Viaje alrededor de un punto: Música, sobre el Mono Fontana.
Por Mariano Botto
Como la voz fascinante de olas al romper en la orilla: compleja y sutil, profunda e inatrapable, así es la música del Mono Fontana.
Un grillo pliega el silencio y el canto de una melodía avanza, no vuelve sobre sus pasos, teje el aire hasta atraparlo. La voz de un bebé se cuela entre sonidos de percusión y algunos ruidos dispersos; comienza su primer disco, “Ciruelo” (1998):
“Como el ciruelo, el paradigma de la acción es vencido por su propio peso. El crecimiento es lento pero el desprendimiento sucede en un instante.”
Tenía ganas de entrevistarlo para escribir esta nota. Pensaba: de sólo estar un rato con él, obtendría mucho de lo que quiero escribir. Pasaron los días y no alcancé a formular ni media docena de preguntas anecdóticas, ninguna que abordara su viaje musical. Puse uno de sus dos discos y aparecieron todas las respuestas; también desaparecieron las palabras y las pocas preguntas. Por esto, empecé a desandar los recuerdos de cuando lo conocí y estudié con él. Entonces, volvieron retazos de algunas entrevistas encontradas por la web.
“Yo comencé a tocar la batería a los 10 años, también la viola. Y entonces, con mucho esfuerzo,
armé un tono de la viola en el piano. Ponía un dedo y después otro. No sabía ni el nombre de las teclas. Cuando venían los demás yo tocaba solamente ese tono. Sabía cómo y cuándo usarlo, pero no sabía cómo desarmarlo. Estuve así un año y medio. Con una cartulina me armé un teclado y puse los nombres de las notas, cosa que si iba a la casa de otro y había un piano yo tenía mi cartulina y sabía dónde estaba el do. Era como Braille. Así fui aprendiendo.”
Cuesta encontrar músicos con los que el Mono Fontana no haya tocado, sólo para citar las puntas de su estrella: Nito Mestre, Dino Saluzi, Horacio Larumbe, Divididos. Recibió elogios de Herbie Hancock y Alphonso Johnson (Weather Report) a Spinetta, quien solía llamarlo como “El teacher”, “La usina”, “la NASA”.
Para Juan Carlos «Mono» Fontana de Luis Alberto Spinetta:
“Si el espacio creado entre un hombre y un instrumento musical en parte galaxia, en parte piel de cercanía se reuniera como los elementos que componen un imán, además, tuviese el don más puro, entonces todos nosotros estaríamos de una u otra forma escuchando dentro del corazón
del Mono.”
LA CIUDAD MONO
La ciudad incendia el silencio en la avenida. El tránsito, un dragón de hierro, ruge y se mueve a la velocidad de un mundo muy diferente, visto desde el pasaje donde vive el Mono. Vivió siempre allí, a excepción de unos pocos años en que se mudó al centro:
“(…) Estaba arriba de unos tipos que vendían alarmas y estéreos, y escuchaban cumbia todo el día.”
Una calle al borde de Villa Devoto se angosta y la ciudad toma un respiro. Ningún cartel se anima a entrar en el pasaje, el crujir de hojas secas al abrirse la puerta quita las últimas capas de ruido, en el patio florece el silencio. El sol entra por el fondo. Una luz tenue y cálida, un teclado de frente y el aroma de un hornillo reciben a los visitantes tras la primera celosía. Un mundo donde la prepotencia del ruido, la música comercial y los lugares comunes se desvanecen en el silencio acogedor; una pausa atenta y viva, como el instante previo a tocar, cuando primero absorbe el cielo y luego lanza el primer sonido.
“Me compré dos discos que fueron para mí importantísimos. La Cuarta Sinfonía de Charles Ives la compré porque en la tapa había un monito que tocaba la batería con la mano izquierda igual que yo. Me volví loco. No sabía ni de qué era ese disco. Y ese mismo día me compré también un disco de Bill Evans en Montreaux, que dice Bill Evans escrito en cursiva. Yo estudiaba caligrafía en el colegio, y dije: Uy, esa letra es como la mía. Por eso lo compré. Soy el resultado de todas esas casualidades”.
La música del Mono logra pulverizar las palabras. Las nueve obras de su primer disco huyen de las definiciones o de determinado estilo musical. Emprenden un viaje de múltiples sonidos; desde los elaborados – con gran cuidado – con su sintetizador hasta otros grabados por el propio músico: ladridos de perros, bocinas de auto, ritmos casi tribales, voces en idiomas que desconozco, ambulancias, el torno de un dentista, la voz de Hitchcock. La música viaja por un camino sinuoso e impredecible; sin embargo, en manos del Mono, es imposible perderse.
