Por Mariano Botto
Desamor: Entrevista – ensayo, con el “Tata Cedrón”
“Jugos del cielo mojan la madrugada de la ciudad violenta.
Ella respira por nosotros.
Somos los que encendimos el amor para que dure,
para que sobreviva a toda soledad.”
Juan Gelman, “Madrugada”
Con la esperanza de encontrar lo que no sabía se me ocurrió hacerle una nota al Tata Cedrón. Previo a la entrevista, comencé a investigar y a tirar de un hilo de su obra. Entusiasmado, tiré hasta que lo supe. Un vasto mundo se aferraba al hilo. Mucho me auxilió Antonia García Castro, con su libro, “Cuarteto Cedrón: tango y quimera”.
PUCHERO MISTERIOSO
La mersa es grande y variada, pero vaya a saber por qué ahora se le ocurre pensar especialmente en los Cedrón, y pensar en los Cedrón significa una tal cantidad de cosas que no sabe por dónde empezar. La única ventaja para Lucas es que no conoce a todos los Cedrón, sino solamente a tres, pero andá a saber si al final es una ventaja. Tiene entendido que los hermanos se cifran en la modesta suma de seis o nueve, en todo caso él conoce a tres y agárrate Catalina que vamos a galopar. (*)
Sabático lluvioso. Por la calle Chile, oscura y silenciosa, ni un alma. Todas absorbidas hacia el interior del teatro “El Popular” por un cartel tipo sándwich en la vereda: “El Puchero Misterioso y Después: Tata Cedrón y Compañía Nacional de Autómatas”. Yo corrí la misma suerte.
Qué te cuento de la llegada, desde la calle se oye una especie de fragor en uno de los pisos altos. Y, si te cruzas con alguno de los vecinos parisienses, les ves en la cara esa palidez cadavérica de quienes asisten a un fenómeno que sobrepasa todos los parámetros de esa gente estricta y amortiguada. Ninguna necesidad de averiguar en qué piso están los Cedrón porque el ruido te guía por las escaleras hasta una de las puertas que parece menos puerta que las otras y además da la impresión de estar calentada al rojo por lo que pasa adentro, al punto que no conviene llamar muy seguido porque se te carbonizan los nudillos. (*)
A través de la puerta: el universo kermese conquistado por la compañía nacional de autómatas va a pura xilografías, saltimbanquis, juguetes de latas, corchos y alambres. Sobre el anillo de algún planeta, un gallo cabeza de pava chilla y golpea su cola de pincel, al darle manija. Al borde de un agujero negro, un artefacto en penumbra dice: “Puchero misterioso”. Debajo, una ranura con la leyenda “Si quiere ver la vida color de rosa…” Echo un peso por la ranura. (Eran veinte centavos, pero con la devaluación…) La máquina revive “El dolor mata, amigo, la vida es dura, la vida es dura”. Salta la milonga con la voz del Tata Cedrón en los ayeres. “Y ya que usted no tiene ni hogar ni esposa, ni hogar ni esposa”. Dos peces amarillos, uno con guitarra y otro con violín tocan el acompañamiento. “eche veinte centavos en la ranura, si quiere ver la vida color de rosa.” Circo pobre animado de luces, música y color. Como dice Tuñón, en uno de los discos del Cuarteto Cedrón, el circo pobre es igual que el rico, pero pobre. “Cien lucecitas. Maravilla de reflejos funambulescos. ¡Aquí hay mujer y manzanilla! Aquí hay olvido, aquí hay refresco.”
“Estos tres Cedrón consisten en el músico Tata (que en la partida de nacimiento se llama Juan, y de paso qué absurdo que estos documentos se llamen partida cuando son todo lo contrario), Jorge el cineasta y Alberto el pintor. Tratarlos por separado ya es cosa seria, pero cuando les da por juntarse y te invitan a comer empanadas entonces son propiamente la muerte en tres tomos. (*)
“Se suspende la tormenta porque empieza el show”: al lado del cartel, un hombre de mantenimiento cuida el ingreso a la sala. Después, barre el piso, mordisquea un enorme sánguche, que saca del bolsillo de su camisa, enciende una garrafa y calienta la pava. Prueba el mate. Todo, en medio del escenario con cajones de verduras como atriles. Tentado, echa una moneda dentro de un artefacto con cabeza de latón. Se encienden las luces de su pecho eléctrico y, por su boca de parlante, se oye la voz de Raúl González Tuñón.
