La orfandad: Sobre un viaje hacia la naciente de El Atuel, testimonio de Rodolfo Serradell.
Por Josefina Bravo
El inicio del planeta fue un latido a contracción y expansión. Cuando empezó a encuerparse, La Tierra se acomodó al vientre de la galaxia, por eso giró sobre sí y alrededor del sol. Ya en su órbita, supo de hermanos cuyos círculos jamás conocería y se sintió sola. Quizás así, la Vía Láctea le acercó a la Luna. Y, de a ratos, la recién nacida olvidaba su orfandad entre juegos de ronda y de luz. Pero, a veces, recordaba. Un día de esos, levantó su lomo seco sobre las aguas del mar. Y, como no podía ser de otra manera, dentro de su cuerpo, creció su primer hijo: el firmamento. Y cantaron juntos y nacieron muchas criaturas sobre la tierra y también bajo las aguas. A veces, los latidos del planeta se volvían más rápidos o más lentos y otras tantas, La Tierra suspiraba. Ante semejante movimiento, el primogénito no sobrevivió. De a poco, de a poquito se fue fragmentando. Y el planeta lloró y sus convulsiones separaron aun más las partes, que navegaron por años, a pura orfandad, a través del magma terrestre. Y La Tierra se acostumbró a ellas y las nombró hijas. Hasta que un día, de tanta deriva, chocaron unas contra otras y fueron Uno o Una, diferentes de aquel primero. Y el planeta no supo si alegrarse o entristecerse. Era lo que debía ser. Y no pudo evitar –porque respiraba- seguirse moviendo. De ese modo aquel nuevo firmamento, luego de muchísimos años, volvió a quebrarse. Y sus nuevas partes se embarcaron otra vez en una incesante contracción y expansión hasta volverse a encontrar en choque para ser Pangea, el último supercontinente. Cuando este se fragmentó, nacieron las niñas que conocemos: América, Europa, Asia, Antártida y África. América comenzó su deriva a través del magma terrestre hasta chocar contra la fisura chilena. Y con la fuerza, la energía y la orfandad que traía, sumadas a la presión sobre la fisura, la niña levantó su lomo más alto que nunca nadie sobre La Tierra. Y, allí arriba, se arrugó. Se formó así la Cordillera de Los Andes. Podríamos decir que ese cordón montañoso es, entonces, hijo pródigo de un choque, de un movimiento que venía al continente como herencia de nacimiento. Luego, el planeta todo se enfrió y los glaciares comenzaron a moverse lentamente hasta cubrirlo todo. Sobrevino una de tantas etapas de glaciación. ¿De quién es huérfano el hielo?
Mucho añorar para que los glaciares se derritieran. Y un nostálgico llanto descendió desde las alturas, grandes masas de agua dulce corrieron hacia el ansiado encuentro con sus aguas hermanas, saladas de soledad. Y, en el camino hacia el mar, se formaron los grandes cañones, los médanos y las bardas. Y también los cursos de los ríos.
COPOS DE HELADO EN UN CUCURUCHO
Rodolfo: El Atuel nace de un glaciar que lo provee la montaña El Overo, en la región de El Sosneado -un pueblito en la ruta 40-, al límite con Chile. Sosneado significa “donde nace y muere el sol”. Y, ciertamente, como es un valle que corre de este a oeste, se ve el sol cuando nace como si estuviéramos en La Pampa. Los montañeses ven el sol a las diez de la mañana normalmente. Ese valle tiene la particularidad de que es tan de este a oeste que, al nacer el sol, lo ven. Y, cuando se pone, también lo ven.
Bueno, ahí, en pleno diciembre-enero, nace El Atuel con el deshielo. Son aguas de un gran porte.
Hacen unas cascadas muy bonitas, como si fueran copas de helado en un cucurucho. Cuando hay un caudal considerable, viene el agua, sube y hace muchas sombrillas. Es algo muy bonito. Ahí pusimos la bandera de “Prohibido cortar El Atuel”. Después, el agua sigue hacia una laguna muy hermosa, con colores muy particulares de la montaña, turquesas que van cambiando por la incidencia del sol.
