Entrevista al fotógrafo y escritor Marcos Zimmermann
Entrevista y edición: Carolina Diéguez, Gabriela Stoppelman
Fotografía: Diego Grispo
“Yo no soy de ningún siglo/ Vivo ausente del tiempo. Soy mi siglo como mi sexo y mi delirio. / Soy el siglo liberado de toda fecha y penumbra. /Pero, cuando muera, el profeta que hay en mí se alzará como un niño sin moral y sin patria. / Un niño loco con lengua de alaridos. Entonces amanecerá en el millón de Galaxias. /Madres del futuro: cuidado. Cuando muera puedo volver/ Entonces, ay, vientre que me aguardas, dulcísima catedral de tinieblas.”
“Vientre profeta sin tiempo”, De “Visión de los hijos del mal”, Miguel Ángel Bustos.
Alicurá, piedra blanca como la leche, corta en tres la aparente monotonía de la noche, le delata sus pliegues, sus rincones cebados de poder, sus márgenes limpias en los confines.
Alicurá, piedra blanca como leche, vía láctea al ras del suelo, laberinto de adherencias donde el caminante, un día cualquiera, cuando la tarde ya no puede más contra lo oscuro, se detiene a mimar su cansancio.
Alicurá, tan blanca, resuena en ecos la voz mapugundún, mientras las adherencias de la piedra se acomodan a los contornos del recién llegado, le hacen un lugarcito en la milhojas de sueños, lo convidan con afinidades y parentescos impensados, juegos de la leche cuando se hace tan piedra, tan blanca y, aun así, mana.
Allí, en una rugosidad camuflada con la luna, en un punto de luz muy lejano al fondo del paisaje, vive la pesadilla de yacaré sin tiempo. Desde la desmesura de su distancia se extiende hasta abrazar la audacia de un perro histórico, un galgo peludo que cuenta historias, donde los hombres callan. Su relato suena bajito en la textura de la piedra y va directo a su corazón: el centro latente de una siesta eterna para tantos hombres que se atreven soñarse desnudos. Tantos hombres, un solo hombre, tantos ojos, una misma luz. Luz de infancia, claro. Fulgor detrás de la ventana de un tren, cuadro originario que da forma a la inmensidad de lo incumplido, de lo trunco, borde al acecho de espejismos vueltos realidad. Por allí se asoma el ojo de Marcos Zimmermann. Y cuenta. O canta.
Alicurá, piedra sureña, leche blanca hacia una Sudamérica encendida en colores. Piedra, piedra, volvé a fundar camino. Volvé a cuidar el paso de nuestros sueños.
EL ORIGEN DE LA LUZ
“En una vuelta del tortuoso camino, me encontré con una enorme piedra, ovalada y lisa como el lomo de una ballena (…) soné que aquella piedra en la que dormía no era una piedra, sino una argamasa formada por la superposición de sueños de quienes alguna vez habían dormido sobre ella. Y que si yo también era capaz de dejar allí los míos, otros podrían, algún día, soñar su propio sueño sobre el mío.”
Zimmermmann, M. “360º”
Nos llamó la atención tu “piedra de los sueños” ¿Se puede pensar tu fotografía como una superposición de miradas, un milhojas?
Sí, mi fotografía tiene diferentes miradas en diferentes momentos. Pero, en el fondo, tiene una sola. Yo soy un fotógrafo de oficio, pertenezco a una generación en la que trabajábamos de fotógrafos. Me preparé desde chico para hacer buena fotografía, fotografía comercial. Así que, inicialmente, no estaba en mí la idea de la fotografía como arte, tal cual está hoy concebida. Seguramente, esa idea, de alguna manera, estaría. Siempre digo que soy fotógrafo desde antes de tener una cámara en la mano. Cuando era chico, viajaba a Córdoba y miraba el amanecer, miraba los paisajes que iban pasando, la gente y sus situaciones. Y esa película del país me fue quedando en la retina. Cuando tuve una cámara, me dediqué a registrar esa realidad.
Hay muchas referencias en tus textos sobre la relación de lo singular en la multitud. Recién mencionabas la mirada única detrás de tus muchas miradas. Y también, en la serie de hombres desnudos, escribís: «En realidad, todos los hombres aquí fotografiados son un solo hombre. Un hombre que se repite por millares en Sudamérica. Estas fotografías son un testimonio y un retrato de los diferentes rostros de ese hombre sudamericano, de su entorno y de sus formas de vida». Cuando hablás de la luz, también es única: “Lo que sigue es la misma luz que dibujó nuestro país en la retina de un niño que, muchos años atrás, miraba absorto pasar el mundo por la ventanilla de un tren” ¿Creés en algo así como una esencia, una zona central?, ¿se modifica o no modifica?
