Persistencia: Entrevista a Estela de Carlotto.
Entrevista: Anne Diestro Reátegui, Isabel D´Amico, Melisa Ortner, Adriana Valetta, Milena Pensado Stoppelman, Cecilia Miano, Gabriela Stoppelman, Víctor Dupont, Fabio Faes.
Edición: Víctor Dupont, Gabriela Stoppelman
Como si anduviera adelante y atrás de su nombre al mismo tiempo, Estela deja huellas mientras habla. Su nombre mismo es una profecía. Estela: la buscadora de indicios, la que va tras el rastro, la que incita a revertir en potencia el dolor de toda marca. Parienta del surco y de la traza, el lenguaje se le hermana. Las palabras se distribuyen entre sus manos y su voz, pero se concentran, sobre todo, en la mirada. Sus ojos anticipan en luz el horizonte de cada una de nuestras preguntas. Mi abuela diría, “te mira y te cala”. Intuye, supone y escucha. Está en la cabecera de la mesa y se despliega por toda la habitación.
Estela, quien tanto conoce de orfandades, hace familia donde emplaza la palabra. Prima cercanísima de la escritura, descubre en el trazo ese extraño poder profético presente en ciertos textos. No se trata de las profecías de las pitonisas ni de horóscopos. Sí, de una profecía que no adivina el futuro, no es útil para anticipos ni para asegurarse el éxito en el cumplimiento de ningún destino. Por el contrario, el poder de “huella” de la escritura sólo se descubre cuando los hechos ya han sucedido. La tormenta de sorpresa viene, entonces, en la lectura. Algo inquieta los fundamentos, al advertir que aquello alguna vez escrito, después tomó consistencia en lo real. Y la inquietud torna en sismo, cuando el temblor traza un camino en la lectura del texto más difícil, el de nuestros propios días.
Estela habla de su escritura y deja estelas de lecturas. Se lee mientras dice. Dice que le falla la memoria y, entre todas las demandas que la reclaman, no olvida enviarnos sus poemas escritos en 5to grado. Dice que la suya es una vida “común, normal” y se ocupa en aclarar que ésta y muchas entrevistas que da son para ella un premio.
Dice, mira y escribe.
Vamos, entonces, tras la estela de esta Estela luminosa.
Para refundar el surco, la huella y el trazo, todos los huérfanos que amamos la lectura y la escritura haremos, también, familia con ella.
Gracias por tu trazo, Estela.
¡Qué abuelaza nos hemos ligado!
DESAFIAR UN RASTRO DE MUJER
En algún lado decías que el emblema intercambiado en la UNESCO mostraba a una señora mayor, sentada en un sillón, acunando a un niño… pero que las Abuelas no eran para nada así, porque las Abuelas no paran. ¿Creés que moverse tanto es una manera de mover el dolor para que no se fije en algún lugar?
Cada abuela tiene su personalidad, su criterio. Somos distintas. Yo puedo hablar por mi persona. Y también por las abuelas que estábamos ahí. El haber tenido este dolor enorme, nos hizo tener una respuesta inmediata ante lo que sabíamos que pasaba. Íbamos sabiendo a través de datos: por ejemplo, mi esposo estuvo 25 días secuestrado, salió torturado y contó todo lo que vivió. Eso ya nos daba una pauta de qué era ese terrorismo de Estado. ¿Por qué nosotros primero fuimos a un cuartel, a una comisaría, a un hospital? Porque pensábamos en la lógica. Si para “ellos”, nuestros hijos habían cometido algún delito, entonces, el lugar del delincuente es una cárcel común o en una comisaría. Nada de eso pasó. La mía fue una respuesta rápida. Y no la di yo sola, sino muchas personas y familias. Otras se quedaron. El miedo. Incluso el rechazo a lo que hacían nuestros hijos. ¡Muchos familiares estaban enojados con los hijos en vez de estar enojadas con los represores! Nuestra respuesta fue lógica y maternal y familiar. El tema es la persistencia, seguir esto. Y esto ya sí resulta algo que elegimos, dándonos cuenta de que debíamos hacer. Pero también hacer es la forma de soportar ese dolor. El aguantar el dolor existe, está presente. Lo disimulábamos y lo dejamos un poco de lado por la actividad. Y una actividad grupal se comparte. Lo peor es la soledad. Si tenés otras compañeras que, habiéndoles pasado lo mismo, dicen “vamos allá, hagamos tal cosa” el asunto se transforma en una fábrica de ideas, de cosas buenas.
