La Celebración: Entrevista a César Hildebrandt
Entrevista: Anne Diestro
Edición: Anne Diestro y Víctor Dupont.
“En un poema leo: conversar es divino. Pero los dioses no hablan: hacen, deshacen mundos mientras los hombres hablan. Los dioses, sin palabras, juegan juegos terribles. El espíritu baja y desata las lenguas pero no habla palabras: habla lumbre. El lenguaje, por el dios encendido, es una profecía de llamas y un desplome de sílabas quemadas: ceniza sin sentido.”
“Conversar”, Octavio Paz.
PARTE I
HAY PALABRA, HAY ESPACIO
La sintonía de su voz colgaba del puente de la mirada hacia cada palabra. Iba como una nota, re-mi-sol, vertida sobre un pentagrama oral. Allí la música esparcida completaba cada oración. El sinnúmero de letras había transmutado en composición musical. Tantos quieren acariciar la palabra y no llegan a ella ni siquiera con la mirada o con el pulso. Pero, ¿se puede? La palabra vierte en verso y suena la música. La celebramos y vamos por ella a esta fiesta versada. Las palabras son abismales. Y procuré que volviera en música cada vez que la evocaba.
La palabra como profecía. ¿De qué hablamos? De una charla con César Hildebrandt sobre la poética de la palabra y sobre su divorcio con la actualidad. Él entendía bien y su voz-linterna me llevaba al camino del abismo.
César Hildebrandt, uno de los íconos periodísticos más importantes del Perú. Al tenerlo sentado frente a mí, recordaba todas las entrevistas que de él había leído: a Julio Cortázar, a Juan Velasco Alvarado –ex presidente del Perú–, a Mario Vargas Llosa, entre otros.
Yo volteaba esa silla y era él quien me alumbraba en esta página casi con algunas hojas escritas. Él tenía esa noche poder de iluminador.
No, no quería saber qué pensaba sobre las últimas elecciones de mi país (Perú), buscaba su amor por la escritura. Apenas sabía que había ingresado en este mundo de textos, después de una hepatitis que lo mantuvo a leer durante su convalecencia. Sabía lo exigente que era en sus entrevistas. Eso estimulaba más mi deseo. Lo invité a subir a mi barco, dentro de este laberinto de dudas y admiración, de celebración ante la palabra que interroga el mundo.
UN FRACASO DE CORNUDO
Un lector se sumerge en la palabra del otro, se sumerge en la escritura del otro. ¿Qué tipo de encuentro crees que se suscita entre autor y escritor?
Difícil de describir el escenario donde confluyen el autor y el lector. Es un escenario emocional, estético y racional. Con coordenadas que dependen de cada escribiente y de cada receptor. En mi caso, cuando escribo siempre imagino un lector fugitivo, huidizo, hipercrítico, aburrido y a punto de abandonarme. Siempre pienso que soy un cornudo. Que el lector me pone cuernos, que me va a dejar. Escribo con el suplicio del abandono inminente. Y es un masoquismo útil, porque te obliga a esforzarte a cómo seducir, a cómo enamorar a este matón.
¿Crees que escribes desde la orfandad?
Todos escribimos desde la orfandad. Desde la soledad y del fracaso. El que escribe desde el éxito debe ser un cronista de sociales.
¿Qué es lo que te rescata en ese caso?
El texto. Me rescata la breve, la ínfima hazaña de cada texto. La pequeñez triunfal de cada texto. El sentir que acerté con el ritmo, con la música. Con el silencio. Con la pausa. Con la respiración del idioma.
¿Y los ritmos de la escritura?
Son decisivos. Yo soy melómano. Para mí, la escritura y la música son promiscuas, son amantes feroces. Se devoran entre sí. Escribo con música interior, con la memoria de la música.
¿La memoria y el recuerdo son lo mismo?
No. El recuerdo es voluntario. En cambio, la memoria te salta. Te embosca y te toca, sin que lo quieras. Y te hace daño, a veces. Viene en embestida, en manada. Y es un perfume o es un color, un humo…
LA MEMORIA MAGDALENA
“En el mismo instante en que ese sorbo de té mezclado con sabor a pastel tocó mi paladar… el recuerdo se hizo presente… Era el mismo sabor de aquella magdalena que mi tía me daba los sábados por la mañana. Tan pronto como reconocí los sabores de aquella magdalena… apareció la casa gris y su fachada, y con la casa la ciudad, la plaza a la que se me enviaba antes del mediodía, las calles…” – Marcel Proust.
Recordaba a la magdalena de Proust…
La memoria es esa magdalena. La memoria es el dolor del recuerdo. Los recuerdos los tengo en cajones, los puedo sacar y disponer de ellos. Pero con la memoria no me meto. La memoria me gobierna y yo soy su súbdito.
¿Qué ritmos utilizas al escribir?