La máquina calla. Más monedas.
Ni la voz ni las luces responden.
Caprichosa, se enciende sola, mientras el hombre vuelve a su trabajo. Habla Perón. El hombre se quita la gorra y, apoyado sobre su escoba, escucha, emocionado.
«El universo entero es una fábrica, todo trabaja en él, hasta lo inanimado es animado, porque por el trabajo, en esa mole inmensa de piedra sideral, que es la montaña, vive el trabajo infatigable, inmenso, que se esconde en su seno por los siglos.
En el árbol ya muerto, sigue el trabajo silencioso, lento, para dar esa piedra del carbón, que puede culminar en el diamante, a fuerza de trabajo de milenio, así se cierra el ciclo, desde la flor al árbol, del árbol al carbón, del carbón al diamante, que es la flor del esfuerzo continuado, la vida es el trabajo más perfecto, en ella hay armonía y democracia, cada ser vivo, agrupación de células distintas, equilibrio social, conjugación de esfuerzo coordinados, jerarquía de funciones para mejor vivir de todo grupo.”
Juan Domingo Perón 1° de mayo de 1948
Luego, un muñeco cabeza de termo montado sobre un caballo de lata dialoga con un ventrílocuo. Anuncia que el puchero misterioso se está cocinando y presenta al cuarteto.
Flanqueado por unos acordeones, un violín y su pequeña hija Azul, en percusión, el Tata Cedrón canta la canción de Juancito Caminador “El tiempo humilla y ultraja todo, menos la canción”. Después, las marionetas y el cuarteto de cinco músicos. Así es el misterio de este “Puchero”.
Las telas de la carpa circense abrazan la música, los títeres y los poemas. Entre tema y tema, interviene “La musaranga” mientras- en el cielo del circo- las estrellas sobre altavoces son guitarras, pavas, una virgen de madera o ruedas de bicicleta. El ladrón que ilustró Alberto Cedrón, hermano del Tata, con la gorra hasta las orejas, espía el concierto. Un corazón dice “Rosita”. “Y son humanos, inhumanos, fatalistas, sentimentales, inocentes como animales, y canallas como cristianos.” (**)
Las nubes de cartón pasan sobre un ancla clavada en el cielo repleto de banderines y, desde el llano, el Cuarteto Cedrón.
Tal vez todo esto sea una ilusión. Cada espectador contará su escena, de seguro mágica y alucinante. Estampas, luces, musiquillas, misterios de los reservados donde entran a hurtadillas los marinos alucinados. (**)
Mientras el Cuarteto interpreta “Las dos irlandesas”, canción sobre un poema de Héctor Pedro Blomberg, el barco Jamaica Marú- que siempre descarrila- sale de la puerta Shangai, atraviesa olas de madera y entra en el Dock Sud.
El Tata tiene tanta vida que sale disparada de su boca apenas encuentra oportunidad.
-Mi hermano me decía: leé esto, leé lo otro.- Dice entre canciones. – La emoción presentó un poema de su hermana, musicalizado por él. -Ahora va a salir un libro. Ella jamás había publicado. Es muy desprendida.- Mira la copia como si observara los ojos mismos de su única hermana mujer – es una de las alegrías más grandes de mi vida:
“Devuélveme el eco de su sombra / devuélveme el eco de nuestros Nombres / Luzamor devuélveme el agua cristalina / o en los infinitos recuerdos del agua.”(Rosa Cedrón)
El compromiso musical del Cuarteto Cedrón no es sólo poético. Es profundo y exige al nadador. Las composiciones sobre las formas de la poesía libre, sin el respirador de la rima ni la versificación simétrica, obligan al oyente a seguir su sendero y si no, no.
