Abuso: Sobre el cuerpo laburante

Por Diego Soria

LA SUMISIÓN DE LOS CUERPOS

-¡Porque sí!, dice un jefe, después de echar a su empleado como si nada. Y el empleado, al instante, pierde su calidad de persona para el mundo de la normalidad. El abuso en el entorno laboral lleva a la11836828_1046373095381364_3518599256602599229_n invisibilidad de los cuerpos, a la enajenación. Trae a primer la angustia peor filiada, la parienta de la muerte.

Se considera el trabajo una bendición para los seres humanos y ni qué hablar, en lugares como en la Argentina, donde hasta existe un santo del yugo, a quien las masas se encomiendan. Todo por circular como “debe ser”.

 

HEGEL Y EL DESEO

Hegel decía que la historia se desarrolla entre dos deseos: el humano y el animal. El 11828626_1046372935381380_803098003741857699_nhumano desea al deseo del otro, desea ser reconocido: yo deseo lo que tú. El deseo humano implica un doble movimiento: por un lado, lo ayuda a construir su identidad y, por otro -su negación- lo cosifica. El hombre es el único ser que desea deseos. Sólo uno se impone, ese es el amo. La dialéctica del amo y el esclavo no termina ahí. El amo sabe que el esclavo desea su deseo por miedo. Y no se satisface con eso. Por eso se vuelve ocioso, mientras el otro está sometido y dale laburar. En el ámbito laboral actual, los amos ya no necesitan desear lo que el trabajador desea, lo han sometido de antemano con leyes que lo amparan. La extorsión a la que se ve sometido el empleado roza lo criminal.

FRAGMENTO DE LA PELÍCULA “El año de la garrapata”

 NO SEA UN GIL

El capitalismo, se ha dicho, es una máquina insaciable que se permite mostrar sus hilos, sus engranajes. A cara descubierta. El cuerpo es  la primera víctima. Quien se encuentra 11800283_1046372758714731_4021206971583628715_nmuy adentro, en este laberinto de  explotación laboral, aprende que no hay gripes, no hay resfríos, no hay carencias que permitan darse el lujo de una cura por reposo. Aun peor es la espada de Damocles: a ese temible objeto se enfrenta quien es puesto a pelear por un trabajo, por un deseo, por el deseo del otro.

La cuestión no resulta simple: el cuerpo trabajador avanza vapuleado en pos de la avaricia del amo. La falsa ilusión de quien trabaja en la creencia de un progreso, del ascenso social a través de las horas extras, de la renuncia a las vacaciones, las pastillas e incluso las drogas.

Nada es gratuito: los medios de comunicación anuncian los mejores productos para quien puede pagar por ellos. Las marquesinas muestran a mujeres sonrientes con caballeros felices y triunfadores. Parecen decir: ¡No sea un gil! Viaje en nuestro auto y la vida será color de rosa.

(…) Eche veinte centavos en la ranura
si quiere ver la vida color de rosa.
El dolor mata, amigo, la vida es dura,
y ya que usted no tiene ni hogar ni esposa
eche veinte centavos en la ranura
si quiere ver la vida color de rosa (…)

Raúl González Tuñón

POTENCIA

 Con el tiempo, el cuerpo mengua su resistencia y la trampa se hace más evidente, más visible. Esto- en el mejor de los casos- lleve quizás a dos caminos:

Uno: la resignación, el aislamiento: “todo es como está dado y no hay forma de cambiarlo”. O, dos- más grave-: el embotarse del 11027497_1046372898714717_4809786309769597912_ntrabajador en entretenimientos masificados, narcotizaciones varias que circulan como “alternativas”. Evadir dolores y penas, el top ten entre los usos y costumbres de un domesticado; de uso expuesto para el abuso sobre su cuerpo, no solo en su lugar de trabajo, sino también en el  transporte público, la escuela y otros espacios cerrados de “pertenencia”. La macroeconomía burguesa no ha dejado lugar sin ocupar. Como el agua,  filtra cada rincón, empuja, masifica y adormece nuestra potencia. El deseo ya no desea poder llevarse hacia algún lugar ni distinguir algo como una esperanza. Muchos dejan en la espera el deseo que ya no sienten.

Allí, entra en juego la potencia de Spinoza, esa pulsión vital que nos hace salir un poco del barro  y despertar a cierta conciencia que, lejos de ser aliviadora, al menos nos pone en movimiento. Hacer disponible el grado d potencia que somos, tomar las riendas de lo que podemos. Hasta ahí, Baruj. Después, el horizonte de Eduardo Galeano.

frase Galeano 3

DEJAR LO MEJOR DE UNO EN OTRO

Es una definición tajante de alienación y del modo en que los cuerpos se entregan, en silencio pero con dolor y hastiado.

Desde una construcción, un cuerpo cae11825610_1046372835381390_8765915503678086541_n  al vacío, sin documentos, se estrella contra el suelo junto a su familia y a su esperanza de una vida mejor. Un minero muere a los 45 años. Con mucha suerte, llega a cadáver con los pulmones llenos de sílice. En el último minuto, los alveolos explotan en una tos negrísima. Los hijos tomaran su lugar en el sílice.

