Viaje alrededor de un punto: sobre vigiladores y porterías.
Por Roberto Aguilar
CRÓNICAS DE UN VIGILADOR
Si estos apuntes llegan a ver la luz, salidos desde la mesa de esta portería- en donde un guardia de seguridad hace de cuidador de llaves, psicólogo, monitorista, enfermero y por último portero- quiero que vos, lector miserable, burgués de la vida sana, los grandes pasatiempos y dueño de tu tiempo libre, te sientas tan incómodo como un estúpido chico o chica bien escurrida de una playa con una gran agua viva bajo tu pie. Y a vos, hermano de la pobreza, de la desesperanza, paria de los trabajos miserables, mi abrazo fraternal y el guiño de un camarada que te dice: a pesar de todo, se puede. A pesar de todas las humillaciones, se pueden dignificar estas labores con la mano hundida entre la mierda, pisoteada hasta que salga una palabra. Se puede mejorar esa bosta y quién sabe sobre qué rincón de cualquier mesa- la de tu casa, la del trabajo, la de esta sucia oficina en donde los cables de luz, teléfono, videos, cuelgan por fuera de las paredes- puede que en algún momento el milagro se haga y crezca una flor al lado del pisapapeles, en los muros o por la puerta aparezca la madreselva rastrera con los mensajes de todas las viejas o viejos tristes, jóvenes desesperados, soretes arrogantes y demás chinches de la humanidad.
Alrededor de tu insignificante punto en el mundo, verás pasar muchísima gente. Y, de pronto, cuando prestés atención, le des el oído a todo paseante cerca de vos, una flor exótica, asombrosa, nacerá de la roña, como los bebes de la placenta y de la sangre magullada; una rosa que será, por un instante, cuando alcés la cabeza entre las manos, tu más intensa alegría. Entonces pasarás a ser la envidia de todas las lagartijas baratas de la felicidad. Dejarás de ser un abandonado trabajador como yo y tornarás en un coleccionista de historias, de voces y sombras revolcadas sobre y debajo del suelo, al igual que los muertos en las tumbas de todo tipo. Un coleccionista salvaje de la violencia real, de la vida a punto de ser pura ficción. Entonces, con todo el derecho a gritar que no estás más solo, en la sensatez hecha delirio por las voces agolpadas en tu mente, te cagarás de risa. Te darás cuenta: tu trabajo interminable de horas y horas vegetativas vale tanto o más que cualquier otro de nombradía. ¡Pero, atentti!, cuando tu compañero o compañera,fascista e incrédulo, dentro y fuera del laburo, te pregunte- con la cara de asco de un profesional a un vago o vaga clavada sobre el asiento de portera-recaudadora de relatos: ‘¿de qué lado estás?’, vos, Juanita Pérez, Salvador Gaviota u Hoja Negra, con todas las caras de los desgraciados, le contestarás a ese sorete: ‘con la babosa, con la serpiente sobre todas las medianeras, contra los límites, sobre la raya de tu culo inerte’.
UNA MONTAÑA SOBRE MI MESA
No soy Alejandra. No soy Pizarnik. Hasta en el silencio me balanceo sobre una letra de ruido. Salto a otra. Juego a hacer una palabra. Cuando ya está escrita a medias, hago el sueño de una nota. Entonces grito sobre la hoja inmóvil. En el desierto, no soy de arena. Soy el viento que hace la piedra. Ni siquiera breve, más bien el reverso de una historia terminada. Soy la piedra viajera contra tu frente.
Aúllan los lobos en la noche. Estoy desprotegido, desnudo, con toda la ropa de las historias por venir. Estoy entre sus garras. Sus dientes me destrozan. Viajo por el hambre de sus entrañas. Conozco cada partícula de crueldad. Hiroshima nunca estuvo tan cerca.
¿Quién puede describir mi confusión? Creo que soy otro u otra. Me han encadenado a la locura del progreso. Pero tengo estos dedos tan afilados, tan vueltos cuchillos. Limo el hierro, las asperezas de la demencia en la razón. No cuento los días. Agrego más horas para mi libertad total. Mientras tanto, sigo en mi confusión: limo y mato cada vestigio de lo que no soy. ¿Pero quién soy? ¿Hacia dónde voy?
Estoy inmóvil. Petrificado. Tengo ataques de pánico. Mi nuca transpira como nunca. Lloro de terror por el mundo. Alguien viene desde atrás y me desata. Me ordena: ‘¡Pendejo, a trabajar!’ Mientras tanto, no me muevo. Giro alrededor de un punto.
