El abuso: sobre la salud mental.
Por Paola Braslavsky
LA IM-PACIENTE
Ahora ellos van a decirme qué es lo mejor para mí, algo así demanda Virginia Woolf (Nicole Kidman) en “Las horas”, película estadounidense del año 2002, dirigida por Stephen Daldry. De ese modo, internada a causa de sus crisis emocionales, ella reclama ser escuchada por “ellos”, los médicos de la Inglaterra de su tiempo.
Siglo XX, primera mitad: el sarcasmo de Virginia reclama que no se clausure la cuestión con la “Ciencia” que ellos practican; que los asuntos de la enfermedad mental y del profesional idóneo no sean solo cuestiones de especialistas en la materia; que el tratamiento no se configure a imagen y semejanza de sus intereses.
No soy paciente, parece exclamar Virginia. El territorio de la salud no es solo el de la aplicación de métodos y técnicas. Es el esfuerzo humano por enfrentar la enfermedad desde todos los ángulos. La enfermedad: un tejido grosero, lleno de nudos alrededor. Destejedores, delicados destejedores deberíamos ser.
¿Estamos a la altura de semejante oficio?
Destejer.
Desandar.
Desatar.
Desanudar.
Analizar.
Hincar en la raíz (el cirujano, según Freud).
Sin llegar al fondo. Nunca.
Para volver a hacer nudos más enérgicos o más flojos, hilvanar a veces. Nudos distintos. Trenzar desde distintos lugares. Desde la otredad. Mezclar diferentes proporciones. Darse el tiempo, es una obra. ¿Obra abierta?
Sin llegar a cubrirlo todo. Nunca.
Que el hilo del sujeto se transforme en armazón. Siempre.
Abuso es que el otro –padre, madre, profesional de la “Salud” o de otra disciplina, incluso el Estado- se erija en medida única de “lo sano”, en el parámetro desde el cual evaluar todas las cosas particulares con un “abra cadabra”, con una vara universal.
Abuso es clasificar, catalogar, disciplinar sobre lo normal y patológico, por esa pasión de corregir y corregir. Claro, mejor corregir que escuchar y entender aquello que escapa a la simbolización.
Abuso es no soportar que las historias queden sin acabar, con finales abiertos, idea a la que me acerca Amos Oz, en “Contra el fanatismo“(1). Abuso es no soportar que las historias de quienes nos consultan no se cierren, abuso es no entender cómo sus finales abiertos dignifican esas historias. Y los dignifican a ellos.
MANUAL DE DESABUSOS
Nos salvaría del abuso que los profesionales de la salud mental adhieran en acto a lo que hermosamente expresa el título del libro En la infancia los diagnósticos se escriben con lápiz (2). Abuso sería no tener a mano la goma, no crear las condiciones para usarla, no romper la hoja de tanto borrar.
Lo que nos apartaría del abuso es sostener hasta las últimas consecuencias que nadie es un ADHD o un TDHA, en nuestra versión en español (3); es sostener que estas etiquetas circulantes, en los ámbitos educativos en especial, desmantelan a los niños. Porque ninguna etiqueta soluciona un problema de aprendizaje, personalidad o conducta. En cambio, confunden. Clausuran. Coagulan. Desorientan. Entierran nuestro norte. Y, al niño, sin duda.
Lo que nos puede orientar es el intercambio discursivo. Si no, la noche nos dejará descalzos. Falta hoy resituar el lugar de las instituciones para limitar lo más posible sus contradicciones, sus incoherencias, la perversión de sus medios en relación con sus fines.
EMPEZAR POR EL DESTEJIDO
¿Por dónde empezar? De gran utilidad podría ser Familia y Escuela. Límites, borde y desbordes (4). Allí se lee cómo es lastimada la salud –mental- cuando no se la hace jugar con las instituciones Familia y Escuela y sus atravesamientos.
¿De qué sirve una educación que no le permita al niño cuidarse, defender sus ideas, su subjetividad, su cuerpo, sus objetos?
Otro libro marca un camino, Adopciones: cambios y complejidades (5), sobre las problemáticas en juego en bebés, niños y adolescentes abandonados que reclaman familias o padres en quienes sostenerse para lanzarse o relanzarse en el camino del deseo. A tiempo. Lo más temprano posible. Eso que muchas veces se obstaculiza, otra vez, culpa de los saberes que “todo lo saben”, que se consideran los únicos capaces de decidir algo tan “sencillo” como quién es apto para cumplir con la función materna o paterna.
La aptitud es una cuestión poco pensada en relación a la salud, salvo que empecemos a desempolvar títulos y galardones. Y la ineptitud, también. Desconocer parte de la realidad , de esos fragmentos, o de esas preguntas sin respuestas, resulta el verdadero abuso.
