La persistencia: El patrimonio cultural y sus enemigos, la Villa Roccatagliata.
Por Isabel D´Amico
MI VENTANA
Ya, desde entonces, el viejo canoso que vende frascos llenos de miel andaba por la esquina.
Hace veinticinco años compré el sol. Hice un buen negocio, porque el cielo estaba incluido. El viejo, no. Claro, compré solo una parte del sol, el resto debí aprender a compartirlo desde mi octavo piso.
Mi vida con el sol se está complicando y no es por desajustes propios de tantos años de convivencia, los dos nos acoplamos muy bien. De ello son testigos mis plantas: en algunas épocas del año, él suele ser abrasador y yo solo las corro de lugar. Los días en que no aparece ni siquiera le pregunto dónde estuvo, lo acepto como es. Así lo amo.
Fue un error no haberlo escriturado con la ventana, un verdadero error, no tengo un solo papel que lo registre.
EMERGER A DESTIEMPO
LA VILLA ROCCATAGLIATA:
En el año 1900, este inmueble mostró su esplendor de estilo italiano en la esquina de Balbín y Roosvelt, entre el barrio de Belgrano y Coghlan. Cuentan: en un costado del parque, había una enorme fuente de agua que musicalizaba los susurros de las hojas. Los Roccatagliata eran una familia muy adinerada. Para esa época, este lugar se usaba como casa de fin de semana y, para mí- hoy, desde mi ventana- es mi patio de atrás. Cuando unos vecinos impulsaron la catalogación de la villa, empecé a verla con otros ojos. Era un bello testimonio barrial y me sumé a ellos.
A pesar de su belle époque desvanecida, su figura, su elegancia emerge a destiempo entre tantos edificios repetidos. En el año 2010, el boom inmobiliario me hizo temer su destino y comencé a juntar firmas. El vecindario pidió un centro cultural en el lugar. De ese modo, se revalorizaría un espacio verde, tan necesario para la zona. En el 2013, con la Villa protegida (fue catalogada como patrimonio histórico y debido a los artículos citados por el director de Planeamiento Urbano) mi preocupación sobre el destino del predio se calmó.
POR UNA PALABRA CAMBIADA
Una llamada telefónica, unos meses después, me advirtió sobre los términos de la catalogación en la Legislatura de la Ciudad. Ahí se inició mi investigación. Alguien había cambiado la palabra «inmueble » por «edificio». En el término «edificio» se apoyó todo el peso de la catalogación y el «inmueble» se esfumó, entre la lapicera y el bolsillo de algún inescrupuloso. El predio, donde hace más de cien años se sienta orgullosa Roccatagliata, fue rifado entre los codiciosos proyectos inmobiliarios. Al edificio lo dejaron solo, sin parque, sin brisa, sin recuerdos.
Un juez estampó su firma en mi ventana y su sello en mi sol, por lo que debí recorrer otros caminos. A mediados del 2013, pedí audiencias a todas las “leyes” de la ciudad. Me entretuvieron con rompecabezas, donde traté de encastrar la 4687, la 104, la disposición 1718, el expediente A64913 y otros.
Entendí: las normas son estructuras amorfas; allí, los artistas legales esculpen a su antojo. Con desprecio y sin arte, moldean el destino.
IGUALACIÓN DE FUERZAS
Entre varios vecinos golpeamos una puerta defensora, la llamamos UET. A ella le hablé de mi pedazo de sol, le pregunté si podía escriturarlo de alguna manera. Dije:
– Estoy dispuesta a ceder un poco de cielo pero, si construyen la torre en ese predio, mi ventana y yo moriremos en una oscuridad absurda, innecesaria.
La UET nos abrió todas sus puertas, inició una acción de amparo y les envió escritos a las leyes, a las disposiciones, a los abogados y a los jueces con sus cinceles, sus gradinas, sus punteros y sus compases. Y, así, los escultores y las herramientas se detuvieron,
Al menos, eso creímos.
SILENCIO PARA EL AMOR
Entré en una etapa de hechizo, de entrega total al sol, lo cual no es bueno en ninguna relación. Comencé a notarlo esquivo. Los días se presentaban nublados y, si salía, lo hacía después de las doce, más fuerte y más hiriente. Todo volvía a su orden natural, los invasores de nuestro espacio común debían alejarse, los proyectos disolverse. Sin embargo, el sol de mi ventana se escondía de mí en un eclipse total.
OTRA VEZ, SOPA
Una ráfaga de viento voló todas las puertas de la UET y los vecinos y yo nos quedamos solos, mientras los abogados y los jueces retomaban sus herramientas para esculpir.
Recogí todas las promesas de la UET y fotocopié cada una de ellas para repartirlas donde fuera posible. Las dejé sobre sillas, sillitas, sillones altos, bajos, redondos.
La primera señal fue al oír una sierra que, afilada, arrancaba los brazos más bajos de un gigantesco ficus, junto a Roccatagliata, desde siempre. Y grité, tanto grité, que dejaron de amputarlo. Ese día no vi al sol, aunque estaba. Mis ojos hinchados sabían que la sierra seguiría avanzando.
Por derecho propio, continuamos adelante. Por amor propio, insistimos en escribir en los diarios barriales, en el cielo, en la bronca, en el suelo, en la bronca, en la bronca.
¡QUE LES CORTEN LA CABEZA!
Los escultores de las normas, no contentos con los sucios permisos obtenidos, quisieron asustarnos con cartas documento, donde un índice gigante con mugre bajo la uña nos señaló:
«Culpables».
Y los changarines, de una audiencia y otra y otra, se ocuparon de cargar a los vecinos de temor.
Entre las quejas de un bandoneón, algunos subieron por la enorme montaña del miedo. Otros, nos quedamos abajo y supimos escuchar a quienes padecen por el verde rifado, por las pelotas frenadas en predios privatizados, por las rejas que encierran la libertad de elegir cómo vivir, cómo soñar y cómo jugar en los parques de cualquier barrio.
Y, en cada audiencia donde la legalidad nos instó a agachar la cabeza, aprendí el monólogo de quien-como un mantra- repite su verdad ante tanto absurdo.
CONTIGO, A LA DISTANCIA
Los hierros duermen en la calle. A la mañana se deslizan hacia el pozo que sepultará nuestro amor y me despiertan con su vibrar metálico y sórdido. Anuncian que, poco a poco, tejerán las bases de nuestra separación. Cada hierro largo y retorcido se incrusta e intenta matar mi esperanza hasta el desahucio.
Son los hierros, la mezcla de cemento que chorrea, el sonido de los martillazos, la tierra que ellos escavan para sepultarnos.
Mi sol: ya suspiro tu distancia cotidiana.
Son los hierros y crecen y se entraman orgullosos.
Son los hierros: erguidos de triunfo, reciben el peso de la infinita pirámide.
Son los hierros.
– Mañana nos vemos: hay un lugar verde, verde casual, a quince cuadras de nuestro balcón. Tenemos que acostumbrarnos, no importa qué nos hicieron, no importa lo derretido sobre nosotros. Lo nuestro seguirá latiendo, a pesar de este relleno gris plomo que nos separa.
-Te veo a las cuatro, búscame junto al viejo canoso que vende frascos llenos de miel.