Reflexiones acerca de la miseria: sobre los médicos de ficción.
Por Alicia Lapidus
¿Quién no se ha sentido vulnerable en la enfermedad? Hasta el más valiente se acobarda frente al médico, a quien algunos creen poseedor de un saber absoluto. Chamán que, con artes más o menos oscuras, puede disponer de nuestra salud, cuando no de nuestras vidas. Las épocas fueron cambiando, el otrora almidonado guardapolvo y su portador, ubicados varios escalones sobre nosotros, ahora es un ser más coloquial, tutea y hasta puede haber abandonado el clásico uniforme. Eso sí: no cambia el desvalimiento que la enfermedad produce y, cuando el mal no mejora, genera toda clase de paranoias.
Se dice que hay dos temas sobre los cuales hablan todos los seres humanos como si fueran expertos: las enfermedades y la economía. Ambos, caros a nuestra vida cotidiana.
Con estas verdades y estos miedos arcaicos, la ficción se hizo una fiesta. Infinidad de libros y películas crearon villanos médicos, viles seres. En su mayoría, enfermos mentales, con delirios de grandeza y ávidos de probar experimentos, muchos de ellos, sobre inermes pacientes. Pero no todas las ficciones propusieron profesionales macabros, los hay también de excelencia. Para el desquicio o para la gloria, los médicos de ficción siempre tuvieron el color de la época en la que nacieron.
Ahora: algo es seguro. Estos doctores de serie, de novela o de película no creen en el juramento hipocrático. Ante la elección del bien o el mal, casi siempre optan por el lado oscuro.
Por ejemplo, el Dr. No y su plan sórdido para cometer asesinatos en masa con un rayo atómico. El buen doctor, como muchos de sus colegas literarios, encuentra un final un tanto pegajoso: enterrado vivo en un montículo de guano.También está el bueno del Dr. Jekyll, cuyos experimentos con un suero lo convierten en el maníaco homicida, Mr Hyde. Sin mencionar al Dr. Moreau, quien crea una súper raza de híbridos humanos/animales. O el insidioso Dr. Fu Manchú. O el nigromante vendedor de almas, el Dr. Fausto.
Los psiquiatras tienen una provincia especial en este asunto. Posiblemente, el protagonista más malvado de todos los tiempos sea el Dr. Hannibal Lecter, un psiquiatra forense que puede leer a sus víctimas como si leyera un libro. En “Los hombres que no amaban a las mujeres” hay psiquiatras violadores, asesinos y abusadores (2005, Stieg Larsson). Y, más atrás en el tiempo, la maravillosa película “Atrapado sin salida”, de Ken Kesey, con la inolvidable actuación de Jack Nicholson
Sería interminable enumerarlos a todos ellos, buenos y malos. Voy a detenerme en dos que, sin duda, reflejan su época.
EL MONSTRUO Y EL PADRE
Agujas plateadas de luz caían sobre el campo quirúrgico, donde el Dr. Frankenstein suturaba los últimos puntos de su creación. Y, entonces, la criatura despertó a la vida.
En su libro, Mary Shelley no quiso -probablemente, no podía- explicar el misterio del aliento de la vida, dejó a la imaginación del lector (y a las futuras adaptaciones) la resolución del enigma.
