El cuidado del otro: Sobre Salliqueló, lugar donde lo inverosímil hace escena.
Por Cecilia Miano
Lunes 6 de marzo de 2017
EL BESTIARIO
Vericuetos insondables, reclamos que deberían ser derechos, derechos que se yerguen en lucha, luchas que agotan y potencian a la vez. El 2017 arranca con el guardapolvo blanco y el panorama negro. ¿Por qué un médico es casi admirado cuando logra cobrar exuberantes honorarios y cuando se trata de un maestro, todo queda bajo la sombra del abuso, la exigencia desmedida e, incluso, la vagancia? ¿Cuándo sucedió que la imagen tan elogiada del maestro público comenzó a ser el blanco de proyectiles desmesurados e injustos? Marchar es dejar a los alumnos sin educación. Marchar es un modo de “politizar” sin trabajar. Trabajar, trabajan poco, porque tienen dos meses de vacaciones, como nadie. ¿Cuándo se inscribió este imaginario?, ¿o debería decir, bestiario?
PUEBLO CHICO, PREPOTENCIA GRANDE
La sociedad cree que los docentes reclamamos salarios, cuando la verdad de la situación propone muchos más rizos, complejidades y baches que los vistos en los titulares de los diarios y medios virtuales. Para dar un ejemplo de cómo el derecho a huelga es visto como un exabrupto de vagos unidos, veamos qué sucedió en Salliqueló. En pleno día de paro, el ministro de educación de la provincia de Buenos Aires llega hasta este pueblo. Lo hace sin mucho preámbulo público y, con mucha celeridad, se abalanza dentro de la única escuela del distrito que está abierta. El hecho hubiese sido un acontecimiento importante para toda la comunidad, si las condiciones para llevar adelante semejante acto, con semejante presencia ilustre, hubiesen sido distintas. Las cosas ocurrieron así: a las ocho de la mañana, en el momento en que la escuela abría sus puertas para dar comienzo al ciclo lectivo, se anunció que el acto de inicio se realizaría a partir de las diez, porque el Intendente no podía llegar antes. A las nueve, sólo quienes, por alguna razón, tienen cercanía con la policía o con los medios de prensa sabían que el Ministro arribaría a las diez.
“Ministro de Justicia”, anuncian primero.
Luego, teléfono. Un breve llamado diez minutos antes del aterrizaje del avión.
Y, como salido de una galera voladora, llega al aeroclub el avión que trae a Finochiaro, ministro de educación de la provincia de Buenos Aires.
BALDAZO
Diez minutos antes de la hora prevista para el arribo del Ministro, me preguntaba en cuánto tiempo una persona es capaz de preparar la cabeza y pensar de manera ordenada ante algo que sobreviene. ¿Cómo es posible que llegue una autoridad tan importante al pueblo y nadie sepa nada?, me preguntaba, a la velocidad de quien intenta estirar cada minuto de los diez que dispone para actuar con coherencia, para no dejarse llevar por la marea de los hechos. Como es habitual, primero reaccionan los objetos. Mi guardapolvo- siempre listo- se acomoda a mí. Llego hasta la escuela céntrica del pueblo. Algunos compañeros ya están en la vereda.
LOMBROSO PARA DOCENTES
El Ministro entra a las diez horas y dos minutos. La puerta se cierra y nadie más puede entrar. ¿Quién quedó adentro?, ¿quién, afuera? En eso se acerca una conocida. Me dice que le impidieron el paso porque “tiene cara de docente”. Ella es profesora, pero no viene por su cargo. Sólo pretendía ver a su sobrino en el primer día de clases. Nada conmueve al heroico policía apostado a la puerta.
-Negativo. Nadie más puede pasar, no importa quién sea.
El desconcierto se vuelve certeza que taladra el pecho. La cosa está clara: los de adentro y los de afuera, como si fuésemos de otra raza. Como si el Ministro viviera una realidad paralela, puertas adentro, con alumnos preciados, con prácticamente ninguna familia. A decir verdad, la familia “de adentro” es, en su mayoría, la familia policial. Policía de civil. ¿Pero no íbamos a
inaugurar el ciclo lectivo? ¿Cómo es que “la cara de docente” te deja afuera de la apertura de clases en una escuela? ¿Será que cuando inauguren una comisaría nos tocará a los de guardapolvo blanco?
