Por Víctor Dupont
Desamor: Sobre la irrupción de “lo otro”. Mudanzas.
MEDIA NARANJA
Y un día nada fue igual.
Los libros, los muebles, la ropa.
La música, las mascotas, las sábanas.
El orden de los años y el mundo en la cápsula de casa.
Una secreta geometría mandaba.
Sin lucha mítica ni Olimpo privado, Orden y Caos hicieron las paces. Tiempo y Rutina empezaron el diálogo, serenos. La convivencia marchó. Los libros, los muebles, la ropa, la música, las mascotas y los años.
Y un día… la convivencia fue.
Tal vez nos hayamos olvidado: los pactos son perecederos, la quietud es una alucinación de entremundos. Proust escribió: “Esa inmovilidad de las cosas que nos rodean, acaso es una cualidad que nosotros les imponemos, con nuestra certidumbre de que ellas son esas cosas, y nada más que esas cosas, con la inmovilidad que toma nuestro pensamiento frente a ellas.”
Mudarse te pone al día. Vos, que durante mucho te despertaste y viste, impertérrita, esa alfombra. Ella no decía más que el cúmulo de pelusas, de pelos, de basura ínfima. Pero ese día –desde entonces, nada fue igual- empezó a despedir el olor de unos pies descalzos. La alfombra tocó los acordes de una noche que hizo de cama improvisada y recitó el sortilegio del tiempo. Y aquel adornito, ese Buda en miniatura, de golpe, abandonó su meditación. Se paró. Pidió apagar el incienso y contó el viaje a India, la primera visión del Ganges; el Buda contó acerca de vos y de ella en un hotel espantoso, soltó la verdad oculta de la comida hindú y del sueño más allá y de algún loco que meaba y cagaba en plena calle.
Y un día…, a mudarse.
MUDANZAS FANTASMA
“A fuerza de mudarme/ he aprendido a no pegar/ los muebles a los muros,/a no clavar muy hondo,/ a atornillar sólo lo justo./ He aprendido a respetar las huellas de los viejos inquilinos:(…)/ Algunas manchas las heredo/ (…) Porque los viejos inquilinos/nunca mueren./Cuando nos vamos,/cuando dejamos otra vez/los muros como los tuvimos,/siempre queda algún clavo de ellos/en un rincón/o un estropicio que no supimos resolver.”
Fabio Morabito
La literatura y las películas de terror lo cuentan hasta el hartazgo. Los nuevos inquilinos llegan a una casa enorme, siempre de noche. Suele tratarse de una familia tipo. La atmósfera, sospechosamente calma. Los techos altísimos, telarañas y ventanales. Los días pasan y la paz cede a un clima de opresión y de misterio. Los inquilinos lo descubren, esta es una casa llena de fantasmas. Y entonces ya imaginamos. Lo otro, ese extraño mundo horroroso, lentamente, se adhiere a lo cotidiano. Ahí, la familia- con tan solo un café- ya presiente a los espectros rondar. Suele pasar que esos seres toman cuerpo y, cuando “aparecen”, trastornan todo. Estos fantasmas acostumbran esconderse en las casas grandes, dado su interés por las arquitecturas viejas, por los interiores ricos en detalles (cortinados, vitreaux, marcos, baños). De mudanza en mudanza, ellos acompañaron cada revolución urbana, con tristeza y desazón. Su hogar natural- los castillos- apenas perdura para solaz de los turistas. El avance de las revoluciones burguesas- de la industrialización, de la urbanización y de las
aglomeraciones cada vez más frenéticas- marcó la tendencia de construcciones acotadas y funcionales. Los siglos XIX y XX arrastraron la sombra del esplendor de los castillos medievales. O, tal vez, el gusto por lo grandioso, por los espacios que crecen en su interior. Incluso la costumbre de los retratos al óleo, albergaba una protección para los fantasmas. Una serie un poco esquemática marcaría un pasaje desde las mansiones hasta las casonas, desde las casonas hasta las casas y desde las casas hasta los departamentos (ni hablar, si pensamos en las casuchas, en los conventillos, en las villas; ni hablar si pensamos en las ciudades dentro de ciudades o arriba de ciudades -favelas-; ni hablar si nos metemos con los fantasmas mismos del sistema).
