ph. Ariel D'Amico

La confianza: sobre ir a vivir al interior del país.
Por Verónica Pérez Lambrecht

   

Escaparse. Escapar por un ratito y volver, componer con ese lugar como un hecho pictórico a guardar en la memoria de nuestras vidas. Escapar para no volver. O, simplemente, irse. A veces nos hacemos escapaditas al interior, como Pierina y Héctor, que fueron a Carhué en ocasión de su 40 aniversario de matrimonio, un 11 de julio, hace ya 10 años. Viajaron allí porque viven en la calle Carhué, en Liniers. Se encontraron, además de un pueblo cálido del interior de la provincia de Buenos Aires, con mis viejos quienes, casualmente, cumplen los mismos años de casados, el mismo día. Desde entonces son entrañables amigos.

Nancy Nan
Nancy Nan

Salir. Salir a buscar, venir a buscar. Moverse. Mudarse. Cambiar. Tomar la decisión de ir a otro sitio. Confiar en esa aventura al futuro, más que pictórico, apostar a algún tipo de crecimiento, de acuerdo a los paradigmas y creencias familiares y personales, desarrolladas desde la primera bocanada de aire. A veces nos fugamos a un interior que duele, donde la rutina no está cargada de psicosis sino de aburrimiento. O, para sobrevivir, hay que trabajar la tierra, como se sobrevivía un siglo atrás. Y seamos sensatos, hay a quienes eso les gusta. A veces es duro, agreste y sin opciones. A veces, el interior es dócil, diáfano y lleno de la paz que encontraron Nancy y Gimena.

 

EL CAMINO COMECHINGÓN

Por momentos, la clave parece ser huir, de donde sea que estés. Recuerdo mis viajes del interior a “La Capital”, el tren entre las Sierras de la Ventana en una noche de luna llena, el pullman que semejaba tener calefacción a brasas debajo de los asientos, surrealista. Los edificios a la salida de Retiro, y la Villa 31, al entrar con el bondi. La añorable esperanza de que algo cambiase. Pero, a veces, la clave es llegar. Alguien alguna vez me dijo “todavía no encontraste tu lugar dulce”. Lo maravilloso es la posibilidad de encontrarlo y vivirlo, como lo cuentan Gimena y Nancy, espoleadas a salir de la ciudad, hacia la entrañable Capilla del Monte.

“La ciudad parece ser la oportunidad para muchos, especialmente, a los 25 años. Tenés todo al alcance de la mano, todo te tienta, te gusta, y parece estar a la vuelta de la esquina. Pero, para mí, no fue precisamente así. En ese entonces, trabajaba y estudiaba, es decir, sobrevivía día tras día para llegar al objetivo, que increíblemente estaba cada vez más lejos. Perdía horas y horas de viaje. Y la plata que hacía sólo servía para el día. Difícil, muy difícil. Siempre supe que la ciudad no era mi destino. Pienso que nací en el lugar equivocado. Nunca me sentí  bicho de ciudad, a pesar de que jamás había experimentado vivir en otro sitio. Pero uno de esos días, cuando nada tiene sentido, planeé un viaje de vacaciones con mi mejor amiga y el lugar elegido fue Córdoba. Una vez que la conocí, me pregunté ‘¿qué hago en Buenos Aires?’, con tanta otra vida por descubrir y lugares donde vivir. Por entonces, para nada pensé que ese sería mi lugar de residencia. Luego de ese viaje, todo cambió: había descubierto un lugar increíble para vivir en PAZ.” Así, Gimena, llegada a las sierras, casi por la misma razón de Nancy, como si de pronto la ciudad ejerciera un poder expulsivo: “Vine en circunstancias de encontrarme sin trabajo, con mis dos hijas de 10 y 6 años. En Buenos Aires, el padre de mis hijas andaba con poco y nada de trabajo. Buscaba una crianza con libertad y contacto con la naturaleza.”

ph. Ariel D'Amico
ph. Ariel D’Amico

Ambas apuntan la partida, allá por un 2005, meses más, meses menos. Y, sin que sea insólito para nada, también ambas coinciden en que esperaban nuevos desafíos sin apego al consumismo, a la extraña desesperación de vivir en el sube-y-baja del cuánto ganar y cuánto gastar, y quedaron atrapadas por el marco de las sierras, los riachos, el sol y el silencioso y atroz sonido de la naturaleza, custodiadas por las bendiciones del Uritorco.