Hacia abajo, el río recorre 230 km hasta que llega a Los Nihuiles, la primera represa que se hizo en el 46. Y tiene otras represas más hasta llegar a Valle Grande, el famoso Cañón del Atuel. Desde “El Sosneado” hacia el origen, El Atuel sube 1700 m para arriba en 42 km y ese es el trayecto que hicimos nosotros, muy poco concurrido, porque no hay posibilidades de hallar un camino o una senda bien marcada. Cuando vas para arriba, ves cómo es de amplio el río y los meandros que hace: hay agua por todos lados, charcos. Eso se infiltra y se pierde. Estuvimos tres días de cabalgata. Arrancamos donde termina el valle de El Sosneado. Después, en la montaña, se estrecha el río y no se puede pasar, ni con vehículo ni a caballo. Por eso hay que subir, bordear la montaña hasta que, por ahí, vuelve a aparecer El Atuel y así varias veces.
DOBLE CAPA DE SOMBREROS
Empecé a organizar el viaje en octubre de este año. Mi nieto me acompañó hasta donde pudimos llegar en camioneta: El Refugio de Soler. Ahí me contacté con arrieros, gente que sube a la montaña con cabras para darles de comer en el verano. Hablé con ellos, les pregunté si me acompañarían, si me alquilarían algunas burras, mulas o caballos para poder llegar. Y me dijeron que sí. Entonces, de vuelta en Santa Rosa, traté de entusiasmar a un grupo de gente para hacer la travesía.
Se anotaron dieciséis personas y quedamos siete: tres de 72 años, dos de 40 y dos de 13, mi nieto y el hijo de un amigo mío de la infancia, un veterinario a quien le insistí mucho para que fuera, ya que es lo más cercano a un médico que hay, tanto para los caballos como para los humanos. Para este tipo de cabalgatas se debe ser respetuoso y tomar ciertos recaudos contra la insolación, como usar dos capas de sombreros. Después, el tema de hacer una dieta buena para no tener descomposturas que te desequilibren el organismo. Si sos respetuoso del frío, del calor, de la ropa, de no transpirar, de que no te enfríes de golpe, todo va de diez. El problema surge cuando tenés gente más desaprensiva. Transpirar es una espada de Damocles para el organismo en esos lugares. Tenés que vestirte como una cebolla, con capas de ropas. Te pones una camiseta, una camiseta térmica, después una camisa, un pulóver fino, una campera, un rompeviento, un poncho.
Entonces, empezás a tener calor y a sacarte esa ropa. Por eso íbamos con alforjas, las que llevaban los vaqueros antes. Ahí guardás la ropa cuando te sobra y la vas sacando cuando te hace falta abrigarte. La mañana es fría, el mediodía es muy caluroso, a las cinco de la tarde empieza a hacer frío y después más y más. El equipo estaba formado por Rolando Ganuza, Juan Emilio Colombo -padre e hijo-, Sebastián Muñoz, Juan Sebastián Muñoz, Luis Serradell y yo. Salimos el 26 de febrero y volvimos el 1 de marzo. Llegamos hasta los 3500 m. de altura, muy cerca del glaciar de El Atuel.
UN PIE, TRES PATAS
Convivimos con esta gente muy humilde y muy laboriosa, que hace un sacrificio para criar sus cabras. Gente muy curtida en dormir a la intemperie. Llevan la hacienda en el verano casi hasta la laguna de El Atuel. Las dejan allá, se vuelven y, después. van todos los meses a ver cómo andan.
El Río Atuel, hacia su origen, es transitable desde la ruta 40. Podés hacer 85 o 90km en camioneta. A partir de ahí, ya estás en plena cordillera. Esa base está a la misma altura que Las Leñas. Había una antigua fábrica de azufre que se abandonó. Ahí nos esperaron los arrieros.