Creo que sí se modifica, yo he modificado muchísimas cosas. Aunque algunas otras no. Hace no mucho estaba leyendo una entrevista, una especie de pequeño manifiesto que hice en el año 1982, recién regresado de Italia a Argentina. Hablaba respecto de la fotografía, y es idéntico a lo que recientemente dije en una entrevista a “Radar”- el suplemento de cultura de “Página 12”- y a lo que he dicho siempre que tuve oportunidad de escribir sobre fotografía. En ese sentido sigo fiel a un tipo de fotografía que no tiene demasiados neologismos. Yo tengo la sensación de que la realidad está llena de pequeños datos del alma de la persona o de la cosa y que basta la atención específica. Para eso la fotografía es una gran herramienta porque permite retener la realidad y después reflexionar. En ese contacto con el mundo, con lo que es o puede parecer solamente muy concreto, hay un montón de datos que la trascienden. Cuando estoy contigo veo algunas cosas que puedo fotografiar y luego, mirando esa fotografía, veré también otras. Creo que la fotografía es como casi todas las artes: cuando empiezan a alimentar un mundo que quiere sofisticar por demás el lenguaje fotográfico, fracasan. Cada arte tiene un lenguaje específico. En el máximo de su potencial, tiene un ímpetu imposible de no trasmitirse. Cuando pasa ese límite, se puede convertir en otra cosa, en otro arte, “no arte” o lo que quieras. En ese tipo de fotografía conceptual o abstracta intervienen otros asuntos que tiene que ver con el mercado. Por eso detesto el mundo de curadores que rodea a la fotografía. Hoy parece que no se puede hacer una muestra sin un curador cuando, en realidad, quien se está expresando es el fotógrafo. Si no sabés cómo expresarlo, dedicate a otra cosa. Necesitar que alguien explique lo que estás haciendo es horrible. Reconozco que soy un poco “auto-gestivo”, pero tengo una idea acerca de lo que planteo, en este caso y en muchos otros.
De los dieciséis ensayos publicados -casi todos sobre la Argentina salvo “Desnudos sudamericanos”, que trasciende las fronteras pero que también toca un tema nuestro- he tenido siempre una idea clara de lo que he querido decir. Esto se refleja en mis textos y en mis novelas.
ME PONGO EL CORSET, ME SACO EL CORSET
“Al contrario que en la fotografía, en literatura la verdad puede tomar formas impalpables, desaparecer o transformarse según el deseo del autor. Aquello que una disciplina explica con la forma, lo edifica la otra en la ilusión”
Del Prólogo a “Historias de fotógrafos” de M. Zimmermann
¿Qué te aporta la escritura que quizás no te da la fotografía?
De chico leí y escribí mucha poesía. Me parece que es un lindo camino, sobre todo, en ese momento de la vida. Ahora escribo mucho menos poesía. Pero tengo escritos tres libros de poemas, uno tiene fotos, otro dibujos y otro no tiene nada porque lo hice en la colimba, en una máquina de escribir mientras hacía guardia. Hay un solo ejemplar de cada uno que los tengo yo en casa. Uno es “Los estallidos del amor”, el otro “La visita de los legos” y el tercero “Zanahorias, pepinos y remolachas”.
Referido a eso, mi familia materna tenía mucha afición por el arte, por la música y la escritura básicamente. La familia de mi padre es más bien de la parte tecnológica. Por eso yo, con la máquina fotográfica, tengo una mezcla de ambas cosas. Te contaba que soy fotógrafo de oficio. Así, a una edad en la que había empezado a entender qué era expresarse con la fotografía, vino la cuestión del mercado fotográfico y la posibilidad del poder contar una historia con la fotografía. Yo lo entendí recién a los treinta años. Hasta entonces era un fotógrafo que componía y hacía buenas fotos, digamos. Trabajé con fotógrafos de cine, hice publicidad, fotografía aérea. Lo único que no hice en mi vida fue fotografía médica. Luego vino esa etapa del arte. Pero, volviendo a la literatura, el oficio de fotógrafo, el modo en que yo decidí que fuera mi fotografía, tiene siempre el condicionamiento de la realidad. Siempre dependés de lo que pasa y de lo que está: el fondo, la luz, son todas cosas que tenés que resolver en un instante. Es un momento de gran estrés cuando uno dispara la cámara, porque tenés que resolver, simultáneamente, las cuestiones técnicas más las expresivas. Esa dependencia continua es un corset que uno tiene. En cambio, en la literatura yo puedo hacerte desaparecer, hacer que aparezcas dentro de una foto, puedo hacerte volar y que aparezcas de nuevo sentada acá. Todo es posible. En literatura tengo una libertad que no tengo en el ejercicio y el oficio de fotógrafo tal cual he decidido tomarlo. Con el tiempo uno se modifica y a veces los textos empiezan a parecerse a lo que uno fotografía. De hecho, en esta muestra, hay cinco o seis textos que yo escribí durante el viaje y algunos otros que agregué después -para completar la serie- vinculados con lo que viví como fotógrafo. Están escritos desde un lugar poético, no son crónicas documentales estrictas porque si no volvería a ejercer ese oficio duro de fotógrafo.
Me divierte el hecho de soñar con que hay un chico que está trabajando en la mina, a la noche llega a su casa y, al prender una luz, se pregunta cuántos kilos del carbón que él mismo debió sacar ese día son necesarios para prender esa luz. Luego se tira en la cama y se toca pensando en la chica que ve todos los días en la parada del colectivo, que ama en secreto, aunque aún nunca le haya hablado.
O la mancha en el techo.
