Lo inesperado: Sobre el lenguaje de las prendas.
Por Cecilia Miano
DECIR SIN PALABRAS
Vestir es un acto cotidiano para casi todas las personas, si todos pensáramos en el significado que le atribuimos a cada detalle de nuestra vestimenta, dejaría de ser tan natural. Pensar tanto es complicado en algunos temas como este, de vestir, parece mejor hacer y sentir.
Barthes realizó una investigación -entre los años 1957 y 1963- acerca de la moda, un análisis exhaustivo del sistema escrito o descripto, sobre la significación de la moda. Lo maravilloso de este texto es cómo se puede traducir la vestimenta en el lenguaje, esa yuxtaposición que los hace indivisibles. Se hace una pregunta inquietante: “¿puede el vestido significar sin que haya una palabra que lo describa, comente y colme de significantes y significados como para construir un verdadero sistema de sentido?
EL HOMBRE ESTÁ CONDENADO AL LENGUAJE
Las personas utilizamos la ropa como lienzo de expresión, como lenguaje metafórico, casi como en la escritura damos luz a lo que nos moviliza y escondemos lo demás.
La quietud de las prendas es su condición original, hasta que alguien posa la mirada en su estructura. Primero con la imaginación empieza el juego, luego le da entidad y sólo con el contacto cobra vida, diferente cada vez que se sostiene, que vibra según la tensión que lleva el cuerpo que la porta.
Esa adherencia que provoca la vida de las prendas llenas de cuerpo, es lo sonoro de cada una de ellas. Es lo único que les otorga un sentido, cada día diferente, aunque se trate del mismo cuerpo y de la misma prenda.
HAY TELA AÚN
El ropero desordenado entrevera la historia. Los hilos enlazan sacos de otra época y telas añejas, con recortes de escenas prendidas en ojales pasados de moda. Las bolsas, cajas y envoltorios se amontonan en lo alto, donde casi nunca se abre, porque la historia se vuelca encima, derrapa entre montones de recuerdos.
Muchas veces los objetos cuentan. Ahí, arrumbados y con voces raspadas de tiempo, dicen cómo los movimientos de los cuerpos acompasaban los días.
EL VESTIDO AZUL
Benito conoció a Clara de siempre. El pueblo chico hace las veces de familia extendida y presta lazos de afecto a personas que, en ocasiones, se han visto muy poco.
“La tarde en que yo llevaba a Clara a la fiesta del Club, Benito no pudo dejar de bailar con su mirada.”
“Estoy arrugado de estar acá, un poco desteñido tal vez, pero a la magia sobre el cuerpo de Clara no la olvido. Su piel se acomodó suave a mis costuras y supe conciliar entre muchos brazos el estremecer de sus contornos, al menearse por primera vez con Benito.
A él le costó media noche sacarla a bailar, casi parecía desinteresado. El haber dado el primer paso lo envalentonó, nunca más se separaron. Aunque la historia no es romántica, como insinúa la frase anterior, las cosas resultaron, igual que en la escritura, por momentos muy lucidos y otros mejor olvidarlos.
“.. Y, tal vez por eso, estoy aún en la parte superior de este ropero. Ellos no lo saben pero, desde acá, escucho todo: las pisadas me cuentan sobre el estado de ánimo y sobre el transcurrir de la vida. A lo largo de estos años, la cosa ha sido muy movida. Mientras tanto, yo nunca más salí de mi reclusión. Ellos hablan -despiertos o dormidos, solos o juntos-, pero dicen. Yo los acompaño desde lo alto del ropero.”
EL ÚNICO TRAJE DE STELLA
El traje de tela de invierno, minifalda y saquito al cuerpo asoma con presillas de charol, arrugado como la vida, con cierto encanto de lo achicharrado. Envuelto en un nylon rosa, grita soledad. La foto viene a mí, el traje abraza el cuerpo escuálido con cierta despreocupación, las sonrisas estáticas y el pelo largo con brillo natural se vuelven aroma a viejo. En ese instante el reloj de la historia se moviliza hasta hoy y seguirá hasta que los últimos hilos del traje puedan dar cuenta de lo vivido.
El encanto de los veinte desafía el porvenir con cierta naturalidad, con un único traje servicial para toda ocasión. Rosario es el escenario, se muestra como familia durante cuatro años, porque el estudio así lo requiere, los bulevares se hicieron parte de lo cotidiano, las calles anchas, la gente amable forman parte de esa memoria que me volvieron así, un traje pasado de moda, que atesora piernas con medias de nylon, manos ajustadas a la cintura y espalda erguida con ganas de poner ímpetu a la vida.
Hoy el charol marrón de los vivos y las terminaciones de los bolsillos se ajaron con ganas de no seguir, aunque la estructura sigue firme y la cintura diminuta habla de otros tiempos, de otros largos, de otros sueños escondidos. Busco en los bolsillos, imagino cuando mi mano se desliza entre ellos, encontrar una nota, una tarjeta, algo que hable de ese antes que es ahora viejo. Nada aparece, sigo con la mirada firme. Resuelvo que la trama del traje guarda muy bien los secretos.
La nostalgia del traje se huele en sus opacidades.
EL CASAMIENTO. VESTIDO DE NOVIA PRESTADO.
La fiesta austera, por la economía de guerra, como planteaba siempre mi papá. Ahora, la austeridad vieja desdibuja un poco su singularidad, entre tantas crisis. La torta casera respeta el ritual de los novios: cortarla juntos. Así, la foto aparece sin arrugas en la memoria: la mano del novio se apoya con tanto ímpetu sobre la fina mano femenina, que da la impresión de una torta de yeso: pura potencia para un corte certero. No recuerdo su gusto, pero el sabor a desamor en la mirada de la madre del novio, poco a poco, tiñó el paisaje.
El vestido asoma sin ganas de la caja un poco desarmada, fue usado por segunda vez, con algunos arreglos necesarios, por el cambio de estación, y por la necesidad del apuro. El amor no puede esperar y los vestidos son algo lentos en armarse, así que el vestido con historia fijó fecha nuevamente en julio para dar a la blancura una nueva oportunidad de existencia. Hoy asoma sin disimulo el desgano. La vida estuvo en otros cuerpos, la silueta de costuras a mano no tuvieron más oportunidad. La tercera no fue la vencida, tal vez el destino espere y esta historia aún no termine.
Las perlas pequeñas en la delantera titilan…
LAS METÁFORAS DE LA ROPA
El valor simbólico de la ropa muta de acuerdo a la época de la cual proceda, en lo vigente propone un status social, un nivel de educación, una postura política; en tanto el tiempo transcurre en cada prenda lo simbólico se vuelve particular de cada individuo, qué representa ese objeto, qué historias nos cuentan, qué vivieron esas prendas que necesitamos reeditarlas.
Son pocas las prendas de mi ropero, algunos objetos pululan entre los vestidos, pero no consiguen salir, están atrapados en un mar de recuerdos, que sólo son vívidos para quien cuenta la historia, y en este caso para quienes estén leyendo este texto. Tanto esmero por brillar en cada caso, tanta historia enredada entre hilos de colores, dispuestos a disimular las costuras, a tejer tramas de la vida envueltos en mensajes que hoy gritan auxilio.
Logran salir del encierro porque el rescate llega en palabras, en pocas emociones encapsuladas en la memoria de quien nunca vistió esas prendas, pero con la historia en la mano decido hacer justicia.
Me voy a probar el vestido azul.
La historia no sé cómo continúa pero la gritaré cuando la vida le pase por encima.