Esa noche dormimos en un galpón viejo, preparamos todas las cosas y, al día siguiente a la mañana, salimos. Hicimos cuatro horas y pico de cabalgata y llegamos a donde nos instalamos para dormir. Teníamos que comer de día, no había nada para alumbrar. Para las seis de la tarde, ya cenábamos. Esa noche la pasamos ahí, cuando llegamos había mucho viento. Uno de los problemas de la montaña es la amplitud térmica. Quizás amanece un día precioso, a las diez de la mañana llueve, a las dos de la tarde hay un viento de locos y a las tres sale el sol. Elegí febrero para hacer la travesía porque es la fecha con clima más estable. Finalmente, salió todo como lo teníamos planeado.
Yo le pregunté a esta gente si el camino se podía hacer a pie. El vaqueano me dijo: “cuando usted levanta un pie para dar un paso, se queda parado en un pie; cuando el caballo levanta una pata, se queda parado en tres patas”.
Ahí me convenció, era más seguro hacerlo a caballo. Al poco andar, nos dimos cuenta de que el caballo era todo, sabía qué hacer, había que entregarse a él. Tuvimos trechos, con mucha adrenalina. Tramos dificultosos en los que el animal se resbalaba. Pero salió todo bien.
¿INTERVENIR UN CURSO? ¿CAMBIAR UN DESTINO?
El Atuel, hijo huérfano del deshielo, forjó su cauce sin tanta melancolía. Se sabía falto de madre pero con destino de hermanarse. Eran alegres sus aguas al recibir las de El Diamante, se revolcaban en juegos de dos hasta trenzarse al Salado. Quien, además de cambiar dulce por sal, hacia arriba mutaba nombre. ¿Sería “Desaguadero”, un presagio de orfandad? Sin embargo, hacia el origen, tan de afluentear y mezclarse corren sus aguas anchas e imponentes, con impulso hacia el sur, siempre en compañía. Pero no tanto como antes, cuando hacían cuerpo con Atuel y Diamante y entraban juntos a La Pampa, caudalosos hasta el Colorado, todos encuerpados rumbo al mar. Esos, los caminos que forjó América sobre sus aguas, a fuerza de de contracciones, expansiones y juegos de niña. Llora El Atuel su viaje sin destino, se hunde de estancamiento mientras se sala más El Salado, de llanto y falta, de pura orfandad.
Hasta el 1700 El Atuel desembocaba en El Salado, pero unos españoles que empezaron a utilizar las aguas, lo taponaron y, así, modificaron su curso. El río Diamante nace casi junto al Atuel, tienen 25 o 30 km de diferencia. Se separan y cada uno forma una laguna. Después, los dos bajan y continúan paralelos y, en San Rafael, se juntan. Hasta el 1700. El Diamante echaba el agua en El Atuel y este en El Salado. Entonces, las pérdidas eran menores. Ahora El Diamante sigue derecho – lo zanjearon para que siguiera esa dirección- y llega a El Salado con muy poquita agua, porque en ese transcurso pierde cualquier cantidad. Al Atuel lo torcieron y sigue paralelo al Salado. Con agua dulce, uno. Con agua salada, el otro. Hasta que, en Algarrobo del Águila se juntan. Pero en esos casi 300 km se pierde cualquier cantidad de agua, por infiltración más que por evaporación, porque está bastante circunscripto, pero es muy permeable y muy meandroso. Eso hace que su recorrido en vez de ser de 300 km llegue a ser de 400 km, ponele, porque va haciendo curvas, que se llaman meandros. ¿Qué es lo que hay que hacer? Yo creo que encauzarlo para que vaya derechito o llevarlo a El Salado.
HIJOS DE TIERRA SUBIDA
Si lo llevaran al Salado, ¿el agua que entraría a La Pampa se podría aprovechar igual o sería muy salada?