Entonces, los proyectos urbanos de las metrópolis serían el golpe de
gracia para exiliar a los espectros de la vida de las ciudades.
Pero, ¿es tan así?
¿Estamos tan seguros de la victoria de los arquitectos urbanos sobre los espectros?
Los espectros saben mudar de forma.
Las lamparitas, los adornos, los libros, las ménsulas, los clavos, las manchas, las cartas, los recuerdos en cápsulas, ¿no serán la nueva identidad de los fantasmas?
En estos casos, la literatura y lo fantástico alucinan sobre la impresión- real- de que vivimos entre las ruinas de los viejos habitantes de nuestras casas; entre las huellas de sortilegios insondables, en una apenas cicatriz de la casa mayor -la tierra-. Esa casa -sabemos- está en un barrio (la Vía Láctea), que sufrió mudanzas a lo largo de sus 13 mil millones de años. Ahora, parece estar en consonancia con las casitas vecinas, expandiéndose. Este traslado planetario figura la paradoja de una casa que se muda; ella misma, al borde de la quietud.
La cosmología da vueltas sobre la impresión, elíptica, de que vivimos en entremundos.
ENTRE CUERPOS
¿Y nuestro cuerpo? ¿Es el mismo cuando se traslada que cuando se muda?
De chicos, nos mudamos de casa. Supongamos. La mudanza deja nuestro cuerpo intacto. Hubo, en rigor, un traslado. Supongamos, ahora, que no nos mudamos nunca de chicos. Supongamos que no nos trasladamos a vivir a otro lado. Un día, sin embargo, despertamos y corroboramos que crecimos.
Hemos mudado de cuerpo.
La metamorfosis es una forma de mudanza.
JE SUIS LA CASA
“El patio de mi casa / es particular: / Cuando llueve se moja / como los demás. / Agáchate / y vuélvete a agachar/ que los agachaditos/ saben bien jugar.”
Canción infantil francesa
Contemos una fábula borgiana: Un hombre se propone adornar y habitar su casa. Para ello, a lo largo de los años, puebla el espacio con fotografías, elige con cuidado el moblaje, selecciona inmovilidades, cuelga objetos de la pared, cambia la pintura de los ambientes, pega imanes a la heladera (cada diminuta acumulación puede amenazar con desbordar el conjunto; más aun, la suma de los elementos reunidos en un ambiente es capaz de superar la suma de todos los elementos). El tiempo y su tejido de fantasmas montan una escenografía. El espacio arma representaciones parceladas de dramas mínimos:
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Sillón marrón recuerda abrazar al perro y quejarse por cómo el gato se afila las uñas, lo comenta a Mesa y ella le contesta que peor es lo suyo sostenida en esas patas frágiles; Jabonera de baño no sabe cuántos dueños jabones tuvo ya y Espejo la refleja un poco para consolarla, pero no demasiado, por el tema de duplicar fatiga; Álbum fotográfico oculto en placar canta a los gritos que las imágenes capturadas se degradan invisiblemente.
Y, sin embargo, hay un momento, cuando ese paciente laberinto se ha detenido. Esas representaciones repiten siempre la misma cantinela. La acumulación es un absurdo. De la misma forma -según los cosmólogos de entremundos-, cuando miramos al universo en el presente, lo vemos tal como fue en el pasado; así, un día descubrimos que nuestra casa nos revela quiénes hemos dejado de ser.
¿Y quién es el fantasma, entonces? ¿El mamotreto que nos rodea y su cúmulo incalculable? ¿O nosotros somos fantasmas ante los ojos de la casa?