Ahí, al costado del valle, aparcan algunos cerros pardos, viejas enmiendas de la naturaleza. Ahí salen, en lo alto del valle, las nubes diáfanas, que descienden de los gigantes a perderse entre la mansedumbre de la vegetación agreste. Rocas, charcos inmensos de agua, diques de ensueño, diques de pesadillas; nace el valle y se extiende, estría el corazón de la provincia, llega hasta ese sitio que espeja al Sion del otro lado del mundo. Surge la punilla entre las sierras. Y, entre quebrachos, algarrobos y espinillos, mistoles, chañares y aguaribayes, crecen las buenezas, mejor conocidas como yuyos, pero cargadas de sabiduría ancestral para los baqueanos. Por las lomadas, corren pecaríes, cabritas del monte, zorros y algún que otro puma. Las sobrevuelan jotes, mientras emulan cóndores de los andes, y se oye la mezcla de cantos del rey del bosque y el de las cigarras. Serpentea el valle. Al río Cosquín, al son de alguna guitarra criolla, lo acompañan otros, el Dolores, el Quilpo, con su engañosa serenidad furiosa y, ahí mismo, el Calabalumba, desde el cerro Uritorco, de donde todo surge. Tierra habitada por comechingones y sanavirones, tierra de sagrada mística: te abduce, como venida de otro planeta.

ph. Ariel D'Amico
ph. Ariel D’Amico


LAS CALLECITAS DE CAPILLA TIENEN ESE NO SÉ QUÉ…

…en las callecitas añejas se inclina el cerro y se alza la capillita templaria de San Antonio de Padua. Al costado, Nancy sube en su bicicleta, recorre el pueblo en busca de material para pintar este mundo descolorido, o para vender sus panes recién salidos del horno de barro; o para visitar a sus hijas -mitad porteñas, mitad capillenses-, y a ese retoño de la familia que acaba de nacer, bien dentro del cerro. “Me enamoré de Capilla en mis primeras vacaciones. Si no recuerdo mal, en el verano 2001. Y fue una posibilidad cierta, aunque no me gustaba la idea de dejar la ciudad. Capilla tuvo su encanto para convencerme. Esperaba paz y libertad y otras utopías. Admito y agradezco haberlas encontrado. Esperaba que mis hijas volvieran a lo simple. También me lo dio. Hoy, quizá, espero más unión en la comunidad, sin careteadas o etiquetas. Tal vez sea una de esas utopías que mencioné.”

ph. Gimena V. Amado

Gimena no guarda celo por la cuestión mística, aunque podría decirse que tal vez fue a buscarla: “Capilla me eligió a mí, yo no sabía ni dónde quedaba, sólo tenía un dato, un amigo que hacía un tiempo vivía allí, un poco por eso y otro poco por curiosidad. Yo sólo esperaba ser feliz sin necesidad de correr. Hoy tengo mi casa y mi familia, mi tierra, mi huerta y todo el tiempo del mundo para seguir creciendo. Me encontré conmigo misma, también encontré el amor y en esa base construí. Aprendí que ‘siempre es hoy’. ¡Lo aprendí acá!”

¿Qué nos mueve a ir a un sitio en particular? A Nancy y Gimena, el hartazgo citadino, por varios motivos, unas vacaciones y algún amigo en común. A la vuelta de la casa de mis viejos, en Carhué, se abrió una rotisería. No recuerdo detalles, pero, cuando fuimos a comprar y les preguntamos de dónde venían y cómo habían decidido ir al pueblo, contestaron que eran de Buenos Aires, que buscaban paz y que, simplemente, pusieron el dedo en el mapa.

   

CREENCIAS EN TORNO A UN CERRO

Los traslados nos ponen a prueba los recursos con los que contamos. Adaptarnos no siempre es tarea simple. Podés tener todo el verde, la paz, el aire puro y que los mosquitos te abunden la parada, y listo, eso te impide sentirte bien. Podés haber llegado a una especie de paraíso y que tu trabajo quede en la eternidad de todos tus descontentos. A veces, tenés tu golpe de suerte, como Gimena:

ph. Gimena V. Amado
ph. Gimena V. Amado

La verdad es que aquí puse a prueba todos mis recursos de supervivencia, trabajé en muchos lugares y tuve lindas experiencias. Pasé por todas. Fui mesera y conocí al pueblo entero en ese puesto. Es el día de hoy que saludo gente que conozco desde hace mucho tiempo. Lo mejor es trabajar con turistas, eso se me da bien, ya que aún tengo cabeza de turista y sé qué busca cada uno cuando llega acá. Hoy, después de muchas experiencias laborales -algunas lindas y otras no tanto-, soy ama de casa. Nunca, jamás, ni loca, ni borracha volvería a vivir en Buenos Aires. Sólo me gusta volver a ver a la familia y visitar mis rincones favoritos en la city porteña, con gafas de turista. Si tuviera que irme a algún otro lado a vivir, sería al sur de nuestro país, tal vez a San Martín de los Andes, me gustan las montañas, la vida tranquila, los inviernos largos y los veranos rodeados de ríos y lagos. Capilla es un lugar absolutamente libre y abierto a todo y a todas las creencias, en especial, a las creencias místicas. Abundan los chamanes, las terapias alternativas y el oráculo maya marca el tiempo de muchos habitantes. Pero, acá, cada uno hace la suya. Al principio todo era mágico, real, único. Ahora sólo creo en mi realidad, la que yo misma creé. Si veo una luz, me quedo mirando; si no la veo, no pasa nada. Lo que siempre está y no falla es la energía del cerro Uritorco, eso sí es real, el poder de un cerro y la cantidad de gente de todo el mundo que viene a experimentarlo. Podés subir y contemplar desde allí arriba la grandeza y toda su energía.