[button-grey url=»#» target=»_self»]Barrio El Timbó Supongamos que te despertás de noche con una gota de agua cayéndote sobre la nariz. Abrís los ojos, encendés la luz y ves una mancha ocre del tamaño de una moneda en el techo de tu departamento de Palermo. Son las tres de la mañana y te acostaste a la una después de encajarte un Lexotanil, porque te agarró un corte de dos horas en la Panamericana cuando volvías del country club de Pilar. Supongamos, digo. Y supongamos que terminás de despertarte cuando cae otra gota –esta vez mucho más densa y enérgica– en tu ojo, mientras ves que la mancha empieza a aumentar de tamaño aceleradamente. Medio dormido aún, te levantás, te calzás el pantalón de fútbol y agarrás las llaves. En la dormidera tardás un poco en abrir la puerta, mientras ves de reojo que en esos pocos segundos la mancha se ha vuelto un mapa de Australia, todavía pequeño. Supongamos. Desesperado, salís al pasillo casi desnudo y a los tumbos, subís corriendo las escaleras y buscás el 11º Ñ. Tocás el timbre tres veces en menos de un minuto y, ante la falta de respuesta, golpeás la puerta violentamente. Los consorcistas del 11º G, H, I, J, K, L y M salen al pasillo en pijama, todos insultándote. Pero, de la parejita joven del 11º Ñ, ni noticias. Decidís volver a tu departamento. Apenas entrás, ves con espanto que la pequeña Australia se ha transformado en Pangea y la gotera ya abarca el living, el baño y la cocina. Tres especies de volcanes se han formado en el techo y, luego de perforar la pintura, lanzan con fruición grandes chorros de agua. Recién entonces tomás conciencia de que tu departamento tiene ya medio metro de ese líquido elemento, que algunos muebles navegan de un cuarto al otro, que tu iphone se ha convertido en una sonda submarina y que tus CD`s más queridos de Bryan Adams flotan como irupés por todo el living. Pero lo peor no es eso, sino que en una esquina del departamento ves a una chica, con el agua a la cintura, llorando. En ese momento mirás para arriba y caés en la cuenta de que ya no hay más mapa de Pangea: ahora tu techo es de chapa y se volvió un enorme colador por donde entran cataratas. Supongamos. Vos hacés un intento por contener el aguacero poniendo unos cartones que el viento se lleva volando al instante, mientras dudás si tomar otro Lexotanil, llamar al 911, o al 0800SUSHI para pasar el mal rato. Pero, en cambio, te quedás paralizado. Tanto, que no hacés nada cuando ves entrar a dos gronchos cantando una cumbia, que arrancan tu Smart TV de 100 pulgadas de la pared, se acuestan de panza sobre el aparato y salen flotando por la ventana hacia el Paraná tempestuoso que alcanzás a ver por entre los agujeros de las maderas que hacen las veces de paredes. Uno rema con las New Balance que robó de tu vestidor y el otro con las obras completas de Gerard de Nerval que tomó de tu mesa de luz. Esto es lo que termina de sacarte. Cualquier cosa tolerarías de los negros, menos meterse con la cultura. Pero, justo cuando vas a lanzarte a nadar tras ellos, la chica se pone a llorar mucho más fuerte mientras camina hacia el ropero. Lo abre y saca de adentro un niño. –Se llama Pedro y tiene dos meses –te dice. –El ropero es el único lugar seco de la casa –aclara, mientras te lo pone en brazos. Es entonces cuando te ponés a llorar más fuerte que ella, porque te das cuenta de que estás en el barrio El Timbó de Resistencia, en un rancho inundado como tantos otros cada vez que crece el río, donde vive esa chica de 17 años con su hijo. Y entonces te nace acariciarle la mejilla a Pedro que te mira con inocencia y sonríe. No sabe que está viviendo su primer experiencia de la pobreza. En ese momento descreés de todo. Del mundo, del corazón humano y, sobre todo, de ti mismo. Porque enseguida le devolvés el niño a la chica, tomás tu cámara, disparás varias fotografías, le das las gracias por haber conseguido tomas tan emotivas y partís. Aunque después no puedas dormir. Y pienses por un momento en proponerte como padrino de Pedro. O en hacer una Fundación para ayudar al barrio. O una revolución junto a ellos. Pero enseguida te calmás. El Lexotanil te está haciendo pensar pavadas. La vida no puede ser pura emoción. Decidís que a primera hora llamarás a la administración para exigirles que arreglen esa gotera que osó lanzar una gota sobre tu nariz de clase media. Después te arropás con tu frazada calentita y te dormís. Supongamos. Marcos Zimmermann[/button-grey]
Esa es en realidad una crónica que hice casi llorando el día que conocí a esa chica y a ese chico en Resistencia. A la noche me tomé un vino, mientras pensaba en esa situación. Todavía hoy pienso dónde estarán y qué será de sus vidas. Ese chico que todavía no tenía conciencia de nada y, de repente, estaba en ese lugar tan terrible. Entonces me imaginé en mi casa de Palermo, como uno más, pensando en los problemitas domésticos que a veces uno tiene y en los problemones que tienen otros. Ese es un poco el resultado de ese texto que, de hecho, se publicó en Página/12.
Pensaba que la escritura es también parte de lo real y que tal vez lo distinto es lo que podés hacer con eso.