EL TEATRO DISCIPLINARIO
Me tomé el trabajo de escuchar, durante toda la campaña política del oficialismo, lineamientos y declamaciones acerca de que “la educación era el pilar de una sociedad, donde el maestro resultaba un ser intocable y necesario para la construcción de un futuro mejor.” Qué lindo. Aunque nada de eso condice con este acto público a puertas cerradas, con estos alumnos que preguntan, “Seño, ¿qué pasa adentro?”, con estas palmas que gritan “paritarias” y reclaman lo que ya tenían. ¿Cómo explicarles que adentro se ha montado un teatro, donde los policías hacen de familia escolar y donde el Ministro simula que los policías de civil no son policías? ¿Dónde queda el diálogo? ¿Dónde quedan los chicos? ¿Qué les enseñamos hoy a todos? ¿Qué nos enseñaron hoy los políticos de turno?
¿LA VIDA ES UN DIBUJITO?
Hoy aprendimos todos que las realidades se dibujan. Ahora, si uno no se deja engañar por lo plano y lo llano del trazo, es posible ver lo “real” sin turbaciones de intereses creados por otros, en quienes no creemos y a quienes muchas veces ni siquiera conocemos.
Un pueblo como Salliqueló entra en conmoción por estas llegadas intempestivas al pueblo de parodias y violencias nacionales. Pero también tenemos lo nuestro, lo autóctono. Un solo auto fuera de sitio, lo inesperado desequilibra todos los presupuestos de este territorio. Hago una bisagra. Salgo hacia la puerta de la escuela. El cuidado y el descuido del otro avanzan hacia el umbral que concreta estas dos escenas. Si el lector quiere, que venga conmigo.
DE REGRESO, MIRTA
Escena 1:
El viernes se acerca con miedo, despacito para no molestar. A brillo de lampazo, el pasillo se abre hacia la vereda. Desde allí una voz en descalabro extraña la paz de una escuela en Saliqueló.
¡Se robaron mi auto!
En este pueblito tormentoso para muchas cosas, esta noticia no puede ser real, así como así. Los vecinos casi siempre dejamos nuestros autos con las llaves puestas. Como mucho, a la hora de la siesta, debemos soportar el rugido de los escapes de motos. Sin embargo, la voz de la vecina ha roto el precario equilibrio universal de este pequeño lugar. No me amedrento y me acerco a la vereda de la escuela, con pocos alumnos este viernes del paro docente. Allí me espera la mirada celeste espantada de Mirta.
¡Me robaron el auto!, ¡me robaron el auto!
Y su desconcierto cae hacia el asfalto.
Escena 2:
Lo inconcebible primero fue una voz. Luego, un rostro. Luego, un relato. Lo inconcebible en forma de relato dijo que a Mirta le robaron su auto. Un sismo en la llanura. Inconcebible. Un auto robado en Salliqueló, en la puerta de una escuela. Los segundos se entrelazaron con la mirada hacia la esquina, donde mis manos, independizadas de las determinaciones del reloj, se agitaron en dirección a una patrulla policial.
-Robaron un auto- dijo mi desconcierto. Sus anteojos interceptaron la señal e hicieron reflejo en una mueca de sus labios gruesotes. Entre risa y turbación, lo inconcebible no pudo diluirse ni siquiera en el intercambio de datos.
– Mi auto es así y asá, de tal color, de tal marca- Mirta, pausada, como si el tiempo se hubiese detenido sólo para dar paso a una comedia ideada por algún autor aburrido, ávido de un grotesco.
Escena 3:
Lo inconcebible se desperezó con modorra y el móvil salió con Mirta y oficial a bordo. El silencio de la calle y la mirada en busca del auto se perdieron en la incertidumbre. Los alumnos no saben. Los vecinos no saben. Sólo tres lo sabemos. Y eso le da un peso singular -más singular aun- a lo inconcebible.
-Éramos pocos y nos roban un auto- pensé para mí, como si ya no hubiera bastado esta semana con el conflicto docente.
Mi celular suena en medio de la ronda improvisada, ahora en el SUM de la escuela, a metros de donde sacaron el auto. Jimena, docente, relata rápido cómo vio, a través de su ventana, a un señor que se subía al auto de Mirta y se iba, pancho él, con rumbo incierto.
Entonces Mirta tiene razón. Le robaron el auto. Velaremos lo inconcebible.
Las conjeturas se arman en torno al seguro, cuánto cubre, cuánto combustible tiene el auto para armar una hipótesis de hasta dónde el ladrón podría llegar. Todo en simultáneo, todo en voz baja para no alarmar a nadie… no somos más que unos docentes de primaría y algunos profesores de educación física del secundario.
Ahora, a aguantar a la falta de docentes, alumnos, padres y la intromisión del delito, la policía dentro de la escuela.
