Por Germán Cavallero

La Celebración: De las identidades musicales

“corría de un sitio a otro, arrastrando por el suelo todos los objetos que encontraba, sonando las campanillas de los ritos, incansablemente (…) después de los castigos corría por las montañas y se presentaba en el güemilere. Aprendió a danzar al pie de los tambores (…) Y los tamboreros le permitían que pasara sus dedos nerviosos rasgando el parche que daba tono a la fiesta.” 1

TENSIÓN Y REPOSO

Quiero escribir sobre música ritual. Una vasta bibliografía me persigue: dioses importados de otros continentes tararean “Yemayá”, para que renazca en flores de espuma marina. La palabra “hogar” y su fragua se ciñen a la cintura del candombe. Y, en el corazón del oído, morenas desencadenan cantos curtidos en los campos de algodón. Toda una tensión. Soul para celebrar la vida y réquiems como abrazo a los muertos. Pelucas nobiliarias en músicos del rey cristiano, exabruptos musicales del alemán Beethoven, embriagado de Revolución (Francesa). Tironeo de fetiches, desembarcos y caminos.

El silencio se contrae en una pulseada: Marsellesa vs. Himno patriótico nazi en el bar de Rick. También se descorcha y efervesce en la orquesta de paz de israelíes y palestinos del gran Baremboim.

Música ritual.

No entra toda en una nota. Sólo algunas de sus máscaras, candil de identidades. Habrá que desnudar platillos, pellizcar los tendones animales de los primeros violines y subir a la imagen 2atalaya de una maraca de semillas: a lo lejos se vislumbran rondas, fuegos y palmas donde la identidad encuentra el ansiado reposo. Habrá que intentarlo, al menos, como forma de agenciarse un tizón y encender la candela.

EXÓTICOS O NATIVOS

En algunos bosques del sur de la Argentina, hay pinos. No son árboles nativos, sino exóticos, es decir, extranjeros, procedentes de otras geografías. Llegaron allí, no por la polinización del viento, sino en sacos de semillas que trajeron inmigrantes nórdicos para rodearse con sus propios árboles, vegetación conocida, sombras de infancia. Trajeron lo que pudieron de sus paisajes y, así, se enraizaron en lo desconocido. Cuenta Virgilio, en su Eneida, que Eneas escapó de la saqueada Troya con su anciano padre a cuestas y con los Penates 2, dioses familiares a quienes venerar y pedir protección en el exilio. Es imposible el desarraigo absoluto. A las tribus arrancadas y localizadas para esclavitud en otros continentes, no les dieron tiempo de llevarse nada. Sin embargo, no pudieron engrillar a sus dioses. Y, por cada toque de tambor, por cada danza ritual, rayos y tempestades divinas se hicieron presentes en los nuevos territorios.

EL TAMBOR QUE TRUENA

Changó cayó del cielo en medio de relámpagos y amenazante tormenta. Una aldeana, Yemayá, adoptó al niño de fuego. Pero el moquenquen tenía madre, tenía iyare. Obatalá lo había arrojado del hogar por su conducta. Changó conoció a su padre, el domador de ríos, algún tiempo después de su nacimiento. Changó era inquieto como el fuego y comía candela.

Las vicisitudes de esta deidad de fuego nos llegan a través de relatos y rituales afrocubanos. Pero también «Shangó» 3 es una de las etimologías posibles de la palabra “tango”. Los orígenes del ritmo rioplatense tienen una chispa de esa llamarada cultural que desplegaron comunidades enteras, injertadas a la fuerza durante la ocupación española y portuguesa en América del Sur. Injertos que, por cada brote nuevo, alzaron la desmesurada y caliente voz de su tronco madre, en cantos, toques y danzas. Pero volvamos a la isla caribeña.