Un empresario huye a Italia, deja la empresa vacía, como dicen los medios. En realidad, su esqueleto de hierro está rodeado de  carne trabajadora.

En un supermercado, una heladera cae sobre un empleado, él no se entera que ha muerto, el súper tampoco, las ventas deben continuar.

En plaza Miserere un tren estrella  un andén y deja decenas de muertos ante un silencio que se hace insostenible.

Los infiernos probables son varios: ir a un sindicato en busca de algún tipo de defensa es un camino seguro al suicidio. Los pocos trabajadores “blanqueados” que “gozan” de cobertura sindical son arriados para votar por la sociedad patronal – dirigente. Ambos, como en un juego, intercambian sus lugares en la mesa de negocios, mientras vos- pobre trabajador- ofrecés tu única moneda: tu fuerza de brazos.

LATIDOS

Comenzamos con Hegel,  con el amo y con el esclavo. Después, Don Carlos Marx retomó algo de esas ideas y observó, desde otros puntos de vista, la realidad de su tiempo. Habló de proletarios y burguesía. Marx reconsideró las diferencias entre amo y esclavo y agregó que el proletario tiene una ventaja sobre la burguesía. Los laburantes trabajan sobre la materia, por lo tanto, crean cultura, manejan las herramientas con que pueden dar vuelta la historia. Y, aunque el sueño de Marx nunca se concretó demasiado, ahí laten las bases del cambio, en las venas de la clase trabajadora que alguna vez llevará a la burguesía a tomar el amontillado en el fondo de una caverna.

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El amor en los tiempos del bondi

 

LA SUBE CARGADA

El colectivo se acercó a la vereda, cerca de Corrientes y Pueyrredón. En la calle, los pasajeros llevaban un buen rato esperando, la fila serpenteaba entre los puestos de ventas ambulantes. No fue una sorpresa ver llegar la unidad repleta de pasajeros.

La puerta se abrió.

El chofer se inclinó hacia la puerta y reclamó:

-¡Vamos, vamos! Arriba que me voy…-, al tiempo, una mujer trataba de subir con grandes bolsones de ropa.

-¡No apurés! ¡Vienen a cualquier hora y encima te apuran estos hijos de puta!- Gritó, fastidiosa.

El chofer recibió el insulto detrás de los anteojos ahumados, carraspeó un poco y volvió a subir la voz:

-¡No insulte, señora!, ¡a ver, gente! Suban de una vez que me voy…

-¡Pará un poco!, ¿dónde querés meter más personas? dijo alguien desde el corazón del colectivo que ya era una masa de ojos y brazos.

-¡Qué saltas vos!- Se escuchó desde la vereda-, ¡total ya estás sentado!

-¡Vamos que me voy! -insistió el chofer…

-¡Cerrá la puerta! -Aulló un suplicante desde los límites posteriores del colectivo- ¡Cerrá y vámonos, vieja!. Se acoplo alguien más.

-¡Siempre lo mismo con estos forros! ¡Vámonos! ¡Vá-mo-nos! ¡Que esperen otro bondi!- Se propuso otro pasajero desde el anonimato de cuerpos borroneados.

-¡Che, empujen ahí, loco! ¡Si hay lugar en el medio! -exigió la señora de verde tan cerca y tan lejos del estribo del colectivo.

-¡Lugar para “ésta” tenés en el medio! -se oyó y rieron hombres y mujeres.

-Yo así no sigo… ¡ASï NO SIGO! -se resignó el chofer.

AMORES PERROS

La tarde caía detrás de los edificios y la sombra uniformaba todo sobre la avenida. Entre propios y ajenos iban los cuerpos caminantes, a prisa entre vendedores y puestos de churros. En la calle, los colectivos tocaban bocina, maniobraban para sobrepasar al de la línea 62, aún en la parada. Las puteadas venían ahora de la calle y desde la vereda.

-¡Dale, papá! Arrancá de una vez, ¡por favor! -renovó el reclamo un viejo detrás de una manguera de oxígeno, que zigzagueaba hasta perderse entre las ropas.

-¿Y si empujan un poquito más? –sugirió alguien desde la calle.

-Renunciá, flaco, sos un inútil, ¿Por qué no te dedicas a otra cosa…?- espetó la rubia de la primera fila.

Como herido de muerte ante el último comentario, y con aire dramático el chofer, se levantó de su asiento ante la sorpresa de los pasajeros, carraspeó y gritó:

-¡Amo manejar!, ¡AMO MANEJAR!… ¡LOS ODIO A USTEDES!, ¡LOS ODIO A TODOS USTEDES!, ¡LOS ODIO!

 

SOMBRAS NADA MÁS

Afuera, ya no se distinguía entre cuerpos y sombras. Dentro del colectivo, hubo un segundo silencio, un momento entre bolsones, viejas, trabajadores y secretarias de tacón.

El chofer volvió a su sitio, se había sacado los anteojos y las manos lejos del volante acariciaban su incipiente calvicie.

-¡Pero, dale hijo de puta…! “¡Amo manejar…!” ¡Forro!.

 

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Porra de WallMart,

 

«El lobo de WallStreet» fragmento.

 

 

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