Lo Inesperado: Sobre Cacho Scarpati.
Por Pablo Soprano
COMA PROFUNDO
Apenas un punto, como cuando se apagaban aquellos viejos televisores. Todo se redujo a un punto. Y la nada, la nada misma. El tiempo jugó la partida, el destino redobló la apuesta. Y, de esa nada, llegó el premio, la liberación menos pensada.
¿Y los compañeros? ¿Dónde están los compañeros? Vinieron del pasado las imágenes militantes de la Resistencia, de las FAP, del Peronismo de Base. La lucha, la clandestinidad en Mar del Plata, La Plata, Tandil. “La vida por Perón”, el coma por Perón ¿Veinte días? Sí, veinte días en coma. Lo despertaron a fuerza de descarga, porque hay muchas maneras de despertar de un coma. Rodeado de máquinas, cables y sondas o puede ser en un catre, con un único cable, el de la picana eléctrica, con la cara de un milico que grita nombres y putea. Dolor. Mucho dolor. Quiso hablar. No pudo. Intentó mover la mano. Nada. A esa altura de las cosas, no sólo dolía la picana. Dolía no poder hablar, no poder escribir para decirles, garabatearles, que se fueran bien a la puta que los parió. Escribir, hablar, pero nunca para entregar a nadie.
Dos balazos en la cabeza, uno de ellos en la boca, otro en la mano derecha, en el tórax y en el resto del cuerpo, esa fue la única manera de agarrarlo. La cita era “cantada”, le tocó perder y perdió. Punto. Y ahí estaba, no les dijo ni mu. Una cosa es la cama de un hospital; otra, los elásticos de un catre de Campo de Mayo. La humedad, la electricidad, el olor a carne quemada.
EL “LOCO CÉSAR”
Mantenerlo vivo para sacarle información, después matarlo. Esa era la orden. Al milico que grita y da las órdenes lo conoce, es el coronel Roberto Roualdes, de la patota del Primer Cuerpo del Ejército. Ya se habían cruzado antes en un tiroteo en Tandil. Ellos lo sabían bien: en ese punto de la situación, imposibilitado de hablar y escribir, cualquier información relevante ya estaba neutralizada por los compañeros en la clandestinidad. Ni a fuerza de señas consiguieron sacarle nada. Sin embargo, la tortura siguió, siguieron los “interrogatorios” de Inteligencia del Ejército, de la Naval. Y nada “¿Quién es?”, preguntó alguno “Es el Loco César, capitán de Montoneros”, contestó otro. Y, en el sopor del martirio, como en un doloroso sueño, lo sorprendió que supieran su nombre de guerra y su grado en la Orga. Lo sabían todo.
Empezó a tener noción de tiempo y espacio a la vez que aflojaban con la picana y se ocupaban de otros que iban llegando. Estaba en “El Campito”, llevaba ahí cinco meses desde el coma. En un descuido de un oficial y en algo parecido a una cocina, pudo ver un almanaque colgado. Septiembre de 1977. Pensó en él mismo, en Cacho Scarpati, no en el Loco César. Pensó que en unos días cumpliría 38 años y eso ahí a nadie le importaba. Pensó que estaba hecho mierda, con la boca y una mano a la miseria, pero entero.
BOTINES DE GUERRA
Inesperadamente, lo subieron a un auto, creyó que ese era su final. Lo llevaron al “Sheraton”, un campo de concentración de la zona Oeste del conurbano, llamado así porque allí el trato no era tan malo como en otros campos. Allí estaba “Clemente”, un militante montonero que había nombrado al Loco bajo tortura. Supuestamente, César sabía de una casona en La Plata donde funcionaba Radio Liberación, la emisora clandestina de resistencia a la dictadura. Salieron repartidos en dos autos, con tres efectivos cada uno. Clemente y César iban en el asiento trasero del segundo coche. Por ser detenido viejo, a César no lo esposaron; a Clemente, sí. Al llegar comenzaron a dar vueltas por la zona donde funcionaría la radio y se detuvieron frente a un lugar indicado por el más nuevo de ellos. Era común en los “operativos” y entre las patotas, bajar a la carrera hacia el interior de las viviendas para apoderarse primero de los “botines de guerra” que encontraban. Dólares, oro, objetos de valor, pieles, todo servía.
César vio un arma en el asiento del acompañante, mientras el chofer contemplaba el apuro de los demás por entrar a la casa. Allí mismo y sin pensarlo, le arrebató el revólver y se arrojó del auto. Así, como estaba. Sin esposas, con la boca rota, la mano reventada y todos los dolores a cuestas. Uno de los que ya andaba por el zaguán se dio cuenta sin llegar a reaccionar a tiempo.
FUGA Y PERSECUCIÓN DE PELÍCULA
Y, después, una fuga cinematográfica. El Loco consiguió reducir al chofer y al rezagado, corrió hacia un Opel K 180 negro, estacionado con su ocupante dentro, y lo bajó a punta de pistola. No todo estaba a su favor, lo inesperado a veces mete la cola: el Opel era de un policía. Antes de entrar a Capital, abandonó ese coche y robó un Peugeot 504, esta vez de un puestero del Mercado de Abasto. En el Parque Lezama se tiroteó con un patrullero de la comisaría 16°, que lo seguía desde Constitución. A duras penas consiguió escapar. Y pensó en su hijita. La iban a ir a buscar para tomarla de rehén y así lograr que él se entregara. No se equivocó. Pero logró reunirse con ella y llevarla hasta lo de unos amigos. La represalia no se hizo esperar, su suegro y su cuñado fueron secuestrados, golpeados y encarcelados en Mar del Plata.
DERECHO Y HUMANO
Tiempo después y ya en Madrid, dio testimonio ante la Comisión de Derechos Humanos sobre la dictadura genocida en la Argentina. Aportó datos, detalló planos, apodos de represores y guardias. Habló de las sesiones de tortura, de las descargas eléctricas cada cuatro horas, de las palizas hasta el desmayo, del “submarino”, de las prácticas de karate con el enemigo atado, encapuchado e indefenso.
Por si quedaba alguna duda, Cacho Scarpati, “el Loco Cesar”, aclaró: “No fue obra de ‘monstruos’, que cualquier ser reconocería apenas los viera. Su aspecto es normal y su actitud también. Tienen hijos, esposas y se creen buenos padres, defensores de la ‘libertad’ y ‘las buenas costumbres’. Las torturas, los desaparecidos, los ‘traslados’ forman parte de la ‘guerra sucia’: es una política previamente calculada y fríamente ejecutada. Y no es producto de ‘excesos de algunos grupos’, como se pretende hacer creer”.
Todo pareció terminar reducido a un punto, luego a la nada. Y, de la nada, el dolor, el martirio como paso previo a la ansiada liberación. Esa liberación redentora, la menos pensada, la menos esperada.
Durante un acto callejero, foto nacionalypopular.com
En 1979, Juan Carlos “Cacho” Scarpati (26 de septiembre de 1939-16 de agosto de 2008) elabora un documento crítico y autocrítico del rol de la organizaciones político-militares de la década del ’70, el cual es tomado como documento fundacional de la “Agrupación Eva Perón en el Exilio”. Y, en 1985, ya de regreso a nuestro país, desde una Unidad Básica de Barracas funda “Peronismo 26 de Julio”, agrupación que, aún hoy y a diez años de su muerte, lo tiene como Secretario General.
Fuente: Cecilia Fernanda Calderón y www.robertobaschetti.com