“Es lo que tiene la música que yo hago. Es toda una cosa. Desde chico, cuando toco no escucho solamente la música; escucho también el fondo, lo que está alrededor”. “Si pudieras ver eso en una imagen es algo terrible: la mina recitando algo de no sé qué poeta francés, gente vendiendo cosas y la gotera. Y eso me afecta cuando voy a tocar. Tengo todos los sonidos separados, y según los ordene me van a sugerir cosas distintas”. En otros temas pueden filtrarse, entre grillos y diálogos de películas, los primeros compases de La consagración de la Primavera de Stravinsky, por ejemplo. Me gusta que se escuche mi música como si se estuviera viendo una especie de película, pero la película no está.”
VIAJE DE MONO SIMULTÁNEO
El estado natural de la música es el viaje por el tiempo. Él agrega sonidos, texturas, colores y atmósferas. Se balancea por el ritmo y juega, la música fluye. Allí se suceden varios viajes simultáneos: el propio de la música, su posición en el escenario (siempre de costado, como invitando al público a que lo acompañe) el de los sonidos y el toque particular: la caída de cada nota – de cuerpo entero – en la intensidad del momento justo. Su manera de hacer música retrata diversos paisajes, tal vez tan variados como las personas que lo escuchan. El Mono muestra el mundo, no lo impone, comanda la nave por la profundidad y cada uno elige su destino.
En su modo de tocar está la nota justa en el momento perfecto con la dinámica y rítmica de un sonido que encaja exacto entre silencios. Un engranaje tan aceitado parece andar solo.
EL MONO SE DIVIERTE
“(…)Tocaba con el ciclo “trasnoche Aurora Grundig” Daba igual si pasaban una película de Sandrini o de Hitchcock, lo que yo hacía era bajarle el volumen a la tele y tocaba mirando, tratando de hacer con lo poquito que sabía en ese entonces alguna música que tuviera que ver con las imágenes. 20 años después, hice lo mismo en el MALBA. Es un tipo de improvisación muy piola.”
En el escenario o en la docencia, se divierte:
“(…)lo hago en mi casa con pelis o cosas que tengo y con algunos alumnos míos, también. Les digo: “OK, vos hacé tal personaje y yo aquel”, luego le asignamos a cada personaje algún motivo musical determinado. Miramos y reaccionamos. Es lo mismo que pasa cuando vos tocás con otro músico, él toca y vos reaccionas, se genera una especie de diálogo musical.”
La música coquetea con lo incidental: la textura de sonidos, las grabacionesque se disparan, la carencia de estribillos. Pero no, el contenido de su obra navega tanto en la cresta de la ola como en la profundidad del mar. Las armonías se suceden acompañadas por los sonidos; no son sólo texturas, llevan en sí valijas repletas de emociones.
MÚSICA VIVA
Verlo tocar en vivo es una experiencia mística. De los conciertos la audiencia no se va tarareando una melodía pegadiza; no hay en ella deseos de agradar. Luego de escucharlo persisten el eco del universo musical y la certeza de haber presenciado una obra artística genuina. Su desinterés por el exitismo se escucha a cada nota, sólo le preocupa tocar y siempre agradece en público a quienes le abren las puertas, ya sea un pub reconocido del circuito del jazz o algún centro cultural de barrio.
“Me siento en la misma situación de los primeros músicos de la historia. No tengo que fijarme si me hicieron las fotos de prensa, si hay un manager o un representante. Hago música porque quiero, no porque tengo que hacerla. No tengo ninguna presión de nada… es una carrera solista sin presiones. Creo que lo que hice siempre fue desde el lugar más honesto posible.”
Las bateas, nerviosas, se preguntan: ¿Dónde ponemos su disco? ¿Jazz, World Music? Pero es agua, salpica, es fresca y no se la puede retener por mucho tiempo, se cuela por cualquier grieta, se evapora, tiene su propio camino. La creatividad lleva la velocidad de la vida y los nombres que determinan el arte, la lentitud de la historia.
“No puedo estar en un solo lugar. Soy como Zelig. Soy más bien una degeneración. Me fascinan los Beatles, los Carpenters, Bernard Herrmann, el tipo que escribía la música de las películas de Hitchcock. Soy un poco como la tapa de Sgt. Pepper’s”.
SALIR O NO SALIR
“Se trata de salir quedándose adentro”
Gilles Deleuze.
Al Mono no le gusta viajar en avión y no sale de gira a pesar de haber tenido oportunidades hasta con Spinetta. Tampoco acepta actuales propuestas para viajar a Japón, donde sus discos se venden.
“La verdad es que dejé de tocar con Spinetta porque les tengo terror a los aviones. Es más, una vez lo clavé en una gira… sólo pensar en tomar uno, me provoca fobia.”
