balanza en mi abdomen y mi cuerpo endémico a punto de desmayarse.

No me disgusta que así hayan sido las cosas. Y no porque sea un masoquista, sino porque, dadas las circunstancias obligadas de mis primeras etapas como bebé – uno no elige sufrir-, construí alrededor de mí, con los elementos de la miseria que se me iban agregando, mi propia casa: el fuego del crisol.

hombres ranasPor cada grito, por cada angustia de muerte, por cada estrella brillante vista sobre el cielo del patio del hospital, fui feliz, fui dichoso, exuberante y pletórico. Mi cuerpo estallaba de vida y se salía de su molde de apenas unos cuántos centímetros. Pero, aun así, era el clavo, el rechazo de la sociedad ante un cuerpo casi muerto. Era la llama que anunciaba al mesías endémico para decir: Aquí estoy.

¿De qué se me puede culpar al sentir tanta felicidad en el dolor? ¿De qué se me puede culpar sólo por haberme aferrado así a la vida?¿Me acusan, acaso, de esa forma explosiva, ignominiosa, descarada y loca? Me importa un bledo. ¿Y qué compensación a tanto dolor me esperaba, a tanta muerte vista alrededor de mí, con cientos de chicos en la agonía, hundidos en una gran hinchazón violeta, más que esta calamidad, este fuego nacido de lo putrefacto? Tenía que ser algo equivalente, el propio reverso del después de la muerte. El gusano vuelto garrapatas.

Ese olor a moho mezclado con el tiempo de la vida fue mi quirófano. Aquí me salvaron de una neumonía galopante. Aquí, todos los caballos eran negros. Pero los azulejos y la limpieza de este mar de corales dieron luz a mis ojos y volví a la vida. Floté con los caballos, me aferré al mar de azul profundo. Los médicos fueron peces, delfines buenos con sus hocicos en mi estómago, dispuestos a llevarme a la orilla. Y, sobre este cielorraso, estaba el sol, el sol querido, amado, sólo en sueños vislumbrado. Me aferré a ese sol como un amante a su mujer.

NÁUFRAGO AFERRADO AL SOL

van-gogh-harvest-1440-900Siempre hay algo a qué aferrarse. En mi caso fue el sol entrevisto en sueños. Y los médicos, simples instrumentos. Si yo no hubiese querido vivir, si no hubiera sentido ese deseo de consumirme con los rayos del astro, no lo hubiera hecho y punto. Ese deseo aún me permite dormir cuatro días a la semana sin la ayuda de ninguna pastilla. Me la paso creando otros mundos. Despierto todo mojado, bañado en orgasmos. Después, viene la vigilia y ya no es lo mismo: vuelvo al suicidio. Ayer soñé que mi cama me nacía con cuerpo de arena y un pene tan largo como alucinación de desierto. Todo conducía a una tierra arrasada y abandonada, donde el pequeño bebé que fui se desviaba de las manos de los delfines- su salvación- y caía y me levantaba entre ruinas, entre ruinas de muertos. Y, a partir de entonces, fui un muerto que llevaba a otros.

FOTOGRAFÍAS DEL DOLOR

pintura náufragaAl hombre delfín lo conocí bajo la línea del Ecuador, bajo un temporal de lluvia y viento que había traído el terremoto. Por aquel entonces, ayudaba como rescatista de la Cruz Roja para salvar gente del lodazal, de los cimientos que los apretujaban bajo el polvo, el fuego y sobre casas y edificios públicos. La costa estaba cerca. A los muertos los juntábamos uno al lado del otro hasta llenar la arena con cientos de bultos blancos. Y él también estaba ahí con nosotros, metido en su equipo de hombre rana. Salía y saltaba entre los penachos de piedras, erguidos como pequeñas montañas que desaparecían y aparecían entre gigantescas olas. Atado a una soga, el hombre de la escafandra azul bajaba a las profundidades del mar. Sus compañeros le aflojaban el nudo y allí iba, a sacar a los ahogados de los barquichuelos y embarcaciones derribadas por el terremoto.

