La intensidad: Entrevista a Hilda Lizarazu
Entrevista: Isabel D´Amico, Estela Colángelo, Viviana García Arribas, Gabriela Stoppelman, Esteban Massa, Nicolás Sada.
Edición: Isabel D´Amico, Gabriela Stoppelman
Fotografías de entrevista: Ana Blayer
“Con la lana tejí la luna/ y fue una luna lanar/ la lana tenía un nudo/ y fue en la luna un lunar.”
“Luna lanar”, Mariana Baggio
“Doble o nada”, dijo la luna el 1 de octubre. Así suele empacarse cada dos años, cuando algo la empuja a salir el primer día y el último de un mismo mes. No es magia, ella lo sabe, nomás son modos del tiempo lunar. Todo comenzó en un neblinoso origen, perdido en alguna curva. Un satélite de Júpiter, el más pequeño, giró en la ruleta del Universo. “Negro el 31”, cantó el crupier estelar. Y, en esa fecha, salió la segunda luna de octubre. Dos lunas llenas en un mes acapararon todas las miradas. Imaginar la segunda teñida de otro color suena imposible. Cuentan en la atmósfera que, en 1883, el volcán Krakatoa tuvo tal erupción, que las partículas de ceniza actuaron como un filtro vidrioso. Por eso se la vio azul desde la tierra. Por eso, la bautizaron con ese color, para siempre.
En otra esquina de los caprichos del tiempo, ella esperaba el anochecer sentada en su terraza, andaba entre macetas de cilantro, orégano y otras hierbas. Las hojas del tomate, gordas de compost y de a ratitos, exhalaron su áspero olor. La segunda luna comenzó a ascender. Para saborearla, se acostó sobre las lajas frías, y la vio desperezarse sin pudor. Lenta, se incorporó y, en puntas de pie, extendió sus manos para bailarla en ese tono guinda con el que ella tiñe su pelo. Aún de madrugada, luna y mujer compartían ritmo y voz.
Aquellos que siguieron a la luna azul desde los balcones de Buenos Aires, dicen que todo el contorno de la inquietada ciudad no paró de bailar hasta el amanecer. En ese umbral, entre tiempos, nos encontramos con Hilda Lizarazu.
ALTAS MAREAS DEL TIEMPO
«En el majestuoso conjunto de la creación, nada hay que me conmueva tan hondamente, que acaricie mi espíritu y dé vuelo desusado a mi fantasía como la luz apacible y desmayada de la luna»
«Rimas». Gustavo Adolfo Bécquer
Acabo de ver una luna llena tremenda.
Nos merecemos una luna llena. Vienen bien las fases de la luna para encarar el tema del tiempo en tu obra. Al leer tus canciones, nos interesaron la cantidad de referencias que hay a tiempos inusuales: el futuro al revés, los relojes de Dalí, ¿qué temporalidades, distintas a las cronológicas, podés vivenciar al componer, al sacar fotos, al cantar?
Son tiempos transversales. Como decía Cerati, ´siempre es hoy´. La vida es un transcurso, pero se puede vivenciar como instante o como una eternidad. Me cuesta hablar de mi experiencia del tiempo. Puedo decirte que muchas cosas las hago fuera del análisis, pero me gusta jugar con los tiempos y las palabras. Hay una huella digital propia que hace que ustedes, al leer mis canciones, puedan ver que hay una atracción hacia eso. Pero, desde mi lugar de compositora -que considero me queda un poco grande- no hago un previo análisis de la temporalidad de las canciones ni tampoco bajadas de línea…
¿Filosóficas, tampoco?