¿Conoce usted paisajes pintados en los vidrios? ¿Y muñecos de trapo con alegres bonetes? ¿Y soldaditos juntos marchando en la mañana y carros de verduras con colores alegres? (**)
Y fiesta y el trala-trala-trálala rima en tu viejo corazón. A toda orquesta y a toda compañía de autómatas, la sala entera se inunda con música, poemas, perros de lata, un galaico de madera con una franela y pájaros de plástico.
DESPUESES
(…) Otra esperanza remota de vida miliunanochesca”.(**) La noche está repleta de despueses.
“Soda”, pedía el Tata. Soda para el vino. Finalizado el concierto: el show Cedrón. Quien carezca de apuro hasta puede ligar un plato de guiso que preparó la gente de la compañía o un pedazo de fainá, especialidad del Tata. Mientras el trío Piraña interpreta tangos con letras de Castelnuovo “se enreda, parece que vuela es como un ángel nuestro…” (Mario Castelnuovo-Tedesco) El Tata pasea por las mesas y conversa con los espectadores.
…una noche con los Cedrón es una especie de resumen sudamericano que explica y justifica la estupefacta admiración con que los europeos asisten a su música, a su literatura, a su pintura y a su cine o teatro. (*)
Vuelve el cuarteto. Hay más. Esta vez en el bar del teatro, a un palmo de las mesas. Allí, cada ruidito y la respiración de los músicos, suman melodías. Sillón duerme Azul.
A todo esto, las empanadas disminuyen con una velocidad digna de quienes se miran con odio feroz, porque éste siete y el otro solamente cinco y, en una de esas, se acaba el ir y venir de fuentes y algún desgraciado propone un café como si eso fuera un alimento. (*)
El Tata reparte la recaudación al borde de la segunda tanda del guiso, que pasa en una olla épica. Incluso, paga en el después a quien tocó el sábado anterior y la sorpresa baila los ojitos con los inesperados billetes. Le sonríen y le agradecen. El Tata no acumula deudas ni con los músicos, ni con el lugar. Menos, con algún dios. Ya lo hicieron pagar, pagó sus cuentas, mucho más costosas, con su militancia, con su exilio y con amigos y compañeros desaparecidos.
Que ya sea la una de la mañana no constituye un índice agravante ni mucho menos, como tampoco que a las dos y media bajemos de a cuatro la escalera cantando que te abrás en las paradas / con cafishos milongueros. Ya ha habido tiempo suficiente para resolver la mayoría de los problemas del planeta, nos hemos puesto de acuerdo para jorobar a más de cuatro que se lo merecen y cómo, las libretitas se han llenado de teléfonos y direcciones y citas en cafés y otros departamentos (*)
Pero qué le importa la resaca si abajo hay algo calentito que deben ser las empanadas, y entre abajo y arriba hay otra cosa todavía más calentita, un corazón que repite qué jodidos, qué jodidos, qué grandes jodidos, qué irreemplazables jodidos, puta que los parió. (*)
(*) De “Un tal Lucas”, J. Cortázar)
(**) Raúl González Tuñón
AGUAFUERTES CEDRONARIAS
Una chica baja de su moto y golpea la ventana. Es Josefina García y carga con su violoncelo. –Me espera Juan- le digo a Miguel Praino, violinista del cuarteto, quien abre la puerta. Parece que va a haber ensayo pero no -se juntan en mi casa a tocar- dice el Tata, quien me recibe en medio de una lucha con su computadora nueva y me invita a la sala de conferencias: la cocina. El mejor lugar posible para esta conversación.
MADRUGADA EN LA COCINA
Saco el grabador, algunos apuntes, el libro del “Cuarteto Cedrón” y tapas de algunos discos como machetes. Entre ellos, el disco con poemas de su hermana. El Tata vuelve a la sala donde Josefina y Miguel afinan sus instrumentos y regresa con un libro. En él, todo es energía.
Mirá, dos tengo. Todo hecho a mano. Estuvo en Francia conmigo. Se escondía en el cementerio de Père-Lachaise y, al cerrar, dormía en una tumba. Parece mentira, estaba con unos poetas franceses de Charentón.
