El olvido: sobre “Patriotismo”, de Yukio Mishima.
Por Carlos Coll
ESCRITOR RESORTE
Mishima es un escritor que abisma en tensiones. En “Patriotismo”, las fuerzas en disputa son suicidio, amor, honor. Livianito, nomás, en lo argumental. No conforme, el narrador japonés también aprieta el puño en la estructura: este cuento encierra una narración dentro de otra. Es un resorte donde cada nodo vuelve al conflicto original, como en un anticipo, aunque con sutiles matices. Pero, ¿cuál es el conflicto del que hablamos? Digo: no el tema, no el argumento, ¿cuáles son las cuerdas, los tensores con los que Mishima fabrica su texto – resorte?
UNA NOTA CIRCULAR
“La nota de despedida del teniente consistía en una sola frase: “¡Vivan las Fuerzas Imperiales!” La de su esposa -luego de implorar el perdón de sus padres por precederlos en el camino a la tumba- concluía: “Ha llegado el día para la mujer de un soldado”. Los últimos momentos de esta heroica y abnegada pareja hubieran hecho llorar a los dioses. Es menester destacar que la edad del teniente era de treinta y un años; la de su esposa, veintitrés”. La escritura dentro de la escritura muestra el material con que teje Mishima. Escribir una nota de despedida es parte del rito. Perfecto. Es, también, parte de lo esperable en la escenografía del suicidio. Perfecto. Lo que está lleno de irregularidades y, por eso permite- por transparencia-, múltiples lecturas es el hecho de que esta nota- tan breve- sea también una especie de mini biografía de último momento. ¡Vivan las fuerzas imperiales!, debe leerse así: para que las fuerzas imperiales vivan, el personaje debe morir. No puede traicionar a su patria, pero tampoco puede reprimir a sus compañeros, quienes –sin avisarle- han desatado una rebelión contra el orden establecido. Y, en “sin avisarle”, hay una señal.
Y A MÍ, ¿POR QUÉ NO ME AVISARON?
“Mientras se afeitaba en el baño, el teniente sintió que su cuerpo tibio se libraba milagrosamente de la desesperada fatiga de aquellos días de incertidumbre y se llenaba de una agradable expectativa pese a la muerte que lo aguardaba. Podía oír vagamente los ruidos habituales con que su mujer cumplía sus quehaceres, y un saludable deseo físico, postergado durante dos días, se presentó nuevamente”. Tal vez, Don, a usted nada le avisaron, por ese modo que ahora muestra en “librarse milagrosamente de la desesperada fatiga”. Tal vez, Don, no tenían por qué avisarle. A aquello solo era un levantamiento contra el régimen imperante, como su ceremonia solo sería un rito íntimo entre usted, teniente, y su esposa. La explicación a los otros la dejarían en sus notas. Y la historia se encargaría de contar el destino de la asonada. En la batalla todo sería revuelo, despojos, pérdida. En interiores, para empezar, pulcritud. Ambos deberían estar perfectos, contorneados en su más pura imagen. Es por eso, Don, que usted y ella se afeitan, se maquillan. Esta será su última presentación en público. Debe ser prolija, ordenada. Es una manera de desafiar, aunque sea un poco, la fealdad desgarradora de la muerte.
LOS CINCO LATIDOS DEL CORAZÓN
PRIMER LATIDO
“El veintiocho de febrero de 1936, al tercer día del incidente del 26 de febrero, el teniente Shinji Takeyama, del batallón de transportes, profundamente perturbado al saber que sus colegas más cercanos estaban en connivencia con los amotinados, e indignado ante la inminente perspectiva del ataque de las tropas imperiales contra tropas imperiales, tomó su espada de oficial y ceremoniosamente se vació las entrañas en la habitación de ocho tatami de su residencia privada en la sexta manzana de Aoba-cho, en el distrito Yotsuya. Su esposa, Reiko, lo siguió clavándose un puñal hasta morir”. Ve, Don, ya desde la primera línea, Mishima presenta el desenlace. Brutal, preciso, sangriento. Y, no solo eso, parece querer que los lectores nos enteremos de la totalidad del cuento, en esa primera frase. Sin embargo, tanto usted como yo seguimos leyéndolo porque, en cada nueva frase, renace el drama. Son círculos concéntricos que se desplazan a lo largo del desarrollo del cuento.