Filosóficas, como ´Mafalda´, podría ser. Porque, en esa tira cómica, el pensamiento tiene validez para cualquier tiempo. No me comparo con ella, claro, pero yo soy lo que hago. Durante los últimos treinta años, transcurro esa huella en un lugar musical. Estoy agradecida de poder vivir de hacer música, de componer algunas canciones e interpretar otras, de poder sostenerme con mi propia cosecha. Sobre todo, en un país y en un continente muy vapuleados. Yo no tengo que trabajar en una oficina, pero soy una mujer que labura sin parar, eso me hace ser quien soy y seguir disfrutando de mi oficio como cantautora. No heredé nada, lo que tengo lo tengo por esta voz y eso me hace sentir empoderada.
¿No es una experiencia inusual de tiempo el poder vivir de lo que a una le gusta hacer?
Totalmente. Por eso insisto en agradecer esto que me ocurre desde mis veinte años. A los diecisiete, empecé a laburar como fotógrafa y comencé a transitar salas de ensayo. De allí, pasé a la composición y a presentarme en distintos lugares, remotos y cercanos, grandes y chiquitos. Y, hasta ahora, no perdí el deseo de continuar haciéndolo. A veces me pregunto si, cuando tenga setenta años, seguiré con lo que hago actualmente. Yo no vengo del folclore ni del tango, vengo del rocanrol, un género que no tiene tantos años en el mundo. Referentes del rock, como McCartney o Mick Jagger, están allí enteros y tocando. Uno no lo imaginaba y no sé si yo podré hacerlo, todo se transforma.
LUNAR A MARES
«La luz irrumpe donde ningún sol brilla,/ donde no se alza mar alguno,/ las aguas del corazón impulsan las mareas»
«Poemas escogidos”, Dylan Thomas
El tema de este número es la intensidad. Últimamente esta palabra cambió de significación, cuando te dicen que sos intenso, te están diciendo que sos un pesado. Nosotros tratamos de pensarlo en el sentido de alguien que se hace con la potencia que es para actuar, ¿cómo te relacionás con esto?
Para mí, alguien intenso podría tener esa connotación negativa que se le da actualmente, la de ser un plomazo, digamos. En el otro sentido, soy una persona intensa cuando tengo que estar en una situación extrema, como un show en un lugar de alto volumen, con diez mil tipos enardecidos en el público. Es muy intenso bancar físicamente eso, aunque al día siguiente me sienta como que me pasó un Scania por encima. Por suerte, situaciones como las que acabo de describir, no las vivo desde hace bastante tiempo. En mis shows, no tengo esa magnitud. Pero, en algunas experiencias pasadas, por ejemplo, al acompañar a tipos como Charly García en un show en un estadio, sentí que me bancaba la intensidad de esas treinta mil almas. Eso es porque, a través de la música y dentro de mí, hay una intensidad que puede disfrutar emociones de ese tipo. Yo sé que estuve ahí por algo relacionado con la música.
La imagen de “Símbolos de paz” con Charly, aquella noche de lluvia en Vélez, ratifica lo que decís…
Sí, muestro como un costado histriónico en esa imagen que traés. Yo le limpié el piano a Charly, como si hubiera sido una moza. Lo recuerdo ahora y me cago de risa. Fue una situación totalmente abismal, hasta último momento se debatía si se hacía o no el show, por la cantidad de lluvia que caía. Una locura, pero una locura intensa. Así de intrépida y mágica puede ser esa situación roquera. De última, lo más grave que pudo haber pasado es que se hayan resfriado diez mil personas. Aun así, se fueron todos como bendecidos por esa lluvia. Hasta Spinetta estaba, fue hermoso. Además, era el cumpleaños de Charly y todo el show fue un poco la celebración de su persona, de ese ídolo popular que había sido enchalecado químicamente, después de atravesar su propia intensidad, después de flagelarse por su propio deseo.
Imaginamos la intensidad de un artista frente al público en el escenario. Pero también pensamos en una intensidad más íntima, la del acto de sacar una foto.
