Reflexiones acerca de la miseria: Conversación con Micaela Gaggero Fiscella sobre el capítulo “Josefa Poncela: la cumbre del mestizo en las pampas” del libro “De la Conquista del Desierto a la Doctrina de la Seguridad Nacional”(1).
Por Josefina Bravo
HABITANTES DE UN ARREBATO
“Desde la segunda mitad del siglo XIX, y en el marco de la expansión del capitalismo a nivel mundial, Argentina se incorporó a la economía global como productora de materias primas, en especial de origen agropecuario. A partir de este factor determinante, (…) La necesidad de ampliar superficies productivas (…) a la vez que la delimitación y fijación del territorio nacional se tornaba una instancia geopolítica indispensable para la llamada “Argentina Moderna”. Y a fines del siglo XIX se concretó la anexión de territorios arrebatados a poblaciones indígenas.” (2)
En Santa Rosa, allá por 1932, una niña juega en el patio de su casa. Escucha la voz de otra niña y corre al tapial lindero con la casa vecina. Saca un ladrillo y lo apoya –suave- sobre el pasto. Del otro lado del agujero, la esperan unos ojos negros, achinados de risa. Es su amiga Josefa. Cuando el día y los adultos lo permiten, pasan de un patio a otro, o bien se reúnen en la vereda. Salvo si viene su abuela: una mujer callada y seria. Dicen que es una princesa ranquel. Josefa suele pasar mucho tiempo con ella. Llevan el mismo nombre. Y la abuela le enseña cosas importantes, porque Josefa sabe leer y escribir.
¿Por qué el genocidio es un proceso social?
Más que un proceso, diría que es una práctica. Porque se hace con acciones y con palabras. Sin desmerecer lo ominoso de la masacre física, siempre hay un proceso discursivo detrás que la sostiene: eso analizamos con el equipo de investigadores de este libro. Estas prácticas escritas tienen que ver con la preparación del genocidio: toda la información transmitida durante la masacre, la conceptualización del sujeto a destruir y las justificaciones posteriores a ese proceso. Y, a su vez, también intentamos analizar, dentro de esas prácticas discursivas, quiénes justifican ese terrorismo, quién está en contra, quién va develando ciertas prácticas ocultas. Porque hay partes del genocidio que son evidentes, claras a la vista y otras que son clandestinas. Entonces, es una práctica social porque no solamente interviene el genocida, que en Argentina -en estos dos grandes casos que fueron la Conquista del Desierto y la dictadura militar- ha sido el mismo Estado, sino que ha habido un montón de intelectuales, medios de comunicación y «gente común» -civiles- que han intervenido dentro de este proceso.
¿Cómo influye la construcción del sujeto deleznable en la versión de la historia que propone Poncela en su libro «La Cumbre de Nuestra Raza»?
Es indispensable para todo genocidio construir primero «al sujeto deleznable», el enemigo a eliminar. Se empieza a decir que se necesita el territorio, que la Argentina se tiene que constituir como Estado Nacional y que cierto tipo de ciudadano puede formar parte de ese Estado. Y hay otros que no: justamente, esos otros habitan la tierra sobre la que el Estado quiere avanzar. Entonces, como se quieren sus tierras, se los destruye tanto desde el aspecto discursivo como del material para poder proceder y obtener lo pretendido. En esa construcción de sujeto deleznable, destruible, despreciable, masacrable, se elabora una imagen del indio vago, alcohólico, ladrón, violento, sujeto a destruir o incorporar a la rasa tabla del Estado. El Estado argentino del siglo XIX intenta establecer la homogeneidad entre sus ciudadanos. Todos tenemos que ser iguales: blancos, hablar en español, cristianos y tener las mismas costumbres.
