Claroscuros: sobre la construcción de murales en dos escuelas públicas de CABA.
Por Estela Colángelo
Fotografía: Ana Blayer

 

A TODOS LOS CARLOS, SIN EXCEPCIÓN

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Dos escaleras laterales conducen a las aulas. Apenas comienza el ascenso, se divisa una pared de cada lado, con oscuro revoque grueso. “Caer en la escuela pública”, dijo el presidente que no supo conducir los destinos de las escuelas y de la ciudad, entre 2007 y 2016. La escuela pública se vive, se habita en espacios de encuentro, de reconocimiento. Cuerpo de poder, colchón mullido, oportunidad, cobijo.

Así lo entienden Carlos Patricio González y sus dos ayudantes, Enrique Pizarro y Julio Scibona, Tres años de trabajo (1997-2000). Muchos viajes en colectivo de Once a Villa Urquiza, caminar veinte cuadras, llegar tempranito, mate amargo, recibir con pudor algún bocado. Vivir la escuela pública, regalar su saber en historia plasmada para siempre. Transformar el paisaje, convertir revoque grueso en cuadro gigante. Encarnar al decir de Paulo Freire “No tengo derecho a hacer el mundo más feo, tengo el deber de hacerlo más bonito”.

Vaya el reconocimiento a todos los Carlos Patricio González.

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TUÑÓN CONVERSA CON EL MURAL

Hay un acto único, distintivo, el día del patrono. En ese marco, el viernes 1 de diciembre de 2000, se inauguran los únicos murales dedicados al barrio de Balvanera. La Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires los declara de “Interés”. En el proyecto los legisladores destacan “el esfuerzo de los artistas plásticos como un acto generoso propio de los espíritus solidarios”.

Las condiciones sociales y económicas de ese momento eran casi idénticas a las que vivimos hoy. “Los docentes -continúa el documento-, colaboran con los artistas en un esfuerzo común por generar un espacio de encuentro que alimente el amor a su patria y la construcción de utopías hacia una sociedad diferente de los egoísmos y las exclusiones que nos plantea la globalización económica”. Así tenemos una muestra más del poder convocante de los acontecimientos culturales en momentos por demás críticos. Distintos tiempos históricos dialogan la escuela, ubicada en Saavedra 695, justo frente a la casa que fuera de la familia González Tuñón, cuyo bronce recordatorio tal vez se convirtió en alimento.

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Y LA NAVE VA

En 1997, se produjeron los primeros contactos con Patricio. La Supervisora, Ana María Martucci, evaluó, autorizó, apoyó y acompañó el proyecto. El Sr. González se reunió con padres, docentes, alumnos, ex alumnos. En varios encuentros se definió la temática: la historia del barrio de Balvanera. La investigación histórico-social se realizó junto a los CGP, bibliotecas y otras instituciones. Los artistas y ayudantes encaminaron la búsqueda a obtener los rasgos fisonómicos de Raúl González Tuñón, los hermanos Discépolo y Carlos de la Púa.

Por escrito, González definió la técnica: el mosaico. Él mismo trabaja en los bocetos y en todos los elementos formales que, según explica, constituyen el sostén estructural de la composición. Después, resuelve el color: figuras frías y fondos cálidos. Finalmente, presentó los bocetos a la comunidad y el cálculo aproximado del valor de los materiales.

Durante 1988 realizó los dibujos en tamaño definitivo, en pastel sepia y sobre papel de escenografía. En este período hizo las modificaciones a la obra original. Mientras tanto, en el año 1999, la escuela cumplió los cien años. Durante el acto Los Hermanos Ábalos ofrecieron su incomparable trayectoria con la música, la maestra Elvirita enseñó a bailar danzas folklóricas en los recreos y Víctor Heredia ofreció un recital solidario.

El mural avanza.

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NO ME TIRE LOS FALLADOS

González adquirió material documental y, también, los cerámicos de uso común para revestimiento de pisos y paredes. En la mayoría de los casos, las piezas tenían fallas y las había comprado de oferta. Así eligió los colores fríos que están en los murales en color original. Para crear todas las tonalidades necesarias, utilizó esmaltes horneados en el taller de Gunga Bourbotte. Cortados y preparados los cerámicos, hacia fines del mes de octubre y con colaboración de sus ayudantes, se armaron los murales en el taller de la calle Ceretti, propiedad de González. La tarea duró hasta junio de 2000. Las visitas de niños, maestros y padres se hicieron frecuentes. El asombro y la curiosidad crecieron con el avance de la obra. El artista “pintó” con mosaicos los dibujos definitivos. De junio a diciembre se programó la colocación en la escuela.

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CON CARTONEROS ADENTRO

Los padres observaban a distancia. Los niños, en cada pasada, llenaban los bolsillos blancos con el codiciado material. Los docentes organizaban una larga fila para la devolución. Ante el asombro adulto, intervino González y señaló las bolsas transparentes, cada una con el color específico.

– Si sacan de las bolsas donde hay poca cantidad, después las devuelven. Si sacan de donde hay muchas, se las pueden quedar.

Los chicos intervenían:

– ¿Esto que se forma en esta parte del mural es la carpa blanca?

– ¡Pusiste a los señores que revuelven la basura!

Y, González:

– Sí, sí.

La inolvidable fiesta de inauguración estuvo a cargo de la profesora de teatro. En la dramaturgia incorporó a las gallinas, a los vecinos con sus sillas en la vereda, a los poetas y al tango en los suburbios de Borges. El segundo acto se movió hacia un tiempo más cercano: hay edificios, desorden del tránsito, Salgán y su piano. Los grandes protagonistas, también en el mural, fueron los niños. Ellos guiaron el recorrido de los presentes y explicaron, con orgullo, las figuras representadas. Hay intercambio: González y ayudantes llevaron una réplica del mural, en versión dibujos infantiles. Pero esto no quedó acá. En 2004, el mural fue tapa de la publicación del Ministerio “El monitor de la educación”.

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VITROEMOCIÓN

En 2009, a trece cuadras de distancia, en Chile 1371 y en la Escuela “Provincia de Santiago del Estero”, el mismo autor realizó “Juego cromática”. Fue en el gimnasio del cuarto piso. El mural relata los juegos prehispánicos y también incluye juegos y deportes actuales. Los alumnos guiados por el muralista, pintaron algunos tramos.

No contento con esta labor, en 2013, González dijo “quiero retruco”: bajo su asesoramiento y supervisión, los niños realizaron dibujos. Luego, González seleccionó uno por cada grado, los llevó a mayor tamaño y, en el marco del proyecto de reciclado del vidrio, los chicos crearon la figura en vitrofusión.

Así se toma el espacio público. Aun por las noches, las imágenes de los murales devuelven las formas del barrio. Le dan contorno a su gente, la invitan a ser -a partir de lo que fueron- el futuro de nuestras calles. Modelos vivos tuercen la lógica oscura impuesta por los sectores dominantes. Cuando pase por esa zona, lector, no dejé de encender su mirada.

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