Reflexiones acerca de la miseria: Sobre la obra de teatro “La leyenda de Robin Hood”, de Mauricio Kartún.
Por Milena Penstop
GUARDA CON EL BOSQUE
Este año, en Timbre 4, mi escuela de teatro, hicimos “La leyenda de Robin Hood”, de Mauricio Kartún. La obra trata sobre cómo la gente del pueblo debe luchar contra los abusos de los poderosos para, apenas, subsistir. A mí me tocó el papel de Margarita, la hija de Pequeña Juana, (en el original, Pequeño Juan), una mujer que vivía con su hermana en el bosque. La gente del pueblo quiere al bosque. Suele ir allí. Sin embargo, para Gisborne- el alcalde- y para todos sus serviles lacayos, el bosque es el lugar del peligro. Quienes allí se aventuran son considerados sospechosos. Es curioso que el rey no aparezca hasta el final de la obra. Evidentemente, algo no atendió para no haberse dado cuenta que tenía a su servicio gente tan ambiciosa y despectiva hacia el pueblo. O, también, es posible que este sea un típico caso de traición. El rey creía leales a sus servidores. Ante él simulaban ser funcionarios honestos, pero eso era sólo una máscara. Quien de verdad va a desenmascarar a estos hombres frente al rey es Robin Hood. Un hombre de la nobleza, decidido a luchar por quienes menos tenían. Por ser de la nobleza, muchos pueblerinos al principio desconfían de él. No es común que alguien que está “en lo alto” “baje” hasta quienes más ayuda necesiten, al punto de arriesgar su vida por ellos.
Pero Robin se ganó la confianza del pueblo. Ahora, aparte de ser un noble que ayudaba al pueblo, estaba enamorado de Marianne. Es decir, al momento de imaginar con quién pasaría su vida, sería con una de su clase. Sin embargo, se trataba de una mujer que compartía sus ideales. Es decir, de una mujer poco común dentro de la “alta sociedad”.
MONÓLOGO DE MARGARITA
Soy Margarita. Hace unos días pasé un día terrible. En unas pocas horas entendí todo lo que Pequeña Juana- mi mamá- y mi tía siempre me dicen. Entendí cómo son los miserables del poder. Iba yo por el pueblo con mi pequeña bolsa de trigo. Era lo único que nos quedaba para comer. En eso estaba cuando aparecieron unos guardias del alcalde, quienes me reclamaban como pago de impuestos, el único alimento que tenía mi familia. No se los quise dar y entonces empezaron a perseguirme, al grito de ¡ladrona!, ¡ladrona! Desesperada, trepé hasta lo alto de un árbol. De verdad sentí que me atraparían.
Ellos comenzaron a dar la orden de tirar el árbol abajo. Ahí imaginé mi fin. Entonces, como en los cuentos, apareció Robin Hood. “Alto, soldados, ¿tanto han cambiado las cosas en esta tierra que hace falta un ejército para capturar a una niña?”. Y, así, me salvé. Agradecida, fui en busca de mi madre y de mi tía. Tardé un rato en llegar. Pero, al encontrarlas, me sentí otra vez casi al borde de caer en una trampa. Ambas peleaban con furia contra un supuesto enemigo noble, quien no era más que Robin Hood. Apenas pude detenerlas para explicarles que ese hombre estaba con nosotras y me había salvado la vida. Sin embargo, las cosas para la gente del pueblo nunca son sencillas. Unas cuantas horas más tarde fui capturada. El corazón me decía que algo me salvaría. Dudé de eso, cuando me arrastraron hasta la horca, ahí empecé a sentir miedo y orgullo a la vez. Y, cuando me preguntaron cuál era mi último deseo, aunque el terror no me abandonaba, hablé con decisión: “¡Que le cuenten a mi madre, señor! ¡Y que la justicia reine por fin en Sherwood! ¡Que viva mi patria, Robin Hood y el Rey Ricardo Corazón de León!”. Bueno, se imaginan que al final me salvé, porque si no, no estaría contándoles la historia. En la realidad, las cosas no siempre son así. Muchas veces ganan los miserables y los pueblos deben soportar muchas injusticias hasta liberarse.
¿HACE FALTA UN EJÉRCITO PARA CAPTURAR A UNA NIÑA?
Hace poco vi por televisión cómo en la manifestación en contra de la reforma previsional, que perjudicará tanto a nuestros viejitos, la Gendarmería se llevaba a una chica (después me enteré que ella había salido del trabajo hacia la marcha). Aparte de manosearla y maltratarla, cuando ella se resistía a someterse a la actitud miserable de ellos, la rodearon de un montón de gendarmes. Era casi un ejército alrededor de una chica joven. Ahí me acordé de las palabras de Robin “¿tanto han cambiado las cosas en esta tierra, que hace falta un ejército para capturar a una niña?”. ¿Nuestro país se habrá transformado en el mundo del alcalde Gisborne? Las semejanzas son muchas. En el mundo de Robin Hood la gente reclama por los altos impuestos: “sacrifiqué primero mi trigo, después mi buey, mis ovejas (…) ya no me alcanza para alimentar a mi hijos”. Y también hay otro parecido más. Cuando Robin Hood, al comienzo de la obra, llega a la plaza del pueblo y pregunta por sus viejos amigos- nobles-, la gente le contesta, “qué harían los nobles en la plaza, en las competencias se los puede encontrar, o en las fiestas (…). A Lord James se lo encuentra en los jardines del palacio… persigue mariposas con su red, mientras sus sirvientes tiran del arado. Allí los podrás encontrar, Robin. Aquí, no, la plaza es nuestra. Una de las pocas cosas que no nos han podido sacar”. A nuestra patria no la va a salvar ningún Robin. No podemos esperar eso. Todos debemos ser Robin. Y, para evitar las miserias de los poderosos, tenemos que actuar. Nuestra plaza también es nuestra. Y nuestras escuelas. Y todos los espacios que llamamos, con orgullo, “públicos”.