¿Qué tiene de particular una reunión de mujeres luchando? Porque hay algo en la historia, desde el aquelarre hasta las judías que se reunían en los baños rituales y ahí encontraban una manera de conspirar y luchar. Son mujeres. No son los abuelos, son las abuelas.
Para las mujeres de nuestra generación fue un desafío. Ya estábamos desafiando la idea de las que se quedan en la casa, esperan al marido… Como nos decían las monjas: ustedes esperen al marido, arregladitas, pintaditas, porque el pobre hombre viene de trabajar cansado. ¿Y yo, qué? Estoy reventada, también trabajaba. Yo salí a trabajar. Mi mamá no trabajó porque mi papá no quiso. Mi mamá quería trabajar. Antes de casarse, ella había sido diseñadora de moda. Su familia era más extranjera que argentina, los papás de mi mamá eran ingleses y tenían relaciones con familias francesas, alemanas (había una abuela alemana en el medio). Entonces, mamá no trabajó porque mi papá dijo “no, no es necesario”. Más que necesario o no, él era jefe de correo y cómo iba a tener a su mujer trabajando con él. No era moral desde el punto de vista del trabajo. Y tampoco era cómodo. Ella lo aceptó. Yo quise trabajar y a mí nadie me lo impidió. Y también seguía eso que las monjas decían. Nosotras también pusimos en práctica ese desafío generacional. Nos encontramos un grupo de mujeres, donde la mayoría trabajaba. Unas eran profesionales o empleadas o, como yo, docentes. Prácticamente no había amas de casa. Éramos activas fuera del hogar. Pudimos acomodar –y eso fue duro- el rol de madre (nuestros maridos no cambiaban un pañal, no le daban la mamadera al bebé, nada: hoy felizmente está todo puesto en orden); decía, pudimos acomodar el rol de madre con el rol de trabajadora. Y, además, por la educación que habíamos recibido, bordábamos, tejíamos. Yo cosía, hacía la ropa, todos los ajuares de mis hijos, el moisés hecho por mí. ¡Era febril la cosa! (Risas.) También era una forma de decir “puedo” y respetar esa costumbre del marido. Cuando el bebé lloraba a la noche, se levantaba la mamá. El hombre decía “uy, cómo llora”, hasta le molestaba. Pero eran buenos, eh. Lo demostraron en esta lucha. Nos permitieron -aunque si no, de todas maneras no hubiéramos claudicado- dejar todo lo doméstico para dedicarnos a buscar. Así que también fuimos esa generación de desafío a lo establecido por norma. Y está esa frase de “ganarle a la muerte” porque, cuando se habla de los desaparecidos, ¿qué son? ¿Son vivos, muertos?… No se sabe. O, como cuando en mi caso, enterré una hija. Si la hubiéramos olvidado, estaría muerta. Pero no la hemos olvidado. Por eso vencimos a la muerte. Y se vence a la muerte con los nietos. Cuando yo encontré a mi nieto, volvió Laura. Yo cambié el hablar de la muerte por hablar de la vida. Por ejemplo, en los recordatorios del diario ya no la voy a poner más. Me despedí, ahora la tengo y no tengo que recordar el día que la mataron. Porque la mataron y está todos los días muerta. No recuerdo eso, sino que está viva con Guido. Físicamente no, porque no se parecen en nada. Se parece mucho al papá. Él mismo reconoce que su verborragia, su dialéctica, quizá vengan de su mamá.
VERSO EN RESONANCIA
Vos le escribías cartas a Guido cuando aún no lo habías encontrado. ¿Qué poder tiene para vos la escritura en el trabajo con los muertos, con los ausentes, con el dolor?
El trabajo institucional es escribir. Los primeros pasos que dimos consistieron en escribir cartas a los presidentes de los países europeos, a los parlamentos de Francia, España, Italia. También pensábamos en ir a India o a Japón. Y, después, al Papa. Siempre escribir. Por eso nace el recordatorio, una forma de darle visibilidad con la escritura. En lo personal, yo siempre fui de escribir. Tengo un cuaderno con mi letrita del quinto grado haciendo poesías.
