El cuidado del otro: sobre la curiosidad y el asombro.
Por Mariana Paula Dosso
UMBRAL
Vorágine de los autos al cruzar una avenida. Correr para tomar un colectivo o empujar hacia adentro en el vagón del subte. Prender la computadora antes del “buenos días” a los compañeros de trabajo. O también: la vorágine en un pueblo perdido en esa rutina pesada, insensible al asombro. Entre tantos espacios acelerados, se hace difícil encontrar el tempo hacia los demás. Avanzar, conocer al otro y sentirme interpelado por su presencia. Sin más ni menos: su presencia. No aquella imagen dibujada con facilidad en mi retina, o en la cadena de prejuicios enlazada a un comentario.
Pero no todo es escollo. A veces algo de la curiosidad asoma, una persona en una situación vulnerable acapara la curiosidad en el umbral de la casa. Más tarde, el territorio puede extenderse y abrirse en un cuarto que conduzca de la curiosidad a la preocupación. En los pases de una habitación a otra, los sentimientos se enredan. Pocas veces queda lugar para expandirse en la amplitud del asombro, recorrerlo, dejarse interpelar por el otro.
Pero no todo es escollo y a veces sucede. Entonces, la casa se transforma en un espacio solidario e infinito y el pensamiento, en asombro que sobrevuela la utopía.
¿Cómo fundar el territorio del conocimiento y del cuidado en la vorágine cotidiana? ¿Cómo imaginar otro espacio tiempo, en la lentitud?
ENREDOS
En nuestras ciudades, suele conmover un niño recostado sobre la vereda en plena vorágine matutina. Sin embargo, para muchos, ya no interpela. Y el Estado, ¿en qué funciones se enreda que no responde? ¿Y si alguien se acerca y propone un hogar para ese niño? Claro, las “respuestas” son las “existentes”. Imaginemos: al niño se lo puede llevar a una casa, al cuidado de profesionales y con otros futuros amigos. Sin propuestas para toda la familia, el padre se resiste, prefiere, elije cuidarlo él. ¿Y? ¿Cómo se resuelve? Cuánto para reflexionar se pondrá sobre la mesa de las decisiones, cuánto de la palabra del padre, cuánto de las causas estructurales de la pobreza, de los derechos de la infancia, de un mundo injusto y del propio niño, recostado sobre un colchón con sus juguetes del día.
La fragilidad no se reduce a las carencias y los deseos se abren en la fragilidad por conocer.
MISMISIDADES[i]
Allá, en algún rincón de noviembre, el profesor Cullen insistía en “el otro en cuanto otro”. Juego de palabras de la mano de Lévinas para impulsar sentidos. Y sumaba “el otro sin reducirlo a las mismisidades”, “el otro no como diferente a mí”.
Hablar del respeto, de la convivencia, de la diversidad suele atraparse en anillos de la propia representación, relaciones autorreferenciales para comprobar una y otra vez que el camino elegido es el apropiado. El Otro aparece débil. Y ahí nomás le tendemos un círculo para acobijarlo. Tal vez coincidan los pareceres y el ambiente se torne cálido y confiable. Pero si las miradas buscan huellas diferentes, el clima se enrarece, los anillos se cierran y puede resultar asfixiante al recién arropado. En fin, anillos sin interpelación posible al otro.
La clase avanzaba un poco más al desarmar la idea del diferente a mí. “Si el otro queda atrapado a mi representación, la relación es consigo mismo”. Y, como en una brisa circular, “el otro en cuanto otro”, el profesor nombra, insiste, persiste.
ENTRE IDAS Y VUELTAS
Por la tarde temprano, se suele viajar con cierto silencio. Aburrida, ante la monotonía de las veredas, centré la atención en dos mujeres jóvenes.
-La seño me dijo que le diera las vacunas a la nena.
-Sí, yo se las di la semana pasada, las que me faltaban.
-Yo no.
-Ayer le llevé el certificado.
-Allá, en mi familia, nadie se vacuna. Y están todos bien vivitos.
-Pero la seño dijo que si no están los certificados no pueden ir al jardín. La salita está abierta de 9 a 12, todos los días.
-Yo no los voy a vacunar, los problemas de salud en la comunidad los resolvemos de otra manera.
Una de las mujeres se inclina a levantar unas bolsas del piso, acomoda su mochila sobre su pecho y el timbre quiebra la lentitud de la tarde.
-Chau, acordate que mañana nos dijeron de quedarnos hasta las 8. Espero aguantar tanto tiempo parada… Chau, chau.