Y hasta ese sujeto deleznable adquiere la forma de pensar del modelo hegemónico. Es lo que sucede un poco con Josefa Poncela…
Por supuesto, en parte. Una víctima de un proceso genocida es alguien que ha sufrido un trauma. En esa vivencia del trauma tenés la masacre misma. Imaginate lo que es ver, en el caso de la abuela de Josefa, matanzas directas, fusilamientos. En ese momento los degollaban directamente, los mataban a cuchillazos, a puntadas. Y, a su vez, el desmembramiento. Porque parte de la práctica del genocidio tiene que ver con la matanza, pero también con la separación de ese grupo. Entonces, a la madre con los tres hijos, los ponen en un carro y los mandan a un lado, a la abuela con el padre para otro lado. Unos hermanitos van para acá, otros para allá. Al grupo no se lo destruye solo desde el punto de vista físico, sino también desde el punto de vista moral, social, de la autoestima. Cuántas generaciones de descendientes de aborígenes han pasado sin poder hablar su propia lengua porque, si no, en la escuela les pegaban. Los propios padres, los propios abuelos no querían que hablaran el ranquel porque decían que les iba a deformar el paladar y no iban a poder hablar bien en español. Entonces, además del estigma físico, de los rasgos genéticos de la etnia, totalmente visibles, se le agrega que no podés hablar bien en español, es decir, un estigma lingüístico. Esa persona está condenada a ser empleado rural o doméstico de por vida. En ese entonces, en el diario La Nación, se sacaban avisos de «reparto» de aborígenes como sirvientes. Era una cacería. Como sucedía allá por 1492, la caza de negros y de aborígenes para servidumbre, lo mismo sucedió acá en el siglo XIX. Como si hubieran sido animales, como si hubieran sido ganado.
HIJA DEL SUELO Y LA PALABRA
“El genocidio se practica con aquellos grupos que son identificados como peligrosos para un orden que se quiere establecer o vigente.” (2)
Josefa Poncela era “descendiente de caciques y capitanejos ranquelinos por parte de su madre”, Juana Manquillán. Su padre, Dionisio Poncela, era inmigrante español. Josefa nació en Santa Rosa y creció dentro de una familia donde aún se practicaban las ceremonias de su raza. La fuerza de la sangre materna marcó el amor por el pueblo autóctono y noble del que hablaba su abuela. Desde la palabra, la comunión con el suelo y los rituales, aprendió a filiarse al pueblo vencido. Mientras aprendía de su padre y de la escuela, el gusto por el conocimiento y la civilización europea.
Su libro “La Cumbre de Nuestra Raza”, de unas 438 páginas y con una tirada de 1000 ejemplares, llegó hasta Uruguay, Brasil, Paraguay y Chile. “Poncela misma, a través de cartas, fue la encargada de enviarla a los distintos ministerios provinciales y nacionales, y a los presidentes de los países que se mencionaron en el comienzo”. Así relata Gaggero Fiscella en el capítulo “Josefa Poncela: la cumbre del mestizo de las pampas”, del libro “De la Conquista del Desierto (…)”.
Cuando Colón baja del barco, se encuentra este completo otro y empieza a describir de una manera un tanto erótica, quizás, los cuerpos de esos hombres y mujeres. Dice que son muy trabajados, muy torneados, que están bronceados, que tienen el color de la gente de las Islas Canarias. Empieza a describir su pelo largo y fuerte. Después, describe sus actitudes: eran muy tranquilos, muy generosos. Así, le pareció que, con toda esa fuerza física y esa generosidad, serían la servidumbre perfecta. No con estas palabras textuales, pero dice algo así.
Esto mismo pasa en el siglo XIX. Esta misma cacería y esta misma consideración del aborigen como un ser a eliminar y como un ser inferior destinado al servicio. Un ser a domesticar porque eso se debe hacer con el indio vago, alcohólico, mujeriego, incestuoso y ladrón. Una visión un poco paternalista, en un sentido un poco extraño, no como una protección, sino como una inclusión homogeneizadora destructora de cultura.
Lo que yo veo en Josefa, justamente, son los resabios de ese trauma. Ella escucha de la boca de su abuela esas narraciones del terror, esas narraciones del desastre, del desmembramiento. De hecho, cada vez que su abuela venía de visita, se encerraban durante horas en una habitación y ella escribía todo lo que su abuela le contaba. Una lástima que esos textos no se hayan conservado y que no los haya tomado para el libro.