Hojea el libro y lee en voz alta:
“Sangra papel la tinta de mis heridas / Padre alcance al mar y viaja / Quiero encontrarte / No dejes padre que me hunda en este siglo / Estoy en el mar y te extraño / Estoy flotando a mil metros de profundidad / Tengo los pies fríos” ¡Qué ritmo tiene! ¡Un ritmo de la hostia!
El Tata Cedrón se apropia de los poemas que canta. Ellos ceden y encajan perfectos a su voz y en su modo de ver el mundo. Desde Artl a Vallejo, de poemas mayas a Brecht. A través de su voz, los poemas se radican en la ciudad de Buenos Aires.
Emocionarse con las palabras- con lo que uno lee- es algo natural. Aunque lea cualquier cosa. Podés leer por arriba, pero hay quien lee y se emociona. Yo empecé a leer poesía porque quería hacer canciones. Nací en el treinta y nueve. Mi infancia en Mar del Plata fue muy feliz con el peronismo, nada que ver con el mundo de Buenos Aires, el tango o la noche. Andaba en alpargatas y no lo bailaba ni usaba gomina. Éramos del campo, aunque escuchaba a Gardel todo el día. También folclore, Corsini, Yupanqui. A los dieciocho años, empezó a interesarme el canto. En ese momento ya no estaba más la bola de nieve que se armó en los cuarenta; esa que empezó en el quince, con Contursi, y fue creciendo. Luego vinieron letristas como Cadícamo, Romero, Discépolo en los años treinta. Y, en el cuarenta, Cátulo Castillo.
En el sesenta y cuatro sale el primer disco llamado “Madrugada”…
Ese fue el primer disco que se hizo de poesía y música. Con formatos que no son propios de la canción y poemas inéditos de Juan Gelman. Yo lo busqué a Juan y me lo presentó mi hermano, yo vivía con él hasta que su mujer llegó de Brasil y me tuve que ir con mi hijo Román de seis meses, porque allí no había lugar. Me fui a vivir con Roberto Bruollón, pintor. Allí se juntaban Gorriarena, Gianni Siccardi cantante de ópera y poeta. En su mayoría, todos artistas plásticos. Hablaban y leían poesía: Gramsci, Dylan Thomas. Ahí aprendí su modo de analizar el poema. Al mismo tiempo, comencé a hacer canciones. Tengo grabaciones del año sesenta y cuatro, en Radio Municipal, donde hacía tangos tradicionales como “El motivo”, “La última Curda”. De esa línea parto. En esa grabación están los tanguitos de Gelman. Después los grabamos.
¿Por qué se ha acercado al tango?
Juan Gelman: Porque se me canta.
BAILE INMÓVIL
Yo empecé a cantar lento.
El tata canta con los ojos, fija sus ojos en las historias.
“Malena…caaaanta el tango…” empecé a morder las palabras, a decirlas. No fue para que la gente entendiera, es que no había más baile. Obligado, cualquiera pelea – como decían los paisanos-. Después del cincuenta y cinco, se pudrió todo. Vino la televisión y se acabó el baile y la participación. Entonces empecé a cantar para pensar las palabras y así nació el acercamiento a la poesía.
Su tono de voz corre las palabras a un lado. Regresarán con la precisión de la lluvia, apenas un poco más tarde.
Nosotros éramos de izquierda, pero yo nunca quise hacer panfleto. Hice cosas duras como la “Cantata del gallo cantor” y “Suertes”.
“Esos pasos ¿lo buscan a él? / ese coche ¿para en su puerta?
esos hombres en la calle ¿acechan? / ruidos diversos hay en la noche.”
Dice la información del disco: “En 1972, después de los hechos de Trelew, Juan Cedrón compuso Del Gallo Cantor. Cantata. En ella evoca el asesinato de dieciséis compañeros que habían logrado fugarse del penal de Rawson, pero también el deseo compartido, antes y después de Trelew, de lograr la igualdad y la justicia en la vida”
¿por qué estaba triste ese peón de ferrocarril en la mañana apoyado contra la verja de la estación? /¿por qué se le perdía la mirada sin ver a nadie de los que pasaban junto a él?
