Claroscuros: sobre la casa de los padres de Perón, en el barrio de Flores.

Por Eugenia Casetta Buenanueva

 

A LOS BOTES

Hay 1589 textos sobre Juan Domingo Perón  y 1712 textos sobre Evita. Se puede concluir, entonces, una tentación imperiosa a escribir alrededor de la luz y la oscuridad irradiadas por ambos. Aunque intenten disimularlos con cifras y fórmulas político- económicas, estos textos siempre son volúmenes importantes de escritura empeñada en aprehender algo tan común, tan profundo, como el odio y el amor humano. Difícil entonces, intentar algo novedoso. A pesar de la repetición inevitable, uno se deja mecer por las suaves e intensas olas de peronismo y, bajo su lumbre, comienza a garabatear sensaciones. Como ríos centelleantes en primavera, a favor o en contra, se embarcan en el mundo de las palabras para llegar al puerto Perón. O al de Eva Duarte de Perón. Ni hablar de esa vana ambición de algunos, ese intento de interpretar el peronismo, como si hubiera algún modo de explicar sin falta, la naturaleza de la conducta humana. Así de vasto y complejo es este movimiento político. Por eso, yo también me sumo a remar.

 

FLORES PARA PERÓN

Un recorte, una noticia soslayada dentro del fragor Nacional. «Inauguran una muestra de arte en la casa donde vivieron los padres de Perón».  La dirección señalada está a escasos 900 metros de mi casa. Tomé la bici y volé hacia allí. G. Laferrere 3259. En la primera visita sólo me recibió un árbol vetusto, testigo seguro de la visitas de Perón a sus padres, ya mayores. Los contadores de historias barriales afirman que, en el baldío pegado a esta vivienda, hasta hubo una suerte de club para los pibes del barrio, con pelotas y otros enseres indispensables a tal fin. Y, aquí, un dato llamativo: esos elementos fueron provistos por el mismísimo Perón. Por aquel entonces, Juan Domingo era un joven cadete militar. Por supuesto, con el tiempo, ese pequeño club futbolero llevó el nombre de » Juan Domingo Perón».  Así esas calles anchas, de cielo frondoso, ese caserío de fingida alcurnia, ante el primer gesto populista del General “oscurece” la vista de mucho gorilaje. Tal vez, ha de ser este el motivo por el cual esta pequeña epopeya entre unos pibes sin balón y Juan Domingo Sosa resultó celosamente escondida. Juan Domingo Sosa, sí. Ese fue su nombre durante los primeros años de vida, «hijo natural», o sea, “ilegítimo”. Y vaya si le marcó el destino esta mancha infligida por los ejércitos de la moral. ¿Habrá sido ese el germen de sus designios políticos? ¿O quizás todo comenzó en otra anécdota, al cobijar en la casa familiar patagónica, a un indígena? Sin pilchas pero digno y orgulloso de su identidad, según palabras de Don Tomás Perón.

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A VOTAR, MI AMOR

Don Perón y Doña Sosa envejecieron en la casona de la calle Laferrere, en Flores, mientras recibían las visitas atronadoras y futboleras de su hijo cadete. Ni se imaginaron los sentimientos que provocaría, años más tarde, este muchacho de gesto adusto, o con una sonrisa presta a conquistar el mundo. Mirá vos: el ex cadete, vuelto teniente, coronel, secretario de trabajo y presidente de la Nación. Si es por inducir sentires, un campeón. Por ejemplo, a mi abuelo Buenanueva, orgulloso trabajador de YPF, peronista por agradecimiento y convicción, lo impulsó a cortar y arrojar el DNI de mi abuela, que se negaba a votar a Perón. El abuelo no se quedó ahí: también arrojó el colchón matrimonial. Como un acto definitivo, no iba a ser el esposo de alguien incapaz de amar a Perón o a Evita.

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Así, entre memorias de mi propia familia, finalmente, ingresé a la casa. En el salón de arte hay una penumbra, al parecer eterna. No importa si es noche o mediodía, los claroscuros permanecen estáticos y se pueden respirar en las fotografías blanco y negro del salón. Perón y Gatica, Perón y jugadores de fútbol, un corredor de autos y Perón. El costado más deportivo del General es un juego de sombras por toda la galería. En el rincón más iluminado está Eva Duarte, que patea una pelota. Pero estos no son los únicos sentimientos que merodean esta casa de Flores. Tanto recelo a responder al timbre, sólo indica que el temor se coló entre las sombras y permanece oculto en el atardecer de las ventanas.