La clara desazón, sensación de nunca haber sido amado en toda la historia de lo que fui: pájaro, vela de un barco, cometa, estrella fugaz, hombre sin alas, mujer sin talón, sirena. Por eso escribo, escribo sin parar, escribo con llanto, con ruido.
Tengo sobre mi mesa una constelación de cosas. Es decir: miles de papeles desordenados, remedios, maquinitas de afeitar, papel higiénico, paquetes de arroz, té- muchos saquitos de té- libros, desodorantes resecos, azúcar desparramada sobre el teclado, un trapo de gamuza sin usar… Todas estas cosas forman una montaña. A veces se desmorona. Se desplazan hasta el mouse unos auriculares, el estuche vacío de mis anteojos o alguna lapicera. Quieren decir algo: ¿Sobre su abandono? No, me agradecen el haberlos resucitados. Me besan las manos, me acarician. ¡Son tan pegadizos! Están celosas de las chicas que busco por internet. Pero nunca nada. Sólo esas cositas. Entonces, no tengo más que corresponderles con alguna palabra sobre el teclado, alguna piedra, más tierra o más polvo sobre este enorme caos. A veces la humedad hace el milagro de crecer un hongo sobre la montaña. Y, de pronto, venida de no sé qué mundo, aparece una florcita salvaje sobre la mesa. Una florcita tan diminuta y huidiza como la lagaña de un pájaro, tan hermosa como el vuelo de un colibrí, tan vigilante como el reflejo de mi cara sobre la pantalla de la compu, tan congelada como la imagen de una cámara, loca como algún plasma dañado, en cortocircuito.
EN LO COTIDIANO
Por el momento, lector de las porquerías de este mundo, dejo estos pensamientos para entrar en los lugares cotidianos, en las palabras cotidianas. En este país que nos aplasta todos los días. Voy a escribir, sin respiro, sin aire del exterior, historias cortas. Cortas como un pedo y largas como su olor.
LAS VOCES DE HOJA NEGRA
Hoja Negra a su celu Sony W395: ‘Probando… 1, 2, 3, 4. Ahora sí. Puede hablar. Preséntese’.
‘Escuche, ‘Hoja Negra’: Soy Vladimiro. Me conocían como ojo de vidrio. Esto parece un chamuyo, pero es así. Usted, para ser portero de esta fábrica, tuvo que pasar por mí. Yo fui su filtro. Yo le di el ok al cabezón para que se quedara, ¿sabe? Por un momento, acepto confesar en su grabadora porque me cae simpático. ¿Qué me preguntaba? Ah, sí. Yo mandé al frente a todos los que pude. Eran estudiantes de derecho. Subversivos. ¡Qué gracioso! Cumplía la misma función que ahora. Era portero de noche. Como ahora. Su relevo ‘Hoja negra’. Su relevo. Todos tenemos relevo; más los muertos, ¿no? La taquería me tenía sin cuidado. Estaban con nosotros. Era simple. Pegaba un tubazo y el grupo de tareas estaba en la casa de ellos. Mire que simple, Hoja negra. Mire que simple. No necesitaba ir a los sótanos para confirmar que estaban allí. Ponía la oreja en el tubo, como en una vitrola y los oía. Los escuchaba gritar desde la oficinita de la facu. ¡Y cómo gritaban, Hoja negra! ¡Cómo gritaban! Eran truenos en la noche. Despedazaban sus gargantas como bebes de pecho abandonados por su madres. Entonces avisaba a mis superiores que todo ok. Ve, yo no necesito ir a ningún lado. Ni cuando era joven lo hacía. Desde que se inventaron los tubos ya no es necesario. Usted, con su celular, lo puede comprobar. Quédese quieto y lo peor del mundo le vendrá encima. Y, ahora, con mis setenta años, sigo con mi trabajo, aunque menos heavy. No me arrepiento de nada. Una llamada al cabezón y puedo echar a quien me plazca. Usted es un triste vigilador. ¿Sabe a cuántos de sus jefecitos les di el olivo? Sí, a esos que les dicen supervisores. Y eso que trabajo de noche, fuera del mundo. Pero la noche no se hizo para soñar o dormir. Se hizo para estar atento, vigilante como usted. Detestable como usted. La noche es un viaje sin retorno para muchos, ¿sabe? Pero usted, Hoja Negra, me cae simpático. Me cae simpático.
Clik, gracias –Hoja Negra, a su celular y a su relevo de la noche.
Clik. –Hoja Negra enciende el grabador de su celu al tiempo que lo esconde en su bolsillo.