Sí. Pero de otra manera. La literatura es siempre evocativa. La fotografía tiene el maravilloso poder de plasmar en papel la realidad a la que puede sumar o no esa dimensión evocativa. Hubo una época en que creía que la fotografía tenía dos dimensiones. Hasta que una vez hice una fotografía en Misiones, en el año 80, en mi primer viaje al interior del país. Un pueblo muy chiquitito que se llama Gobernador Lanusse. Hice esa fotografía un poco despreocupadamente, en la entrada de un almacén donde había tres chicos sentados ahí afuera. Después me di cuenta que había allí tres personajes: uno muy criollo, uno muy alemán y otro muy brasilero: un resumen de Misiones. Me di cuenta entonces que algunos datos de la fotografía podían contar cosas que no estaban dichas evidentemente en ella pero de todas maneras estaban. Vi que hay otra dimensión que no es solamente el x-y, sino la recta z que la atraviesa de otro modo, son cosas que no están explicitadas aunque no todo el mundo las vea. Otro ejemplo: Hay una fotografía mía que fue carátula de una muestra que hice en Japón, de un hombre que se llama Ismael Reiniero Palomo, que vivía en Punta del Agua, cerca del Bañado La Estrella, en el límite entre Formosa y Salta, una población muy chiquita. Este señor está vestido con una chaqueta muy gruesa de cuero y tiene un sombrero gaucho levantado, cosa bastante extraña en la gauchología argentina.
Pero ese sombrero tiene que ver con el lugar en que él vive. Allí el monte tiene mucho vinal, que es una planta con unas espinas muy grandes y pincha mucho. Cuando entrás en el monte, tu caballo tiene que tener guardamontes y vos una casaca de cuero bien gruesa. Y él usaba ese sombrero que le permitía agacharse sobre el lomo del caballo, cubrirse con esa armadura de cuero y que el sombrero no se le cayera. Eso está en la foto aunque no de manera evidente. Allí es donde se suma esa índole evocativa. Yo lo he explicado algunas veces. Esa otra dimensión me parece interesante. Mismo con algunas fotos de esta muestra Argentinos, que a mi juicio trascienden el tema plástico.
LA PARENTELA DE LA MÚSICA
“Es que la fotografía es un sistema peligroso que explica muchas veces lo inexplicable, hace cierto lo inconcebible, o transforma lo cierto en cuento.”
“Historias de fotógrafos”, Zimmermann, M.
¿Hay fotos que desovillan una narración y otras que son más sintéticas, como poemas?
Hay de todo, sí. La fotografía tiene un lenguaje y en eso se parece a la literatura y a otras artes. PERO ese lenguaje es muy especial. En literatura un sustantivo es un sustantivo y un verbo es un verbo. Hay una lógica en la construcción de una oración que es más o menos reconocible para bastante gente. De hecho, el lenguaje se inventó para poder explicar el mundo lo más claramente posible. A veces, en la fotografía un pequeño detalle hace que toda la fotografía cambie.
Mencionás en varias entrevistas la impronta musical que hay en tus fotografías. ¿Una fotografía tiene ritmo entonces, así como lo tiene el armado de una muestra?
Sí, claro. Hay trabajos que se parecen más a la cadencia de Chopin, otros a Schönberg. Depende del montaje y del lugar donde expongas, en cada caso es diferente la edición. También es diferente la edición en un libro que la de una muestra. Acá hay ciento cincuenta fotos con un corte que yo decidí junto con Cristina Fraire, quien seleccionó las fotos conmigo. En este caso prioricé la información de diferentes cosas antes que un ojo solamente fotográfico. Para este trabajo Argentinos tomé cerca de cien mil fotos y, con ellas, se podrían tomar varios caminos y hacer varios tipos de ensayos diferentes, más o menos personales, más o menos abstractos. Yo elegí un camino bastante directo y llano porque me gusta mucho que la gente entienda lo que digo. Testeo todos mis trabajos con algunos íntimos amigos fotógrafos y, después, con la señora que trabaja en mi casa. Y te diría que en esta muestra estoy muy satisfecho. Yo no suelo poner libros para que la gente deje comentarios en las muestras. Pero esta vez me lo sugirió la gente de la editorial. Hay un montón de comentarios, desde “Hasta la victoria siempre, volveremos” hasta “Con esta plata podrías ayudar a esos indígenas en vez de colgar esta muestra”. Pero el noventa por ciento son muy lindos comentarios. Y, sobre todo, hay una cierta emoción y comprensión de lo que uno quería decir. La muestra está leída en un tono político, que no es con el que originalmente arrancó este proyecto, que es muy viejo. Pero, hoy por hoy, los textos y la situación en que vivimos le da un tono emotivo que la gente agradece porque le llegó, la sensibilizó, la hizo llorar. Yo detesto el arte incomprensible, abstracto que necesita de cinco curadores para explicarlo.
ENSAYO GENERAL DE ESTE HORIZONTE
“De pronto, un punto de luz en la lejanía se fue transformando en un caserío.”
«Santuario tres pozos». De “Historias de fotógrafos”, Zimmermann, M.
¿Qué es lo poético en una foto?
Hay fotos poéticas y otras que no lo son.
¿No estará siempre ahí lo poético?