 

NO ME DESLUMBRÓ JAMÁS LA GRANDEZA

Otro reducto para palpar los sentimientos que provoca el peronismo es el museo Evita. Este espacio decidió iluminar el corazón del barrio de Palermo con una casa para madres solteras. Según las damas de Palermo, estas ignominiosas debían quedar ocultas bajo las sombras de sus pecados. La ex actriz prefirió darles una casa de pasillos oscuros, gracias al terciopelo denso de las cortinas, y comedores amplios plenos de sol, vajilla gruesa, cacerolas metálicas que juegan con los reflejos solares. Yo seguí un haz de luz que reposaba sobre la mesa de grueso algarrobo. La toqué, por un instante, hice mía la sensación de aquellas jóvenes desgraciadas, al transitar cotidianamente el lujo que creyeron inalcanzable. En eso, volví a escuchar a la jovencísima guía. Sus palabras fluían como estribillos enamorados. Sus ojos irradiaban luz. Era claro que amaba a Eva. Uno avanza y el salón más iluminado es el de juegos. No existen sombras. Sólo juguetes, costosísimos en esa época, impensables para el hijo del obrero. Más aun, para hijos ilegítimos. Y, sí: ella deslumbró a algunos luz y otros quedaron allí, inmersos en la oscuridad del odio hacia Evita. El célebre «viva el cáncer» y otras barrabasadas son oscuridad también palpable, un sentir vivo y envolvente. La aman, la odian.

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DECIME QUE SE SIENTE

Una pregunta me acosó durante días. Yo la dejé en libertad, a ver si, así, me tiraba una punta de respuesta. ¿Qué te hace sentir el peronismo? No, ¿qué pensás? No, ¿qué es? Si no, ¿qué te hace sentir el peronismo? Salpiqué con la pregunta a diferentes personas. Nicolás, 55 años, psicólogo social, milita desde los 13 años. Él me dijo: “Me hace sentir sujeto, no objeto. Protagonista. Siento felicidad y angustia; pertenencia a la historia, siento la capacidad de hacer síntesis entre el sentir y el pensamiento, en definitiva, esa es para mí la esencia del peronismo. Mariana, 57 años, es arquitecta. Orgullosa bonaerense, declara: “Me hace sentir felicidad, me siento acompañada. Es una hermandad única, una fiesta, es abrazarse, ser parte de un colectivo. Ser peronista y bonaerense es sentir un doble abrazo colectivo”. Catalina, 12 años, estudiante: “El peronismo me hace sentir felicidad, porque todo es más barato, todos pueden comprar zapatillas y comida”. Lucrecia, 33 años, trabajadora privada pampeana: “Siento orgullo. Honor de pertenecer. Me hace sentir comprometida con los demás. Siento esa rebeldía contra la injusticia establecida y la necesidad y la angustia de los explotados, aunque yo nunca lo haya sido. Siento amor”. Agustín 41 años, asesor, hijo de un militante montonero desaparecido: “Por ejemplo, vos vas en el tren entre mujeres y hombres trabajadores y eso te hace sentir parte del pueblo. El peronismo nos iguala a todas y todos. Me siento parte de la historia de sus luchas, incluso desde antes del peronismo, ya que el movimiento toma las luchas anteriores y las reivindica. Me hace sentir parte del futuro, ya que el peronismo nos guía para salvar la patria.” María, 67 años, jubilada, ex militante de la contraofensiva montonera: su respuesta fue un silencio ensordecedor. Entonces, recordé que el 1 de mayo de 1974 ella salió de la plaza, echada por el General, junto a miles de compañeros. Siento que al balcón de la Rosada, sólo llegó la sombra de Perón ese día. La plaza dejó un claro, donde antes estaban los Montoneros.

montoneros en la plaza

A partir de allí, quedamos en la penumbra de la clandestinidad. Mis primeros años transcurrieron bajo la sombra de Eva y de un Perón populista. Fueron meses plagados de ecos de felicidad y me dejaron la luz suficiente para atravesar la oscuridad que sobrevendría luego. Y acá, en Flores, esta silenciosa casa/galería de arte me remite a la semilla misma del peronismo. Entre sus penumbras luminosas, nos deja entrever más secretos por descubrir, instantes nimios de lejano presente. Instantes nimios pero reveladores, cautivadores. Un pasado fulgurante que ilumina y guía hacia el horizonte.

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