-Hola, ¿cómo está la Portería? ¿Cómo estás, Negri?- Entra Karina Bontempino, la subjefa de Recursos Humanos, y saluda a Hoja Negra.
-Todo bien. ¿Y vos?
– No tan bien – contesta Karina muy triste, con los ojos cargados de lágrimas
-¿Qué pasó?
-¿A vos te parece que el hijo de puta de mi jefe no tenga los huevos suficientes para separar a la harpía de su buche del lugar en que trabajo? Hoy me peleé otra vez. Casi nos agarramos de los pelos -suelta una lágrima- ¡No puedo más, no puedo más! Disculpame. Creerás que estoy rayada –ríe con la sonrisa más mentirosa- Por culpa de ella perdí a mi hijo. Estaba de tres meses. Mi novio, que vive en EE.UU, mandó semen para que me quedara embarazada. Nos vimos en persona muy pocas veces, pero nos amamos. Yo siempre fui allá para verlo. Chateamos todos los días. ¡Y ahora esto! Estamos destrozados. Johnny me dijo que tuviera paciencia, que me iba a enviar más semen el próximo semestre. Pero, ¿sabés una cosa?, durante estos días no se conectó como siempre. Temo perderlo. ¡Tengo 41 años! ¡No puedo esperar más! El daño es enorme. Estoy sin él, sin mi hijo. ¡Qué más me puede pasar! Sólo me queda llegar a un acuerdo con mi jefe por la liquidación final e irme. Pero quiero que mi hijo nazca acá. Que sea de esta tierra. No, no me voy a ir. Si él no quiere venir, voy a adoptar. No voy a viajar allá. Seguiré peleando con esa harpía y con mi jefe. Pero eso sí: novios de acá, no quiero. Dos veces me abandonaron sobre el altar. ¡Me dejaron clavada! ¿Podés creer? Seré madre soltera. Ya está decidido. Voy a elegir al bebé más enfermo, al más abandonado del mundo. Romperé con el falso mundo de internet, con las bestias de este país y seré otra persona. Pero no me iré a ningún lado. Me quedaré entre medio de estas hienas. Trabajaré como siempre y lucharé. La fuerza me vendrá por la alegría conseguida durante la crianza de mi hijo. Juntos, nos cuidaremos. Yo ahora a él, él más tarde a mí. Lucharemos juntos, solos, parados, hundidos en el barro de este lugar perdido, sin destino alguno. Total, el cielo de esta ciudad es tan negro como el de cualquier otro lugar. No hay donde ir. No hay estrellas que seguir. Los aviones son y serán siempre títeres de fuego en el espacio.
-Plac – Karina enjuga sus lágrimas con el dorso de una de sus manos y cierra la puerta. Se va.
-Clik – Hoja Negra apaga su celular y agacha la cabeza. Escucha al tiempo a través de los vidrios blindados de la ventana. Afuera, la tormenta es infernal en el mediodía oscuro como la noche, pero adentro apenas se escucha un suave ulular de ráfagas salvajes. La hora queda suspendida en la voz ausente de Karina.
PEQUEÑAS DELICIAS DE UNA TARDE A PLENO SOL
Una tarde a pleno sol, Hoja Negra salió de la Portería y dejó en reemplazo de sus funciones a su compañero escopetero. Entró en la enfermería enfrente de la oficina y saludó a Juana, la vieja enfermera de la fábrica textil. El guardia se sentó sobre un banco y esperó a que Juana se acercara. La enfermera vino con el tensiómetro. Hoja Negra sacó el grabador y lo puso sobre una camilla al lado de su banco. Entonces Juana accedió a contar su historia, mientras atendió al vigilador.
-1, 2, 3, 4…puede comenzar, Doña- le dijo Hoja Negra a la enfermera.