Claro que sí, es un puente directo entre una mirada y el que es fotografiado, un diálogo que expone a quien está siendo observado y al que fotografía. Yo fui fotógrafa. En este momento, no ejerzo la fotografía a nivel profesional. Tengo un teléfono como muchos millones de personas y, cada tanto, hago una foto. Pero no trabajo como fotógrafa. Yo creo que cada uno es lo que hace. Sin embargo, no voy a negar que, a menudo, tenga una mirada puesta en cuestiones vinculadas a la fotografía. Por ejemplo, siempre estoy consciente de la luz.
En tus fotos es muy notable la mirada de los fotografiados a la cámara ¿Es algo buscado?
Me gustan las fotos con personas que miran a la lente, porque me devuelven la mirada. Sí, es algo buscado. Tomar un retrato no es solo sacar una foto, es un tiempo preciso, es buscar la luz, el fondo, la situación, llegar a eso, después de estar una hora con alguien. Siempre que trabajé de ese modo, terminé por conocer más al retratado.
EN FASE ACUARELA
«Porque sabía ya sin haberlo aprendido, que el silencio no es la negación de la música, sino toda la música en su posibilidad infinita y en su gozosa indiferenciación»
«Adan Buenosayres», Leopoldo Marechal
Hablando de retratos y de prestar atención a la luz. En “El sireno del Río de la Plata” cantás: “sus escamas reflejaron cada luz”. Y hay muchas de tus letras donde aparece esa referencia…
No puedo analizar la forma en que escribo. Pero, justamente “El sireno…” era una foto de Marcos López, un amigo. Muchas de las letras que hice con ´Man Ray´ o en mi etapa solista vienen de imágenes que me sirvieron como disparadores. Por ejemplo, en este momento, hay una hermosa luna -¿ya se los dije, no?- y esa imagen me emociona, aunque no sé si me dispara algo. Trato de llevar cuestiones que me emocionan de la naturaleza a mis canciones: plantas y flores actúan como pinceladas. Por ejemplo, en el disco “Futuro perfecto”, la pasionaria está en la tapa. Además, en las canciones de ese trabajo, hay unos guiños muy encriptados, donde habitan esa pasionaria, el ayer, el hoy y el mañana, esos tiempos que me señalaban antes. Son juegos propios que me sirven para ser feliz unos instantes.
Hay un tema dedicado a Fernando Fader que dice “un paisaje de acuarela puede transformar el ánima de la tarde.” Muchas veces, también acompañás tus fotos con un pequeño texto, como en un diálogo verbal-visual.
Eso me surgió en los primeros meses de pandemia. Empecé a conectarme con el afuera a través del Instagram. Quise mostrar algunas imágenes que nunca había compartido y, al agregar esos textitos, se creó un puente, un diálogo con gente que una no conoce. Esa combinación foto-textito surgió de mi necesidad de contar, e incluso de revivir momentos de hace dos décadas o más. Estuvo bueno. Después me cansé, porque lo había armado de forma metódica: publicaba de lunes a domingo y elegía siete imágenes conceptuales, entre las que ya tenía. Obviamente, incluí retratos de Charly García, retratos de gente mayor. Se trataba de fotos en papel. Para subirlas, tenía que fotografiarlas previamente con el celular. Y eso me tomaba tiempo, por lo que dejé un poco de lado ensayar y grabar.
LA ORILLA DEL CENTRO
«Un hombre de ropa oscura compra un libro usado de Emile Cioran: el de tapas doradas, el de los párrafos sobre la amargura. Al abrirlo, encuentra todo su interior subrayado y varias notas en los márgenes. Le gusta esa letra: le parece sonora y blanca. En la primera página encuentra su nombre: Diana. El hombre decide entonces no leer a Cioran. Y comienza a leer a la dama»
«Hablar con desconocidos», Carlos Skliar
Quizás sea casualidad, pero nos llamó la atención que tus fotos, en general, están centradas, mientras que en tus canciones hay muchas referencias a la orilla y al costado del camino.
¿Ustedes son psicólogas?