Eso es una cuenca constituida por los ríos San Juan, Mendoza, Tunuyan, Diamante y Atuel. El río San Juan, el Mendoza y el Tunuyán, que echan agua al Salado – a esa altura, llamado Desaguadero- pasan por unos humedales de alta salinidad y ahí se salinizan. Tienen un afluente muy temporario de un lago paleontológico, es decir, un lago marino. Cuando la tierra subió, quedó ahí agua de mar. Al evaporarse, se formó una salina, como en San Juan, Jujuy y demás. Es sal requete pura. Como la de Salinas Grandes, de Guatraché.
Cuando América se desprende de la Pangea y choca contra la fisura chilena, la placa se empieza a arrugar y a ir para arriba, ahí se forma la Cordillera de los Andes. Con ese arrugamiento va agua también, agua de mar.
Porque la placa no era toda superficie, también tenía parte de agua y se movió toda. Imaginate, un flan en una asadera, el flan va hasta el borde sigue haciendo fuerza y se arruga y se va para arriba. Entonces, ese lago se llama lago paleontológico porque nace de la acumulación de agua que queda ahí arriba como un jarrón. El agua se evapora y la sal queda ahí por ciento de millones de años. Cuando llueve, ese lago se llena de agua y vierte su agua al río Salado, ahí lo saliniza del todo y no se puede tomar esa agua.
En realidad, hay una alternativa técnica para que llegue agua dulce a La Pampa. Y es que el río San Juan, el Mendoza y el Tunuyán no pasen por el Guanacate. Y que ese Bebedero – el lago paleontológico- no eche agua al Salado. Habría que canalizar estos ríos para que no se salinicen. Entonces, ahí tendríamos un gran caudal de agua dulce en La Pampa. Y, para hacer las paces con Mendoza, que tiene un problema de flete estructural, importantísimo, y en consecuencia no puede competir en el mundo por el flete, la opción sería hacer el Salado navegable hasta el Colorado. Entonces, Mendoza tendría salida al mar. El flete marítimo cuesta un 10% de lo que cuesta el terrestre. Sería muy beneficioso para ellos. Pero, para canalizar, se necesita una inversión muy grande.
CANALES PARA LA SED, SALVO LA DEL CHIVO
El río Salado, con la afluencia de El Atuel en su origen, desembocaba en el río Colorado con casi el mismo caudal que tiene el río Colorado.
De hecho, se había presentado un proyecto para hacerlo navegable. No había ninguna represa en esa época, había libre albedrío. En la época de Alsina se presentó el proyecto de navegabilidad del Salado. Y se había aprobado un presupuesto para hacer el estudio de navegabilidad. Pero nunca se cumplió, nunca se hizo.
Estuve estudiando el tema, hice dos trabajos sobre un pensamiento distinto respecto al Rio Atuel y al Río Salado. Quería informarme un poco más para poner un contexto más cierto a mi apreciación. Por eso indagué en la historia y la geografía del lugar. Quería saber si el río era realmente recuperable como había escuchado en algunas oportunidades. Lamentablemente, muy pocos han llegado hasta la naciente y los comentarios eran bastante ambiguos. Pero sí, al canalizar, se puede recuperar agua, porque es un río que pierde mucho por evaporación y por infiltración, es decir, cuando se va para abajo, cuando se lo absorbe la tierra. Esos se llaman mallines, las infiltraciones del río.
¿Y habría forma de aprovechar todo eso?
Sí, hay que canalizarlo. Lo circunscribís a un lecho, de esa forma no tiene posibilidad de desparramarse y ahí la infiltración y la evaporación, son menores. Pasa que se altera el medio. Esta gente que vive con los chivos y demás, hay que darles otra solución, otra alternativa. Si se canaliza el río, se termina la cría de chivos. Cuando el hombre interviene en la naturaleza, está obligado a seguir eternamente con otras modificaciones, porque ya alteró el medio. Es lo que pasó cuando se cortó El Atuel.