Me encanta todo aquello que prescinde del punto y coma, que es lo más aborrecible de la puntuación del castellano. ¡Fusilaría a todos aquellos que usan el punto y coma! ¡Es un signo que no debería existir!… (Risas.) Bromas aparte: no puedo teorizar sobre eso. Es algo salvaje y poco académico. La música dicta. La música interior. El período, cuándo terminarlo, cuándo abreviarlo. Cuándo galopar en una parrafada llena de imbricaciones y subordinadas. Lo hago poco, porque es peligroso. Cortázar lo hacía bien, ¡pero hay que ser Cortázar!
Entras en primera, entras en segunda, entras en tercera. Es como un sándwich. Cortázar es como un sándwich. O mejor: una trenza.
Es él. Intransferible.
¿Qué momento de la escritura celebras más? ¿El inicio? ¿El proceso? ¿El final?
Celebro la página en blanco. Disfruto el encontrarme con el vacío, con la nada. Empezar con una frase al azar y desatarla. O no poder y frustrarme. Me encanta el proceso de la construcción. Proceso proletario. Penoso. Manual. Artesanal, definitivamente. Mi placer es el del orfebre. El placer de crear algo a martillazos… Nunca pienso en el resultado final. Uno lanza una flecha y no sabe dónde cae. Jamás pienso en el blanco. El blanco no existe. El blanco -este otro blanco dentro de la página- no tiene nada que ver con la escritura. Nada acierta. Por ejemplo, si tú resucitaras a Borges y le preguntaras si hubiese podido escribir mejor el Aleph, Borges -con su terrible honestidad- diría que sí, que lo hubiera podido escribir mejor.
COMPOSICIÓN DE RABIA LINGUAL
“De los nudos, con esto, más suaves, los dulces dos amantes desatados, por duras guijas, por espinas graves, solicitan el mar con pies alados; tal, redimiendo de importunas aves incauto meseguero sus sembrados, de liebres dirimió copia así amiga, que vario sexo unió y un surco abriga”- Luis de Góngora y Argote.
¿Qué diferencias existen entre destruir el lenguaje y provocar rupturas poéticas?
¿Quién quiere destruir el lenguaje?
Los diarios, la información. Los escribas de los periódicos.
¿Tú crees que tienen algo que ver con el lenguaje? ¡No! La prensa de hoy se ha desvinculado muchísimo del lenguaje. Esto viene de un divorcio entre la inteligencia y el periodismo. Y se produjo en Perú tras la muerte de Mariátegui. Quizá, el último impulsor de un periodismo cultural poderoso. Después, la prensa comenzó a ser lo que es ahora: una industria, un negocio, un comercio. Y su relación con el lenguaje ya no es ni siquiera pragmática, sino inexistente. Es la abolición del lenguaje. En un diario de aquí o de Italia, por ejemplo, más valen las fotos que las palabras. El periodismo es, ahora, iconográfico o televisivo o auditivo. No apela ni a la inteligencia, ni a la razón y, menos, al lenguaje. Los escritores dejaron de escribir en la prensa. Si te pones a pensar que Vallejo mandaba sus crónicas desde París y las publicaba una revista vulgar, que se permitía ese lujo. ¿Hoy quién publicaría una crónica de Vallejo hecha en París? En este momento, nadie.
Quizá, este mismo divorcio del que hablas, hace que ya nadie preste atención a la resonancia, al poder del lenguaje.
La fascinación del lenguaje, en realidad. Eso te da la pauta de por qué la gente lee tan poco. Por el hipnotismo de la lectura. Y ahora el lenguaje está deshecho, atrapado en un tweet.
Esta situación es conmovedora…
Tú deberías ponerte en una máquina del tiempo y volver a 1925. Igual que yo, no te sientes bien en esta época. Pertenezco a una generación que ha visto la abolición de muchos paraísos, pero el más preciado es el lenguaje. El amor por la belleza…
El amor por la belleza de la palabra.
Somos la palabra. Nos suprimes la palabra y somos tetrápodos como cualquier orangután. La gente lo entiende como comunicación. Yo, en cambio, lo veo como un discurrir. Un dejar caer las palabras… Eso podría ser mejor que lo que llaman ahora comunicación.
¡Sí! ¡Sí! Las palabras brotan. Se caen. Se inseminan. Están vivas, en resumen. Y son hermosas. Son bellas. Nos distinguen de los animales. Y también nos acercan a ese sustituto penoso de la eternidad, que es la posteridad. Una palabra bien dicha nos acerca al umbral de la posteridad.
¿Utilizas recursos poéticos en el periodismo?