Buenos Aires, 19 de octubre de 2015
Querida Gabriela:
De acuerdo a lo prometido te envío estas poesías que escribí en 5to grado. Me da pudor que salgan de mi “refugio” personal pero “lo prometido es deuda”. Un gran cariño para todas las amigas del grupo.
Abrazos,
Estela
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Y, a veces, cuando leo esa cosa tan simple dicha por un niño o una niña, veo el camino anunciado. Porque, en la Argentina, entramos en guerra, cuando en el mundo venía el cese de la guerra. A mí me causó una impresión terrible el entrar en la guerra. Se veían las películas y las historietas que ilustraban aquello, a mí se me grababan los chiquitos sin familia, huyendo hacia no se sabe dónde. Esa orfandad… A mí se me grabaron con un dolor tremendo y escribí algo… Esos textos hablaban de los niños de la guerra, que quedaban solos, ¿hacia dónde iban? Le pedía a Dios que no hubiera guerras… Pero, bueno, los primeros poemas míos eran acerca de los próceres, de Belgrano. Yo tenía una maestra poetisa, se llamaba Sara del Carmen Ugazzi, platense, ya no vive. Fue para mí mi mejor maestra, por su carácter: era justiciera. Yo era alumna de 10, pero una vez ella me bajó a 9 por algo que no respondí. Y yo no me ofendí ni me dolió: era justo. Entonces, con los poemas, ella me decía “bien, Estelita, bien”. Y una vez yo le mostré una poesía de amor, de un amor desconocido, inventado… (Yo, en realidad, terminé la escuela primaria tarde, porque se empezaba tarde: comencé la escuela primaria en Liniers, a los 8 años. Yo ya sabía leer y escribir. Entonces, cuando salí de la primaria, tenía 14 años. La poesía de amor fue en quinto grado.) Esa poesía se la mostré igual. (Estela recita.)
“Tus ojos me conquistan, día a día, / día a día es más triste mi pesar. / Quiero reír y quiero cantar.”
Yo estaba enamorada… ¡de nadie! ¡Del amor! Entonces, cuando le muestro a la maestra, me dice “no, no…Hay que seguir escribiendo sobre los próceres”. Pero volviendo, esos versos y esas cosas por los niños de la guerra, pienso que hoy son vigentes. Los chicos de África, ese chico que apareció muerto en la playa. O sea, la escritura para mí tiene un mérito. No soy escritora, tampoco escribiría sobre mi vida porque es una vida común, normal. Pero me gusta escribir. Entonces, busqué eso de escribirle cartas a mi nieto, en determinadas épocas. Como para que, publicadas, le llegaran, lo incentivaran y si era posible que él dijera: ay, caramba, esto me suena. Siempre con esa intención.
Vos recién decías que esos poemas tempranos fueron como proféticos. Y, cuando le escribías a Guido, también el lenguaje cumplió una función profética. Puntualmente le escribiste que iba a descubrir que su gusto por el jazz….
Claro, pero, ¿de dónde? ¿Por qué no hablé de otra cosa? ¿Por qué no le dije: te va a gustar el fútbol, como a tu abuelo, que jugaba de joven en Estudiantes de La Plata? ¡Pero algo tan puntual! Decirle: te va a gustar la ópera. Y, de alguna manera, él está en la formación de la música clásica… Sí, no sé por qué. Puede ser que la palabra tenga ese poder profético. De hecho, yo no sólo le escribí sobre la ópera y el jazz, que es lo que le gusta. Le hablé de Pappo, de Sui generis, es la música de Laura y también la que a él le gusta.
DAR PISTA: “LO VOY A PENSAR”
Guido dijo del encuentro con vos “vencimos a la muerte poéticamente y la dejamos sin leer ni escribir”. ¿Qué es lo poético para vos?