ph. Ariel D'Amico
ph. Ariel D’Amico

Te cuento una anécdota: fue muy gracioso cuando, en aquellas vacaciones, llegamos con mi amiga al camping donde paramos, en la base del cerro Uritorco. Armamos la carpa como pudimos y el chico de la guardia nos dijo: ‘Si ven luces no se asusten, es normal. Todas las noches vienen hasta aquí las naves atraídas por la energía del Uritorco’. Yo pensé: ‘Justo lo que buscaba, conectar con seres nuevos, estoy en el lugar indicado.’ Pero no… nada de eso sucedió, te diría hasta el día de hoy.”

 

UN TANGO CON AROMA A PEPERINA

Nancy es un ser con mucho sentido de la libertad y de la estética, está llena de aromas a comida sana y rica. Siempre es gratificante hablar con ella, es simple, humilde y alegre. Sabe de todo, se lo dio el valle, sin dudas. Y algo también debió llevarse de la cosmópolis. A veces, el sistema le juega malas pasadas, a quién no, pero lo zig-zaguea con un buen tango:

Nancy Nan
Nancy Nan

Llevo una vida simple, bastante austera, si se quiere. Pinto, hago artesanías. Los primeros diez años me dediqué a la panificación artesanal. Vivo sola, muy tranquila, trabajo en forma independiente, produzco en casa y hago feria. Tengo mi grupo de amigos, mis hijas y bailo tango, lo aprendí acá hace un par de años. Capilla hoy me da integridad. No volvería a vivir a Buenos Aires, sí a disfrutar de su cultura, de sus milongas y de mi familia. A veces juego con la idea de hacer un mix: ir unos 15 días a cocinar en algunas casas y volver. Así podría vivir en ambos lugares. Hace un par de años, se me cruzó la idea de ir a otro lugar, pero aún no termino de darle forma ni crédito. Quizá sería un viaje de un tiempo, de esos para recorrer varios sitios, con Capilla como base, o hasta que algo distinto pase y me lleve a otro lugar. Mi visión es que acá el trabajo es muy interno y muy intenso también. En cambio, las creencias del pueblo se manifiestan hacia lo externo. Y ahí es donde a mí no me cuadran ciertas cosas. Pero solo me limito a observar y sacar mis conclusiones. El pueblo es hermoso. Hay gente de todo tipo, muy diversa y de todos lados, con pensamientos y estilos de vida muy diferentes. Eso lo vuelve bizarro. De todos modos, ¡aquí se vive lindo!”

   

PERDER LA RAZÓN

Con tanto habitante exótico en el valle, entre el Uritorco, las Gemelas y los Terrones -tierra de luces, si las hay-, topé con dos almas relativamente escépticas. O tal vez, es que si querés conocer los secretos de “ERKS”, vale adentrarte más que te lo cuenten.

Nancy Nan
Nancy Nan

“Nos habíamos comprometido a subir el Uritorco en familia, cosa que no sucedió. Mi ex subió solo, cuando aún estábamos juntos y me lo contó al separarnos. Las chicas lo subieron cada una por su lado con sus amigos y yo fui la última. Subí con un chico con quien amigoviamos un tiempo. Otra anécdota muy linda: la primera persona que conocí acá fue una vecina que hacía pan relleno, una mujer muy personaje y muy conocida en el pueblo. Entonces, me hizo una de tus preguntas… ¿qué venía a buscar yo acá? Le respondí, mis deseos de una familia más unida, más libre. Y me contestó: ‘¡Claro, hermosa! Todos vienen en busca de ser la mejor versión de la familia Ingalls, pero dejame decirte que todos nos volvemos copia fiel de la familia Simpson.’ Y, con el tiempo, perdí la razón.”

 

Nancy Nan
Nancy Nan

El imaginario nos permite volar hacia el deseo, la fuga al paisaje, a lo primitivo, tener mayor o menor predisposición a ser nómade, o componer perfectamente y establecernos. Algunas notas antes, escribí acerca de mis queridas amigas venidas desde el interior al gran elefante porteño, ¿Buenos Aires? ¿Cuál es el lugar? No hay lugar, sino composiciones, o más aún, el lugar es uno, acá o allá. Y –decididamente- donde estés, estar bien es una cuestión de actitud. Tenerla o no, puede depender tanto del bagaje con el que venimos, como de la epigenética que estemos dispuestos a desarrollar.

ph. Ariel D'Amico
ph. Ariel D’Amico

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