(Risas)
No… Somos lectores. Lo leímos en tus letras y en tus imágenes, no en tu mente.
Está buenísimo. Yo no leo ni en pedo todas mis letras juntas. El otro día, un colega me preguntaba si me bancaba escuchar mi voz cuando canto. Al principio, no. Pero pasaron treinta y pico de años desde la primera vez que grabé. Ahora, un gran porcentaje de los seres humanos tenemos teléfonos con grabadores y todos nos escuchamos la voz en los audios que enviamos. Antes, cuando escuchabas tu voz en un casette, decías “¡Ay!, ¿esa es mi voz?”. Cuando empecé a cantar, no soportaba escucharme. Cuesta reconocerse del lado de afuera. Pero si seguís laburando con la voz y con la música, tenés que escucharte. Después, me fui enterando que hay actores experimentados a quienes no les gusta verse en lo que filmaron. Bueno, yo no me veo hacia atrás, por eso no me leo. Tengo más ideas de lo que me resta por hacer que de lo que ya fue, no sé si está bien o mal.
Con las fotos en el centro y las canciones en los márgenes, cubrís toda la cancha.
Puede ser. ¿Seré más fotógrafa que cantante? A veces, yo solía decir que soy una fotocantante… (risas). Pero, en relación a la voz, siempre pienso cuánto tiempo hacia adelante podré ejercer el intenso oficio de dialogar con un público, de entregar una melodía y recibir después el cariño de la gente. Para volver a la pregunta que me hacían sobre la intensidad, esta demanda de los otros también tiene lo suyo. Tenés que tener un espíritu especial para no enloquecer ante todos los que quieren algo de eso que supuestamente uno tiene. A veces, a quienes componen una canción con la que un montón de personas vibran, les cuesta entender que haya tanta empatía. Eso suele causar locura o híper egos. Hay que saber manejarlo, te puede absorber como una aspiradora.
EL EJE DE LA ILUSIÓN
«El agua bebida en el hueco de la mano, o de la misma fuente, hace fluir en nosotros la sal secreta de la tierra y la lluvia del cielo»
«Memorias de Adriano», Marguerite Yourcenar
El baile es también un elemento que aparece muy frecuentemente en las letras de tus canciones…
El baile y el movimiento de mis manos son parte de una motricidad innata que tengo. Desde chiquita, además de involucrar el espíritu y la mente, siento la música con el cuerpo. Antes bailaba mucho más. Ahora, casi a los sesenta años, menos. Aunque sigo sintiendo la música con el cuerpo. Claro, depende de qué música se trate. Ahora estoy escuchando a Erik Satie y no me hace mover la patita en 4×4. El cuerpo, el espíritu y el intelecto cambian. Y está buenísimo que así sea. Poco a poco, la vida te da un montón de experiencias, de posibilidades de deshacerte y reconstruirte. Así que no sé si, a los setenta, seguiré siendo la misma, más o menos, ¿quién lo sabe?
Capaz que seas como Goyeneche, que cantaba hasta con tos.
¡Un divino, Goyeneche! En cada caso, mucho depende de cómo te fuiste tratando. Nelly Omar, a los 90, cantaba cinco temas nomás, pero tenía una súper voz. Pero yo no sé si voy a querer hacer eso. Me encanta la danza. Hasta alguna vez me han preguntado si yo era bailarina, pero no tengo formación académica en baile. Todo lo que fui haciendo, incluso con la voz, viene de un lugar invisible.
¿Qué es para vos lo poético?
Esta situación podría serlo. Es algo que tiene profundidad e ilusión.
ACROBACIAS DE LA LUZ
«Lo duradero no es nunca obra de un instante»
«La Manga» Raúl Scalabrini Ortiz.
