Por Cecilia Miano
Desamor: sobre “Como en la guerra”, de Luisa Valenzuela
COMO MERCANCÍA
Las letras fulguran en la fachada opaca. Las letras estacionan en fila y algo sucede. En primera instancia, a mí me da risa, una risita nerviosa y rápida. Y, en la risa, se me cruzan los opuestos en interrogantes. ¿El amor es buscado por el miedo al desamor?, ¿a quedarse afuera, al rechazo? Vanidad, desolación, hilachas del ego, de la piel y de las ideas. Un lío bárbaro.
EL DESCUBRIMIENTO
Como “En la carta robada” de Edgar Allan Poe, la sensación de inminente búsqueda de algo importante se esconde donde podríamos verlo. Tan notorio es que apenas unos pocos lo perciben con todos los sentidos.
Desde la página cero de “Como en la guerra”, la narradora Luisa Valenzuela propone la desorientación de la escena como norte infinito. Un narrador cuenta crueldades e interrogantes eternos y está dispuesto a acecharnos, si no hacemos algo. Este mismo narrador descubre posibilidades envueltas en aire de espejos, dibuja puertas íntimas y trasparentes para animarse a buscar y buscarse.
¿Qué buscamos?, ¿qué deseamos?
¿Amor?, ¿y eso, qué?
Lo terrible es el amor de espaldas, el desamor.¿Y el desamor, qué?
El libro “Como en la guerra”, para decirlo de manera sencilla, comienza con una escena de tortura inevitable y descolocada. A continuación y por un lapso, el lenguaje se amansa, los momentos se ordenan para la búsqueda: el descubrimiento, la pérdida, el viaje y el encuentro a través del cual el lector recorre escenas de un personaje díscolo- en teoría investigador- apasionado con el encuentro de lo que, hacia el final del libro, descubrimos es uno mismo. De cuán importante es atreverse a emprender ese camino de ilusiones ópticas, de máscaras que no quieren mostrar, de puertas que debemos atravesar para lograr lo que el texto nombra como “purificación”. Esa búsqueda, la razón de la búsqueda, es el encuentro con la verdad, la realidad. Su acceso sólo es posible a través de luchas internas y dolorosas: una guerra desatada para adentro, para descubrir la potencia de la desdicha, del contrapunto, del desamor y de la ausencia.
Todo en este texto es pasión roja de sexo y de advertencias, llevadas adelante por “ella”, la femenina: personaje, con gran entidad propia, que encarna la oscuridad enroscada, de sombras y dudas, de enigmas propios y ajenos. Tiene tanta fuerza la femenina que es capaz de comandar la acción, sólo con la ilusión vuelta esperanza.
El encuentro se da con escondites, con otras realidades: personajes, ciudades, símbolos o palabras.
La calma, el arribo a la meta del “encuentro” es un sitio donde las palabras se vuelven pacificadoras del camino y el rojo torna en luz que ilumina las penumbras del día.
“La naturaleza no tiene grandes primeros planos y es cosa de cada uno el ponerse bien lejos o bien cerca y elegir la perspectiva que más se acomode a sus afectos. El individuo busca el gran primer plano, el perfecto aislamiento: puede usar aparatos o acomodar el ojo.” O puede buscar en el pasado o en el futuro: “Hubo épocas mejores, debo reconocer que hubo momentos lúcidos cuando mi deber no consistía en desterrarme el dolor – más bien todo lo contrario- y fueron los momentos que pasé con ella.”
MALEZA DE INFINTAS CARAS
Así que ella, la femenina, es el encuentro. “…cuando la vimos de golpe, de golpe la vi y pegué un salto hacia atrás de quince años… un salto que me tuvo pegado a una mirada muy oscura, profunda, un agujero-mirada… Fue aquél el principio…”
Hay algo picante en el título de este libro: camino plagado de malezas en mil caras; semblantes detrás de máscaras que defienden ese doblez de cada quien, ese entramado de absurdos escondedores, esa zona de oscuridades y desconocimientos. Y, para entrar en ese territorio, el narrador se desdobla tanto en femenino como en masculino, da brincos con un tiempo que no es tiempo y tiñe para velar-, con bigotes y con labios rojos, con galera y con medias de red, de prostituta y de pseudo psicólogo-, a todos, en una espiral dialéctica: “esta sana costumbre la he aprendido de ellos, no tengo por qué sentirme orgullosa ni estar avergonzada.ni sentirme orgullosa ni estar avergonzada ni sentirme orgullosa ni estar avergonzada es el perfecto equilibrio sobre esta cuerda floja de la vida que me tengo merecida por boluda, una bola atrás y otra adelante para hacer contrapeso, un paso más y caigo, uno menos y ya sé dónde deberán ir a buscarme(…)”
La narradora juega desde el femenino, envuelve, desafía al lector y lo compromete, casi sin querer, a ser observador activo: adentro y afuera del libro a la vez. El lector, híbrido entre personaje y persona, da medio cuerpo a la historia. La lectura repica por dentro y se separa en etapas bien definidas. Como si esta hoja de ruta nos llevara por el sendero correcto para descubrir lo real – el amor en su máxima y en su mínima, en su femenino, en su masculino- y, también, en sus plurales:“al abrigo de un portal vigilamos sus entradas y salidas, registramos con minucia sus movimientos, sus atuendos, su vida tras las cortinas rojas de su altillo o bajo la luz muerta del bar de las camareras donde trabajaba.”