Poco antes de mudarse, el hombre de la fábula de arriba intuye que ese paciente laberinto traza la imagen de su cara. Intuye, entonces, que mudarse es abandonar una máscara. Pero siempre arrecia el miedo: a ver si nos sacamos esa prótesis y nos queda una cara espantosa, irreconocible. Entonces quedamos, mejilla a mejilla, con la escenografía. Intentamos trasladar el laberinto a la nueva máscara, buscamos pegar imanes del pasado a la pared del presente: “No cabe duda. Ésta es mi casa / aquí sucedo, aquí me engaño inmensamente. / Ésta es mi casa detenida en el tiempo. (…) / No cabe duda. Ésta es mi casa. / Todos los perros y campanarios pasan frente a ella. / Pero a mi casa la azotan los rayos / y un día se va a partir en dos. / Y yo no sabré dónde guarecerme/ porque todas las puertas dan afuera del mundo.”
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YA TENÍA QUE APARECER LA QUÍA
(POEMA DE LOPE DE VEGA)
El humo que formó cuerpo fingido,/que cuando está más denso para en nada;/el viento que pasó con fuerza airada/y que no pudo ser en red cogido;/ el polvo en la región desvanecido/de la primera nube dilatada;/la sombra que, la forma al cuerpo hurtada,/dejó de ser, habiéndose partido,/ son las palabras de mujer. Si viene/cualquier novedad, tanto le asombra,/que ni lealtad ni amor ni fe mantiene./Mudanza ya, que no mujer, se nombra,/pues cuando más segura, quien la tiene,/tiene polvo, humo, nada, viento y sombra.
ENTRE CUERPOS II
Una última mudanza, la transmutación más temida.
¿Qué pasa cuando empieza a mudarse nuestro cuerpo al otro barrio?
La muerte sabe, señores, llegar con sumo recato.
¿Qué pasa cuando el cuerpo te deja y no te deja? Se mudaron los órganos, se incorporaron prótesis, bastones, sostenes. Pero algo no continúa en esta casa. Hay cuerpos abandonados por sus funciones. No siguen y aún siguen; con artificios, con tubos.
No soy de aquí ni soy de allá: se ha abandonado la vigilia y solo queda la casa onírica, la casa de la mente, el hogar de los sueños, los pasillos del “no se sabe”. El arcano del ahorcado, atado de pies y manos y con los ojos mudos. Ni vida ni muerte. El semicuerpo se acerca al portal y tiene ante sí a la próxima mudanza. ¿Cómo será lo que viene?
¿Un hospedaje amable, una intemperie absoluta?, ¿la Nada?
¿Algo para decir, señores cosmólogos de entremundos?
CUERPOS SIN ÓRGANOS (PARA CAMBIAR LA MANO)
Y, sin embargo, incluso en esta zona podemos cantar retruco.Intentemos oír la música poderosa de los cuerpos sin órganos, contra las arpas aburridas de la muerte. Sacuden el polvo infecto de la parca. Ahora, en modo mayor, la partitura mutó de tono repentinamente.: “¿Por qué esta cohorte lúgubre de cuerpos cosidos, vidriosos, catatonizados, aspirados, cuando el Cuerpo sin órganos también está lleno de alegría, de éxtasis, de danza? (…) Muchos son vencidos en esta batalla. ¿Tan triste y peligroso es no soportar los ojos para ver, los pulmones para respirar, la boca para tragar, la lengua para hablar, el cerebro para pensar, el ano y la laringe, la cabeza y las piernas? Por qué no caminar con la cabeza, cantar con los senos nasales, ver con la piel, respirar con el vientre (…)” *
Y el fantasma dijo: Un día nada fue igual.
QUIERO VALE CUATRO (MÁS MÚSICA CONTRA EL DESAMOR)
“Vaya con la casa
que despide viento…”
*Gilles Deleuze, Félix Guattari, “¿Cómo hacerse un Cuerpo sin órganos?” (http://perrorabioso.com/textos/Como-hacerse-un-cuerpo-sin-organos-Gilles-Deleuze-y-Felix-Guattari.pdf)