La confianza: sobre una pandemia que te agarra con un océano en el medio.       

Por: Carlos Coll

 

LA INVISIBILIDAD DE LAS REJAS

Titubear e intentar. La puerta se abre y el pequeño espacio aparece. Sin levantar la mirada, observo el piso después de la larga noche: negro y espejado, refleja un sol desafiante. Me cuesta levantar la cabeza. Siento una presión insoportable en la nuca. Finalmente, tomo fuerzas desde mis abdominales reblandecidos y, ¡sorpresa!, se endurecen y responden a la orden de mi cerebro. Entonces, aparecen: rectas, marrones y amenazadoras. Son las rejas del porche de mi casa.

Me cuesta descifrar el más allá de ellas, no lo recuerdo. Menos, en este momento cuando una neblina mental envuelve mis ideas.

Primero: dudas. Después: sorpresa. El espacio que me permite ver la ochava es un agujero sin átomos. Me preguntarán qué quiero decir. Yo mismo me confundo, pero creo que me turba la ausencia. La ausencia de vida: no gente, no ruidos, solo adoquines soleados y autos en un abandono. Esta no es mi ciudad.

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LA TORTURA DE LOS ESCALONES METÁLICOS

¿Seis, siete? ¿Cuántas veces estuve en una de esas que llamo «mis ciudades», esos que llamo «mis lugares”? No lo sé. Hoy me pregunto si lo son o ya no tanto. Las circunstancias nos alteran, nos cambian, revolucionan cada partícula de nuestro ser, incluidos nuestros sabores, nuestros pensamientos.

Esta vez, había decidido subir por la escalera, pero solo hasta la mitad. Mi terror y mis vértigos: las alturas me limitan. Cuando me decida, empezaré a investigar los motivos. Por ahora estoy tranquilo así, limitándome, sin embargo, algo en mi interior ebulliciona y no sé hasta cuándo lNota confianza foto 5o podré detener.

Y subí, agarrado de la baranda metálica, con los ojos semi cerrados. Y llegué al descanso, amplio y lleno de gente.

La vista de París inundó mis ojos. Reconozco que soy flojo y enseguida lagrimeo, pero esta experiencia no la puedo olvidar. Además, no sé si volveré a ese lugar, no después de esta situación que me acorrala en mi espacio protector.

Y, en la noche, la Torre Eiffel deslumbrante.

 

LA DANZA DE LA BARCAROLA APRINCESADA

Volar y aterrizar en un lugar desconocido. Buscar, inocente e ignorante, un taxi y, solicitar a señas, mi destino en un atardecer naciente: la parada del “il vaporetto” enfrente de la terminal de trenes de Santa Lucia, en Venecia, que me permitiría alcanzar La Plaza San Marcos. Llevaba escritas instrucciones de la agencia de viajes: “Carlos, tenés que bajarte en la siguiente parada a la Plaza San Marcos y buscar el hotel. Es muy fácil, la ciudad es pequeña”. ¡Qué iluso, por Dios!

El viaje en taxi fue eterno pero, por fin, llegamos a la plaza Roma. Aquí empezó la aventura: encontrar la estación de tren y, enfrente, il vaporetto. Lo logré, a pura voluntad de fierro y dolor de panza. Así, tomamos otra barcaza y nos bajamos en La Plaza San Marcos. Ahí empezó mi Vía Crucis.

Las mascaritas nos abordaron. Estábamos en medio del “Carnaval de Venecia”. Sin poder creerlo, caminé entre los príncipes de trajes bordados, y alhajas luminosas y reinas bellísimas con pelucas de rulos blancos. Entre la valija pesada y el celular para sacar fotos, me sentí Cristo bajo la cruz. Era imposible encontrar el hotel. Las callejuelas angostas nos estrujaban, los puentes empinados nos arrastraban entre los canales. Entonces, apareció mi salvador: mi querido nieto Felipe, que me levantó el madero pesado y, con la ayuda de googlemap, dijo: “Nono, seguime, es por aquí”. Yo conozco esta ciudad por el jueguito interactivo que uso en la compu. La noche ya nos había cubierto y mi corazón saltaba de la cintura a la garganta. Una callejuela de paredes mohosas y del ancho de la valija, por no agregar que, en viaje desde París, me rompieron una rueda de la maleta y la arrastraba en equilibro sobre tres puntos inestables. La calle se cortaba y debía tomar la decisión de hacia dónde doblar. Dije: “a la derecha”. “No, Nono, a la izquierda” me apabulló Felipe. Rumiante como un caballo, obedecí. “Ahora sí, a la derecha”, dijo. Entonces apareció un camino oscuro con máscaras que nos miraban ciegas, un puente y, al cruzar, el hotel: un palacio espectacular. Me vino el alma al cuerpo.

Me sentí en el reinado de los Medici, en una habitación insospechada. Salimos al carnaval. Nos arrinconaron las mascaritas. Los barbudos vestidos de mujer, los pajes, las brujas y la música de un escenario increíble en medio de San Marcos. Nos sacamos fotos abrazados con el carnaval, ojos deslumbrados y oídos enamorados del momento.

Pasaron dos noches hasta que sonó mi celular y la voz de mi hijo tronó como una pedrada: “Papá, la epidemia. Te mando tres pasajes ya y se vuelven a Buenos Aires”. “¿Estás loco? ¿Qué te pasa? Si acá no ocurre nada.”

Nota confianza foto 2. El infierno de las celebridades Pieter Brueghel
El triunfo de la muerte – Pieter Brueghel

Al otro día, se suspendió “El Carnaval en Venecia”.

