El cuidado del otro: De bosques suicidas y felices cansados
Por Víctor Dupont
“Morir voluntariamente supone que se ha reconocido, aunque sea instintivamente, el carácter ilusorio de esa costumbre, la ausencia de toda razón profunda para vivir, el carácter insensato de esa agitación cotidiana y la inutilidad del sufrimiento”. Albert Camus.
BOSQUE ESCARPADO
En la provincia de Yamanashi, a 100 kilómetros al oeste de Tokio, hay un bosque repleto de cavernas rocosas y heladas. Llegado ahí, el viento queda contenido por árboles. No hay animales ni vida silvestre. Por entre su camino y sus curvas escarpadas impera, impertérrito, el silencio. Más de 3000 hectáreas, en las piernas del monte Fuji. Al entrar, algunos carteles advierten con señas: «Piensa una vez más en la vida que te fue dada: tus padres, tus hermanos y hermanas, y los niños. No sufras solo. Contacta a alguien«. Seguido, un número de teléfono.
El bosque de Aokigahara. A estas alturas, una leyenda. La literatura y el cine se han inspirado en sus caminos. Los números llaman la atención: allí, se suicidan entre 50 y 100 personas al año. Las cifras no sorprenden en un país como Japón donde, en 2014, por ejemplo, se mataron más de 25.000. Un promedio de 70 personas por día. Desde el año 1971, sin embargo, comenzó una organización rigurosa para buscar los restos mortales de los suicidas. Una vez al año, un equipo de bomberos y policías de más de 300 personas se adentran en Aokigahara. El equipo procede. Retira los cadáveres que no han sido encontrados por los visitantes y guardias forestales. Incuso, una furgoneta de la policía patrulla los alrededores del bosque en busca de potenciales suicidas (difícil imaginar cómo la policía puede persuadir a quien quiera matarse).
MUERTE A LO PONJA
Existe un cuento llamado “El negro mar de árboles” que parece inspirar a los algunos japoneses. En él, una pareja de enamorados se interna en este bosque. No existen traducciones de este relato. Difícil resulta pensar en detalles escabrosos de esta aventura suicida. Pero sí podemos preguntarnos por el destino de las almas de esos suicidas, ya que existe mucho material sobre los ritos funerarios en Japón.
Si situamos el cuento antes del ingreso del budismo en Japón, podemos suponer que los enamorados fueron educados por el Shintoísmo. Cruzados por esta visión, los suicidas piensan en un viaje con tres destinos posibles: el primero, por el mundo subterráneo, contaminado, llamado kegare. El segundo destino posible está situado en los confines del mar, nirai kanai. El último, ir a parar a la cima de una montaña ubicada en la comunidad rural próxima a la tierra donde vivieron. Más allá de las tres opciones, las almas, tarde o temprano, van a parar a un mismo lugar.
Los padres de estos suicidas pueden pensar que sus hijos muertos están presentes. Sus hijos los protegen o quizá les envían maleficios (tatari). Pero estos deudos montan ceremonias y rituales a fin de tenerlos siempre cerca. Son las llamadas matsuri, celebraciones para mantener satisfechos a los muertos. Las mismas pueden incluir exorcismos o purificaciones –jarai-, a cargo de un sacerdote especializado.
En tiempos shinoístas, las casas se preparaban para dar la bienvenida a las almas de sus ancestros en una fiesta llamada obón. Dentro de la vivienda habían instalados pequeños altares y mini templos. Se llamaban butsudan, donde ofrecían flores, comida e incienso para los muertos. Este detalle se repetía en casi todas las casas de las familias campesinas, antes de la Segunda Guerra Mundial.
En la ceremonia de bienvenida a los muertos deberían sortear una dificultad: la comunicación verbal con las almas. Para eso, se contrataba a un chamán, el yuta.
Este médium prestaba su cuerpo y el difunto hablaba a través de él.
El contenido de las conversaciones excede los modestos límites de este artículo.
Ahora bien, si el cuento está en el presente, la muerte ya se ha individualizado. No es asunto comunitario. Si volvemos a los jóvenes enamorados, ellos van a retornar a la naturaleza y serán dispersos y absorbidos por ella. En esta versión imaginada, estos jóvenes, en definitiva ya cruzados por el budismo de la secta dyoodo, piensan que cualquiera puede acceder al paraíso y la muerte no es cosa tan mala.