Lo poético es eso que tenemos los seres humanos de dioses. De lo sublime. De lo bueno. Estamos compuestos de una masa positiva y de otra negativa. La masa positiva sale con lo poético de la vida: no es sólo escribir, es la actitud poética. Nosotros somos una generación romántica, de símbolos; no de exponer, sino de suponer. A veces no era lo explícito. Era lo que se suponía de aquello, casi la adivinanza. Porque mucho no se hablaba. Era el disimulo. Les cuento otra historia de vida: yo tenía 14 años y llega al barrio un muchacho, en Tolosa. Yo tenía una barrita éramos amigos y habíamos formado un club, al que le pusimos “Divito”… Y llegó un chico nuevo al barrio. Me dicen a mí: “no tiene novia, y vos tampoco tenés novio”. Es el hijo del panadero. Mi papá tenía panadería. Entonces, el hijo del panadero fue invitado a una fiestita de la primavera, que se hizo en mi casa. Y yo, a mirarlo. Y, cuando lo vi, dije: ese es un hombre. Tenía 24 años, tenía bigotes y era grandote. Yo tenía 16.Resulta que vino a mi casa y conmigo, nada, no me llevó el apunte. Pero después me di cuenta que me había echado el ojo. Entonces, empezó a acompañarme. Chicas, ¡miren lo que les voy a decir! (Risas.)… ¡En el tranvía! Nos lo tomábamos para ir a la escuela. Y ahí me acompañaba. Y, de “usted”, todo. Yo iba de Tolosa a La Plata, a Misericordia. Y él, a la escuela industrial. Empezó a cortejarme, una se daba cuenta… Era la época en que si se te acercaba el chico, vos decías: “retírese que me compromete” ¡Era así! Entonces, me dice:” me gustaría que seas mi novia, pero no me gustaría que me dijeras que lo vas a pensar” Yo dije: lo voy a pensar. Eso fue antes del 12 de octubre. Del 12 de octubre al 21 de septiembre. El 21 de septiembre le dije que sí. No había entonces un lenguaje. Había una actitud tan distinta a ahora: la manito, el dedo, nada. Ese fue mi marido. Fue mi novio, mi compañero, mi amor hasta hoy. Porque hasta ahora lo sueño. Lo extraño. Nos amábamos profundamente. Con muchas cosas propias del crecimiento. Peleítas, cosas. Cuando me casé, tenía 23 años. Y, bueno, la primera hijita la tuve a los 24. Nosotros éramos de un gran romanticismo simbólico: cine, autores románticos. Nos llenábamos la vida y vivíamos así, con películas llenas de romance. ¿Y qué inspiró el nombre de Laura? Una película. Laura, de Gene Tierney. Nosotros íbamos mucho al cine. Veíamos tres películas por semana: cine francés, sueco. La historia de la película “Laura” era muy fuerte. Y empezamos a soñar que, el día en que tuviéramos una hija, se iba a llamar Laura. Y a soñar con Laura. Y hay una melodía, que la pasan todo el tiempo en la película y a mí me llega al alma cuando la escucho de nuevo. Me conmueve mucho porque es la historia de aquel romance
Laura
Y es la historia de la hija Laura que llegó, con un destino muy triste, pero llegó.
SUSURROS DEL LENGUAJE
Pero vos tenés como un romance con el lenguaje. Porque, cuando te dijeron que encontraron a Guido, en las declaraciones, te preguntabas no sólo cómo sería, sino cómo hablaría. Estabas muy preocupada por el lenguaje, ¿no?
¡Y qué sorpresa! Yo me preguntaba cómo estará, con quién, qué sentirá, qué vida habrá llevado. Porque tenemos un muestreo de los niños, de los nietos anteriores-, hombres hoy- donde hay matices de todo tipo: mucha maldad, mucha crianza de apropiados, de chicos maltratados, victimizados. Y yo pensaba: no sé si voy a escapar de eso, ¿quién lo tendrá? Entonces, el encontrarme con un chico sano, criado en el campo, es decir, con más contacto con la naturaleza que con el ser humano; con un chico criado por personas que lo trataron bien y que, encima, quiso conocernos. Yo pude hablar con él, con mi familia, con mis tres hijos y con él, durante horas y horas y horas ese primer día. El impacto fue cuando lo vi entrar. Espero no desmayarme, me decía. Yo nunca me había desmayado en mi vida, pero quién sabe. Me dije, ¿cómo me lo imagino ahora, si nunca había podido imaginármelo? Yo no lo había visto.
Pero en la escritura te lo imaginaste un poco…
Porque mi marido, cuando yo le preguntaba cómo era el papá de Guido, me dijo que era bajo, con cara de bueno. Como del interior, del sur… del sur. ¡Y era del sur! Mi marido, cuando se encontraba clandestinamente con Laura, estaba con ella, no con el pibe. Entonces, cuando se le mostraron fotos, árboles de fotos de los desaparecidos, nunca lo encontró. Yo sólo sabía: Laura era chiquita, el papá también, entonces, Guido debía ser chiquito. Laura llamaba “chiquito” a su novio. Pero yo me lo imaginaba parecido a Laura.