SEGUNDO LATIDO
“En cuanto a la belleza de la novia, envuelta en sus blancas vestiduras, sería difícil encontrar las palabras adecuadas para describirla. Había sensualidad y refinamiento en sus ojos, en las finas cejas y en los labios llenos. Una mano, tímidamente asomada a la manga del vestido, sostenía un abanico, y las puntas de los dedos, agrupados delicadamente, eran como el capullo de una flor de luna.” Aquí vuelve Mishima al nodo corazón del cuento. Ve, Don, las blancas vestiduras ya anuncian, años antes del final, el desenlace inexorable. Hasta uno podría aventurarse a imaginar el erotismo posterior a la ceremonia. Los movimientos de aquella mano tímida deslizándose por la piel tensa del teniente. La dominación del soldado al poseer a aquella criatura de dedos en flor, su mujer. Don, ¿le parece casual que Mishima haya puesto aquello del capullo de una flor de luna? No, claro que no. Vamos bien, Don. El teniente iba a alcanzar el capullo en aquel momento y lo iba a transformar en una flor abierta, olorosa, plena. Justo al borde de la muerte.
TERCER LATIDO
“Tomó la ardilla en su mano y la observó. Fue entonces cuando, con sus pensamientos puestos en un reino mucho más alejado que estos afectos infantiles, vio en lontananza los principios vitales, como el sol, que personificaba su marido. Estaba pronta y feliz de terminar sus días en compañía de aquel hombre deslumbrante, pero en ese momento de soledad se permitió refugiarse con el inocente afecto por aquellas bagatelas. Ya había pasado el tiempo en que realmente las había amado”. Fíjese cómo vuelve Mishima al nudo: la muerte como única alternativa, como la salida anunciada. En este latido resuena la imposibilidad que tiene Reiko de descartarse de su suicidio. Se da cuenta, ¿no? Lo está anunciando a través de la despedida de sus entrañables bagatelas de la niñez.
“Presentía en aquella circunstancia una suerte de merced especial, vedada a los demás, a él solo dispensada. El teniente creyó ver en su radiante esposa, ataviada como una novia, el compendio de todo lo amado por lo cual iba, ahora, a entregar la vida. La Casa Imperial, la Nación, la bandera del Ejército. Todas ellas eran presencias que, como su esposa, lo observaban atentamente con ojos transparentes y firmes. Reiko también contemplaba a su marido que tan pronto habría de morir, pensando que jamás había visto algo tan maravilloso en el mundo.(…) El uniforme siempre le sentaba bien, pero ahora, mientras se enfrentaba a la muerte con cejas severas y labios firmemente apretados, irradiaba lo que podría llamarse una esplendorosa belleza varonil”. Don, usted se da cuenta. Amor, Don, amor. Lo sangriento, a eso que nos han metido como para verlo sólo terrible y pavoroso, Mishima lo transforma en un acto ético y de amor. ¿Se da cuenta el modo en que él logra arrinconar nuestros principios? Pero hay más: su respeto por el orden imperial, su orgullo por el uniforme. Y, para ella, igual. Nunca había visto algo tan maravilloso en este mundo. La bella muerte.
QUINTO LATIDO
“El teniente yacía, boca abajo, en un mar de sangre. La punta de la espada, que sobresalía de su nuca, parecía haberse hecho más prominente aun. Reiko anduvo negligentemente entre la sangre y se sentó al lado del cadáver de su marido. Lo observó atentamente. Tenía la mejilla apoyada en la alfombra, los ojos estaban muy abiertos, como si algo hubiera despertado su atención. Ella alzó la cabeza, la apoyó sobre su manga, limpiándose la sangre de los labios, lo besó por última vez”. Ve, Don, lo que le decía: el amor. La muerte la transforma. La sangre deja de tener el significado oloroso y nauseabundo con que la registramos, para pasar a formar parte de una unidad vital. Ella lo besa en un acto de despedida, pero sin el desgarro de la pérdida.
INVERSIONES DEL ESPEJO
Aparte de la estructura resorte Mishima es también un cultor del detalle. No leemos sobre ellos, estamos con ellos. A su lado, sentimos el sabor dulce de la sangre, nos estremecemos al disparo de su último acto sexual. Morimos con ellos. La muerte se invierte hacia el espejo de la vida, en una última apuesta de fusión, confusión, transmutación y unidad.
El relato es pulcro y excesivo. Detallado y exuberante. Cruel y amoroso.
Pareciera un último anuncio de la memoria que se descarga de su peso y retiene su tesoro. Olvido los transcursos y rescata el instante. Así, el resorte hace sonar su último acorde. Después, el aire descansa en paz.
Questo suo racconto e’ un altra storia molto bella e reclutente nello stesso tempo .. Complimenti maestro