¿Cómo abrir un intersticio para entrar en ese par aptitud/ineptitud desde una dimensión eminentemente ética, la única que nos dejará dormir la noche entera?¿Cómo hacer lugar, hacer circular, bordear, cernir, animarse a jugar- iluminar esos residuos-retazos –restos- trozos- trazos de las preguntas que nos reinscriben como humanos?
HAY RONDAS Y RONDAS…
FINALMENTE, LA RONDA SINIESTRA
ATENCIÓN: UN JUEGO PARA NO SER JUGADO. DAÑA AL NIÑO Y A SUS SERES SIGNIFICATIVOS.
Reglamento: Cada uno dice lo que tiene el otro, desde un lugar de certeza absoluta, sin espacio al signo de interrogación ni a otras alternativas. Lo importante acá no es tanto lo que se dice, sino el lugar desde el cual se lo dice, o sea, la enunciación. El maestro dice que el niño tiene un Trastorno por déficit de atención con hiperactividad porque sus padres no conversan lo suficiente con él. El niño, en el medio de la ronda. La madre se enoja con el hijo porque no atiende y el maestro entonces lo acusa de tener un síndrome y no es posible que en esa familia alguien tenga semejante cosa, un síndrome. El niño continúa en el medio de la ronda. Entonces la madre interpela al maestro “¿quién se cree que es para decirle eso a mi hijo?”. El niño es llevado casi a la rastra al psicólogo, pediatra y al psiquiatra infanto-juvenil para que lo curen de. Aclaración o pequeña digresión: lo lleven donde lo lleven, nunca sale del centro de la ronda. Una vez prescripto el medicamento, se le pregunta al niño qué le pasa, si acaso le pasa algo. Entonces el niño, desde el centro de la ronda, toma la palabra. Ante semejante movida- pero el niño nunca se mueve del centro, por más que lo muevan- el médico se rectifica, se rectifica la madre, se rectifica el docente. Con suerte y en el mejor de los casos. Pasa el tiempo. Segunda ronda, menos recursos. Citan al padre, se ha omitido el dato, los padres estaban separados. Así recomienza la segunda ronda. Después, tercera ronda…
Gana quien logre adivinar cómo termina el niño.
LA SOCIEDAD DEL ESPECTÁCULO
Sin engaños, a esta imagen innombrable no ha llegado sola esta nena. Ninguna. Ninguno. Cuánta relación tiene la foto con la inundación tecnológica y con el baño de espectáculo durante las 25 horas del día. Así funciona este gran “teatro” donde nos hemos formado, donde cada quien dice cómo debería vivir el otro, qué tiene el otro. El otro- cuándo no- el indefenso, el joven “que no acepta la frustración, no se esfuerza”, el adolescente “rebelde”, el “niño hiperactivo” o el bebé “inteligente”, “genial” porque está deslizando sus dedos en las más diversas pantallas planas.
La cosa empieza a la vuelta de la esquina y con las mejores intenciones. Hasta ahí, sin inconvenientes. El tema es que luego lo siniestro, lo “unheimlich” –Freud- nos encuentra como dentro de esos juegos, donde las telarañas nos enredan o en los que hay que caminar con los ojos vendados en la más tenebrosa oscuridad. Todo, para perder los referentes, el rumbo. Esa era- parece- la gracia del Tren Fantasma del Italpark, allá por mi infancia. Lo siniestro desbarata, desvirtúa cualquier viaje.
¿Y si recuperásemos ese jugar que nos dignifica porque nos permite soportar las formas y mandar a pasear a esa tijera o a sus sustitutos? ¿Qué tal, esos juegos de postas donde -si bien hay tesoro- correr contra el reloj es lo interesante, la búsqueda en sí es divertida y pensar se torna una aventura?
(1) Oz, Amos. Contra el fanatismo. Ed. Siruela.
(2) Untoiglich, Gisela. En la infancia los diagnósticos se escriben con lápiz. Novedades Educativas (Noveduc).
(3) La sigla inglesa ADHD se corresponde con attention-deficit hyperactivity disorder para trastorno por déficit de atención con hiperactividad. TDAH, versión en español para trastorno por déficit de atención con hiperactividad
(4)Rotenberg, Eva. Familia y Escuela. Límites, borde y desbordes. Lugar Editorial
(5)Rotenberg, Eva y Beatriz Agrest Wainer compiladores. Adopciones: cambios y complejidades. Lugar Editorial.
Please remember to correctly credit the image of the child with scissors to the photographer..myself Meg Gaiger/Harpyimages