Al no conocer al padre, me lo imaginaba con los ojos de Laura, con el cabello pesado de Laura. Y resultó, cuando lo vi…ay, cuando lo vi entrando, caminando fue una cosa tan fuerte. Lo esperé adentro, no quise salir a la calle. Tuve miedo. Pensé “voy a flaquear”, y lo esperé adentro. Y, cuando lo vi, era “chiquito”. Y le encajé un abrazo fuerte. Yo no soy muy “agarrera”, tengo esa cosa de mi mamá, que era muy flemática, esa cosa inglesa. Pero lo abracé fuerte y le dije cosas, ¿qué cosas? No sé, que cuánto lo había buscado, que gracias a Dios… y él, “despacito”. Entonces ahí me di cuenta, bueno, che, despacito. Después, hablamos, hablamos y hablamos. Si quieren saber en qué momento descubro su “verborragia”, lo descubrí en su conferencia de prensa, y me admiró. Parecía un cuadro, como si hubiera vivido toda la vida con nosotros. Es más: los malos de este país decían que lo teníamos guardado para favorecer a Cristina en el momento oportuno. Pero, ¿qué pasa? Lo heredado… También él tenía una vida social. Cuando toca en sus recitales, él habla, comenta, hace chistes con la gente. Ahora, cuando llegó y nos sentamos a hablar, él se vino con su regimiento de protección: la compañera divina que tiene y sus amigos. Y estábamos nosotros 3- mis hijos- y yo. Eso fue distinto, una reunión familiar para distenderse, no entramos en temas profundos.
¿Tenías miedo de desilusionarte?
No. Porque yo lo esperaba a él. Fuera como fuere, lo esperaba a él. Yo me imaginé de todo en estos años, él podría haber estado enfermo, haber tenido defectos físicos -me imaginé-, porque las torturas que sufrieron las embarazadas fueron terribles… Pero yo esperaba a mi nieto, fuera como fuere…
Más que desilusionarte superó tus expectativas, ¿no?
Totalmente. Porque es un chico muy bueno, muy sano. Nos estamos conociendo. Los códigos familiares se están aprendiendo. A muchos, ya los comparte. Aparte de eso, él se brinda cuando viene a casa… Por ejemplo, me dice: “no, abuela, no vas a cocinar. Voy a cocinar yo.” Empieza a abrir los muebles, como si viviera allí… No hay distancia. Esa actitud tan linda; y yo, respetuosa. Porque, a ver: hemos hecho un juego de roles en la familia. Están sus primos, sus pares, que tienen más o menos la edad de él. Los tíos y las dos abuelas. Somos eso, abuelas. Entonces, cuando conocí a la abuela del sur vi que ella es “la a-bue-li-ta”, de 93 años, no es como yo que me pinto las pestañas .Y yo digo, ¡ay, mi enemiga! (Carcajadas.) Pero después se me pasó, había sido directora de escuela como yo, una señora preciosa, buenaza
GUIDO TOCANDO Y CANTANDO
Yo tengo muchas cosas para hablar, pero no voy a tocar temas sobre los cuales él no quiera saber. Si él me pregunta, va a tener respuestas pero, mientras tanto, soy la abuela que le cocina. Si le gusta la pastafrola, se la hago. Y le compro regalos en todos los viajes, hasta juguetes le compro, es como darle lo que no pude en su infancia. Y no sabía si le iba a gustar. Y él dice, «¡sí, me gustan!». Por ejemplo, estuve en Oslo y le compré una reproducción hecha en madera de ese barco que hizo una travesía famosa. Ahora, el último regalo que le hice fue un juego de ajedrez, porque él dijo, así, al pasar, «¡no tengo juego de ajedrez!», no sé si me lo largó a propósito (risas), pero se lo compré.
ESTELAS DE LAURA
Estaba pensando en algo que dijiste antes, respecto de batallar contra la muerte. Qué bueno esto de poner a jugar la infancia contra la supuesta irreversibilidad del tiempo.