No sé… Es muy difícil decirlo. En cierto sentido uno siempre está en la misma búsqueda de pensar la identidad, de pensar nuestro país, de buscar alguna manera de entendernos, me parece que ese es uno de los grandes problemas argentinos. Yo he sido muy obcecado en trabajar siempre sobre Argentina, no tengo ningún trabajo que vaya más allá de las fronteras de Sudamérica. Hice cosas en Italia, cuando vivía allá, y por supuesto fotos de viaje. Pero nunca se me ocurriría andar haciendo un ensayo sobre otra cosa que no fuera lo nuestro. Pero voy a la pregunta: yo soy muy organizado para proyectar mis trabajos, de otro modo, me sería imposible hacer una muestra como esta, de ciento cincuenta fotos. El libro tendrá unas cuatrocientas y cincuenta, más sesenta u ochenta mil kilómetros recorridos en auto, y no podría no haber tenido un horizonte adonde ir. Entonces suelo diseñar los trabajos, estudiar antes, consultar el INDEC para ver cómo es nuestro país. Toda esa mezcla de información se ve trasuntada en las fotos. A veces uno a va a un lugar, como al INVAP, porque me pareció interesante hacer una foto vinculada a los satélites, a esa posibilidad argentina. He ido a varias comunidades aborígenes y he ido a Vaca Muerta. Quizás uno busca obcecadamente una foto por aquí y después te das vuelta y la foto estaba ahí, cerquita nomás. En ese sentido, la fotografía tiene la sorpresa que tiene la poesía, porque a veces te lleva a un lugar que no imaginabas. Tal como me ha pasado cuando, alguna vez, he estado tomando caipiroshka, mientras escribía y de repente el personaje cobró vida propia y terminé muerto de risa con lo que él me proponía.
Encontramos, sin embargo, algunos puntos en común entre tus dos oficios. Por ejemplo, ese punto de luz al final de los caminos, en las fotos, y este mirar de lejos que les permite, a casi todos los personajes de tus textos, empezar a ver. Por otro lado, escribiste que te cuesta fotografiar a las cosas que son muy cercanas, lo mismo que le pasa a un personaje de un cuento tuyo, un señor que lo único que no puede fotografiar es el rostro de su amante ¿La excesiva distancia no es un problema?
Sí, lo es. Pero no hay una regla. Cada uno siente la distancia de manera diferente. Argentinos, como varios de mis trabajos anteriores, es un ensayo enorme hecho de imágenes tomadas muy de cerca aunque mi mirada mantiene siempre la perspectiva general del trabajo. Es difícil explicar cómo uno selecciona una parte muy pequeña del mundo y al mismo tiempo conserva la distancia para que esa fotografía forme parte de un todo y no se escinda. Por ejemplo, lo que está expuesto acá no es la estricta realidad. Uno puede llegar a resumir en una foto muy poco respecto de LA realidad. Y sin embargo las fotos que integran este trabajo tratan de mostrar la pura realidad. Tal vez lo que pase sea que, a pesar de que es una muestra realista, lo que más me interesa es mostrar una forma de mirar nuestro país, de pararse frente a las diferentes realidades que lo componen, de amar la patria. Sería una hipocresía decir “estos son los argentinos”. Sin embargo, al mirar la muestra, uno ve que somos un poco el trabajo que hacemos, un poco nuestros sueños, nuestros disfrutes, nuestras creencias… Es un camino, un abrir puertas hacia eso. Mostar todo es un trabajo imposible. Sobre todo hoy, cuando hay un espanto nuevo cada diez segundos. Pero sí se puede insistir en el tema de mirar para adentro un poco, de mirar cómo somos. Ahí es donde se conjugan la mirada comprometida, de cerca, y la perspectiva frente a lo que nos pasa que incluye siempre muchas preguntas genérales a veces sin respuesta. Creo que los argentinos tenemos fundamentalmente ese gran problema. Hace dos siglos que la Argentina transita entre el liberalismo y el nacionalismo y pareciera haber dos países que no pueden encontrar una idea común. La verdad es que eso no se da de esa manera en otros lugares del país, como se da en Buenos Aires, donde el poder está súper concentrado en un grupo muy chico de gente que tiene grandes medios, y grandes posibilidades desde económicas hasta mediáticas. Pero estoy seguro: la gran cantidad de argentinos nos pondríamos muy de acuerdo en muchas cosas. Yo me crié en una familia con ciertas posibilidades y por mi propia vida he conocido terrenos muy oscuros, muy bajos en la escala social y he compartido cosas con todos, desde los más pobres hasta los más ricos. Y creo que los argentinos somos muy proclives a la fraternidad. De hecho, inventamos este famoso beso entre los hombres que no existe en otras partes. Todo lo demás está sembrado de intereses. Cuando dicen “se robaron todo” y muestran los bolsos de Báez, yo no me hago cargo de sus delitos. Es falso denostar las buenas intenciones de un movimiento político porque algunos actores del mismo sean ladrones. Hay miles de personas honestas que comparten un pensamiento de patria más común y solidaria y son honestísimas. Y ciertos gestos personales no pueden invalidar toda una ideología y un camino. Yo me indigné cuando Lanata hizo como leitmotiv de su programa ese dedito “fuck you” que, por otro lado, es un grito de guerra inventado en la batalla de Angincourt, en 1415, cuando los ingleses le ganaron a los franceses con un arco que era necesario estirar con ese dedo porque era más duro. Realmente no me parece un símbolo de los argentinos, me parece espantoso. Creo que nuestro símbolo es más bien una mano estrechando a otra.
DESMESURADO Y VELOZ
“Tengo la sensación de que algunas cosas se escabullen de la fotografía”
“La ciudad evanescente”. De “Historias de fotógrafo, Zimmerman, M.
Otra de las cosas recurrentes en tus textos es la palabra “desmesura”. La fotografía es una manera de recortar la desmesura y, en ese sentido, esta muestra sí es la realidad, porque es imposible mostrar un todo con un todo. ¿Cómo te llevás con la desmesura?
