El olvido: sobre serie de fotografías “Antártida”, “Hierve el Agua” y “Amor”, de Adriana Lestido.
Por Mariana Paula Dosso

ANTÁRTIDA- SOLEDAD

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Amanezco un tanto molesta, una revuelta de pensamientos se enredó en la almohada. Paso 1, intento disuadirlos con paisajes amigables o susurros del mar. Imposible. Paso 2, busco repartirlos en los estantes de una rutina poco previsible, tampoco logro eliminarlos. Paso 3, me adentro en la nostalgia de imágenes alguna vez visitadas: una secuencia de fotografías de “Antártida”: unas 8, cinco más que mis pasos inútiles. Una serie que recorta paisajes posibles de la soledad en un continente todavía desconocido.

Y así voy, entre la inmensidad y el detalle. Lo enorme de la nada (la “muchidad” como dice Alicia, de Lewis Carroll) se vive a través de una presencia mínima de color, o de un guiño vital: las casas, el barco, tal vez un animal perdido por ahí. De un lado del amarre, los pequeños detalles concentran y hacen foco. De la otra punta de la soga: varios puntos de fuga se expanden, crecen.

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En cuanto a las líneas, las circulares invitan a un recorrido por un lago, por montañas o por un suelo que no conoce vegetación tupida. Así, entre líneas y curvas, entre lo mínimo y lo máximo, el paisaje se presenta quieto, pero avanza e interpela al espectador: un movimiento en la orilla, una sombra apuntada hacia el frente, un camino que se pierde. Y ahí nos quedamos, las estaciones pasan hasta el desafío de buscar los detalles en los matices blancos.

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HIERVE EL AGUA- DESOLACIÓN

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Imágenes difusas en la serie “Hierve el Agua”, cierta niebla amasa los paisajes y la luz tenue se cuela en el fuera de foco: es el vapor del agua que hace de las suyas.

Entre tanta vaporización de la mirada, una mujer presiente la necesidad de contornos o la invitación a un dibujo. Sin respuestas claras, el camino se detiene en el medio y ya no se vislumbran comienzos ni finales previstos. Ahí se empecina en buscar algún mojón de nitidez. Ella se queda atrapada en la primera foto de la serie, donde puede opinar sobre las botas en el medio de la imagen. Se pierde en las fotografías de árboles solitarios bajo la resistencia de la intemperie y entre otras imágenes confusas, donde el sentido busca lugar en el espectador.

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Las botas contorneadas hacen el paso descalzo, el agua hierve, se evapora. Sin embargo, las huellas no siempre están convencidas de mostrar el andar. Otro tanto de ropa derruida en la primera imagen soslaya la desnudez de lo incierto. A tientas, se avanza.

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Ahí, un árbol, asimétrico en sus ramas limpias de brotes, despierta la esperanza de recorrer algunos contornos de las montañas o del suelo. Hierve el agua. El vapor de las fotografías siguientes nubla cualquier límite intuido en las rocas, en los árboles con copas o en los arbustos testigos del camino.

 

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Entre tanta confusión, el paso se torna compartido: dos, cuatro, seis pisadas a la par de un horizonte también incierto. El destino juega entre el final del paisaje y el avance hacia el espectador. Juega y provoca su decisión: avanzar con las personas o recibirlos de este lado de la imagen. Se detiene el espacio en esa espera y, sin enlace previsto, otra fotografía con unas rejas circulares encierra el tiempo, mojón del cuidado, ¿de qué? Acaso habrá un hueco de nitidez sobre el andar. Entre brumas, a la mirada le llegó la hora y, en la última fotografía, descansa sobre las texturas claras de un primer plano. Tan de cerca se muestra, que el “pino no permite ver el bosque”.

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AMOR- SOLEDAD COMPARTIDA

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Ahí sigue el juego de nitideces. En la primera foto y sin más, tienta la idea de un amor de pareja al estilo los “felices de Facebook”. Sin embargo, el andar circular de las restantes despista a cualquier amor tradicional y sensaciones desparejas intentan ocupar el primer plano. La serie fue realizada entre 1992-2005 y está formada por 22 fotografías. Las imágenes retratan personas, paisajes, animales. A veces, con cierta nitidez y otras con unos grises entremezclados. Quizás, la guía para recorrerlas es despojarse de figuras livianas del amor.

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La luz solo aparece para marcar alguna plenitud arrancada a lo fugaz. Entretanto, las imágenes difusas, fuera de foco o en movimiento hablan de la imposibilidad de formatear cualquier sentimiento.

A pesar de esto, alguito despunta al hacerle lugar a la presencia del amor. Así, una camisa en el respaldar de una silla delata al amante en plena madrugada. O el juego de la cercanía  entre dos cabañas inspira historias prohibidas.

Otra secuencia de cuatro fotos y una puede contornear los amores hacia los hijos, hacia una misma, hacia la oportunidad del nuevo día o en dirección a la cautela de la naturaleza.

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Ida y vuelta en la serie con el clic de las fechas y la sal de la bruma, la niebla al acecho y el camino apenas marcado. La nieve en lluvia o el agua en el lente son los escenarios de un animal solitario, que sólo se asoma en una imagen, para anticiparnos: su único refugio es el cuerpo de aquel hombre sentado sobre el más sereno pasto.

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 “Los hombres de alguna manera
tratamos de construir momentos eternos
nos aferramos a las cosas.
El río es el tiempo irrecuperable.
Es un paisaje del olvido,
es lo que más representa la vida del hombre.”

Haroldo Conti, 1971, en una entrevista

Fotografías de Adriana Lestido

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