Indudablemente eran otros años, no había comunicaciones. Estos no se podían quejar y los otros ni se enteraban qué les pasaba a estos. Porque esa es la realidad. Un hombre que habitaba ahí y trabajaba en el telégrafo le mandó una carta a Perón, aunque no había posibilidades de comunicarse más… Los habitantes del lugar se quejaban pero no los oía nadie, estaban condenados a perder. Había una gran avidez por sacar agua, porque a Mendoza no le sobra.
¿Creés que en algún momento los pampeanos vamos a recuperar el Atuel?
Sí, creo que sí, dudo que sea de forma permanente. Hay que invertir mucho dinero para evitar las pérdidas de agua, que son importantes.
CRECE, CRECE Y SE QUIEBRA
La única forma sería encauzar toda esa parte…
Claro, porque a la gente que ya vive del agua no se la podés quitar. Ellos tienen la alternativa de sacar agua del subsuelo, pero es más caro. Todo es un problema de plata. Si hubiéramos estado en un país ordenado, hace setenta años, Mendoza hubiera hecho las inversiones necesarias para evitar escurrimientos, pérdidas. Y no lo hizo. Porque, como todo el país, siempre le alcanza para hoy. Esto es como una casa, si se te llueve y no lo arreglás, si se te hace un agujero y no lo arreglás, o se te rompe una puerta y no la arreglás, después se te hace tanto que no podés. Y es lo que le pasa a los mendocinos ahora. Tienen que poner 300 o 400 millones de dólares en una provincia jugada con la plata, igual que esta. Y más impuestos es imposible poner, porque la gente no puede pagarlos. Si emitís, producís inflación. Si producís inflación, cagás al más pobre. Entonces es un dilema. ¿Qué hacemos?
Lo interesante es que tiene solución. En una primera etapa hay que canalizar. En una segunda etapa, impermeabilizar y, en una tercera etapa, canalizar en La Pampa. Estos ríos tienen una condición muy especial. Viste que el Perito Moreno crece, crece, crece y después se cae. Estos ríos también nacen de glaciares. Y los glaciares crecen y crecen. Y, a lo mejor, por cuestiones climáticas, pasan diez, veinte o cien años y siguen creciendo y no se quiebran, hasta que un día se les da por quebrarse. Y entonces cae tanta agua que se derrite, y se forman los famosos aluviones. ¿Qué hacen los países desarrollados? Van cortando el glaciar, lo mantienen, como si fuese una uña. Se garantizan un caudal de agua estable y se ahorran el daño y el desperdicio de agua de los aluviones.
Pero la realidad es que Mendoza no invirtió más que para aprovechamiento propio.
¿Y la orfandad de la tierra sin su río? Soledad de tierra abierta, de cauce sin sentido. ¿Y las criaturas? El hambre, el abandono, la sed. Las ilusiones partidas. Una tierra se agrieta sin su río. Y canta estancado el que no llega, nos trae el viento su quejido.
Nota 1: Las letras cursivas corresponden al testimonio de Rodolfo y las negritas a El Anartista.
Nota 2: Todas las imágenes de murales perteneces a la obra de Juan Manuel Giménez, nacido en Santa Rosa, La Pampa, en mayo de 1976. Su formación es autodidacta. Sus primeras intervenciones artísticas en paredes fueron a principios de la década 90´, motivado por la crisis económica y social de aquellos años. En el libro “Artes visuales de La Pampa” de Rosa Audisio y Luis Abraham, figura un reconocimiento como el primero de su generación en salir a pintar murales. Tuvo participación en mas de una veintena de Encuentros de muralismo, Provinciales, Nacionales, Latinoamericanos e Internacionales. En la ciudad de Santa Rosa ha participado de murales colectivos para difundir la problemática de los ríos, a su vez, es miembro de COMP ARTE que es un proyecto de intervención barrial que busca visibilizar problemáticas a través del arte. Dicta talleres para niñxs de primaria y adolescentes, sobre muralismo y arte público. correo: juanmural0@gmail.com Facebook: juan manuel gimenez COMP ARTE