Josefa acarrea, por un lado, toda esa narración y todas esas prácticas aborígenes de su abuela, los tipos de comida y los tipos de celebraciones, además del relato traumático. Y, por otro lado, recibe una educación completamente sarmientina en la escuela y tiene un padre inmigrante. Ahí tiene la narración de otro desmembramiento: un desarraigo del hambre y de la guerra, de haber abandonado la patria por no tener trabajo ni comida. Y ella necesita unir esas dos vertientes de alguna manera.
LA VOZ MESTIZA
“Es necesario, entonces, trabajar específicamente este aspecto: la discursividad desplegada para presentar como salvajes, violentos, sin capacidad de trabajo ni de constituir sociedad; sucios, feos, indolentes, malvados con sus propios pares, en lo que respecta a los indígenas. Violentos, disolventes de la familia, la propiedad y el Estado, machistas, patriarcales, voluntaristas, delincuentes subversivos terroristas, a los insurgentes de los 70 del siglo XX en Argentina.” (2)
Que en 1942, desde una pequeña ciudad de lo que en ese momento era Territorio Nacional de La Pampa, cuando aún la mujer no votaba, una joven de 18 años escribiera un libro para discutir el pensamiento hegemónico, es bastante inaudito. Sobre todo, si esa joven no proviene de una clase acomodada y, encima, es mestiza.
Josefa Poncela se esforzó en brindar su versión de la historia de América. En la primera sección de «La Cumbre de Nuestra Raza», describe a las culturas americanas anteriores a la conquista española. Las agrupa y clasifica como culturas simples o complejas, superiores o inferiores. “Esta forma de clasificación (…) responde a una lógica perteneciente a la cultura occidental”, apunta Gaggero Fiscella.
Probablemente, debido a la bibliografía de la que estudió en la escuela o que utilizó para la obtención de datos a la hora de escribir. La segunda sección trata “La Conquista de América”, donde abarca lo acontecido en México, Colombia, Paraguay, Chile, Perú y Argentina.
En lo que refiere al relato de Josefa sobre la conquista de América, ella tiene las cosas más claras. Hay una defensa de los pueblos aborígenes ahí y una crítica muy fuerte. Ella puede hablar de los españoles: de Pizarro, de Cortés, de Colón… Los españoles fueron brutales con los indígenas, pero eso sucedió en 1492. Ella no acarrea ancestralmente con ese trauma.
En su relato también vemos parte de su educación. Por ejemplo, en la clasificación de las culturas precolombinas. Los mayas, los incas y los aztecas, las civilizaciones más desarrolladas, no reciben en el relato de Poncela un rango mayor porque son politeístas. Para alguien cristiano, el politeísta -y, encima, un politeísmo desde la naturaleza-, es considerado inferior. Entonces, por un lado, critica la masacre, pero las formas en que analiza esas culturas son bien de la antropología del siglo XIX.
UNA DE CAL Y UNA DE ARENA
“Se superpuso una cultura sobre la otra ignorando su idioma, su belleza, sus saberes; sobre todo, se apropiaron de todo su extenso territorio y riquezas en nombre de la espada y la cruz. (…) negándoles toda capacidad; inferiorizándolos ante los pueblos que habitaban Europa y que habían resuelto considerarse superiores al resto del mundo.” (2)
El ojo de G. Fiscella hila fino cuando advierte una contradicción en el mismo índice del libro, donde un subtítulo dice “Llegada de los intrusos Blancos y la Conquista del Continente” y, el siguiente, “Colón o Colombo, el genio inmortal”. A lo largo de la obra –cuenta G. Fiscella- Poncela describe a los naturales de estas tierras como nobles y generosos, en contraposición a los españoles, a quienes caracteriza la codicia.
También es contundente respecto a la participación de los naturales en la conquista, como masa humana de aventura y guerra, sin la cual no hubiese sido posible el triunfo de los dirigentes blancos. Y, aunque por momentos califica de “intrusos” a los conquistadores y denuncia los excesos cometidos hacia los autóctonos, luego celebra la unión de las dos razas: el nacimiento del mestizaje. Ya la tercera sección del libro está dedicada a la participación del pueblo ranquel en los procesos de independencia y en la creación del Estado argentino. Y, por último, la cuarta sección recorre el período histórico desde la independencia hasta el momento de publicación de su libro.