Mucho se ha dicho sobre el Monstruo Frankenstein. Menos mirado, en cambio, ha sido su creador, cuyo nombre fue trasvasado a la bestia. Víctor Frankenstein nació en pleno romanticismo europeo, siglo XIX. El romanticismo se caracterizó por un subjetivismo con exaltación de la personalidad individual, la oposición a las normas clásicas y una revalorización del “ánima mundi” (egipcio y presocrático): la concepción del universo como un gran animal que nos respira. Un mundo de correspondencias ente lo macro y lo micro, que vuelve a filiar al hombre escindido con la naturaleza, a la vigilia con el sueño, a la conciencia con lo inconsciente (palabra que aparece por vez primera en boca de un romántico). Reacciona “contra el modo de reaccionar” contra el oscurantismo medieval, del racionalismo del siglo XVIII y XIX. Y recupera el yo, no como afirmación del individuo, sino como espacio atravesado por fuerzas, por ejemplo, la inspiración. Por otra parte también valora lo diferente en contraposición a lo común, lo que lleva una fuerte tendencia nacionalista. Esto tuvo su costado bélico, pero también una revalorización de las culturas singulares de cada lugar, una renovado interés por leer ruinas, por reivindicar el vínculo hombre-mundo, por rescatar el panteísmo. Los sentimientos -espacio siempre andado por el arte- adquirieron un nuevo modo de ser expresados. Sobre esta base, podemos entender mejor a este “Doctor”.
Ya de joven, Frankenstein fue influenciado por las lecturas de alquimistas como Paracelso y Alberto Magno, con intenciones de descubrir el fabuloso «elixir de la vida». Poco después, perdió el interés tanto de esta búsqueda como de la ciencia en general. La cosa fue así: la observación de los restos de un árbol al ser golpeado por un relámpago ocurrió en simultáneo con la muerte de su madre. De este modo, Frankenstein sintió lo casual de la existencia frente a la naturaleza creadora y destructora. Sin embargo, en la Universidad de Ingolstadt, Víctor desarrolló una fuerte pasión por la química. Se obsesionó con la idea de crear vida con técnicas artificiales, a partir de materia inanimada. Por ese motivo- aparentemente- es expulsado de la escuela. Importa anotar que Víctor no era «un Doctor», como es típicamente retratado, de hecho, llegó a serlo. Frankenstein terminó por conseguir algo parecido a lo que buscaba: creó una criatura humanoide. No explicó si lo logró a través del zurcido de trozos de cadáveres, si empleó alguna sustancia química o ambas cosas. Se lo preguntaron, pero evadió la respuesta en tres oportunidades. Es probable que Mary Shelley, como ya se dijo, no tuviera tampoco esa respuesta. Sin embargo, el corazón del conflicto quedó expuesto cuando Frankenstein comprendió el horror de su creación y huyó del laboratorio. El “engendro”, como él lo llamaba, escapó. La “bestia” era un ser sensible y emocional, anhelaba la compañía y el afecto pero era rechazada. Su fealdad monstruosa la alejaba de toda la sociedad. En su incesante intento por relacionarse, aprendió a hablar y a escribir -algo no retratado en la mayoría de las adaptaciones posteriores- y llegó a hacerlo con gran corrección en francés, y, quizás, también en alemán y en inglés.
Ya desde su “nacimiento”, Víctor no le puso nombre, todo un símbolo de la orfandad que acompañará a la criatura, quien terminará por odiar a su creador. Así, en su periplo, dejará muerte y desolación.
En la novela de Mary Shelley, Frankenstein es un hombre conducido por la ambición y la curiosidad científica, incapaz de tratar las consecuencias de sus acciones en «el juego de ser Dios», y también un ser un irresponsable y padre negligente.
El Dr. Frankenstein presenta al mundo convulsionado con la aparición de la era industrial, el peligro de una ciencia que avanza hacia la deshumanización y un naciente capitalismo que no respeta al ser humano en su individualidad. El hombre no puede ser creador sin atenerse a las consecuencias de su obra. Y su criatura, inmersa bruscamente en ese mundo, muere y mata por soledad.
EL DR. SARCASMO
“Todas las hazañas heroicas requieren un precio. De otra manera no son realmente heroicas. Tiene que haber un dragón. Tiene que haber un riesgo. Tiene que haber dolor. Y él mantiene ese dolor. Y combate ese dragón. Él paga ese precio de muchas maneras distintas. Y lo paga por el bien de buscar verdades más grandes” Gregory House
Viajo en el tiempo hasta la actualidad. Ahí encuentro un personaje fascinante, complejo, inasible. No es malo, no es bueno en términos convencionales, su modo duro y carente -desaprensivo, la mayoría de las veces- se volvió un signo distintivo del personaje. No pasará mucho tiempo hasta que el lenguaje lo capture y llamemos a cualquier cínico, “un Dr House”.
