El olvido: sobre la serie The Leftovers
Por Pablo Arahuete
“Los amigos del barrio pueden desaparecer
Los cantores de radio pueden desaparecer
Los que están en los diarios pueden desaparecer
La persona que amas puede desaparecer
Los que están en el aire pueden desaparecer en el aire
Los que están en la calle pueden desaparecer en la calle
Los amigos del barrio pueden desaparecer
Pero los dinosaurios van a desaparecer”
Los dinosaurios: letra y música Charly García
REALISMO- OVER
En un parpadeo, desaparecieron. Ellos y los otros, quienes no están y quienes se quedaron. Pero lo que no desapareció es el duelo, el esfuerzo por sobrellevar la pérdida del otro. Y, en esa dirección, se encaminó una serie de HBO que llegó a imponerse en la grilla, a sabiendas del riesgo asumido: un drama existencial llamado “The Leftovers”, inspirado en la novela homónima de Tom Perrotta, escritor norteamericano de best sellers que ya habían sido llevados a la pantalla grande en varias ocasiones.
La primera temporada de la serie es la que tomó como punto de partida la historia central de la novela. Mientras que, en su segunda y en la tercera y última temporada la inspiración de los guionistas apostó a llevar la acción y la profundidad de las emociones hacia zonas permeables para las interpretaciones y las incertezas. Todo con una lógica de los acontecimientos completamente arbitraria y sin necesidad de realismo, desde el inicio y hasta el final.
La ascensión es un pasaje bíblico que también inspiró frescos de la pintura en Occidente. El relato refiere al llamado o rapto de los mortales antes del juicio final. Precisamente eso sucede al comienzo de esta intrigante historia, donde el 2% de toda la población mundial – algo así como 140 millones de personas- desaparecen un 14 de octubre de 2011. Las especulaciones sobre el fenómeno sobrenatural llegan rapidísimo, por la doble vía:
- la ciencia y su razonamiento impecable, que pone el ojo en los restos de cada lugar – una huella radioactiva, por ejemplo-
- y la de carácter religioso, en consonancia con aquel pasaje de la Biblia, aunque acá está en juego el valor de la fe o la creencia -no necesariamente católica- como vía de sanación para los espíritus dolientes no ascendidos, aquellos que no fueron alcanzados o seleccionados en la Marcha Repentina.
UN CAMINITO LARGO Y ESCABROSO
Esa dialéctica no es otra que la del olvido contra el recuerdo y se reproduce en un micro universo de un pueblo ficticio llamado Mapleton, en la primera temporada, Jarden en la segunda y Melbourne (Australia) en la tercera. El foco recae sobre quienes permanecieron y además sobre el derrotero de cada uno en el transcurrir cotidiano. La serie también echa luz sobre los grupos separados ante la crisis emocional, aunque las familias no hayan perdido a ninguno de sus miembros en manos de la muerte. Las desapariciones de los Ascendidos son el reflejo distorsionado de las disgregaciones de las familias. La falta de rumbo conduce muchas veces a la desesperación, aunque también a los salvoconductos místicos. La puesta en escena de lo inexplicable y lo desconocido se reconfigura en la búsqueda de respuestas o en la propia negación de las respuestas. Fe contra hechos y nada más en que creer, cuando nadie cree en nosotros.
Sin antagonismos ni maniqueísmos representados, cada personaje es faro y guía de un modelo para afrontar la pérdida de un ser querido. Sin respuestas facilistas, el camino brumoso de cada quien- con su propia historia y vínculo con la fe o el escepticismo- se define por el abandono y por la falta de horizonte. También implica un viaje hacia el pasado, donde los recuerdos no conectan únicamente con la ausencia, sino con el presente, transformado tras la ruptura y la incertidumbre por lo desconocido.
LA TRAMPA DEL PENSAMIENTO
Ellos se visten de blanco y no hablan, salvo por los mensajes escritos en papeles, en plena época de celulares y redes. Dejan algún mensaje u orden. Siempre fuman, bajo la consigna de no malgastar el aire. Ellos surgen en la vida de cada sobreviviente con una única premisa: no gastes tu aliento y recuerda a los que no están. Pasan los años y el color de la ausencia es cada vez más blanco. Se llaman Culpables Remanentes sólo están, también con un estar blanco. Perturban, molestan y resultan unánimemente rechazados por una comunidad que construye héroes para homenajearlos cada 14 de octubre; o, en su defecto, chivos expiatorios: porque muchos de los que desaparecieron no siguieron a rajatabla los 10 mandamientos.
Entonces, ¿cuál es el sentido del dolor, si del otro lado no hay recompensa?, se pregunta un pastor cada domingo, cuando intenta calmar la angustia de sus feligreses, a quien solo atienden “esos de blanco”. Ellos no responden preguntas: saben que pensar es la trampa del olvido. Se fuman el aire para generar vacío. Y así y la ausencia se ve, se toca, se huele. Habrá una máquina para ir a buscarlos, aunque ¿adónde? Creer o desaparecer, olvidar o renacer. Compartir el dolor resulta el mejor antídoto y, en definitiva, lo único que une cuando todo está desintegrado.