¿Cómo trabajás en la construcción de la canción como texto y cómo lo hacés en la fotografía? Tenés la luz en mente, decías antes…
Toda frase es una posible línea de una estrofa en una canción. No tengo método. También juego mucho con el azar, incluso, con las fotos. Puedo sacar una foto increíble donde no haya puesto ninguna luz, solo con la luz que existía. La espontaneidad es algo que me acompaña y muchas veces soy una acróbata en ese sentido. De hecho, de esa idea, salió “Lucía, la equilibrista”. Yo soy algo que no proyecté que iba a ser. A mis diecisiete años, no pensaba que me convertiría en una rockera que viviría de sus canciones. Eso no se puede proyectar y es poético también. No hay una Universidad para convertirte en esto.
Pero tenés esa herramienta para cantar, ese ojo para escribir.
Sí, pero no me lo enseñó nadie. ´No existe una escuela que enseñe a vivir´. Hacer una canción es un trabajo muy sensorial. No me pongo a cuestionar qué está bien y qué está mal cuando escribo. Si me pusiera a analizar eso, me quedaría petrificada y no haría nada. Porque, si comparo, hay tanto mejor que lo mío… Así que, dentro de mi mundo de producción, solo me pregunto si a mí me gusta o si disfruto de hacer lo que hago. Eso sí me lo cuestiono: si no me da felicidad, lo dejo. Y hay que ver qué es la felicidad y cuánto tiempo podés ser feliz. Es un instante, es imposible estar en nirvana desde que te levantás hasta las ocho de la noche.
Bueno, pero tenés una vara alta para medirte. Tocaste con Charly, con Spinetta, con los Twist… No tocaste con los pibes de la esquina del barrio.
Y, sí. Fui canonizada ahí y sigo en ese lugar. Ayer hablé con Pipo Cipolatti, hoy me llamó Melingo. Sigo entre esos seres que perseveran, cada uno haciendo lo que puede, lo que sabe.
¿Escribís algo más que letras de canciones?
Diarios. Tengo abandonado eso ahora, pero ya son bastantes. Pienso que, alguna vez, alguien se puede divertir si tiene acceso a ellos. Me sirve volcar pensamientos, sentimientos.
LUNA ROJA, EN UN CHARCO AL PASO
«Un pedante es un estúpido adulterado por el estudio»
Miguel de Unamuno
En algunas entrevistas decías que te da mucha vergüenza ver algunas personas que, de golpe, la pegan con lo que hacen y se la empiezan a creer. ¿Cuál es la trampa?, ¿cuál es la tristeza que hay en eso?
No tengo ni idea. Por suerte, tengo una cámara externa que me dice, “sos una boluda”. Si me creyera que porque alguien declara que se emociona conmigo, yo tengo un nivel humano mayor que otros, estaría en el horno…Pero hay muchos factores en danza. La guita es uno. ¿Vos querés conocer a alguien?, ofrecele plata. Es impresionante cómo la guita afecta en las personas. Si una canción tuya se hizo muy popular y ganás guita de golpe, te puede afectar de varias maneras. Muchas personas se convierten en alcohólicos, en drogadictos. Por suerte, no me pasó, pero también hay que comprender cómo una situación así te puede desestabilizar y convertirte en un boludo. Yo tengo claro que no hago las cosas solo por la guita. Aparte, no hay fórmula para hacer que algo pegue. Mi camino es lento, no pretende llegar a un lugar, es la poesía de lo diario. Me gustan los artistas que están en el día a día, en busca de persistir en vivir de forma artística. Y eso puede encontrarse al mirar un charco.
O en un tomate…
¿Les gustó esa foto? Es reciente.
¡Es buenísima! Tenés muchas fotos de plantas con muchísimos juegos de contrastes y color, cuando estábamos acostumbradas a ver más bien blanco y negro en tu anterior producción.
Soy bastante fuerte con los colores. Una vez, una amiga me dijo que yo era una especie de vómito de Walt Disney. Cruel. (risas) Pero así soy, me gustan los colores que vibran.