LOS NIÑOS DE LA SIMPATÍA

Las danzas de los festivales tienen un carácter peculiar (…) expresan los ‘caminos’ por imagen 3donde las deidades acostumbran venir.” 4

Changó “se apodera de sus ‘hijos simulando el rodar de los truenos en el espacio. Así, sus seguidores ruedan dando vueltas por el suelo…” 5

Changó asoma en los festivales en honor a Santa Bárbara, patrona de las tempestades y santa guerrera. Deidades yorubas y santos de la religión católica se unen en el sistema relgioso afrocubano. Sin embargo, las imágenes católicas terminan subordinadas a una trama de rituales y celebraciones superadoras. Es probable que ciertas características de los santos hayan producido una identificación con deidades yoruba de parte de los esclavos. Así, el culto católico fue una parcela fértil donde esclavos- libertos o no-, sembraron sus propias semillas cultuales. Tiñeron pieles, las florecieron hasta nuestros días. Tal es el caso de La Virgen de Regla, patrona de Güaicanamar, La Habana: “originalmente (…) era de color blanco, pero en una travesía que tuvo que hacer por el mar Negro, se transformó en una mujer de tez oscura, y por eso la llaman La Negra6.

Changó, Oshún y Yemayá, divina trinidad conocida como “Los Niños de la Simpatía”. Raíces dentro de otras raíces. Contornos imborrables.

DE HOJAS PERENNES

No se detienen. Soplados, insuflados, los movimientos humanos son como la música. Una sinfonía suele tener cuatro partes: allegro-lento-minué-rondó. Casi como la noche y el día con sus matices intermedios. Pero la identidad no descansa. De sol a sol, conversa y planifica en la vigilia y en los sueños.

Entonces, a las 9 a.m. de una mañana cualquiera, puede salir un barco de un puerto europeo con destino a América del Sur. Y un hombre, apurado por llegar a la hora exacta, trémulo ante los retos de la nueva tierra, puede que lustre rápido su instrumento, lo imagen 4abrigue en una funda junto a fotos de su familia y lo agarre fuerte, como único dios familiar. No importa si su bandoneón sea bien recibido en esas latitudes sureñas. Para el hombre que observa ya el horizonte, apoyado contra una baranda del barco y desde un siglo XIX en declive, el bandoneón es su altar fugitivo, la misa en procesión; o tan sólo una canción que le arrullara su madre y que vuelve cada vez que sus dedos acarician el nácar y la madera.

Bandoneón. Semilla. Y un viento adentro, desbocado por danzar sobre hojas perennes.

  SOMBRA EN SIMULACRO DE LUZ

En los Valles de Altura de Jujuy, un erke brama como toro azuzado por la tormenta.

La música, deseosa de vincularse, se suelta a la deriva, en un impulso por completar y completarse en otros destinos, o simplemente ritualizarse, conjurar el espacio, ser. Cargada de tesoros identitarios, entra y se transita como canoa de un río calmo hacia el muelle de quien la recibe.

Desde el shamán que pintaba “escenas propiciatorias sobre el parche de su tambor ceremonial o sobre su maraca sagrada” 7, hasta las tribus urbanas que usan de amuleto el ropaje de la canción en el santuario del recital.

Desde las cuevas de Trois Feres hasta un trío de tango o de música andina en el subte de París. Revela, en su espejo sonoro, el rostro polifacético de comunidades enteras. De tiempos históricos y prehistóricos. Amanece en su ocaso, música resplandecida. Ni siquiera la ejecutada por ancestros cede, se extingue. Aunque su tiempo fecundo, su llamarada concluyó, vive en la gran constelación de mestizajes y sincretismos con que habitamos este terruño; y asoma activa en la ristra actual de ritmos, formas, y otras potencialidades. Es como esas estrellas que vemos, pero que han muerto hace tiempo: su luz sigue ahí, emisaria de un pasado remoto. Última exhalación de fuego. Sombra en simulacro de luz.

ÚLTIMA PULSEADA

No todo entra en una nota. Escribir es recortar, jugar pulseadas con lo que sí y con lo que no. Y dejar de lado lo escurridizo, asir sólo lo retratable. Por eso quedarán afuera otras celebraciones:

1. Los juegos fúnebres de la antigüedad donde, flautas dobles y cítaras competían para dar vida a las ceremonias. (¡Tan cerca estuve de narrar la muerte del dragón, su flecha verduga disparada por el dios solar, el sacrificio como corazón de lejanas liturgias!)