Se le empiezan a «quemar los papeles» a la pobre Josefa -y esto lo digo con el mayor cariño que me provoca su lectura- cuando se refiere a algo más reciente, como es la Conquista del Desierto. Ahí ella tiene una visión de la historia como un proceso, como una providencia, algo por encima del ser humano, que debe pasar y pasa. Eso es lo que dice en unas poquitísimas líneas. Llama mucho la atención, porque ella tiene la narración del terror, que aparece en algunas partes. Cuando en la década de 1973, distintos grupos aborígenes de La Pampa empiezan a reclamar por sus tierras y por sus derechos, ella -como abogada- viene a brindarles una ayuda legal. Y ese reclamo tiene que ver con la misma Conquista del Desierto, son las tierras arrebatadas a los pueblos aborígenes.
POR EL HILO MÁS DELGADO
“(…) en las visitas que hacía la abuela materna a la familia, Poncela transcribía sus relatos (…) la abuela oraba con las manos abiertas hacia el sol y preparaba charqui.” (2)
Micaela G. Fiscella define la escritura y el pensamiento de Josefa Poncela como híbrido. Resalta el modo en que, alejándose de su actualidad, la narradora es bastante severa con el tratamiento del nativo durante la llamada “Conquista de América”. Es una adelantada en cuestionar los términos civilización-barbarie sarmientinos, al señalar los abusos de los conquistadores. Tampoco acuerda con que los autóctonos sean inferiores a los blancos. Y agrega que estos pueblos deben ser guiados y ayudados, para terminar nombrándolos “el símbolo de nuestra raza”.
¿Por qué la historia reciente es tan difícil de estudiar y de juzgar? Porque uno tiene un contacto emocional con eso. Yo creo que este libro es una búsqueda de sí misma.
Es una edad muy conflictiva, recién termina la escuela. Todavía no votaban las mujeres y ella decide irse a La Plata a estudiar abogacía. La Josefa del libro es una jovencita con todas las capacidades y todas las ilusiones y atrevimientos e inocencias. Ella, para mí, representa una búsqueda, un encuentro, un proceso y un desafío. Cada uno tiene que ver con el otro. La búsqueda y el desafío se juntan en la investigación misma. Este artículo forma parte de un texto mayor que es el libro de “La Conquista del Desierto a la Doctrina de la Seguridad Nacional”, en el que mis compañeros escriben acerca de textos sobre los que se ya se había escrito mucho. Yo trabajé en un texto de Leda García solamente, ya que el artículo de Miriam «Muruma» Lucero (3) relaciona a Josefa con otras mujeres escritoras. Y es un desafío: construir donde no hay casi nada. Entonces, uno tiene que buscar en el propio entramado del texto de Josefa: un tejido donde hay hilitos sarmientinos, hilitos que defienden al aborigen, hilitos en los que está la antropología, hilitos donde está la parte emocional. Y todos se van entrelazando. Ese desafío fue un proceso. Este artículo, antes de su versión final -la del libro-, pasó por muchas instancias, encuentros de equipos de trabajo, lecturas de amigos y hasta por el tacho de basura. Y termina siendo un encuentro: lo que pude encontrar en ella y cómo me encontré a mí también. Este es mi primer artículo como investigadora de literatura. Todos mis artículos anteriores refieren a la lingüística aborigen, por eso fui la persona designada del equipo para trabajar este texto. Y a Josefa la busqué por todos lados: en el Colegio Nacional, en mi propia familia, en otros investigadores. La búsqueda desde mi familia tiene que ver con toda una trama de relaciones difíciles de entender para alguien que considera el núcleo familiar como mamá, papá, abuelos, tíos y primos y ahí terminó. En el caso de mi familia, mi abuela tiene tres hermanos, que han tenido tres y hasta cuatro hijos cada uno. Y mi abuela tiene un lazo muy fuerte con sus hermanos. Eso se ha trasladado a sus hijos: mi mamá es muy unida con sus primos. Somos como un clan. Una familia tan grande y tan diversa, donde todos nos queremos en esa diversidad.