ESTOS JAPONESES
“Advertimos que el mundo es espeso, entrevemos hasta qué punto una piedra nos es extraña e irreductible, con qué intensidad puede negarnos la naturaleza, un paisaje. En el fondo de toda belleza yace algo inhumano, y esas colinas, la dulzura del cielo, esos dibujos de árboles pierden, al cabo de un minuto, el sentido ilusorio con que los revestíamos y en adelante quedan más lejanos que un paraíso perdido. La hostilidad primitiva del mundo remonta su curso hasta nosotros a través de los milenios”. Albert Camus.
Wataru Tsurumi escribió un “Manual del suicidio” (1993). Redactado con sobriedad, el texto se encarga de no juzgar ni de incitar. Tampoco encara el problema en términos filosóficos. En sus casi 200 páginas hay descripciones detalladas acerca de cómo quitarse la vida de maneras eficaces: sobredosis, ahorcamiento, envenamiento, etc.
Vale destacar el didactismo del libro. Cada escenario suicida contiene ilustraciones y un puntaje de uno a cinco, en valores de dolor causado, esfuerzo, falibilidad del método. Incluso, se encarga de explicar cómo quedan algunos cuerpos y la molestia que pueda causar a los demás contemplar un cadáver mal suicidado.
En ocho provincias de Japón el texto fue prohibido y calificado como peligroso para la salud. Esto provocó un debate particularmente intenso entre el autor y sus detractores. Pero las ventas hicieron lo suyo: un millón de copias fue el veredicto que el mercado expidió. Tsurumi escribió una nueva versión. Allí incorporó las muchas cartas de rechazo y apoyo que recibió en el tiempo de la polémica.
El método de Tsurumi: muy ascéptico. Veamos el caso del ahogo. La tabla indica los siguientes valores (de 1 a 5, recordemos): Grado de dolor, 4; grado de preparación, 2; Grado de fealdad, 4; Grado de incomodidad para otros, 3; Grado de impacto, 1; Grado de letalidad, 4. El autor no ahorra consideraciones:
“Basta tener agua. El método se puede llevar a cualquier lugar. Sin embargo, el sufrimiento es similar a la asfixia y el cadáver queda horrible. Viéndolo desde una perspectiva más amplia, no es el mejor de los métodos de suicidio.”
Se le pide al suicida que tenga la claridad de saber cómo quiere realizar su deseo. Si anhela una muerte para generar impacto en otros, sin duda deberá hacerlo a través de la “autocombustión voluntaria”. En este caso el grado de impacto y de letalidad son cinco, lo cual lo hace casi infalible. El problema es el dolor terrible y el sufrimiento. Pero Tsurumi apunta que, resulta tan eficaz en los otros, que el suicida se garantiza el quedar grabado en la memoria de sus deudos..
Otro modo singular (al menos en Occidente): el llamado Sepukku. Esta muerte la provocaban los samuráis con un corte en el estómago. Nada recomendable. El grado de dolor es máximo y la letalidad, mínima (dos puntos). El suicida genera impacto, pero se arriesga a no lograr su fin y el cadáver queda feo (cuatro puntos). Sin embargo, la práctica cultural samurái está arraigada y un “sinnúmero de personas” se matan así, a pesar de las dificultades por el autor expuestas.
Algunos ejemplares de este manual fueron encontrados en los bosques de Aokigahara.
PARADOJAS AL PASO
“La fiebre de un sábado azul /y un domingo sin tristezas. /Esquivas a tu corazón / y destrozas tu cabeza. / Y en tu voz, sólo un pálido adiós / y el reloj en tu puño marcó las tres.” Charly García.
Cuando salimos de Japón, el universo del suicidio encuentra números curiosos. En el año 2011, se realizó un estudio con los aportes de tres universidades: Warick, en Inglaterra; Hamilton College y la universidad de San Francisco, ambas de Estados Unidos. Los científicos analizaron la extraña relación entre felicidad y suicidio.
Digamos que por “felicidad” entendieron cuestiones básicas saciadas: Dinero, casa, comida, ropa. Podemos agregar la base con la cual se miden los valores del IDH (Índice de Desarrollo Humano): Educación, Salud, Protección social. El promedio lanzó diez países “felices”. Dinamarca, Suiza, Estados Unidos, Canadá, Finlandia, Australia, Nueva Zelanda, Suiza, Países Bajos. Los cuatro primeros de la lista muestran las tasas de suicidio más alto del mundo. Con lo cual, los países más felices son los más peligrosos en este punto.