Me gusta. Me gustan los proyectos grandes. Estoy en un momento de mi vida bastante óptimo en ese sentido, porque ya he tenido un ejercicio de conocer el país, un manejo fotográfico suficiente y un pequeño prestigio ganado que me permite realizar mis ensayos sin condicionamientos. Me gusta ver de lejos y ver cómo contar esto. Hay muchísimos trabajos estupendos en fotografía, algunos hechos sobre una mínima porción de realidad y con una profundidad enorme. Ya no sé si soy capaz de hacer eso. Sí, veo rápido, disparo y me aburro rápido también. Mucha gente me pregunta cuántas horas estuve para hacer tal foto. Y, por ahí, estuve cinco minutos. Una vez, reconozco, estuve siete horas esperando que el sol pasara entre dos nubes que cubrieran todo el cielo. Sabía que ese paisaje iba a hacer bummmm y se iba a levantar y así pasó. Tomamos mucho mate y esperamos. Pero habitualmente miro rápido y cambio luego de escenario o de situación humana.
Hemos notado que en tus paisajes hay siempre como tres franjas.
Avanzamos en tus libros y llegamos a esta costanera iluminada de noche, donde las franjas se hacen muy claras. Uno ve que sin estas franjas no existiría la foto, sería todo negro.
Linda reflexión.
EN LA CUENTA DEL OTARIO
“¿Pues para qué os espantáis de la culpa que tenéis?”,
Sor Juana Inés de la Cruz
En este número de El Anartista el tema es reflexiones sobre la miseria ¿Quién es para vos un miserable?
Hay muchos en este país. Casi todos están en este gobierno. Creo que hay mucha gente confundida también y que hay que abrir el panorama para que se comprenda que esto no es una guerra. Hoy no tenemos un modelo de país, sino un modelo de negocios. Esto es una maquinaria imparable que ni siquiera depende de los ejecutivos o de los accionistas. Hace poco hubo un intento de bajar los impuestos vinculados al alcohol, pero resulta que no bajó porque hay intereses que no lo permiten, concretamente Blaquier. Es decir, ni los gobernantes pueden hacer lo que quieren, porque están muy condicionados por poderes más reales aún. Esta es la misma gente que tiene presa a Milagro Sala. Quienes se ufanan de las muertes de Santiago Maldonado y de Rafael Nahuel. Yo estuve en Alto Comedero y es un lugar muy impresionante. No se me ocurre que Milagro Sala se haya dedicado a robar.
Ponele que cualquiera que construya un complejo acuático haya robado, ¿por qué hay que cerrar las piletas y privar a gente que nunca había accedido a eso de ese placer?
Claro. Es una cosa muy anacrónica que ya no tiene cabida en este mundo, sinceramente. Creo que pronto va a pasar. Creo que hay muchísima gente que, con el modelo kirchnerista despertó a un montón de cosas. Después, como decía antes, está la insidia mediática, la persecución judicial, la revancha, los negocios, los tipos que no quieren que un cabecita les diga lo que tienen que hacer. Hay mucho todavía de eso en el país, el estanciero medio pelo con camperita de carpincho, mucha virgencita de Luján, mucha hipocresía… En ese sentido, el Uruguay es un país con mucha más libertad. Tiene su iglesia católica, pero no están con las procesiones ni con la virgencita todo el día. En nuestro país eso tiene una incidencia muy negativa.
En la muestra está representado esto. Pero volviendo a tu pregunta, quizá la palabra “miserable” sea demasiado fuerte. Me resultaría difícil decirle a una persona en la cara, “sos un miserable”. Creo que todo el mundo tiene sus razones para hacer algunas cosas. Hay quienes tienen razones verdaderas, hay quienes están convencidos de algo, hay quienes lo hacen por inercia y otros por maldad. Creo que todo el mundo puede cambiar, uno ha visto cambios sorprendentes en Argentina, para un lado y para el otro. Demasiado rápidos algunos, sospechosos… Pero muchos nos hemos equivocado en Argentina, de todos lados. Me parece que eso nosotros tenemos que asumirlo porque, si no, somos un país infantil, siempre echándole la culpa al otro. Lo que sucede hoy en la justicia es un reflejo de esa condición argentina de no hacerse responsable nunca de nada y de echarle siempre la culpa a otro. Por eso digo que la palabra miserable es un poco fuerte. Porque no me gustaría la pelea sino la conversación, yo no le tengo miedo al debate, a decir lo que pienso en cualquier parte. Creo que ese es el ejercicio de la libertad. Yo me eduqué políticamente en Italia. En la inauguración de la primera muestra que hice vino una señora, se paró frente a una foto con una copita de vino y empezó a decir a los gritos: “¡Questo e una merda!”, así que tuve que ir a ver por qué decía eso. Ella me explicó el por qué, yo le explicaba por qué no era una “merda”, discutimos y bueno, ahí fue la cosa… Desde entonces, no le tengo miedo al debate.
TODO TIENE UN YACARÉ
“una sílaba incendiaria, perdida en un reino de formas y sonidos/ y que ahora es apenas un yacaré blindado, anfibio para el olvido”
“El tren”, Miguel Ángel Federik
Vuelvo a tus fotos. Me llamó mucho la atención una foto, donde cuadro y multitud que mira un cuadro en el museo se hacen espejo.
Sí… Es una foto analógica hecha en el año ’80. Es parte de uno de los primeros ensayos que hice sobre la gente en los museos, fue casi un ejercicio.
¿A qué llamás ensayo fotográfico?