Sí, yo eso lo intento, porque él es un niño en el fondo, muy niño, yo lo he visto en su casa en actitudes de un chico, tiene 37 y juega con sus perras, se tira al suelo y todas esas cosas que hacen los chicos. Es como querer compensar todo eso que perdí, pero sin obsesión. Si no, no estaría acá, estaría al lado de él todo el día, sería terrible, ¿no? En cambio, yo sigo porque tengo una meta que es seguir buscando a los nietos que faltan. Si yo tuve esa dicha, quiero que las otras abuelas también la tengan. Además, las otras me ayudaron, muchas que encontraron siguieron viniendo. Por otro lado, Laura, dio la vida y, como me dijo ella, «muchos miles vamos a morir, pero no va a ser en vano nuestra muerte». Si yo abandono o si hubiera abandonado, hubiera vuelto todo vano.
Otras vez el lenguaje, la frase de Laura que te marcó.
¿Saben, qué? Yo no tengo memoria para todo, pero hay cosas que se me pegaron y esa frase de Laura la repito, para que se vea quiénes fueron estos jóvenes. Con sus errores, sus virtudes, dieron la vida. Además va en el carácter, yo siempre fui activa, nunca fui tranquila.
SEÑALES DE UNA ACTRIZ
¿Saben, qué? Vivíamos en un pueblito, Villa Sauce, metido ahí, cerca de La Pampa. Mi papá era agente de correos y mi mamá un día dijo: «los pongo en tren (a mi hermano de 6 y yo, de 4) y la abuelita los va a esperar a Retiro». Y yo me senté en el tren con mi hermano. Dicen que fui cantando todo el viaje, todas esas músicas de antes, rancheras y esas melodías, porque siempre me gustó cantar. En la escuela primaria cantaba, bailaba, hacia teatro. En la secundaria, también…Por eso, cuando me subo a un escenario- y ahora, tantas veces lo tengo que hacer, sobre todo si es «Teatro por la identidad»-, yo digo, no se preocupen por mí porque estoy re cómoda, soy una actriz frustrada.
En un momento contaste que fuiste a un casting…
(Risas) Sí, ¡eso fue terrible! Claro, en películas de aquella época, estaba Shirley Temple, Diana Darling. Y yo me decía, cómo me gustaría ser artista. Había una agrupación que se llamaba «La pandilla Marilyn”, un organismo del cine que reclutaba niños, para papeles de chicos. La agrupación vino a La Plata y salió un avisito en el diario: que en tal calle, frente a la Plaza Moreno -la principal de La Plata- se convocaba a chicos a probar suerte. Y yo le dije a mi mamá, yo quiero ir. Mamá decía que no. Y tanto fue que la fastidié que me llevó. El asunto fue en una sala totalmente híbrida, era horrible, unos focos grandes. Y, entonces, me sentaron sobre una silla y el señor me decía, «Qué tal, cómo estás, cómo te llamas». Y yo, «muy bien». Y me decía, “ ¿a ver?, poné cara de triste, ahora de asombro, y así» (risas) Y así, hice caras, puras caras, puras caras y me fui contenta. Nunca me llamaron. Pero lo hice, me saqué el gusto, hizo bien mamá en llevarme, porque si no estaría traumatizada hasta hoy. Por eso también esta lucha uno la tiñe con la personalidad,…
Bueno, pero el teatro tiene mucho de poner el cuerpo, del vínculo con lo poético, hay algo en la actuación que está vinculado con esa potencia de la lucha…
Claro, pero la actuación es una cosa preparada. En cambio, lo mío es espontáneo, completamente. Por ejemplo, ayer estuve en el Senado, que es un ámbito serio. Igual estaba alegre con todas las banderas y los jóvenes ahí, estaban todos divinos. Y también estaba parte de los senadores. Y qué sé yo, a mí no me cohíbe eso, porque yo miro a la gente. A mí me encanta mirar a la gente y, después pienso, ¿qué quieren que les diga?, ¿qué esperan? Y, a veces, si en el día doy tres, cuatro charlas y me acompaña gente, me dicen: «en ninguna dijiste lo mismo». Yo les hablo con franqueza. Incluso, en ciertos ámbitos muy académicos o muy exquisitos, aclaro: miren, yo soy una abuelita (risas), no soy sabia. Entonces, ese contacto con la gente es lo que me ayudó en la escuela, el contacto con los niños; no me cierro.
ECOS DE LA NOCHE
¿Y, cuando Estela a la noche está sola y en silencio, qué pasa?
