El cuerpo: Sobre mujeres y artes sin fronteras.
Por Lourdes Landeira
Llevé mi cuerpo a caminar por New York. Algunos tramos los hicimos juntos, en otros, nos separamos, transitamos veredas equidistantes, nos desencontramos en laberínticas escaleras para volver a amalgamarnos y retomar la ruta compartida. Nos cruzamos con otros, por supuesto, muchos cuerpos disímiles, cargados de identidad a flor de piel. Un juego permanente de adentro y afuera de alguna etnia, estilo, tradición, búsqueda. Lo diverso no se cuestiona, por el contrario, se ostenta en cada metro cuadrado, en cada piso hacia ese cielo que no se deja rascar. La pregunta, entonces, es por lo aglutinador. ¿Se tocan esos cuerpos o simplemente comparten un espacio pre diseñado? La ciudad se mueve, no cesa en su afán de perpetua transformación. La resistente roca que una vez fue su suelo persiste en fragmentos enjaulados. El taladro continúa su tarea, rompe, ahueca, quiebra. Llegarán otras máquinas a borrar esas huellas y a edificar algo nuevo. Con otros sonidos, en poco tiempo. Los pasos continúan su marcha. Los míos, por unos días, son parte de la coreografía. Voy tras ellos.
NO BODY – NOBODY
La High Line es un parque largo, angosto y elevado en el oeste de Manhattan. Por allí se camina y se observa. El diseño contiene los rieles sobre los que, hasta los 80’, corría un tren. La parquización mezcla las plantas que se auto sembraron y crecieron en el lugar con las especies implantadas. Además, cada pocos metros se puede descansar, en algún banco o frente a alguna de las intervenciones artísticas que también lo recorren. Me detuve en la de Mariechen Danz. Primero, me acerqué a la instalación. Un cuerpo de piedras, huesos disímiles y extemporáneos, en cuya incongruencia me reflejé.
Luego, a mi imagen, adjunté – mal traducidas – las palabras del cartel que lo acompaña. Algo así:
“La autora investiga las representaciones del cuerpo, sus significaciones en las distintas culturas, épocas y campos del conocimiento. En sus instalaciones, el cuerpo emerge como una estructura contradictoria y una escena de conflicto, una zona contaminada política e históricamente. Para el High Line, presenta una repetición de ‘The Dig of No Body’, una escultura que referencia modelos de aprendizaje anatómicos en partes individuales, como una muestra de capas móviles, en tamaño natural. El trabajo evoca nuestra cambiante relación con la tierra”.
Guardo su representación y continúo el camino. Pienso en el increíble mecanismo, en las tantas funciones de nuestros órganos, en los ritmos y valores a mantener dentro de ciertos parámetros para que yo camine, vea, atesore este instante en mi memoria y lo desempolve en este otro ahora, cuando comparto algo de esa vivencia, de la tierra y el territorio que nos compone y nos identifica en fragmentos pedregosos.
RADICAL WOMEN
Hoy ya es otro día y transito Brooklyn, luego de cruzar el famoso puente de tantas películas, me encontré con el museo local. Me interesa una muestra: Mujeres radicales, arte latinoamericano, 1960-1985. Esta vez no preciso traducir, todo está escrito en ambos idiomas: inglés y español.
“El núcleo central de las obras que conforman Radical Women es la noción de cuerpo político. Los ejes temáticos en torno a los cuales fue organizada la exposición- autoretrato, lugares sociales, feminismos, resistencia y miedo, cartografiar el cuerpo, lo erótico, el cuerpo en el paisaje y presentando el cuerpo- sirven para ilustrar los intereses y las problemáticas compartidas de artistas a través de una vasta región geográfica, en una época de gran agitación social y política”.
En este caso, la lectura fue previa a las imágenes que la completaron. Voy a compartir acá dos momentos de aquellos ahora.
El primero recurre a mí por la contundente presencia a través del desecho y de lo ausente. “Escape de gas” (1963)– tal el nombre de la propuesta- es de una argentina: Dalila Puzzovio.
“El carro de compras se asocia al significante femenino, referencia el papel de la mujer en la esfera doméstica, pero como soporte de los restos prostéticos, sugiere la construcción de un cuerpo nuevo”
Imaginar a los miembros, a los cuerpos y a las personas que habían residido en los yesos, me dejó algunos minutos estática. ¿Qué o quién habita a quién o qué? ¿Pueden nuestros cuerpos ser taladrados y reedificados como la ciudad? Si antes me pregunté sobre los componentes internos e invisibles de nuestros organismos, me cuestiono ahora acerca de los límites. Quiero desencorsetar las fronteras, saber hasta dónde es posible expandir sin desmembrarnos. O, quizás, si es posible un despedazamiento sin mutilación implícita, con las piezas intactas para volver a armar.
He aquí el segundo momento. Cuando decidí avanzar, me topé con una posible respuesta. La artista es Marisol, una francesa que trabajó en Venezuela y los Estados Unidos. La obra se llama “Self- Portrait” (1961-62)
“Un gran bloque rectangular de madera forma el cuerpo compartido por siete cabezas talladas de diferente manera unas de otras. Anatómicamente, esta obra es una imposibilidad y representa un absurdo – y casi cómico- cuerpo social colectivo, relacionado a la vez con la propia artista y con las mujeres en la sociedad de consumo. Lo personal y lo colectivo se juntan para aportar un irónico comentario social”.
El autorretrato, en este caso, trasciende su fragmentación y se integra con sus más y sus menos (¿sobran cabezas, faltan brazos?) en una unidad con algunos de sus posibles. Me gusta la idea. Le pido a mi cerebro que la retenga en algún lugar y deseche el supuesto imposible anatómico, que le haga lugar al colectivo utópico, deseado, que me permite hacerle cosquillas al cielo, rascar su inverosímil.
NUESTROS PAÑUELOS QUERIDOS
Unos cuántos metros, bibliotecas, iglesias, nuevos clásicos, museos modernos. En fin, luces más, sombras menos, mi cuerpo dejó de componer la heterogénea danza diaria de nativos, residentes, turistas, piernas en exilio, rostros segmentados, despojos, violencias y comuniones de non sanctos para volver a ser otro en mí misma. Así fue como volví a mi lugar de acá, a habitar los espacios comunes, donde me implanto cada día. Quiero saber si los huesos de piedra, si las prótesis vacías, las cabezas múltiples reemplazaron o se superpusieron a mis previos imaginarios; si le harán lugar a mis futuros supuestos.
“Somos hijas de los pañuelos blancos y madres de los pañuelos verdes.”
La frase no requiere explicación. Trascendió el recinto en el que se la pronunció, se multiplicó en las redes sociales y se hizo carne en la histórica plaza. Por supuesto, allí estoy, allí estamos, allí estarán y estaremos. Hoy, en Argentina, les diputades, como dicen con tanta facilidad y convicción las nietas de esta gesta, dieron media sanción a la ley de interrupción voluntaria del embarazo, en base al proyecto presentado por la Campaña Nacional por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito.
Me detengo, hace frío, mi cuerpo se acalora junto al de mi hermano y al de mi hija. Nos sostenemos contra el mismo banco de piedra sobre la baldosa tantas veces acompasada de la plaza. El pañuelo verde que arropa mi cuello fue cortado –hace años ya-, por las manos de mi madre, cuando ella se acoplaba al trabajo de travestis y transexuales en la cooperativa textil Nadia Echazú.
La jornada es histórica y la historia está en cuerpo presente. Las mujeres radicales de todos los tiempos, las nadies y les todas, compactas, hoy le hicimos cosquillas al cielo reverdecido.
Qué buena, recupera, condensa.