Bueno, es un conjunto de fotos que cuentan una historia sobre un tema específico. Hice ensayos sobre la gente en los museos, sobre la gente en la ciudad, sobre los argentinos. Un ensayo fotográfico es “un trabajo sobre algo”.
Hablemos de los collages. Esta continuidad que se da entre la realidad y la ficción, por ejemplo en las fotos con hombres y esculturas, se superpone después en los collages, sobre todo en el del yacaré. Ahí están todas tu líneas de poética: los caminos, los retratos, los paisajes, los pasos…
Yo había terminado de hacer un libro panorámico por encargo muy largo, que se llamó “Argentina, naturaleza para el futuro”. Había viajado por todo el país durante un año y pico casi sin parar y estaba agotado. Me encerré durante un tiempo con la computadora, tomé algunas fotos de mi libro del norte e hice un collage. Soy bastante amante del litoral y el yacaré me parece un bicho alucinante que está como denostado, como todo el litoral. El yacaré tiene un texto increíble de Ulrico Schmidt, donde el bicho echaba fuego por la boca
[button-grey url=»#» target=»_self»]Por qué esta nación se llama acheres (yacaré), es la razón (esta): achere es un pez que tiene el cuero tan duro que uno no lo puede herir con un cuchillo, ni menos penetrarle una flecha de los indios; es un pez grande, y les hace mucho mal a los demás peces; ítem sus huevas u ovas, que de suyo pone en tierra, a unos dos o tres pasos del agua, saben como a almizcle; es bueno para comer, la cola es lo mejor; lo demás también no es dañoso; vive siempre en el agua. Ítem aquí en nuestra Alemania se lo tiene por una bestia dañosa y asquerosa y lo llaman basiliesckh (basilisco) y se cuenta, que si uno lo mira a este pescado de suerte que éste le haga llegar el aliento, por fuerza tiene él que morir, lo que es una verdad sin vuelta, porque el hombre tiene que morir y nada es más sabido. También se cuenta que si uno de éstos se cría y es visto en un pozo, que no hay más medio de acabar con este pez que el de mostrarle un espejo y tenérselo por delante, para que allí él mismo se mire, porque así al ver allí su propia fealdad tendrá que caer muerto al punto. Pero las tales consejas del dicho pez son pura fábula y sin valor; porque de ser verdad, cien veces debería haberme muerto, porque más de 3.000 de estos peces he cogido y comido yo; no hubiese escrito tanto acerca de este pez si yo no hubiese tenido una razón conocida: en Munich, en la casa de campo del duque Alberto, nuestro finado señor […] Viaje al Río de la Plata, Ulrico Schmidt[/button-grey]
Bueno, esto fue en 2001 y terminó en un texto que escribí con mi amigo Julio Salinas, un gran artista con quien hicimos esa historia. La serie de fotos del yacaré simboliza el hambre, la tierra, la Pachamama, la enseñanza de la escuela, el trabajo, todo tiene un yacaré. Después vino este otro trabajo donde hay dos historias mezcladas, la de la expedición de Ayolas e Irala subiendo el Paraná. Siempre me parecieron increíbles esos tipos navegando por un río sin saber qué había en la curva siguiente, si los cagarían a flechazos o qué. Irala y Salazar llegan a Asunción del Paraguay -la fundan- y quedan varados durante seis años en una orgía de sexo, porque los guaraníes les traían a sus tías, a sus primas, a sus hijas, a sus abuelas y a sus nietas y cada uno tenía setenta mujeres. Y como ellos venían de la expulsión de los moros lo llamaron “El paraíso de Mahoma”. Y, así, meta garchar, los tipos se olvidaron de la Conquista. Al punto que la Corona española decidió mandar a Alvar Núñez Cabeza de Vaca a poner orden en todo ese quilombo. Entonces, Alvar Núñez se embarca, atraviesa el Brasil -dicen que ahí descubrió las Cataratas del Iguazú- y llega a Asunción a poner orden. Cuando quiere poner orden le hacen un juicio, lo meten en cana -porque les viene a escupir el asado- y lo mandan enjuiciado a España. Pero Alvar Núñez escribe y guarda las actas de su defensa en la quilla del barco. Y, cuando llega a España condenado, hace abrir la quilla y es ahí cuando se salva. Pero, mientras tanto, esa gente quedaba en Asunción, una locura completa. Esa historia la mezclé con otra, la de Isabel Roser. Ella era un mujer muy rica -dicho sea de paso, yo venía de hacer un libro financiado por Fortabat- y quería hacer la Orden Femenina de los Jesuitas. Entonces, fue a verlo a Ignacio de Loyola, quien le dice que no, que él había intentado una Orden Femenina, pero que le había ido muy mal. Entonces, ella va a verlo al Papa. Y el Papa también le dice que no. Por otro lado, Isabel había mandado a un escudero en la expedición de Mendoza -allí empezaban las conquistas privadas en estas tierras-. El tipo le escribió una carta diciéndole que en estas tierras había un Suri[1] de la eterna juventud, por lo cual ella se viene a América en busca de esa fantasía. El Suri de la eterna juventud termina siendo la verga de un cacique muy pijudo en Paraguay. Así, Isabel Rosas atraviesa todo ese río en busca de esa poronga que finalmente encuentra, pero hete aquí que el cacique se queda con ella un mes en una tienda sin salir y las concubinas del cacique aprovechan un descuido y le ponen en el mate unas semillas alucinógenas. Por eso ella empieza a hablar de yaguaretés que volaban y cosas por el estilo. Aparece un perro de nombre Amadís, que se enamora de la perra del cacique que se llamaba Aku-itereí, que significa muy calentita. Ambos tienen perritos. Bueno, al final a la perra la matan, toda una escena dramática donde el perro que sobrevive salva a los cachorros y les dice que él vino a darles la voz que no tenían en América, más o menos así.