Sí participó del unplugged que realizó Spinetta en Estados Unidos:
“(…) Ese concierto estuvo bárbaro (unplugged) para mostrar la obra a mucha gente que no conocía las cosas que hacia Luis, el poder mostrar que –aparte de otros artistas estaba lo que hacían Charly o Luis; tipos que hacen una música muy especial que no tiene nada que ver ni con modas ni nada… Y por otro lado, en lo personal, fue todo un desafío ya que, hasta hoy, tengo problemas para viajar en avión; y lo hice por dos razones: una, por mi esposa, ya que viajamos juntos –entonces, el decirme: “bueno, me animo y lo hago, me pase lo que me pase”, y la otra por mi amistad con Luis, de seguirlo aunque me costara ir ahí, como diciéndole “no te preocupes, de alguna manera, llegaré…”…” Era una situación muy complicada ya que no podía seguir tocando debido a este problema, es más, ahora estoy tocando de nuevo con él y pasó que cuando fueron a Chile, yo no fui. Por eso tengo esa especie de “golden card”, como decir, bueno, “si no puedo, no puedo”; con la banca de Luis, su bendición, de que no lo haga si no puedo. Este es un tema que estoy laburando, lo estoy tratando. Después del unplugged no viajé más. Si en ese momento lo hice fue debido a que era muy bueno tocar esa música en ese lugar, para otros oídos. Además, coincidimos con otros músicos. Encontrarnos ahí con Franzetti, tocar algunas zapadas con Pappo, fuera de los ensayos típicos.”
CRIBAR EL VIAJE
Años después de su primer disco aparece el segundo y, hasta ahora, el último: “Cribas”.
“Es como un filtro… y le puse así al disco porque desde Ciruelo” hasta hoy acumulé y desarrollé una gran cantidad de cosas. El material inédito que descarté no tenía nada que ver con el que grabé, pero fue necesario. Pasó un montón de tiempo hasta que dije ‘quiero que quede esto”.
Es un disco grabado a piano, solo con algunas intervenciones: la de una mujer que lee un poema en francés, goteras, sonidos urbanos, agitadas respiraciones. En “Cribas” el viaje es sonoro: nunca se vuelve al mismo lugar y, en caso de regresar, quien lo escucha se transforma. No se confirman sitios ni juicios, no se adquieren experiencias para el arcón de los recuerdos. Por el contrario, se entra por la grieta del verbo “viajar” donde la música abre interrogantes y, desde allí, se elevan los sentimientos que toman el sonido como la punta de ovillo de un universo de sucesos cruzados.
“Cribas” da otro pliegue sobre el silencio. Y en cada pliegue introduce las notas de una relación directa de viaje y raíz. ¿Quién puede decir luego de mirar un árbol durante unos minutos que el propio árbol no viaja? ¿Quién puede decir que una persona que recorre el mundo en primera clase es un gran viajero?
Entre la vastedad disparada de sonidos y notas musicales, se produce el encuentro. Un encuentro verdadero en el silencio y la atención. Público y músico van en distintas direcciones y se encuentran allí, en la raíz del árbol: en un idioma emotivo, complejo y preciso.
MONO EN EL BALCÓN
No fue necesario ir a entrevistarlo; en mi viaje por la memoria estaban las respuestas y en la grabación de mi primer disco de “El Balcón” estuvo sellada su impronta.
Lo invitamos. Queríamos que el Mono Fontana tocase sobre un poema que yo musicalicé: “Noche y campo”, de Amelia Biagioni. El tema ya estaba grabado. La presencia del Mono tambaleó y, a último momento, confirmó que lo haría. Osqui Amante -técnico de sonido- a un lado; Carla Cecche y yo, al otro. Hizo pasar el tema dos veces, parado frente a su teclado. Luego se sentó, pidió bajo volumen y comenzó a grabar su parte, por completo desconocida para nosotros.
Primero tocó unas notas, hasta un poco después de que el tema se desvaneciera. Volvió a pasarlo. Construyó un sonido superior, mientras anticipaba las notas grabadas en la toma previa y, en una tercera pasada, les pintó una estela. Luego hubo otras pasadas con acordes y una última, con piano. Como cuando un artesano pule su pieza, sin descuidar los lugares imperceptibles. Cada pliegue sumaba a esa totalidad, de allí se destacaba, tal vez, el pico de una nota superior sostenida por cimientos tan consistentes como luminosos.
La voz del Mono, extraída de:
• “No tengo presiones de ningún tipo” 28/01/07 Cultura y espectáculos-Página 12-Cristian Vitale
• IMPROVISANDO INSPIRACION, Entrevista al Mono Fontana 22/08/11 Secuencia inicial
• «Colores que pintan historias y canciones» 06/ 2010 Sinestesiajazz.blogspot.com.ar