La música del Cuarteto Cedrón inaugura, además, nuevas formas musicales –Raras– acota Cedrón. La música se adapta a los poemas con formato libre, sin estructuras simétricas o rima.
DIESTRO DE IZQUIERDA
Una conversación entre el cello y el violín llega desde la sala. La música lenta y sentida, tantea las paredes y las hendijas. En medio, el Tata comenta sobre el peronismo, la izquierda o Cristina. Luego recita:
“Así como el cuerpo es uno y tiene muchos miembros/ pero todos los miembros del cuerpo siendo muchos / son un solo cuerpo / si el pie dijera “porque no soy mano / no soy cuerpo”/ o la oreja dijera “como no soy ojo no soy el cuerpo” / o la flor “porque no soy rostro no soy del pueblo” / o el pueblo “como no soy flor no soy del pájaro” /o el pájaro “porque no soy árbol no soy del combatiente” o el combatiente en su tumba / “como no soy flor no soy del pueblo y el pie, no mano.”
¡En esa época estábamos cantando esto, flaco! – Dice y golpea la mesa. Quiero hablar y no me deja. En realidad sólo quiero decirle ¡Si! ¡Si!-. Esto lo hicimos en el setenta y seis. Lo que cuenta Gelman es genial, todo tiene que ver con todo. Tirábamos ideología al cantar. Y yo lo canté, yo elegí esos poemas. Esto no es panfleto. La gente tiene que tener conciencia de sentarse a escuchar y a sincerarse. Como decía el Che Guevara: si uno ve un papel en el suelo, hay que levantarlo. No hace falta ir a la escuela para saber eso. Cada uno tiene que darse el tiempo para escuchar. Así fue mi acercamiento a la poesía, como ciudadano. Con mi mujer estamos leyendo un libro de Rousseau, sobre el origen del lenguaje. En el principio no había palabras para comer, dormir o cazar, no las precisaban. Si tenían hambre: comían, no decían “voy comer”. El lenguaje surgió con la emoción, con el amor, con el odio, con el miedo. El sentimiento originó el habla. En una parte dice qué es música. Gozan con ella porque conocen la música de los pájaros; su hablar tiene una melodía y la conocen. El sonido de la voz da la emoción al cantar. También diferentes palabras hacen sentir cosas. Está la palabra y también la emoción que a vos te produce esa palabra y vos trasmitís esa emoción incluso al tipo que no entiende el idioma. Los franceses se harían un circo diferente al que yo estaba cantando.
AFICHES MUSICALES
“…una pared llena de carteles tiene algo siempre de mensaje, es como una especie de poema anónimo porque ha sido hecho por todos, por montones de pegadores de carteles que fueron superponiendo palabras, que fueron acumulando imágenes, y luego algunas caen y otras quedan y los colores se van combinando.
“Afiches urbanos” Julio Cortázar.
Una capa sobre otra construye una obra. El Cuarteto Cedrón cuenta con tres docenas de discos. Poemas de varias latitudes y tiempos. Cruce de países, artistas y personajes. También ha realizado música instrumental.
Adapté poemas que no habían sido escritos para cantar, no tenían forma de canción. Yo tengo un bagaje enorme de música popular en la oreja y en el corazón. Todas las canciones de Gardel o Corsini están en lo que hago. Lo que mamé cuando era pibe. En el taller mecánico de mi padre, me ocupaba de poner los programas en la radio para escuchar tango. Mis canciones tienen una poesía rota, no escrita para ser canción. Amoldo la música a su estructura. Todo de manera intuitiva.