¿Pero quién es Gregory House? En primera instancia es un médico enfermo. Ya no sólo psíquica, sino físicamente. Es un ser dañado en lo profundo. El ovillo de su propia historia se desenvuelve a lo largo de ocho años de serie televisiva. Este hombre es hijo de un padre golpeador. Él no cree que ese sea su padre biológico. A la muerte de aquel y antes de su entierro, Gregory le extrajo un fragmento de oreja al cadáver y realizó una prueba de ADN. Así demostró que John House no era su verdadero padre, lo que confirmó su teoría. Esa es sólo una transgresión pequeña. A lo largo de los años realizará innumerables otras.
House no reconoce los límites éticos concebidos socialmente. Para él, el fin -generalmente el diagnóstico- justifica cualquier medio.
Es un maltratador verbal de sus colegas, sus superiores y de sus pacientes. Su inteligencia le permite, en todo caso, exceder toda convención social. Desprecia la relación médico/paciente. “Todos mienten” es su leitmotiv al que varias veces le agrega “incluso yo”. Ante los enfermos que caen en su órbita, usa métodos poco ortodoxos y tratamientos no convencionales. Sin embargo, sorprende con diagnósticos rápidos y acertados, después de simular desatender el asunto que se le plantea. Su aparente “devaneo” es un recurso teatral narrativo sin igual para evitar que su genialidad se explique sólo por una causa o por un trauma. Muestra su habilidad , por ejemplo, en una escena en la que House diagnostica a una sala de espera completa en menos de un minuto, mientras sale del hospital.
Su ficha clínica dice: Adicto a la hidrocodona (Vicodin), un potente analgésico. Preso de un bastón a causa de una lesión muscular en una pierna. La adicción al analgésico es, sin lugar a dudas, un signo de los tiempos. A fin de 2016, se supo que el abuso de fármacos como Oxycontin y Vicodin causó la muerte de 17,536 personas ese año en Estados Unidos.
Sus vínculos con las mujeres tienen también ese sello de fragilidad y desencuentro. House, con frecuencia, contrata prostitutas, un hábito que su amigo Wilson le reprende. Cada relación que ha intentado termina de forma violenta y en el lapso donde solo cabe lo fugaz (excepción de una relación un poco más larga con la directora del hospital). Siempre el final es debido a una combinación de su personalidad o a causa de algún obstáculo que condimenta su ya difícil figura, con la astucia de excelentes guiones. Lo único firme en ese universo es su amigo, Wilson.
El Dr. James Wilson es el jefe de oncología del hospital donde ejerce House. Por tratarse de su mejor amigo es el único que se atreve a hablarle con sinceridad. Es atildado, pulcro, intenta parecer normal a ultranza. Sin embargo, comparte algunos de los problemas de House con las mujeres. Se casó y divorció tres veces y no tiene hijos. Eso lo convierte en el compañero ideal de las charlas con House. No participa en los diagnósticos, lo que permite abrir un escenario, dentro de la serie, más íntimo, más personal.
Se conocieron en una convención médica, cuando House le paga la fianza a Wilson para salir de la cárcel (detenido por agredir a una persona). Con su acidez habitual, House dice que lo hizo porque el Congreso era muy aburrido y necesitaba alguien con quien ir a beber. Wilson parece un hombre más lineal, sin embargo también él lucha con sus propios fantasmas, pero sirve de contrapunto al complejo doctor.
Sherlock Holmes moderno, House no resuelve crímenes, resuelve enfermedades extrañas. No trata pacientes, se enfrenta a sus patologías. Ese es su desafío y lo que da sentido a su existencia.