Sí. Pero el periodismo exige un nivel de inmediatez en el entendimiento. Es decir, cosas fáciles, redacciones transparentes. No puedes darte el lujo de utilizar metáforas frondosas. Si no, corres el riesgo de que no te lean. Entonces sí, trato de hacerlo, aunque el oficio exija una sencillez indigente. Más allá de esta dificultad, intento que la palabra sea protagónica. Porque el buen periodismo busca la perfección. Busca el acomodo cabal de la palabra. Y ese es su mérito: la exactitud, el adjetivo pertinente, el rigor del lenguaje. John Dos Passos, Hemingway, García Márquez, ¿han sido escritores o periodistas? Sus crónicas, ¿han sido literatura o periodismo magníficamente escrito?
¿Qué diferencia encuentras entre informar y narrar?
Es una diferencia cualitativa. Puedes informar con pocos recursos, pero no narrar. Narrar implica una enormidad y una plenitud de recursos. Narras con una orquesta sinfónica. Y describes con un bongó. Un notario puede…
¿Has leído a Leila Guerriero, por casualidad? Ella dice que hay una distinción entre un periodista y un funcionario (notario) del lenguaje.
Claro. El periodista debe interpretar, debe ser connotativo. Entender qué hay detrás de la imagen. Si tú hubieras entrado en un gulag de Stalin, habrías escrito que se trataba de un campo, con comidas precisas y a determinada hora. Si hubieses escrito una crónica, hubieras conversado con Solzhenitsyn, que estaba ahí. Esa es la diferencia.
Para ti, ¿escribir es desprenderse de uno mismo para hablar de otro?
Sí. Es usurpar identidades. Es desdoblarse. Es morirse. Es matarse. Matarse en el esfuerzo de no ser y de ser múltiple y de ser varias ojivas. Y no una sola bomba.
Es el dasein, el ser-ahí de Heidegger.
Pero Heidegger, en fin, era un ser para la muerte. Era demasiado sombrío, determinista. Y yo pienso que no. Pienso que existe la brecha y la posibilidad de estar en el otro lado, aunque sea un instante. Y de renunciar a la razón que, según Occidente, es lo mejor que nos podía pasar: depositarnos en la razón y morir en la razón. La razón es la herencia más espantosa de Occidente. Todo lo magnífico que yo conozco, no proviene de la razón. Proviene, en cambio, de la agonía, de la ambición y de la absoluta incapacidad de resignarse.
De perderse, de huir…
La única manera de encontrarse es perdiéndose.
¿Crees que es lo mismo afirmar la vida que ser optimista?
No. Afirmar la vida es creer que siempre vale la pena vivirla. Y ser optimista linda con la ridiculez. Somos, uff…, productos de un azar perverso. ¡Estamos en una roca sin destino, en medio de la más absoluta soledad cósmica! Entonces, ¿de qué optimismo me hablan? Pero, en fin, mientras tengamos ilusiones se pueden hacer cosas.
Afirmo la vida cuando no conozco la muerte….
La muerte no se puede conocer porque nadie regresa de ella…
O no lo sabemos…
Mi pesimismo reforzado se basa en no creer en la inmortalidad. Y en creer que el cuento se acaba aquí, con tú último resuello. Cuando te vuelves amarillo y frío, no hay más. Hablar de la muerte es hablar de lo que nos acogerá.
¿Y con la escritura? ¿Nos volvemos inmortales o no?
Hace cuatro siglos hablamos de Cervantes. Supongamos que Cervantes tiene cuatro siglos. ¿Tú crees que llegue a cuarenta? ¿Tú crees que llegue a diez? Es que la finitud es eso. El juez implacable. China, Roma, los babilónicos, el imperio persa. Todos se creían inmortales. Incluso los egipcios… ¿Qué son ahora? Pirámides ruinosas y polvorientas que visitan japoneses. Es cómico. La petulancia del ser humano es digna de un aplauso teatral.
El periodismo es el frío del lenguaje.
El periodismo es lo más frío del lenguaje. La temperatura del periodismo debe ser baja.
¿Y la poética?
La poética no tiene cómo ponderarse. No sé si es tibia, caliente. El acierto mágico. Nadie escribe poesía de modo profesional. Los poetas siempre se encuentran con la poesía. El encuentro de lo poético es absolutamente aleatorio. Me sucede cuando leo a Dylan Thomas.
“Y la muerte no tendrá dominio”… (Cita Dylan Thomas)
Me sucede cuando leo esa poesía. Me sucede con Cernuda. Encontrar esto que digo: Dios, esto es una cerradura a otro mundo.
LATINOAMÉRICA HOY
Ese descubrimiento, ¿podría ser la celebración del lenguaje?
Es lo más parecido al orgasmo. Lo más parecido a la petite mort. Parecido a un viaje sin muerte.
Para concluir, quisiera saber qué cree, opina de la llegada de Mauricio Macri al poder en Argentina.