Cuando Nilda «Patty» Redondo (4) -directora del proyecto en que se enmarca esta investigación- me encargó el análisis de «La Cumbre de Nuestra Raza», le comenté a mi mamá y ella me dijo que Josefa Poncela era parienta del marido de una de sus primas. Entonces, un día fuimos a visitar a esa prima, su marido y sus hijos. Ahí fue cuando, a partir del árbol genealógico de los Baigorria, publicado por Depetris en su libro «Rostros», empezamos a construir la rama del árbol genealógico donde se ubica Josefa, una parte que no se menciona en el árbol elaborado por Depetris. Y fue algo hermoso: en todo eso andaban mis primitos dando vueltas por ahí o haciendo la tarea.
La prima de mi mamá nos trajo sus fotos de casamiento, donde estuvo Josefa, donde a su vez se reencuentra con su vecina de toda la vida, una tía política de mi mamá, casada con uno de los hermanos de mi abuela. Ellas vivían pared de por medio y, de pequeñas, conversaban a través de un agujero en el tapial.
Dos ya no niñas, en octubre de 2017, se encuentran compartiendo lecturas de cuentos para jurar en los Juegos Culturales Evita de La Pampa. Para el lema «ADN cultura», muchos jóvenes optan escribir sobre la problemática del Atuel y sobre los aborígenes. Y, entre charlas sobre la imagen estereotipada del habitante nativo que aparecía en los cuentos, quien escribe estas líneas le pregunta a Micaela G. Fiscella si conoce un libro que escribió una mestiza pampeana, una tal Josefa. Los ojos de Micaela brillan al decir que recientemente escribió sobre ese libro para un proyecto de investigación.
Una mujer, por casualidad, se encontró con el libro de Josefa Poncela en un rincón olvidado de una gran biblioteca. Escribió un artículo que leyó otra mujer, quien decidió tomar el libro para un proyecto de investigación mayor. La mujer designada para analizar ese libro, por casualidad, encontró a Josefa adentro de su propia familia. Y el azar la encontró conmigo, lecturas de por medio, para que yo escribiera esta nota. «La casualidad tiene forma de amistad… y cara-vientre de mujer», dijo Micaela G. Fiscella.
(1)Edición de EdUNLPam. Autores: Nilda Redondo, Elvio Monasterolo, Mariano Oliveto y Micaela Gaggero Fiscella. Editora: Nilda Redondo.
(2) Los epígrafes y las citas que aparecen entre comillas pertenecen al libro «De la Conquista del Desierto a la Doctrina de la Seguridad Nacional».
(3) El artículo que se menciona es el siguiente: http://www.biblioteca.unlpam.edu.ar/pubpdf/aljaba/n09a24lucero.pdf. Miriam Lucero es Profesora en Letras y en Historia. Formó parte de antologías pampeanas y editó «Palabras», «Lighuén», «Sensaciones», «Piuquen Tucun» (en conjunto con Azucena Carrizo), «Esa mirada», «Escúchenme». Fue co-fundadora de la Asociación de Escritores Pampeanos, entidad que presidió y en la que participa permanentemente
(4) Nilda Susana Redondo es investigadora y docente en Literatura Argentina en la Facultad de Ciencias Humanas de la UNLPam; directora de la Cátedra “Ernesto Che Guevara”. Ha publicado los libros: Poemas de amor y rebeldía (1994); El compromiso político y la literatura: Rodolfo Walsh (2001), Haroldo Conti y el PRT. Arte y subversión (2004, 2010); “Si ustedes lo permiten prefiero seguir viviendo”: Urondo, de la guerra y del amor (2005); y “Escucha amor, escucha el rumor de la calle”. Julio Cortázar: Las aristas del nuevo ser (2008), y Anunciación de la esperanza en Juan Gelman. Revolución, derrota y resistencia (1970-1990) (2012). En la feria Internacional del Libro realizada en Franfürt 2010 integró con “La poesía de Francisco Urondo” la obra La Razón Ardiente. Antología de escritores víctimas de la dictadura militar (1976-1983) compilado por Mario Goloboff y editado por Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto.