Por Patricia Tombetta
La celebración: sobre la doble cara de algunos ritos celebratorios
PARTIDA
“No olvidar los orígenes” era un sabio consejo de una tía abuela. En su mezcolanza entre el italiano un poco perdido, nunca del todo, y el argentino que se colaba hasta donde podía, sentenciaba “siemo olvidado de donde vinimo”. Partir del puerto propio, suele permitir el arribo al que prefieras,
por lo menos, eso entendí yo.
Celebrar (según la Real Academia española): Ensalzar públicamente
a un ser sagrado o a un hecho solemne, religioso o profano, dedicando uno o más días a su recuerdo.
Tibios vientos del este o noreste.
Aun así, parece interesante el hecho de hacer público, en el sentido de compartir y dar a conocer aquello que lo merece y no queremos dejar en manos del olvido. Lo damos a la transmisión porque, de alguna manera, ella será el carro que lo transporte un poco más lejos. Hacia otros oídos, hacia otro tiempo.
Los motivos, hechos o seres pueden ser de lo más variados, sólo se requiere la necesidad de compartirlos y de las personas adecuadas. Así, los ritos no se convertirán en una sesión de abdominales de un sábado a las nueve de la mañana.
EXCESO DE EQUIPAJE
El más común de ellos suele ser el del cumpleaños. La alta frecuencia (con suerte) de tales festejos nos da la ocasión de mirarlos un poco más de cerca.
En la antigua Grecia, e incluso hasta los sumerios, la fecha del cumpleaños era muy tenida en cuenta. Calculaban el día por la posición de los astros y hacían fiestas con regalos y velitas. Estas eran encendidas para homenajear a los demonios protectores con los que cada persona nacía. El cristianismo pataleó un poco y finalmente, navidad de por medio, se acomodó.
Tal parece que ese carro llegó muy lejos, también podría responder a algún instinto fiestero que colara su muda influencia y nos enredara los pies cada tanto.
En ese sentido, “Celebración” es una película alemana que trata acerca del festejo del patriarca de una familia en su sexagésimo aniversario. El hombre decide reunir a sus parientes y amigos en un hotel de su propiedad. La ocasión amerita y la fiesta se realiza en el hotel, propiedad del hombre donde, además, se alojarán los invitados. Motivo y lugar auguran buenos momentos, a pesar del suicidio de una de sus hijas, poco tiempo antes. Ese “detalle” tal vez preanuncia la fatalidad. Cuando comienza el brindis y cada uno puede tomar la palabra, anunciándose con suaves toques a la copa, uno de sus hijos relata el abuso sexual perpetrado por el padre, contra la infancia de los dos hermanos.
Motivo y lugar, tal vez, no resulten suficientes y convendrían algunos paños fríos al furor festejandis que nos gana con el cambio de década. El momento parece enredarse un poco. El padre intenta unos últimos movimientos autoritarios y, finalmente, se da por vencido asumiendo sus culpas.
ALGUNOS ADORNOS
Cuando se corren cien metros llanos, el cuerpo adquiere una armonía precisa: brazos y piernas se ajustan a un equilibrio y se acompañan, el corazón se acelera, la cabeza se mantiene alzada y firme con los ojos ligeramente hacia abajo para no perder de vista el camino. El detalle es que toda esta belleza no debe ser percibida por el corredor. Podría pasarle como a Narciso y, en nuestro caso, desajustar los pies hasta morder el polvo.
¿Es el efecto de la belleza?
Un amontonamiento de cosas lindas no siempre da como resultado una bella escena: suvenires más caros que tu regalo, ocho orquestas, comida que no se llegará a desechar en un solo día. También podrías exhibir un retrato al óleo de la homenajeada/o en la puerta de los baños. Es claro, ante semejante exceso, el peligro resultaría nulo para el invitado. La cuestión sería que tanta atención puesta en las menudencias dejaran a tus queridos seres fascinados con los manteles y olvidaran saludarte.