ETIQUETAME
“El Tango es una posibilidad infinita”
(Megafón o la guerra – Leopoldo Marechal)
Las etiquetas en la música son resistidas por los músicos y amadas por el público. Definir su género musical es un pedido que el músico recibe a diario y al que, en muchos casos, no puede responder. Si dice “tango”, un torrente categórico se instala en el imaginario: un tipo de sonido, un repertorio tradicional, un modo de cantar. ”Si es tango, podemos bailar”, se dice. Si el músico escapa al repertorio clásico, pasa a no ser considerado. Piazzolla, harto de que le dijeran que lo suyo no era tango, llamó a su trabajo “Música de Buenos Aires”. De esa manera, el tango quedó custodiado, no por centinelas de la tradición al cuidado de las raíces culturales y como base de referencia para nuevos creadores, sino por conservadores. Allí no hay nada que hacer. Lo conservador cierra la puerta a los heraldos de la novedad. A la vez, instala la idea de que el tango es sólo de un modo. Y si lo nuevo no se ajusta a lo tradicional, dalo por muerto. En el jazz han resuelto el tema. El amplio arco entre Count Basie y John Coltrane es adoptado por su ritmo madre y abarca los extremos con diferentes sobrenombres: swing, bebop, free jazz, hard bop, jazz rock. De esa manera, fundaron un oyente y dejaron la puerta abierta al continuo crecimiento del género. En el ambiente tanguero se discute infinitamente qué es tango y qué no. La pregunta completa debería formularse de la siguiente manera ¿Qué es tango tradicional y qué no? Después, llegan muchos otros tipos de tango como la música de Piazzolla, Rovira, Gandini o el Cuarteto Cedrón. Tango que avanza acorde a los cambios de su tiempo.
Yo no pienso en el género. No es el tango, es la idiosincrasia del argentino. También la tienen los yanquis. Las mezclas son diferentes. No es que una sea mejor que la otra. Nosotros tenemos un tipo de mezcla más conservadora. Que si esto es tango o no lo es. En el jazz no pasó eso. También te puedo decir que a mí me gusta el jazz de Louis Armstrong y después ya no tanto. Pero cada uno se pudo expresar. Acá Piazzolla también se pudo expresar pero le dijeron que no era tango, y lo es. Lo mío también dicen que no es tango, y lo es. Los ladrones, dice el Tata y canta:
“Vengan a verlo por la mañana con la gorra hasta las orejas.”
Luego lo repite y enfatiza las palabras sin dejar lugar a dudas: es tango.
¡Claro que es tango! ¡Yo soy tango! Nosotros lo somos. Entonces depende de cómo lo hagás. (Con acento en la segunda “a”, bien porteño, bien tanguero)
EL EXILIO DE LA LENGUA MADRE
«me fui de París en bicicleta»
Tata Cedrón
Escribe Antonia García Castro: “(…) no se puede ubicar un momento un día, una hora, en que lo político haya irrumpido en la vida de los músicos. Ellos se fueron en 1974 a trabajar, pensando en volver y no pudieron. Unos días antes del viaje, Tata había ido a despedirse de los Tuñón, Raúl ya había muerto. Como no encontró ni a su esposa Nélida, ni a su hijo Adolfo, dejó una nota que decía: Vuelvo en marzo. Volvió en Julio. Treinta años después.”
Al Tata no se le escapa, ni por atisbo, alguna tonada francesa. Menos, una palabra. Su medioambiente porteño parece no haber sufrido el exilio y menos el del lenguaje. Su mirada siempre conservó su raíz.
Pasó que nosotros fuimos en patota. Aprendimos francés, no nos cerramos. Cortázar me llamaba para escucharme hablar. Decía que mi modo de hacerlo ya no se escuchaba más. Lo que no tuve, en los treinta años de exilio, son los modismos argentinos. Todos esos términos roqueros no los viví. No había escuchado nunca a Fito Páez ni a Charly García. Sí, los principios de Manal o la Cofradía de la Flor Solar. Lo escuchábamos y éramos amigos. Para nosotros era lo mismo que el tango. No nos dábamos cuenta de que iba a crecer de esa manera. Esa propuesta musical fue impuesta por el mercado mundial, que era lo consumido por los chicos. Y el negocio del disco era con los chicos.
Un torrente de energía se apodera del Tata. Aborda sus respuestas con pasión y con un historial de artistas infinito que recuerda, nombra y los ubica en época.
Yo peleo como Cassius Clay cuando subo al escenario. Termino cansado. Peleo con poder expresarme. No puedo cantar un tema y después otro. Yo siento si prende la mayonesa o se corta. Cada noche me esmero en que no se me corte la mayonesa.