CORALES
En principio el lector recibe la historia que descansa en la superficie. Pero lo entretejido y lo latente ganan la batalla y hacen reflexionar desde distintas escenas: un coro de diálogos. La voz es el gran personaje de este texto. Y tiene matices, inflexiones, ecos que se superponen a otras voces, momentos de exclusividad y, también, entradas colectivas, donde se potencia en multitud. Porque con una sola voz no basta para comprender la cadencia del canto. El amor es polifónico. Aunque haya dos- en los modos, en los ademanes- la multitud de afecciones reescribe la historia en cada gesto.
MAPA A LATIGAZOS
Esta investigación desesperada por “la (aparente) ´única razón de nuestra existencia” – el amor- nos lleva a esa calle vestidos de traje, con corbata y una botella de vino, porque sabemos qué viene, aunque la oscuridad nos depare miedos: conocidos y nuevos. Esos miedos muestran el revés de la búsqueda, la contracara de ese deseo. “Si supieran que uno siempre consigue lo que quiere pero nunca cuando lo quiere. Basta hacer como yo y querer a destiempo: el deseo desfasado”.
Y es en las noches donde el desfasaje se mueve con mayor soltura. En las noches, como si la luz oscureciera las deidades y los tonos aparecieran por arte- no de magia- sino de la búsqueda. Aunque, más tarde en el texto, la noche ya no anda para quien busca. Entonces, ¿para qué está hecha? Tal vez, va hacia el encuentro de otros tonos, para que las máscaras develen la encrucijada: vernos más allá de los espejos. Ser, así, nuestra propia brújula.
“Esas noches, para mí, tenían un color totalmente distinto a las demás noches. A veces iba distraído sin pensar en el día de la semana y de golpe una tonalidad rojiza aparecida a la vuelta de la calle, luces más amarillas que de costumbre me recordaban que ya empezaba el lunes, o empezaba el jueves…”
NOCHE ROJA
“Como en la guerra” es la eterna recurrencia al rojo. La belleza del color y sus tonalidades, como si de él dependiera toda la fuerza con que planteamos el desafío; como si de él pendieran los bríos del brillo para acongojar los miedos. La primera femenina queda atrapada en una casa de rojos, en terciopelos sobre la ventana, en labios abarrotados de pintura, en una lámpara de ensueño, en guantes que dibujan manos y brazos con gracia, en sangre de toro. Las paredes, dice el masculino, no deberían ser rojas.
Igual caigo en la trampa y le contesto:
-Pero todo sería colorado ¿no se da cuenta? El rojo se la va a tragar…
¡Advertencia!: -sería en letras rojas, ya que todas las advertencias así se escriben-: si todo se tiñera en rojo, no podríamos despegar la mirada de lo monótono y el color perdería su fuerza. Para gritar ¡que viva el rojo! es necesario alimentar a los opacos.
TIRO DE GRACIA.
Como si un disparo tuviese el poder de terminar con tanto padecimiento y, entonces, ponerle punto final a una historia, parar la película y dejarse vencer o pensar que ese mismo disparo podría ser el principio: “…entonces podré expresarme como quiero sin temor a esa cosa verde y pegajosa que es el miedo, serán largos años de sacrificio hasta poder llegar por fin al punto que ambiciono, pero hoy aprieto el gatillo en señal de largada, disparo el tiro de gracia.”
Así, con el tiro, el tiempo dejaría de extinguir nuevos horizontes y nuevos cataclismos. Sobre el lomo del caballo, el cochero dibuja mapas de sangre a latigazos. La escena se repite y el tiro se desprende sin puntería. Es difícil dar en el blanco.“…oprimo el gatillo y él cae muerto- él, no el cochero-.”
VUELTA DEL COLOR.
Ella, la femenina, intenta volver al color con hurgueteo ajeno, con deseos desde callejuelas negras envueltas en la noche que transcurre.
La noche vuelta día, el camino llega a su fin.
“Lo peor es que se pone linda a veces a pesar de ser fea y no muy joven. Lo peor es que no parece mala.”
“Lo peor es que existe.”
La multitud no entiende de caminos, pero ella sí. El personaje, sí. Y el lector se replantea su viaje, su búsqueda, su encuentro con una verdad. Roja.
Bellísima, Ceci. Me dan ganas de leerlo 🙂