Al bajar, reparte el peso en sus dos manos. Miradas amorosas y manos justas también pueden tropezar. Y si la alumnita lleva en su mochila un certificado de una médica homeopática…, tal vez, las insistencias disminuyan. O no.
¿Cuánto para sostener una crianza cuidada? Adultos amorosos en el cotidiano, maestros, vecinos… hasta un Estado hecho de trabajadores éticos, atentos a responder a la fragilidad del otro.
COMUNIDADES
Ronda la solidaridad, ancla en la velocidad y despierta en las comunidades. En nuestra sociedad el cuidado toma diferentes rumbos: organizaciones vecinales, organizaciones políticas, una cooperadora escolar por aquí, una agrupación de mujeres por allá, un taller de arte en el medio del vendaval. Y las experiencias nos pueden encaminar para diferentes pagos. También, las épocas nos llevan a las más disímiles experiencias: Estados con políticas de inclusión y dignidad, con mayor disposición a las texturas de nuestro territorio. Y, en la vereda de enfrente, Estados que se fortalecen en la negación del otro, la violencia de someter y arrancar derechos.
Y ahí las contramarchas de la historia. Revoluciones, movimientos políticos, transformaciones profundas conducidas por lealtades y liderazgos potentes, capaces de empujar la historia y dignificar.
Dar la palabra. Recuperar la palabra. Tomar la palabra. ¿Y la escucha? ¿Somos vulnerables a escuchar?
SER O ESTAR, ESA ES LA CUESTIÓN
Seguimos por aquel noviembre con reflexiones de Rodolfo Kusch y un acertijo de palabras para varias clases: “Nuestro problema de ser, sin estar (…) El pensamiento no se ve ni se toca, pero pesa (…) El pensamiento está gravitado por el suelo que habitamos”.
Ahí se evidencian los primeros espejismos: nos convencemos de ser sin estar. Nos pasamos la vida al sumar bloques, al colocar los más altos andamios -siempre con un nivel- para asegurarnos la superficie inconmovible de las paredes.
Estar. Stare. Del latín, estar de pie.
Otros apuntes en algunas hojas lisas: “estar listos para la marcha. Dimensión situacional, provisoria”. Ávidos de conocer, de zambullidas en puntos de vista, de braceos hacia otras profundidades. Amarres. Zarpazos.
Ser. Sedere: estar sentado, estar seguro. Con un armazón más o menos cómodo de argumentos cotidianos, de mitos científicos, de hipótesis religiosas o berretadas filosóficas. Más flexible en los días de lluvia e impermeable para transitar las zonas peligrosas al GPS.
Ser: estar sentados. El cuerpo se encorva, se atomiza, hay articulaciones que prescinden del movimiento. La visión se reduce a nuestros pies. Se entumecen las sensaciones y las búsquedas alcanzan el trayecto de la mano a la mesa cotidiana. Aunque sea un banquete de la Edad Media, los contornos limitan los sabores y los colores. Los aromas… ¡imprescindibles! son los únicos habilitados a entremezclarse, a dar novedades, atracciones y antipatías.
Acontece. Se encorva el esfuerzo de “ser alguien” para dar paso al estar. Territorio vivo que late, transforma, inhibe y potencia las siluetas. Territorio ávido de movimientos, de intercambios, de pareceres exultantes y palabras acompañadas de escuchas.
RINCONES
Acurrucar para cuidar.
Pocos saben de las matrices de los consensos y de las aguas que empujan la historia.Torrentes para avanzar, ampliar derechos o construirlos en los rincones más preciados e insólitos: en las políticas públicas, en una sala de salud, en un merendero o en la oficina de recursos humanos. Allí, en voz baja y entre trabajadores, se actualizan sus derechos laborales.
Ver la fragilidad del otro en el inicio de conocer: lejos de la debilidad y cerca de sus deseos, expectativas, maneras de estar. Así, el asombro deviene en un modo de querer mirar el mundo, de querer vivir. Los rincones tornan en momentos de huida, refugio, acobijo o solo se vuelven espacios donde “desensillar” hasta que aclare.
Sin más, la vorágine teclea el ímpetu del asombro, lo arrincona o queda de pie en el umbral de la ventana. La curiosidad apenas se asoma a los otros y su preocupación ocupa un cuarto sin descender jamás a toda la casa.
El asombro habita la casa, la transforma.
Al fin de cuentas, cuidar: un acto de conocer, de asombro.
[i] Apuntes de las clases del Seminario “Problemas teóricos y epistemológicos” de la Maestría Pedagogías Críticas y Problemáticas Socioeducativas, a cargo del Prof. Carlos Cullen, 2010.