SIN DAVID

Llegamos en tren a Florencia, en medio de una multitud de turistas, la mayoría orientales. No había restaurantes abiertos, solo caminatas en búsqueda de soledad y la decisión de no entrar a los museos. A la obra de arte, Felipe la vería en fotos.

Comimos en el hotel unos riquísimos sándwiches de salame y queso. Eso sí, mi mujer y yo, empapados en vino italiano, Felipe: agua de grifo, como dicen los madrileños.

Nota confianza foto 3Recorrimos una histórica y artística ciudad sin disfrutarla. En mis orejas resonaban las palabras de mi hijo, pero seguí. Me dejé llevar por mi audacia e incredulidad. No era posible, pensé, esto es un mal sueño. Estamos en el primer mundo, no se puede morir gente en las calles de Milán. Además, nosotros andamos lejos. Sin embargo, los muertos nos seguían y de cerca.

 

LOS GLADIADORES FANTASMAS Y ANITA ECKBER, AUSENTE

Cuando bajamos de taxi, Roma se abrió como un jugoso higo dorado.

Gente, mucha. “La fontana di Trevi”, repleta y de aguas transparentes. Cerré los ojos y volví, como cada vez que he estado en ese lugar, a soñar con la rubia pechugona que me ratoneaba en mi adolescencia.

Piazza Spagna agotó mis piernas de tanto subirla y bajarla en medio de las emociones, los recuerdos y la multitud que se sacaba fotos. Todos, unos pegados a los otros. Las grandes y famosas tiendas deslumbraban nuestros ojos.

Nota confianza foto 4Entrar al coliseo me arrastró a Kirk Douglas y a Espartaco debajo de la arena inexistente hoy, mientras la Plaza San pedro me inundó de Francisco.

Fueron días inolvidables pero, al mismo tiempo, interminables a la espera de dejar Roma y llegar a Barcelona. No podía no sentir el aliento fétido de la muerte en la nuca.

 

LA DIAGONAL DEL MAR, ESPADA DE BARCELONA

Nota Confianza foto 8 Sagrada Fanilkia Laura Climent
Sagrada familia, Laura Climent

La rambla, Plaza Cataluña, La Sagrada Familia y Gaudí desfilaron ante mí en medio de mi horror mental. No podía más, necesitaba volver. Miraba el piso sin acercarme a nadie, mientras seguíamos comiendo salame y queso. Lo único que me daba ánimo era mi vino tinto en el vaso de plástico que encontrás en cualquier hotel.

Caminar kilómetros por la Barceloneta hasta la Diagonal del mar, sin gente por la calle es un espectáculo dramático. Solo nos topamos con seres humanos en el shopping, donde encontramos un Primark y, ¡a comprar! Era lo único que podíamos hacer. Claro que, con infinitas limitaciones: los precios resultaban imposibles.

 

LA ANSIEDAD EN FILA

Y llegó el regreso. El aeropuerto de Barcelona me impactó: nunca en mi vida ─y viajé mucho─ vi uno tan vacío. Nuestro vuelo salía a la una treinta de la madrugada y estuvimos allí a las veintidós treinta. Nos encontrábamos solos. Me asusté. Pensé: nos anulan el viaje y nos van a dejar aquí, varados. Entré en pánico.

Poco a poco, empezaron a llegar argentinos que subirían a nuestro vuelo. Se preguntarán cómo supe que eran argentinos: muy fácil, faltaban dos horas para el embarque y ya hacían la cola en la puerta.

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LAS EMOCIONES DE LAS GRANDES LUCHAS.

Gimnasia, lectura, películas, internet. Cocina, limpieza. Escaleras arriba y abajo. Ensayos de teatro a través de teleconferencia, Skype. Perversos noticiosos, nietos a los gritos, lavandina, manos paspadas de tanto jabón. No saber qué día es. Soledad.

Me desbordo y grito, discuto con mis hijos por teléfono innecesariamente.

Nota confianza- Foto 7 Entre el reloj y la cama Edvard Munch
«Entre el reloj y la cama», Edvard Munch

Días y días (no olvides que no sabemos cuándo saldremos) de cuarentena. Me falta la calle, el contacto físico, tocar, que me toquen. Por suerte estoy con mi compañera que me da vida, que me chucea, que me sopapea cuando decaigo. La lucha es permanente y las dudas crecen y crecen. Siento las tripas revueltas y el pecho agitado. En cada instante me parece tener algún síntoma de la pandemia, pero reacciono en estado de revolución, voy a la computadora y escribo y me baño y me desnudo y me miro y me digo: “Vamos, Carlos, adelante, seguí. Si te toca, será que este, es tu momento de partir”. Y me paro y giro y giro con los ojos cerrados y escucho el silencio, una música lejana, un auto ausente. Y, me entrego en aceptación. Es entonces que la confianza me invade y sonrío. La confianza no como una certeza, sino como una apuesta. Rearmar mis movimientos, reubicar mis placeres en el espacio posible. No sangrar en la queja. La confianza, no la esperanza, no la pasiva espera. La acción, entre los límites que me queden. La acción.

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1 Comentario

  1. Me encantó el final:

    «Y, me entrego en aceptación. Es entonces que la confianza me invade y sonrío. La confianza no como una certeza, sino como una apuesta. Rearmar mis movimientos, reubicar mis placeres en el espacio posible. No sangrar en la queja. La confianza, no la esperanza, no la pasiva espera. La acción, entre los límites que me queden. La acción.»

    Un grande Carlos, leerte siempre es un placer!

    Abrazo

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