En la película “La grande bellezza”, de Paolo Sorrentino, los personajes padecen de una u otra forma la belleza de la ciudad de Roma y la vacuidad de sus vidas.
Luego del estruendoso festejo del sesenta y cinco cumpleaños, Jep Gambardella, interpretado por Tony Servillo (tan seductor como Roma), cae en la cuenta de los pocos motivos que han alborotado su vida. Una exitosa novela escrita hace demasiados años, apenas el olor de la casa de su madre y una novia que lo dejó cuando tenía dieciocho años. Cuestiones que va descubriendo a los saltos, de fiesta en fiesta.
Nada más elocuente que el desasosiego posterior al exceso de ruidos, brillos y cosa golda. Susurros traicioneros surgidos luego del aturdimiento: entre la voracidad y el cansancio auditivo, algo se hace lugar. El personaje se apoltrona en ambientes delicados y vistas sobrecogedoras, acuna su embriaguez y muerde el polvo, cada mañana.
¿Celebraciones para homenajear motivos o para que emerjan?
Cuchillazos en la cuna.
Las personas.
Con quiénes decidas celebrar tus acertados, o no, motivos no será poca cosa. Completar la foto, rellenar las mesas, que el salón se vea poblado y tus blasones bien lustrados pueden ser muy caras cuestiones. Y no lo digo por el dinero, sino por la sangre. Las formas podrían comerse el fondo en lugar de la torta.
Silvina Ocampo, en el cuento “Las fotografías”, nos dice algo acerca del amor y la dedicación de los otros. Algún desvelo, cierta exageración llevan, en el festejo del cumpleaños de una adolescente, a poner algún énfasis demás en las fotografías para inmortalizar el suceso. ¿Para qué, si no, son las fotos?
La chica había sufrido algún accidente y luego una larga y cuidada internación. A pesar de los arreglos bien ubicados, la sidra helada, las tortas y sándwiches dispuestos sobre la mesa, el fotógrafo se hace esperar y nada puede ser alterado. Cuando llega, comienza cierta batahola en un ir y venir con la homenajeada a cuestas para tomar las imágenes de rigor: con el abuelo, con las flores, con los invitados adultos primero y con los niños después. Hasta se fotografían con un abanico que se veía precioso. La homenajeada sólo atina a pedir un vaso de agua y, al comenzar la comida, descubren que había muerto.
Por fortuna, habían conseguido inmortalizar el momento.
Las fechas importantes, tal vez, no siempre nos encuentren dispuestos para un festejo. También podría ser que el homenajeado o algún invitado utilicen el momento para otros fines: denunciar un abuso, promover la asistencia a la procesión con la promesa de que San Antonio te consiga novio, que te vean bailar o cantar en el velatorio de tu abuelo, festejar el cumpleaños de la patria sólo con cuatro o cinco cómplices. La belleza y mucha música podrían acelerar a fondo y mostrarte, aunque sea tarde, las cosas importantes que traía tu carro. La fotografía, matar el momento antes que inmortalizarlo.
Personalmente, llevo conmigo muchísimos cumpleaños, algunos están borrosos, otros parecen no haber sucedido, tal como los actos de las fechas patrias. Aunque, en el caso de estas últimas, mi carro destaca dos fiestas bien nítidas y distintas, opuestas incluso: una fue cuando tendría siete u ocho años y me levantaron a las ocho de la mañana de un julio glaciar, para marcar el paso en la plaza de mi pueblo; la otra, en el Bicentenario de la Revolución de Mayo, donde lo más notable fue el encuentro con miles de personas, con quienes nos mirábamos a los ojos, nos hacíamos lugar en amontonamientos increíbles, sonaban los chistes al paso, cantábamos a coro algunas canciones, el corazón no cabía en mi pecho y algunas lágrimas intentaban hacerle lugar.
Dos caras de la homenajeada que no conviene dejar caer así como así. Luego, serán festejos o morder el polvo.