Bien, querido. Fue hace muchos años, cuando apenas existían las obras sociales o las ART y los seguros de vida corrían por su ausencia. Acá hubo un incendio muy grande, justo bien enfrente de nosotros, en tejeduría. Había muchísima gente allí. Estaban hacinados. Sí, sí, mientras mucha gente huía de las llamas, tuve que salir corriendo a socorrer a los heridos que se tiraban desesperados al suelo. Los bomberos tardaron en llegar. Cuando lo hicieron, encontraron una decena de muertos contra las máquinas tejedoras. Fue un infierno, querido. Nunca había vivido algo así. Hice lo que pude. A algunos los salvé de perder sus brazos, sus piernas, pero en otros, la desfiguración por el fuego fue terrible. No tenían cara. Eran zombis a ciegas y a grito pelado por los pasillos. Esta fábrica siempre fue insegura. Muchas personas se habían caído en los pozos donde van los fluidos químicos hacia las cloacas de la calle. Murieron en el acto. Desde aquel entonces, las cosas cambiaron aquí. Si tenés la oportunidad de trabajar de noche, muchos operarios viejos y nuevos te contarán acerca de la aparición de almas en pena durante la noche o madrugada en los lugares donde pasó el incendio. Yo misma fui testigo de uno, cuando me tuve que quedar un turno nocturno. Al ir a atender a un hombre con baja presión, lo vi. Era mi hijo, su fantasma. Me extendía sus brazos. Abría su boca llena de dolor y caminaba por los pasillos oscuros. Pero para él no había espacio ni tiempo. Traspasó las paredes y me vino a abrazar con su pelo largo y lacio. Yo me quedé quieta, lo esperé y lo contuve todo lo que pude entre mis brazos. Pero él, hecho de niebla, pasó mi cuerpo en forma lenta rumboadonde había muerto y donde habían estado los conos de hilos coloreados que nos separaban durante aquella noche infinita. Ese era su mundo. Esa era y es su eternidad. Ese era, entonces, mi muchacho. Es como la pulga que espera y de pronto encuentra su lugar. Cae sobre la piel llena de sangre y, si nadie la molesta, se queda a vivir allí para siempre. Entonces, todo se detuvo para él, en aquel momento. Él vivía en aquella noche de fuego. Por alguna razón, aquel momento se detuvo en el tiempo. Aquel lugar de infierno nunca se fue, siempre está cerca de él, siempre está acá. Cuando traspasó mi cuerpo, sentí mis brazos y piernas arder. Comprendí que él vivía para siempre en otra dimensión. En la dimensión del dolor. Sé que vas creer que estoy loca. Pero eso fue lo que me pasó aquí, mi querido guardia de seguridad. Nada puedo cambiar. Nada puedo cambiar de ese mundo, ni de este tampoco. Está tan estático como la misma muerte.
Hoja Negra apagó el grabador. La enfermera le dijo que estaba con la presión muy baja y que se cuidara. Le dio unas sales. Hoja Negra se levantó, la besó muy fuerte en la mejilla y le dijo:
-Le creo, señora.
-Gracias, querido. Estoy muy vieja y todos me creen loca.
-Yo no, señora.
Hoja Negra salió al pasillo poblado de rejas alrededor de la Portería. Respiró profundo y miró al cielo, a los resplandores del sol hasta quedarse ciego. Cerró los ojos con fuerza. De golpe, los volvió a abrir. Un montón de estrellitas saltarinas y ruidosas poblaron el contorno de sus ojos, el contorno del mundo. Estaba de vuelta en el medio de la noche.
Un cuervo en la terraza
¿Cómo va tu lectura, despreciable fisgón? ¿Sigue tu culo aplastado y girante a los cuatro puntos cardinales? De mi parte, lamento decirte que ya no tengo Portería. ¿Pero quién la necesita? ¿Quién necesita una casa? Me tengo a mí mismo y con eso basta. Y en las noches de lluvia, ¿cómo vas a hacer?, me preguntarás. Pues, con una chapa en la cabeza, me alcanza. Después de todo, vuelvo a mi cubículo, a la cucha del perro, como vos decís, al más solitario de los laburos. Te digo: un vigilador, por lo general, siempre está solo. Ahora me toca a mí. No hay nadie, nadie, nadie. ¡Adiós, gente anclada en las olas interminables de cemento! ¡Adiós, Portería! ¡Adiós, Karina! ¡Enfermera, adiós! ¡Bienvenido sol de la luna! ¡Luna de todas las galaxias! ¿Pero, qué te pasó? ¿Cómo llegaste allí? Me preguntarás de nuevo, incrédulo lector. Pues yo te digo que, antes de irte, abras tus orejas como las alas del cuervo traidor y sobrevueles este desierto. Sobrevolá mi cuerpo y, con garras afiladas, tomá cada pedazo de todo lo que te voy a decir. Pero todavía no lo devorés. Escuchá, por un momento. Girá tu cuello negro y elástico. Escuchá:
Después de un gran incendio en la fábrica, un periodista subió por una escalera de bomberos hasta el techo sano que quedó de la Planta y se dirigió hacia mi garita de vigilancia, instalada en el medio de los escombros. Lo recibí con las piernas extendidas sobre un banquito al aire libre bajo el sol del mediodía, mientras el resto de mi cuerpo estaba hundido en una sillita dentro de mi casilla. El periodista se acuclilló y extendió su grabador cerca de mi boca.Transcribo ahora, punto a punto, con mi memoria de grabador, la entrevista que me hizo:
(Click del grabador del periodista).-Dígame, ¿usted era el portero de la empresa?