No me gusta Macri. Se parece mucho a Alan García. A Peña Nieto. A todos aquellos que creen que América Latina es una franquicia de los Estados Unidos o de la Unión Europea. No me gusta lo que Macri ha hecho con los fondos buitres, lo que hace con los derechos sindicales. Es lo que llevó adelante Fujimori, aquí lo tenemos muy claro. Y, si bien es cierto que los Kirchner pudieran haber cometido grandes errores, el desmontar derechos, no va a llevar a la Argentina al progreso. Va a llevar a la Argentina al eterno retorno de morderse la cola y volver a un período de ultraderecha que, a su vez, traerá una reacción izquierdista y populista. Y la pregunta es hasta cuándo esto. ¿No estaba claro que iba a ser así? ¿Por qué votaron a Macri? ¿Por qué ganó? Debe haber una explicación de índole social ahí, que es la misma que se puede aplicar al Perú. ¿Por qué hay un 49, 8 por ciento que votó por Keiko Fujimori? Es una pregunta vergonzosa. Y no sabemos responder. Y nos avergüenza responder.
TIEMPO A TIERRA
Se acabó el miércoles, pero la escena retoma el sábado. Esta vez, por celular. El tiempo, la coyuntura, nos había alojado en locaciones diferentes…
PARTE II
“Ahora es el fuego sometido
Ahora es la carne
la hoja
la piedra perdidos en la fuente del tormento
como el navegante en el horror de la civilización
que purifica la caída de la noche
Ahora
la muchacha halla la máscara del infinito
y rompe el muro de la poesía” – Alejandra Pizarnik.
TRABAJO FINO
La escritura, ¿es una adicción? ¿Un sobreesfuerzo?
Diría que es una vocación que, si da resultado, se convierte en una adicción. La adicción está asociada con el placer perverso, pero si escribes mal y eres grafómano – como muchos – y crees que escribes bien y sigues escribiendo y te siguen editando las editoriales- que ahora se han convertido en casas productoras de nada- entonces, hablamos de una grafomanía. La escritura es una necesidad. Escribe el que necesita hacerlo, sino se moriría de empacho o intoxicación. Escribir es una forma de vomitar.
Me llamó la atención, cuando cita a Jorge Luis Borges, al decir que no todos los días suceden cosas importantes. ¿Qué es importante? ¿Qué es lo prescindible?
En la perspectiva de los años, todo lo que parece importante día a día termina no siéndolo. En la perspectiva de los siglos, la cotidianeidad desaparece. ¡A nadie le importa qué almorzó Van Gogh! A nadie le interesan qué manías urinarias podía tener Miguel de Cervantes. Entonces, en esa famosa conversación entre Borges y Bioy Casares, ambos deslizan las posibilidades de que la prensa solo publicara cuando ocurrieran grandes acontecimientos. Borges parte de creer que el periodismo consiste en creer que todos los días suceden cosas importantes. Eso es es una ficción, no todos los días suceden cosas importantes. El periodismo se cree mucho, tiene grandes ínfulas y -frente a la literatura- es muy poco. Inventar que la historia se produce todos los días es uno de los peores sufrimientos del periodismo.
Pienso ahora, ¿qué hacemos con las muertes? ¿Los nacimientos? Todos los días se muere alguien, pero sólo es importante para quien le afecta…
Bueno pero una cosa es que se muera el profesor Jirafales y otra, que se muera Franz Kafka… (risas) Una cosa es que un pobre peatón –que merece toda la compasión del mundo- sea atropellado en la avenida Panamericana de Lima y otra cosa es el genocidio de los armenios. Tenemos que hacer un trabajo fino, el mercado de la muerte no es igualitario, hay que priorizar la muerte…
Termino con lo siguiente, la grabadora atrapa los sonidos y no la furia. Y, la escritura, ¿qué tiene entre manos?
Felizmente, la escritura tiene una gran acogida para las furias y a veces para las no explícitas. Hay prosas que están cargadas de furia y tienen una forma de atrapar tempestades aparentemente apacibles, por ejemplo la de Galeano. Pero lo hizo con tal elegancia que no es furia callejera sino, de la más hermosa.
Guerras calladas. No estalla como las bombas, ni suena como los tiros. El hambre, que mata callando, mata a los callados. De ellos, sabemos todo. Los expertos, los pobrólogos, los estudian y nos ofrecen los datos actualizados: qué no comen, en qué no trabajan, cuántos son, cuánto no pesan, cuánto no miden, qué no tienen, qué no piensan, qué no votan, en qué no creen. Sólo nos falta saber por qué los pobres son pobres. Ellos, los muertos de las guerras, los presos de las cárceles, los brazos disponibles, los brazos desechables, sin tierra, sin casa, sin camino. ¿Será que los pobres son pobres porque su hambre nos da de comer y su desnudez nos viste? ¿Qué sería de nosotros sin ellos? Eduardo Galeano |