Si juntáramos retazos de su vida, el Tata podría resultar un surrealista. Del taller mecánico del padre a relacionarse con una infinita y variada cantidad de artistas a quienes él no deja de nombrar; de tocar en “La Fenice”, de Venecia, a la verdulería de la esquina; de armar una orquesta típica, a tocar con músicos como Gustavo Beytelmann o Ricardo Moyano; de musicalizar películas a realizar, junto a otros artistas, el proyecto “Ballena va llena”.
Ahora voy a tocar en un taller mecánico. Ojalá que los músicos comiencen a tocar en ferreterías, talleres. Basta del mercado de guita.
Así lleva el surrealismo a pura naturalidad. En eso, el dúo de cuerdas imprime un tono cinematográfico a las palabras del Tata. Ahora interpreta otra obra. Parece una música de principios del siglo XX con rasgos bailables.
Nadie va a parar lo que tengo ganas de hacer. “El puchero misterioso”, a todo el mundo le gusta. También estoy tocando en el Conurbano y yo mismo organizo. Vamos los cinco en un coche a Martínez, a La Plata. Vamos con el cello y los instrumentos, con el gato, el perro y con mis setenta y siete años. Hoy estoy en Radio Nacional y mañana, en “El puchero”, como cada sábado.
NARRAR EN MILONGA
Dice Antonia García Castro en el libro: «El tango, en sus orígenes, es fronterizo: un entre tierras, un entre sueños, un entre tiempos«. Como la obra del Cuarteto Cedrón.
Sí, a partir de las regiones de la poesía, se puede hacer Bretcht o Vallejo. Por ejemplo:
“Qué estará haciendo a esta hora / mi andina y dulce Rita de junco y capulí.” (Idilio muerto, Cesar Vallejo)
Puede ser una Rita cualquiera, que vive a acá enfrente. Así, también, el ciruelo de Brecht es una milonga, o El sastre de Ulm, “¡Obispo, puedo volar!, le dijo el sastre al obispo”-, una chamarrita. Y Bertolt Brecht es como nosotros. Los poemas de Occitania, del siglo XIII, esos que tradujo Gelman, o lo de José Guadalupe Posada, en la “Cantata del Gallo Cantor”, que era el grabador mexicano de las calaveras y hacía cuartetas:
“No olviden los orgullosos/ que cuando a la tumba vayan/ allí lo mismo se rayan/ humildes y poderosos.”
Y, después, Gelman agrega:
“pero nosotros no queremos la igualdad en la muerte, queremos la igualdad en la vida aunque la vida sea corta y larga la muerte.”
Con eso hice una milonguita. Y eso que fui hasta sexto grado.
POESÍA CEDRONARIA
Dice Antonia García Castro con lente panorámico: Primero que nada, el sujeto. Lo que más escasea en la obra cantada del Cuarteto son los “yo”. La mayoría de las historias que canta el Tata están contadas desde afuera.” Y agrega: “Si uno se adentra en estos textos, es posible advertir una singularidad que ya remite al sonido, no al sentido. En las canciones que interpreta el cuarteto Cedrón, los muertos no están del todo muertos y, a veces, son ellos los que cantan. Es sabido que hay una obra del Cuarteto llamada “Fábulas”, con poesías de Juan Gelman. Pero, hasta cierto punto, todas o casi todas las producciones del Cuarteto habrían podido tener ese título.»
Cello y violín hermanados ganan nuestra atención.
Los chicos están ensayando cosas de Erik Satie. Pero no lo van a tocar en ningún lado. También hacen canciones antiguas cubanas. Lo hacen porque les gusta y chau.
Escuchamos. La música se expande por la cocina con nuestro silencio. Dulce y suave, conquista nuestra respiración y nos toma con sus manos de madre inmensa.
Antonia, su mujer y autora del libro “Cuarteto Cedrón, Tango y quimera”, entra a la cocina, busca unas llaves y sale. ¡Tony! ¡Antonita!, me la presenta. Nos saludamos. La felicito por el libro que, además de ser una extensa biografía detallada, se lee con pasión.