2. La “Victoria de Wellington”, composición beethoveniana de 1813, donde la orquesta, inflamada por balas de salva y cañones, representa a los bandos enemigos a través de dos melodías: Marlborough (“Mambrú se fue a la guerra”, canción de burla francesa) y Rule Britania (himno inglés).

3. Los himnos: hubiera hecho lo imposible por abrir sus cerrojos nacionalistas y emocionarme con sus loas a las libertades y el orgullo de pertenencia.

 

Es que las identidades musicales no se agotan. Siguen presentes y sujetas a cambios permanentes, moldeadas en una gran ciénaga inabarcable, como vasijas por abrir, siempre. Y están ahí. A nuestro alcance. A la espera de despertar en el ritual que deshojemos. Resquebrajadas, bruñidas. Y preñadas de latidos, plumas y barro, a punto de estallar.

 Quiso escribirse, celebrarse ella misma: música ritual, en toda su dimensión. Saltó desnuda a través de un borde de mi expectación. Quiso escribirse y demorarse. Delatada. Tan mascarón del rito siempre. Escribirse hasta anular palabras. A la espera de la blanca brizna del reposo. Como forma de refrescar su propia memoria y regenerarse en cada bosque profundo. Saltar y asaltar el bioma de dedos, manos y de todos los cuerpos apetecidos y fraguados de candela.

 

 

Notas: 

1 Rómulo Lachatañeré, El sistema religioso de los afrocubanos, ¡OH MÍO YEMAYÁ!, pág. 12. Colección Echú Bi, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1992.

2 Virgilio, Eneida, Libro II, nota 56, pág. 79, Los clásicos de Grecia y Roma, PLANETA DeAGOSTINI S.A., 1995.

3 Oscar Natale, Buenos Aires, Negros y Tango, Parte I: El nombre, pág. 24. A. Peña Lillo Editor S. A., Buenos Aires.

4 Rómulo Lachatañeré, El sistema religioso de los afrocubanos, Manual de Santería, LA TÉCNICA DEL SISTEMA DE CULTOS LUCUMÍ, El misterio de los tambores, pág. 246. Colección Echú Bi, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1992.

5 Rómulo Lachatañeré, El sistema religioso de los afrocubanos, EL SISTEMA RELIGIOSO DE LOS LUCUMÍ Y OTRAS INFLUENCIAS AFRICANAS EN CUBA, Los Niños de la Simpatía, pág. 292. Ibídem.

6 Rómulo Lachatañeré, El sistema religioso de los afrocubanos, Manual de Santería, LA TÉCNICA DEL SISTEMA DE CULTOS LUCUMÍ, El misterio de los tambores, pág. 246. Colección Echú Bi, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1992.

7 Ana María Locatelli de Pérgamo, Historia de la música, tomo I, La música tribal, Oriental y de las Antiguas Culturas Mediterráneas, La música como actividad comunitaria y como actividad profesional, pág. 13., Ricordi, Buenos Aires, 1988.

Créditos de imágenes:
Oscar García Rivera – Comparsa (Desfile de Carnaval), 1940.
Herman Braun-Vega – Les Tricheurs No. 2 (de la Tour et Picasso), 1933.
Mario Carreño – Danza Afro-cubana, 1943.
J. Borges – Forró Sertanejo, 2011.
Casablanca, 1942 (escena en el bar de Rick), director: Michael Curtiz

 

 

  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

3 Comentarios

  1. Un verdadero placer leer esta nota. Me produjo una emoción que hacía tiempo no tenía con la lectura: limpia y determinada como el batir de un tambor, conmovedora como la voz del violín, viajera como el canto de un clarinete. Gracias.

  2. Me encantó!! Conocemos más de los dioses griegos y sus mitos, que de quienes están más cerca nuestro.Me encantó leer sobre estas historias y dioses. Nos pueden sacar todo lo material que nos rodea, hasta nuestra tierra, pero no nuestra historia, nuestra música, nuestras ideas. Las llevamos con nosotros mientras vivamos!!!

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