-Sí.
-¿Cómo se inició el fuego?
-Fue en la Portería, debajo de este techo. Se lo advertí a la gerencia. Se los dije: ‘Estos cables sueltos no pueden estar así. Cualquier inspección seria de la municipalidad les cerrará la fábrica. Pero, bueno, todos conocemos lo que sucede: Algo de dinero bajo la mesa y aquí no pasó nada… Fue durante la noche. El viaje del cometa Halley resultóun poroto al lado de lo que ocurrió aquí. Por suerte pude zafar del infierno de la Portería. Llamé a los bomberos y a la policía. Aunque no hubo tiempo. Murieron muchos y…
– Disculpe que lo interrumpa, ¿qué es ese listado pegado en la puerta de su garita?
-Parece una burla, ¿no? Fijesé (así venía conjugando su voz propia, ¿no?). Tome nota. Saque foto. Es el listado de los que cumplían años en marzo. Me lo entregaron antes del incendio. Los que yo marqué en azul son quienes no estaban más en la fábrica: los pensionados por invalidez, los enfermos terminales, los jubilados y los muertos hace varios años atrás. Sin embargo, estaban en el listado. ¿Qué le parece? ¡Y estos! Todos los que están marcados en rojo son los muertos por el fuego de este incendio. Ironía. ¡Gran ironía!
(Click de la cámara de foto). – ¿No le preocupa perder el empleo después de esta declaración?-
-No. Me importa un bledo.
-Usted se quemó mucho en la cara y en los brazos, parece, parece…
-Dígalo, Sr. Periodista. Dígalo. Una hoja negra, ¿no? Una hoja negra bamboleada por el viento caliente, entre brazos caídos, piernas colgantes y cuerpos traspasados por los fierros derrumbados desde los techos; y, sobre todo, voces, gritos salidos de una gran olla hirviente del infierno. ¿Quién se los comerá? Usted, Sr. Periodista, y toda la lacra de la humanidad… Sí, don Cuervo, una hoja negra. ¡Vamos! ¡Dígalo!
-Bueno, no me insulte. Usted lo dijo, yo no…Bien, gracias por darme algo del tiempo de su trabajo.
-¡No! Mi tiempo libre dirá. Ahora custodio a los fiambres de este cementerio y todas sus pertenencias. Es por el seguro, ¿sabe? Alguien lo tiene que hacer. Alguien tiene que estar. Alguien se tiene que ocupar de ellos, ¿no? Y también tomo nota de este sol muerto de la galaxia. ¿Lo ve? ¿Lo ve? ¡Se ve tan radiante! Y espero a la noche, espero la caída de alguna estrella plateada…
Clack del grabador del periodista
DESPEDIDA DE HOJA NEGRA BAJO EL RESPLANDOR DE LAS ESTRELLAS
Click.’ Uno, dos, tres… probando. ¡Volví, querida oscuridad! ¡Volví Hoja Negra! ¡Volví!’
‘El periodista apagó el grabador y se levantó. Miró, a lo largo y a lo ancho desde aquella terraza, toda la devastación de lo que fue un gran edificio viejo de la industria textil. Me dio la mano y bajó por la escalera de los bomberos. Yo nunca me levanté de la silla. Entonces, si hubo una silla, debió haber habido una mesa. Y si hubo una mesa, también una lapicera y papel, ¿no, lector? Pues aquí estoy, vivito y coleando frente a vos, bajo las estrellas con miradas de fuego. Todavía con mucho veneno por destilar y poco que guardar. Sin embargo, no me queda demasiada noche por recorrer: me duelen los brazos, la piel me arde, estoy cansado, tengo sueño. En otro umbral, será. Gracias por tu tiempo vivo. Gracias por ser la vela encendida sobre lo que escribo. Eso es todo amigos’. Clack.
Notas relacionadas:Noches LargasReunión de voces alocadas. |
1. En la ambulancia. Un operario con ACV va rumbo a la clínica. Mientras el gerente de Recursos humanos le dice al de Producción, casi en sus oídos, (click):
2.Cartel en la puerta principal de acceso a tejeduría, click:
3La imagen de Aristóteles pegada en todas las oficinas de administración y en el salón principal también, click
4.‘Federico Eichelberger. Fundador de I.N.Tex Ar. Fundador del infierno. 5 de Enero de 1945. Más abajo: Bienvenido a Auschwitz.
5.Dicho del supervisor a sus vigiladores. Dicho del jefe a sus subordinados