Su autor, David Shore, reconoce la inspiración en el prestigioso investigador de ficción. «Holmes” en inglés es muy parecido a “Homes” (hogar) y “House” significa casa, un juego de palabras con el que el director hace un guiño acerca del origen de su criatura. A Wilson, su amigo, en un principio se lo había pensado como a una especie de Watson. Ambos, Holmes y House son adictos. Sherlock, a la cocaína y Gregory, a la hidrocodona. Ambos aman la música y tocan instrumentos.
Experimental como pocos, House ha probado todo tipo de drogas, sin privarse del LSD, en un intento por curarse una “migraña”. Tampoco esquivó usar su propio cuerpo como zona de prueba de alguna teoría, como cuando intentó “casi matarse” para comprobar si en realidad existía el cielo o el infierno.
Un punto central de su personalidad está en el modo astuto, incisivo y excéntrico de su ingenio. Disfruta al sembrar conflictos entre las personas y, a menudo, se burla de sus debilidades. Pero así como goza al verlos fracasar en sus encuentros, también descifra los misteriosos caminos de la enfermedad en el cuerpo, basándose en el aspecto o en la personalidad de sus pacientes. Igual método que el de su antecesor, el detective. Su amigo, el Dr. Wilson, dice que “mientras algunos médicos tienen el complejo de Dios, Gregory tiene el complejo del ‘Cubo de Rubik’; necesita resolver el acertijo”.
Pero no podemos dejar de preguntarnos: ¿qué tiene House que encantó al público contemporáneo?
Este personaje podría considerarse un prototipo de la cultura occidental del siglo XX. Soberbio, presuntuoso, con un gran cúmulo de conocimientos científicos, arrogante por sus posibilidades informáticas, pedante y conocedor de grandes avances médicos, aunque – también- un discapacitado emocional, hundido en las mismas preguntas existenciales que sus antecesores de épocas no tecnológicas.
House es capaz de buscar respuestas en Internet, pero no puede encontrar la verdad en sí. Cuanto más avanza en su destreza tecnológica, más se aleja de las relaciones humanas, que sólo establece si logra imponer su propio modelo. No se compromete con una pareja, ha perdido el erotismo del amor y sólo le queda el sexo físico. Lo cierto es que no podríamos decir que House es ni un inmoral ni un amoral. El tipo tiene su propia escala de valores y, podría afirmarse, que se comporta como un anarquista dentro de un rígido sistema médico, que sólo lo tolera por su brillantez.
LA SALUD SOCIAL
La salud y la vida individual transcurren siempre en un contexto que no puede deslindarse de la sociedad. Cada médico, bueno o malo, ya sea en la literatura como en la pantalla, es un reflejo de su época. Y, muchas veces, sin ser el objetivo principal de sus autores estos personajes nos han dejado frente a frente con las realidades feroces de la humanidad. Queda en nosotros, los lectores, los espectadores, descifrar a través de estos seres -benditos y miserables-, algo de nuestro mundo.
Hola Anartista, hoy Alicia Lapidus
Buena la nota sobre estos médicos de ficción, que cómo decis hay monstruos o fabricantes de monstruos y tambien almas bellas, los menos ( mas aburridos)
Creo que atrae mas el horror, algo así como que siempre se descubriran límites mas extremos,ofrece mas caminos a la inspiracion y de alli al asombro.
Pero el Dr House me gusta. Ese ser torturado por la enfermedad , el dolor, el desamor. A su manera, goza con la verdad de un diagnóstico , con esa posibilidad de saber leer pequeños gestos o pequeños sintomas,meterse adentro de un cuerpo,o interpretar miradas o movimientos. Y en ese camino entrega la posibilidad de la curacion
Me banco su soberbia , su presuntuosidad, su arrogancia
En él puedo juntar la bondad del saber con la miserabilidad de cada uno de sus actos.
Me gusta que todo esto lo hayas desplegado en la ficcion
Abrazo