La misma investigación se pregunta por qué. ¿Será cuestión de encargar a las administraciones menos bienestar social para bajar la tasa de suicidios? ¿La nueva oleada de neoliberalismos en América Latina va a ser aplaudida por la OMS? A los expertos les sorprende que no haya tecnologías eficaces para evitar el sencillo asunto de que la gente se mata. No alcanza con avisos, con publicidad ni con estímulos a pensar en los otros. Y menos en los países más “felices”. El estudio citado describe al potencial suicida acechado por el bienestar y el éxito de los demás. El contraste entre su vida y la rumbosa existencia ajena puede resultarle fatal. En los países desarrollados – según indica este trabajo – el nivel de satisfacción propia se mide en términos comparativos y competitivos: mientras mejor le vaya a los otros, más duros se ven mis fracasos. Mientras más duros sean mis fracasos, más riesgos tengo de caer en el suicidio. Cortito y al pie.
Un dato no menor en este asunto es el hastío. El modelo del capitalismo actual ha ofrecido algunas soluciones a las llamadas “enfermedades del alma”. Veamos dos principales. La psiquiatrización de la vida cotidiana (así como cada vez hay más delitos, las patologías crecen a raudales en el jardín contemporáneo). Y el fomento al consumo desbocado.
Del hormiguero del DSM4 -Manual diagnóstico y estadístico de trastornos mentales- brotan, implacables, las taxonomías más variadas: trastornos de sueño, enfermedades médicas, esquizofrenias y otras psicosis, trastornos de la infancia, impulsos no calificados, personalidad, trastornos sexuales. Y un largo etcétera. Así como todos somos potenciales delincuentes, todos albergamos y padecemos trastornos mentales. El Manual aconseja, para cada problema, píldoras y tratamiento puntilloso. La ilustración hiperrealista la conocemos todos: pastilla para dormir, pastilla para comer, para dejar de comer, pastilla para coger, para sonreír, para llorar. Salvo la píldora para morir – cuestión contraindicada – hay para todo.
La segunda estrategia es el consumo. Un lugar común, pero inevitable. El hastío, en estos desiertos, crece peor. Esa no muerte apenas soportable, al son del sofoco y la tranquilidad (https://elanartista.com.ar/2016/08/29/editorial/). El hastío se instaló y su soberanía no puede cuestionarse. Pero sobre todo en Europa. Por eso, apenas ya el siglo XIX se hundía y nacía el XX, el arte y la filosofía se poblaban de locos: de Nietzsche a Van Gogh, de Hölderlin a Artaud. En esos crepúsculos desgarradores, el grito contra el hastío tuvo muchos nombres: “El último hombre”, en Nietzsche, que “preguntaba por su felicidad… y parpadeaba”. En Hölderlin, el hombre que vegetaba mientras “los dioses huían” de casa. El desierto occidental fue avistado un buen rato antes de que cayera el siglo XX y detonara en mil partes cualquier idilio, lazo o puente entre el hombre europeo y el mundo. Sutilezas de una planicie a pura desidia indolora.
PARE DE SUFRIR
“No quedará en la noche una estrella. / No quedará la noche. / Moriré y conmigo la suma / del intolerable universo. / Borraré las pirámides, las medallas, / los continentes y las caras.
Borraré la acumulación del pasado. / Haré polvo la historia, polvo el polvo. / Estoy mirando el último poniente. / Oigo el último pájaro. / Lego la nada a nadie.” Borges.
Nietzsche escribió que la mayoría de las reflexiones de los hombres fueron inspiradas por el dolor, la enfermedad y el sufrimiento. El círculo se potencia en las religiones. ¿Cuántas “iluminaciones” fueron sugeridas -y provocadas- por la desesperación de la pobreza, la miseria, el padecimiento? La conversión y el llamado de Jesús en San Pablo estuvieron impulsados por días de hambruna y una enfermedad – “un aguijón en la carne”- a cuestas. Otro ejemplo es el de Buda. Su comienzo por el ascetismo y sus jornadas interminables de ayuno, de tormentos físicos. Casi muerto, desahuciado, salió de un río antes de su primer “iluminación”. En sus primeros discursos -así consigna la leyenda-, Buda explicó que había resuelto el problema del dolor y del sufrimiento, con sus causas y sus remedios espirituales.
Las técnicas filosóficas ocultan la física de cuerpos dolidos detrás de tanta metafísica sofisticada: Nirvanía, Apatía estoica, Preceptos talmúdicos, Salvación Cristiana, etc.