También te gusta inventar términos, como hacen los filósofos. Ellos crean conceptos. Vos, palabras para tu arte…
Hoy estuve hablando con un profe de Filosofía y otro de Literatura, que mencionaban a Foucault y a Gramsci: un italiano y un francés, les pedí que me nombraran un argentino y no pudieron.
Te puedo nombrar a Diego Tatián, a Eduardo Grüner, a Esther Díaz. Y hay un montón que incluso hoy en día siguen escribiendo….
ANTIGUA LUNA NUEVA
«No hay horizonte sin cielo»
«Flecha en la niebla», Hugo Mujica
Regreso al tema del comienzo de la entrevista. Vos insistís mucho en los tiempos. Si no entendí mal, tu próximo disco se llama “Antigua”. ¿Cómo diferencias lo antiguo de lo viejo?
Lo antiguo es respeto y remite a un montón de ideas que todavía flotan en este presente. Hay voces antiguas que son sabias. También, en esa elección, hay un juego de conceptos: por un lado, pensar en la Isla Antigua y Barbuda, del Caribe. Pero, desde ese sitio espléndido, voy hacia una mirada más dolorosa, que se vincula con unas islas de plástico que yacen debajo de los océanos. Tenemos cinco de ellas en los suelos oceánicos. Y tienen la dimensión de Francia y España juntas. En ese nombre se mezclan un montón de cosas. Tampoco quería olvidar a las máquinas antiguas. Por ejemplo, me gustan mucho las victrolas.
Algunas de estas cuestiones que mencionás ya estaban presentes en “La génesis”, nombre que remite también a un respeto por otras canciones con fuerza originaria…
En ese caso, “La génesis” es mi primer disco de intérprete. Es mi mirada actual de la génesis de nuestro rock argentino. Las canciones que elegí son de los primeros cinco años del rock de nuestro país, de 1968 a 1973. Es una mirada hacia los antiguos, sintiéndome yo también un poco antigua.
LA LUNA, POR CALLAO
«Un pedazo de barrio, allá en Pompeya,/ durmiéndose al costado del terraplén/ Un farol balanceando en la barrera/ y el misterio de adiós que siembra el tren/ Un ladrido de perros a la luna/ el amor escondido en un portón,/ y los sapos redoblando en la laguna/ y a lo lejos la voz del bandoneón»
«Barrio de Tango», Homero Manzi
Hay una gran movida en la ciudad, vinculada la defensa del espacio como patrimonio soberano de los habitantes. Buenos Aires está muy presente en tus temas, ¿qué aporta Buenos Aires a tu mirada?
Me encanta la ciudad de Buenos Aires. Estamos en un momento muy delicado desde hace años. Le sigo cantando a Buenos Aires, pero me da bronca, a veces, tener miedo al andar por sus calles. Más allá de que el tema se magnifique, hay una realidad. No sé si antes era diferente…
Uno diría, “antiguamente…” (Risas). Mirá, cuando yo iba a sexto grado, nos juntábamos en el patio de la escuela e imitábamos lo que vos hacías con las manos al cantar. En esa época viajábamos solas al colegio en el colectivo. Bueno, esa es la edad antigua, ese es el antes.
Sí. Eso es una cagada y es lo que vemos en la ciudad de Buenos Aires. No sé si esta mierda de la violencia y la locura sería igual si viviera en otra ciudad, también parece ser una pátina global. Yo vivo la ciudad en bicicleta, mucho antes de las bicisendas, quiero aclarar. Creo que en la parte del civismo estamos mejor, los conductores están empezando a entender que el peatón es prioridad.
En algunos barrios no pasa así…
Puede ser. Igual yo amo esta ciudad. Incluso cuando me fui a vivir al interior de la provincia de Córdoba, no me fui enojada, me fui diciendo “esta ciudad es hermosa”.