El hombre rana caminó hacia mí como un fantasma acuático venido del corazón del mar y me miró a través de su antifaz, con esa cara de resignación que tienen los muertos, antes de pasar a ser pedregullos sobre el camino. No nos hablamos, sólo hubo gesticulaciones, meneos de cabezas, atención en los ojos y las bocas. Las palabras estaban de más. Lo ayudé a juntar los cadáveres y los metimos en bolsas de plástico, identificadas con números y letras. Las caras de los muertos, en la mayoría de los casos, tenían el gesto sorprendido de alguien que- de pronto- es descubierto en su intimidad por el disparo certero de un flash fotográfico. La muerte ignominiosa los enmarcaba dentro de retratos de absurda petrificación.

LA FONDA DEL SOL

virulento sol quietoLlegada la noche, cuando nuestras fuerzas de junta- cadáveres se derrumbaban, venían otros socorristas a suplantarnos.“La fonda del Sol”, así lo llamaban al hombre rana, me llevó a su departamento, cerca del pueblo más pobre de Ecuador. Allí, tenía sus cosas embaladas, aunque no eran las de él, eran de su compañera a punto de abandonarlo. La que viajaba era ella. Él se quedaba en el medio del dolor. “La Fonda” vio mi cara de extrañeza y, para hacer más sorprendente mi lectura de su situación, arrancó de la pared una página manuscrita. El texto no tenía su firma, pero sí su protagonismo. “La Fonda” se hacía pasar por un náufrago a la espera de que alguien leyese su historia. Tal vez, había encontrado en mí a alguien amigable. La leí y la tristeza me vino al cuerpo, brotaba de mis huesos como aquellas algas marinas del mar, enredadas con sangre humana alrededor de nuestras piernas y brazos. Se me escapó una lágrima y no pude menos que abrazarlo.

LOS SOLES RESCATADOS DE VAN GOGH

girasolesEstiré mis brazos y lo aparté de mí, porque algo fundamental se estaba escapando de mi vista, pero no por mucho tiempo. Vi lo increíble: contra las paredes de su casa, en cada rincón de su pieza, baño y living, había cientos de reproducciones de pinturas de Van Gogh. Inundaban el espacio de su departamento con la luz de soles, girasoles, mares, campiñas y autorretratos, bajo bombitas de luces blancas que acrecentaban el efecto de la claridad de un sol permanente. Por cada cuadro, al lado de la firma de Van Gogh, “La Fonda del Sol” había puesto un nombre, quizás un seudónimo –no me atreví a preguntarle- con fecha y hora, dedicado a cada uno de los rescatados- vivos o muertos-.

LA MUERTE VENCIDA

terremoto 2 De golpe se acercó para darme o esperar otro abrazo mío, pero me dijo al oído- casi como en un susurro-: ‘Son los soles de mi vida. No tengo otra cosa’.

Después de aquella noche no lo vi más. Yo también viajaba hacia otra hecatombe natural o social. Esta vez fue hacia uno de los tantos países del África. Había explotado un volcán. Había muerte, otra vez, por todos lados. En cambio, “La Fonda del Sol” se quedaba para siempre en Ecuador. Estaba viejo, pero no tanto como para llegar a decir las palabras que yo debí completar: “esta estrella se extingue, este sol no da más vida.”

Él era aún el virulento, quieto y veloz sol de los cuadros de Van Gogh.

AMANECER EN LA DESPEDIDA

la fonda del sol Pasaron muchos años antes de ver publicada su página biográfica de náufrago, en la revista de la Cruz Roja. El hombre rana finalmente había desaparecido de Ecuador, no pudo salvar más vidas y jamás se lo volvió a encontrar. Yo mismo lo busqué sin éxito. La gente del pueblo dijo que lo vieron juntar sus cosas y marcharse al Asia, rumbo al cementerio sin sepulcros, dejado por un tsunami. Por aquel entonces, tenía unos 30 años y ahora tengo 60. Y puedo decir, hoy por hoy, que sólo me motiva a seguir en este trabajo y a no decaer, el recuerdo perenne de aquel hombre salido de la muerte, salido de mi sueño de sombras y abandonos, verlo caminar hacia mí como en un amanecer, para ser- él mismo- el sol que le falta a la gente.

 

 

 

 

 

 

 

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