Mirá, no es que uno se acostumbra a la soledad, porque nunca estoy sola. De repente, en mi casa hay ruiditos, algunos están por ahí. Tampoco soy nostálgica, me acuesto pensando qué tengo que hacer mañana. Lógicamente, ya con 85 años, uno se siente que la vida se va, eso es lo más duro. Por eso yo ayer, en el Senado, donde también estaba el padre Farinello yo dije que, cuando cumplí 80 años, le pedí Dios no morirme sin abrazar a mi nieto, fuertemente se lo pedí…Y lo del arbolito de Navidad ¿les conté? Resulta que yo, desde que mataron a Laura, nunca más hice arbolito en casa, no tuve voluntad para nada de eso, pero no por religión sino porque era algo tan nuestro y ya no tenía sentido. Entonces, Claudia, mi hija, armó el arbolito en su casa porque tiene hijos. Y,-hace como cuatro o cinco años atrás, dijo: «vamos a ponerle un papelito con un deseo», y en un papelito cada uno escribió. Ya ni me acuerdo qué escribí, por algún nieto pedí. Y, cuando terminó la Navidad y los papelitos se tiraron, muchísimos de los que habíamos estado ahí dijimos, «se cumplió lo pedido, lo conseguí»…Entonces, en la navidad del año 13, en ese papelito ya habitual en la familia, puse: «encontrar a mi nieto Guido». Yo no me acordaba…
Otra vez, la escritura…
Otra vez. Tengo el papelito, porque yo me olvidé pero Claudia, desempolvando cosas en la navidad del 14 (ya lo teníamos a Guido, en agosto lo habíamos encontrado), mientras sacaba los adornos, lo encontró. Los demás papelitos se habían tirado, pero ese no. Entonces, Claudia me lo dio y me dijo: «mamá, ¿sabes que encontré, con tu letra: tu pedido?» Y yo me quería morir… ¡se cumplió!
¿Qué le pido a Dios? Que me de mucha vida para seguirlo abrazando. No me quería morir sin abrazarlo. Ahora quiero seguir abrazándolo mucho tiempo más. No sé lo que pondré este año. El otro día había una señora muy religiosa, que va y reza por mí. Me dice: ¿Qué querés que le pida a Dios, a la virgen en el papelito? Nada. Decile: gracias, nada más. Gracias.
PERSISTIR LA ESTELA
¿Nunca dudaste de tu fe religiosa?
Sí. Cuando mataron a Laura. Ahí sí me quebré. Pero he hecho tantas cosas religiosas… Caminar a Luján, a la misa. Puse tanta fe en dios y dije: no puede, Dios no puede hacer esto. Y, después de velar a Laura, yo volví a mi casa y vi el crucifijo. El crucifijo me lo habían regalado mis compañeras de Misericordia cuando me casé, junto a un rosario de madera. Y… ¡ay, qué enojo me dio! ¡Qué enojo! Me enojé con Dios. Entonces, algunos me dicen, ¿y sigue enojada? No. Se me pasó rápido por suerte. Porque me dije: ¡Dios no lo hizo! Lo hicieron los hombres. Dios no lo hizo. Y a los hombres hay que señalarlos, sin rencor y sin odio, pero que la justicia les llegue: es la mejor manera de que las cosas estén en su lugar.
Y de la justicia, ¿nunca dudaste?
La justicia, más que dudar, nos hizo renegar mucho. Nos hizo fastidiar, nos hizo trabajar de más, pero nunca dejamos de confiar en la justicia como justicia. Los hombres de la justicia también son hombres. Por eso, en dictadura y en democracia, seguimos bregando para conseguir plena justicia
Cuando Guido aparece, vos salís y das la conferencia en el balcón. Viste tanta gente y te preguntaste ¿quién soy yo? Ese desconocimiento de uno mismo, ¿alguna vez lo vinculaste con lo poético?
Puede ser… No lo pensé nunca eso. A ver, hay una realidad: cuando leo todo lo que se dice de mí, si acepto todas las cosas que me dicen, entonces, soy sobrehumana, tengo halos. Si me tocan, hago milagros… En el fondo, en mi realidad, digo: no me la creo. Es la imaginación del otro. Yo soy una mujer común. No tengo nada. Bueno sí, buena persona soy.
¿Tenés dimensión de lo que representa Abuelas en el mundo?