GENEALOGÍAS LUNARES
“Era como si la ciudad que se imponía tan vertical en la calle, tan vertical como una jerarquía, allí se volviera mansa, echada a los pies del balcón, ofreciendo sus techos y sus terrazas como infidencias y secretos»
«Los árboles caídos también son el bosque», Alejandra Kamiya
Quería preguntarte sobre el tema “Esperanza de fútbol”, que remite a la violencia en las canchas, ¿estabas enojada por algún suceso en particular?
Debe haber sido un episodio de violencia en 2001-2002. El tema me lo disparó una contratapa de Página/12, creo que de Sasturain. Siempre me dio bronca esa parte violenta del fútbol, ese modo de la pasión que, para mí, es masculina. No me entra en la cabeza, me parece horrible que pase eso. Yo soy un ser totalmente pacífico, no me gusta confrontar. También me enojo, claro. Pero mi forma de enojo es la canción.
Dado el contexto de pandemia, hace ocho meses que no vemos esa violencia. Pero parece latente…
Sí, ahora quedó atrás porque estamos como velados con esta situación. Agregale a esta rareza la realidad de nuestro país, donde todo pende de un hilo delicadísimo. Como cantante, no tengo nada que sumar a esa hoguera. Prefiero quedarme puertas adentro porque está todo muy irritable.
A la vez, la situación que nos obliga a la virtualidad nos permite estar hoy todos reunidos en esta entrevista. No sé si hubiéramos podido estar todos los que estamos, si hubiera sido en un bar.
Claro, está buenísimo poder ver ese costado bueno de estos canales.
Es como una resistencia a la soledad y el confinamiento. Y hablando de resistencias de amor. Te quiero preguntar sobre el modo en que mirás a tu hija cuando ella te acompaña en tus interpretaciones…
Mi hija es intensa. Aunque yo no proyecto nada en ella. Tiene su propia voz. Está estudiando en una escuela de música, hay un camino ahí. Pero siempre le digo a ella y a sus compañeras, que no esperen salir a tocar con su banda y ser artistas populares, porque esa expectativa va de la mano con la frustración. Solo les recomiendo olvidar ese aspecto y pensar qué salida laboral vinculada la música puede interesarles: la docencia, hacer arreglos musicales. Este es un momento súper complejo para un joven que termina la secundaria y tiene que buscar algo que le dé de morfar.
Si se afirman en el deseo, algo se va a abrir. En cambio, al revés… algo va a salir mal, seguro.
La frustración, claro. Y me parece que ella lo tiene claro. Haré todo lo que pueda para ayudarla, pero no le marco pautas. Tampoco soy para ella ningún objeto de idolatría. Y me encanta eso. El año pasado me planteó que, como no sabía qué iba a estudiar, se quería tomar un año sabático. ¡Ah!, ¿un año sabático? Bueno, entonces, en tu año sabático, venís de gira conmigo, le dije. Yo había terminado “La Génesis”, así que le pedí que ella fuera por las mesas a ofrecer los discos en venta. Estuvimos tres meses de trotamundos con mi compañero musical, que es italiano. Y, en una de esas, en Granada, en un lugar que se llama “El refugio del poeta”, mi hija estaba muy en sincro con Rosalía, la cantante española. Así que, en medio de ese sitio, se paró y empezó a cantar una tema flamenco. Emocionó, todos se quedaron. Hay antecedentes, claro. Cuando tenía siete meses, yo subí con ella al escenario para tocar con Charly. Había llegado de Córdoba, donde vivía en esos tiempos, y Charly me invitó a cantar. Una amiga me había acompañado, para ocuparse de tener a la nena, mientras yo cantaba. Pero, al intentar pasársela, mi hija se largaba a llorar. Así que Gieco me sugirió que la subiera al escenario, que ella nunca se iba a olvidar de ese momento. Y algo de eso parece que persistió. Ahora está ensayando con la hija de Gieco. Vienen de cepas de mucha música alrededor, es como su selva.