Pestes. Hostilidades. Intemperie. Así, entre cuerpos heridos y amenazados, luminarias de Oriente y Occidente dieron sus remedios contra el dolor. Pero quizá hubieron otros menos “geniales” y, en vez de estudiar las sutilezas metafísicas del dolor, se aplicaron al estudio de sus condiciones físicas. Las enfermedades podrían tener causas naturales; el dolor, una naturaleza material y no tanto “espiritual”. Así arrancó la cosa. Pasaron los siglos. Así, algunos demonios malignos empezaron a disiparse, junto con dolores de cabeza, de estómago, de articulaciones y huesos. Asimismo, de a poquito mermaron los virus, las muertes inexplicables. Los encumbrados dioses malvados hicieron mutis por el foro. Las enfermedades cambiaron sus causalidades,
Sin embargo, los sabios siguieron y siguen con sus recetas metafísicas.
El hábito de consumir pensamientos débiles nos debilita. Del cristianismo hasta la desbocada empresa moderna -con todos sus hitos-, los textos y normas que abrigan nuestras instituciones y saberes se cubren de metafísicas del padecimiento, reglamentos para narcotizar y rituales para paliar un supuesto dolor del alma con técnicas obsoletas. Somos formados en ese caldo de cultivo. Por eso se siente fácil matarse entre los muros de este laberinto, y a veces esconde un dejo de salud. Pero más difícil y necesario resulta la tarea de crear nuevos pensamientos con nuevos modos de existencia. Pensamientos despojados de tanta herencia martirizadora, de tanto cuerpo sacerdotal, de tanta resignación sabia y soledad inevitable. Pensamientos plegados a vidas en potencia, organizadas contra los focos de la disciplina y de la cínica resignación, en la alegría de los colectivos que surgen (más allá de las masificaciones), los cuerpos atravesados por el goce (más allá del dispositivo del sexo), la creación poética (más allá de la mordaza de la comunicación) y el amor (más allá de la “sabiduría” matrimonial).
El laberinto del suicidio puede poco contra estas apuestas.
LA FÁBULA DEL MONJE PONJA Y EL SUICIDA DESORIENTADO
(ESCENA NADA JAPONESA)
Personajes: Monje Ponja. Suicida desorientado.
(Bosque probablemente del Japón o cualquier otro lado del mundo. Se saludan un monje japonés -MONJE PONJA- y un señor adusto y suicida.)
SEÑOR DESORIENTADO: No doy más. No sé qué hacer. Me siento para el culo. Voy al psicólogo. Hago yoga y nada. Estoy deprimido. Creo que voy a internarme en este bosque. Tiene buena prensa. Usted (Se dirige al Monje) que, por lo visto, es un sabio, ¿podría decirme qué hacer? ¿Qué recomienda a quien no sabe si entrar a estos parajes?
(El monje se concentra antes de hablar. Respira, mira al cielo y se dispone a dar su respuesta.)
MONJE PONJA: Es fácil. A quien quiera entrar acá le recomiendo que deje todo. Que cruce sus límites y duerma a la intemperie. Recomiendo, antes, romper algunos vidrios por la calle; ser perseguido por la ley al menos una vez… Un poco de pugilato no viene mal, los tugurios están para eso. Sugiero emborracharse por ahí… (Se detiene.) Probar con los sonetos, con la guitarra aunque no se sepa una nota; aconsejo deambular, meterse en los cementerios por la noche o nadar en el río en plena lluvia. Besar a las estrellas, vestirse de mujer si se es hombre; tener mínimo un millón de orgasmos… Y, siempre, todo a las carcajadas, pateando tachos de basura con elegancia. ¡Ah, no olvidar llenarse la cabeza de algoritmos! ¡De sinfonías de colegiala y primavera, de rosas oníricas, pájaros negros, calaveras, catálogos de bibliotecas futuras, letras de tango al revés, mariposas con máscaras! ¡Paraguas sobre tumbas, imperios imaginarios, ganchitos y claves de fa!…
(Silencio pálido.)
MONJE PONJA: Bueno… Si no se puede eso, este bosque ya mismo abrirá sus puertas y regalará un hermosa vida familiar, vacaciones, aguinaldo, cómodas cuotas y seguridad las veinticuatro horas.
Fuentes
Bosque suicida: http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2016-02-28/mitos-verdades-aokigahara-terrorifico-bosque-suicidios-mar-arboles_1158848/
La muerte en la cultura japonesa. file:///C:/Users/Usuario-pc/Desktop/2017/la%20muerte%20en%20la%20cultura%20japonesa.pdf
Paradojas de la felicidad social. http://es.aleteia.org/2016/03/04/la-gran-paradoja-la-tasa-de-suicidios-es-mayor-en-los-paises-mas-felices/
Sobre el DSM4. http://www.fundacionforo.com/pdfs/archivo15.pdf