Para ser honesta todo se relaciona con todo, como decía mi abuela, la policía se vuelve protagonista como lo fue en la escuela más céntrica del pueblo, el primer día de clases. Aquella vez, con policías que simulaban ser padres, con sus manos en alto para custodiar al Ministro que, raudo, salía a pura sonrisa prestada del perchero. Me pregunto cómo será la noticia en el caso de Mirta. ¿Qué género dramático elegirán? Los chismes comienzan de a poco y, en momentos, pueblan el lugar con total naturalidad. Porque esto, señores, es Salliqueló. Y lo inconcebible se vuelve nosotros. Veremos.
Mirta no regresa.
Escena 4:
Celular, celular, celular… timbre, timbre, timbre, no sé, a lo mejor no sonó más de tres veces. Miro y atiendo al mismo tiempo. Gritos de horror dan una señal de alerta. Entre los sollozos, no encuentro espacio para imaginar la historia dentro de esa gritería. Mirta surge en medio de la escena, finita, y se mezcla con la palabra:
-No aparece, Ceci. No aparece.
Escena 5:
Siento culpa por haberla dejado ir sola a la sede policial. Le aviso que voy, pero la voz se aclara un poco y la angustia dice: circulamos por un camino vecinal, hacia la zona de Leubucó. De inmediato, el interrogante, ¿por qué Mirta está en la persecución?, ¿por qué su pelito rubio se mueve al compás de los golpes del piso arenoso y gastado por el viento? Es evidente que lo inconcebible ocurre en Salliqueló. Su cuerpo delgado en bamboleo incansable por el medio del campo, en busca de su auto. Escucho el bamboleo en su voz, en su desesperación entre golpeteo y golpeteo. Imagino también la nube de tierra volar delante del móvil. ¿Cuánto puedo conjeturar en medio de tanto asombro? Pero, claro, esto es Salliqueló.
Escena 6:
-No aparece, Ceci. No aparece.
La secuencia se repite, queda como fondo. Ahora escucho la radio de la policía. El operativo es grande, la policía de la zona está alerta, toda la información se replica como rezo de domingo y Mirta logra un poco más de calma. Nos reímos juntas, siempre alivia comparar el presente con la hipótesis de una tragedia mayor: si algo ocurriera con su salud, si algo les ocurriera a sus adorados perros salchichas. Después de muchos minutos y una caminata por la escuela en busca de razones valederas para sacar la risa de Mirta, le digo:
-Mirta, con esto voy a escribir un cuento-
Y ahí sale ganadora la risa genuina, sale entre la desesperación.
-Qué loca que sos- escucho con entusiasmo.
Cuelgo, con la promesa de llamarla más tarde.
Escena 7:
Cumplo con mis promesas siempre.
Diez o doce minutos más tarde vuelvo a llamar. El rumbo ha cambiado, el destino es Caruhé. Las imágenes vuelven a mí en un instante. El señor policía dice que no lleva toda su ropa de trabajo puesta, pero yo lo vi vestido, concluyo que… mejor no hacer conjeturas.
Mirta, en alerta, ya instalada como parte del paisaje, dice algo que no se entiende, se entrecorta la comunicación, la baja señal da el fin. Unos minutos más tarde mi celular avisa. La voz jocosa de Mirta sigue cortada. “El lavadero”, escucho como al pasar. Según cuentan mis compañeras, mis ojos se arquearon, la boca se abrió en mueca de horror y fue así cómo entendí que su auto había sido retirado de la escuela por el señor que le lava el auto a Mirta casi todas las semanas.
P.D.: el patrullero dejó a Mirta media hora más tarde. Ella, en medio del campo, llamó al lavadero y allí encontró su vehículo. Los policías ya no tenían razón de permanecer. El comisario se enteró de la noticia, en las cercanías de Trenque Lauquen. Iba en su auto particular, como parte del operativo.
¿Qué perseguían Mirta y el policía?
De regreso Mirta en el patrullero, como si nada hubiese pasado. Tal como en los grotescos, lo real se vuelve engorroso. Lo irreal nos circunda. La verdad es puro cuento. Lo único seguro es que lo inconcebible sucedió en Salliqueló.
Lo inconcebible es un descuido de lo real, una grieta que ensancha los bordes de lo esperable. Quedamos en medio de un asombro sin fronteras. Los refugios habituales no sirven, los nuevos no aparecen. Paradójicamente, el descuido cuida a nuestra mirada de volverse siempre igual a sí misma. Nos volvemos otros. Y, con esa nueva mirada, vemos a la mentira uniforme apostarse fuera de sitio, a la ilusión equivocar el rumbo, a la memoria montar sus trampas.
Mirta tiene razón.
No aparece , Ceci. No aparece, Ceci. Pero no se trata del auto. Siempre hay otro por venir.
Ya llega, Mirta. Aunque tarde. Ya llega.