Ahora estamos con la letra “Juventud”, hecha por Antonia, sobre cuentos de Conrad, con viola y cello.
Treinta años duró el exilio del Tata Cedrón en Francia. José Luis Mangieri, poeta y editor argentino, dijo “No se entienden los años sesenta sin el Cuarteto Cedrón”.
Si no conocés a Fangio, a Borges, a Tuñón, no podés entender esos años. Nosotros tuvimos una presencia muy fuerte en el Buenos Aires de los sesenta. Había una enorme cantidad de pintores, músicos y actores. Me daba cuenta de todo lo que estaba pasando.
Alguien golpea la ventana de la cocina que da a la calle. En la casa de Cedrón no se toca el timbre.
Pará que me parece que me llegó “La ballena va llena”.
El Tata sale y entra la viola de Miguel Praino; el cello escucha y espera. Después, van juntos en vals. El Tata regresa con un DVD y me regala uno de los cincuenta que acababan de llegar. De ese modo, me había regalado dos discos el día que fui a ver el “Puchero Misterioso”; igual lo hará después, con dos discos dobles. Así es de generoso.
Esto es una locura que hicimos jodiendo en un bar. Es surrealista. Trata de una ballena que carga inmigrantes, los convierte en obras de arte y los lleva al Primer Mundo. Les saca pasaporte, porque a los cuadros les dan pasaporte cuando entran a un museo, así después no los pueden echar.
En un programa emitido por el Canal Encuentro, que a mí me gusta mucho, cuentan la historia por décadas. Pero, cuando van a lo cultural, hablan de Club del Clan y del Instituto DiTella. En el medio, nada. ¿Y Piazzolla, Yupanqui, Dávalos, Falú? ¿Y todos los artistas que había y no eran del Di Tella? Y había artistas enormes: mi hermano, por ejemplo.
Se levanta y sale de la cocina. Vuelve con más regalos. El disco “Fábulas” y “Canciones de amor de Occitania y otros casos”, con poemas de Gelman o traducidos por él. “Corazón de piel afuera”, con poemas de M.A. Bustos y “Godino”; canciones de cuna para el petizo orejudo, que era un asesino. Me muestra las tapas con pinturas de su hermano.
Como dice el poema de Juan (Gelman)
“(…) y cada hombre se cosiera ya dulcemente sus mitades»
o el poema de Bonplad
“dónde está Nunu, tigre tigre / ahora salido de mi sangre”.
Fragmentos que representan el arte de tapa de los discos.
Todo esto está hecho en el sesenta y ocho. Acá también hay un poema de Tuñón, llamado “La señorita muerta”. Una historia en la que se inspiró Tuñón, sobre una chica que, al morir, la embalsamaron y la pusieron en la sala de espera del consultorio del padre quien la embalsamó. Hay otro, “A la gran flauta”, sobre un flautista español, a quien los indios se querían comer, pero la hija se enamoró de él y lo sacó de la cacerola. Hay de todo acá.
El Tata se entusiasma con su obra en las manos. De la otra sala, llega un grito de festejo. Los discos del cuarteto son una fuente inacabable. Son discos vastos, profundos. Algunos ni siquiera están editados en Argentina y otros, poco a poco, comienzan a editarse. Sus tapas se pueden ver como una línea de artistas plásticos. ¿Esto lo pensé yo o lo dijo el Tata? ¿O lo leí en el libro de Antonia? Ya no sé. El Mundo Cedrón es así. Te incluye en minutos y sos parte de la vorágine. Tal vez, me quede a comer. El Tata deja temas pendientes para una próxima vez. Tiene tiempo para un café y, después, se irá a hacer su micro en Radio Nacional.
El dúo reanuda la música. Las historias son infinitas en Cedrón: cuenta de un grupo que hace tango en ruso, recita fragmentos de poemas, canta algo, menciona a sus hermanos junto a sus oficios y próximos proyectos.
Cargados de vigencia, los discos del Cuarteto Cedrón pueden escucharse al azar.
No sé si esta nota pueda tener un cierre. Creo que continúa en la escucha y en el descubrimiento de la obra y vida del Tata Cedrón.
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