Tengo dimensión por los otros, pero no por mí. A veces personalizan, Abuelas de Plaza de Mayo es Estela. Yo digo: somos todas. Sola no hubiese podido hacer nada. Cuando los quiero hacer bajar, les digo: miren que yo barro la vereda, ¿eh?, uso chancletas y me pongo ruleros. Creo que estoy haciendo lo que puedo, lo que quiero y lo que debo. Para mí es una satisfacción, me ayuda a no extrañar tanto a mi marido, a no tener soledad en mi casa, a poder llenar todos esos huequitos, a tener el disfrute de los hijos, de los nietos, a saber comprender al otro. Yo siempre fui así. Desde chiquita, cuando mis compañeritas no entendían un problema, venían a mi casa y yo les hacía de maestra. O sea que siempre fui normal, con defectos. Y todo es día a día. Como “Abuelas”. Cuando los periodistas preguntan, ¿el año que viene qué van a hacer? Ya veremos qué más hacer. Es una rueda de creación permanente esta institución. No soy yo la que hago eso, lo hacemos entre todos.
¿Están los anticuerpos en la sociedad como para que Abuelas siga siendo Abuelas, incluso ante cualquier cambio político? ¿Crees que el apoyo a Abuelas va a continuar?
Sí. Va en crecimiento el apoyo de la sociedad. Y, además, nosotros estamos formando a quienes nos van a relevar cuando ya no estemos. Ellos tienen los mismos conceptos que nosotras. Si ustedes creen que yo tengo un liderazgo, sí lo tengo. ¿Impongo cosas? Puede ser, a mi manera, hablando, no imponiéndome. Hago las cosas desde el amor, sin claudicar, sin negociar, sin venderse, entendiendo que el odio no sirve, que la venganza no sirve. No son consignas, son realidades, son actitudes de vida las que tenemos acá. ¿Qué nos ha puesto en ese lugar de persistentes, de perseverantes, de porfiadas y de buenas en el sentimiento? Alguna vez, me preguntaron: ¿qué haría usted si se encontrara con el que mató a su hija? ¿Qué pensarían que les iba a decir? ¿Qué le arañaría la cara? ¿Lo destrozaría? No. Lo miraré con lástima porque no es hombre, no es ser humano, se deshumanizó. Perdió la humanidad, porque matar a una mujer inerme, tirada en el piso, dándole un tiro en la nuca…a una chica que tenía todo para vivir…. Entonces, esa persona inspira rechazo. Pero odio no conozco, gracias a Dios. A veces me enojo, pero me dura poquito. Enseguida encuentro la vuelta para entender al otro. Cada vez que termino un discurso, los interlocutores lloran, aplauden y me dicen: usted irradia paz. Entonces, yo digo qué bueno, qué suerte, saco del ser humano lo bueno. Abrirse y entender al otro y que cada uno ponga lo suyo. Esto siempre fue abierto: es una institución. ¿Quieren ayudarnos? Qué bueno. Hay premios… Esta reunión es un premio.
Para nosotros lo es.
Para mí también.
(Aplausos.)
Posdata:
Quien tímidamente se atreve es Milena Pensado Stoppelman, la anartista más chica, 11 años:
Estela, ¿te puedo hacer una pregunta?
Sí, mi amor.
¿Nunca pensaste que esos ruidos que escuchas de noche son de Laura?
Sí lo pensé, claro que lo pensé. Son de Laura, por supuesto.
Brillante¡¡¡¡¡ Cuanto amor, humildad y belleza. Felicitaciones por la nota. Una caricia para el alma.
¡Estela, tan bella!, ¡gracias por el comentario!
Sí que irradia paz y emoción me generó la nota.
Excelente, y como leí por ahi ES LA ABUELA DE TODOS LOS ARGENTINOS o, por lo menos, de los buenos d este país.
Un beso grande y gracias gracias por la lectura!
Me gustó y emocionó la entrevista!!!
La sencillez de Estela, la potencia del amor!!!
Felicitaciones anartistas
Me gustó y emocionó la entrevista!!!
La belleza y sencillez de Estela!! La potencia del amor!!
Felicitaciones anartistas
Muchas gracias por al lectura!
Saber de Estela siempre emociona y de alguna manera obliga a reivindicar a la especie humana. Saber de los anartistas reconforta. Es un alivio encontrar interlocutores que pregunten y comenten lo que uno, lejano, hubiera querido. Gracias totales!!!
gracias a vos por la lectura! Un abrazo!