GALGO PELUDO QUE CUENTA NOVELAS
“Fue un perro -salvado por el absurdo- el que refirió esta extraña historia”
«360º», Zimmerman, M.
Me gustaría leer algún fragmento de esas novelas.
Sí. no hay problema.
[button-grey url=»#» target=»_self»]Asunción, 1º de febrero de 1907. (Dos días después del Auto de Fe) La memoria es un animal blando que adquiere formas extrañas cuando uno lo toca, señor Alberto Vochtej Fric. Y debo confesar que, durante las últimas semanas, esa bestia no ha dejado de moverse en mi cabeza. A veces es una ameba inerte que remite a un tiempo anterior a la inteligencia. Otras, muestra la misma sagacidad de las mariposas albas, que atraviesan nuestro país flotando sobre un aguapé hasta llegar a su lugar de empupamiento. Una mañana, el animal despierta con la vivacidad de los colibríes ágata y a la noche se vuelve oscuro y quejumbroso como un cururú sin piernas. En un comienzo adjudiqué estos caprichos de mi memoria a las anginas de cada invierno, cuya fiebre que me empuja al delirio. Pero, aunque algunos síntomas de este mal se revelaban diferentes este año –picazones extrañas en las orejas, lubricidad exagerada en la lengua y contracciones intempestivas de ingle–, atribuí estos cambios al agua que bebemos últimamente. Como usted bien sabe, señor Fric, grandes contingentes de mensús han partido en estos años a trabajar en la tala, río arriba y, desde allí, lanzan al Paraguay restos hediondos de tropillas salvajes carneadas en sus orillas, pócimas oscuras usadas en la curtiembre de esos cueros, trapos con emplastos infectados de la viruela que los acosa y hasta cadáveres, producto de las riñas a que induce la caña que consumen para mitigar la soledad, reavivar sus sueños y atraer compañía imaginaria a la práctica amorosa solitaria con la que se consuelan en medio del monte, ¡Dios los perdone! Hasta entonces creía que estas extrañas mutaciones de mi memoria se debían a estos hechos. Pero, hace pocos días, cuando se acercó la fecha de nuestra esperada transacción, la bestia reveló un rostro inesperado. Esa mañana, cuando el convento despertó para los maitines, los pliegues de mi memoria dejaron al descubierto un animal salvaje indescriptible, mezcla de aguará-guazú, mono y gusano, que dormía en mí desde hacía mucho tiempo… DE EL ESPESOR DE LA MEMORIA 2016[/button-grey]
Ahora termino una novela. En uno de los viajes un muchacho mapuche-tehuelche, después de un día muy lindo de cabalgata por los montes de cerca de Esquel, muy cerca de donde desapareció Maldonado, me regaló una perrita, llamada Patagonia. Me la traje y ya me comió doce pares de anteojos. Es un ejemplar de unos perros que tuvieron siempre los aborígenes. Cuando fue la Conquista del Desierto quedaron cimarrones, sueltos en jaurías, porque a sus dueños los mataron. Entonces, estos perros -que son como galgos pero peludos- se comían las ovejas de los ingleses recién llegados a Patagonia. Así que los ingleses trajeron a otros perros, también galgos pero, que cazaban ciervos, para que los mataran. Bueno, mataron a muchos, pero otros se cruzaron. Y esa cruza infernal es lo que tengo en mi casa, un monstruo que rompió varios almohadones, colchones, mis anteojos y otras cosas. Un pequeño puma, digamos. Cuando lo saco a la calle, ve chicos corriendo y seguro cree que son conejos y se los quiere comer. Esto viene a cuento porque la última novela que escribí sucede durante la Conquista del Desierto.
HORROR VACUI
“Pero en la pared había un espacio sin ocupar. Un sitio reservado para una ausencia irremplazable”
“Pepe y la fotografía ausente”, Zimmerman, M.
Por último, te quería preguntar por estos vacíos que vimos en tus fotos de ese relato Un Perro en el Paraíso, no hay blancos en ninguna parte, salvo en estos espacios.
Es uno de los primeros collages que hice, no sé… Esto es un esternocéfalo. Son fotos grandes. Cuando vos entrás en cada foto, ves que tiene que ver con el cuento. Lo que te conté es como una especie de historieta ilustrada de sexo, drogas y rocanrol ambientada en el siglo XVI. Dentro de cada una de estas fotos, hay personajes vinculados a esta historia. Además, muchas imágenes tienen que ver con descripciones de la época. En el imaginario español había unos seres que se llamaban esternocéfalos, es decir que la cabeza la tenían en el esternón, aunque el pito lo tenían en su lugar. Pero hay cosas que no sé por qué están ahí. Hay un momento en que alinean los elementos de la historia del arquero zen japonés: el arquero el blanco y la flecha, como si te dijera, el ojo, el corazón y la mente. Entonces la foto crece porque en ese instante cuenta. Yo creo bastante en el momento decisivo del que hablaba Cartier Bresson pero también en el momento reflexivo anterior a la foto. Algunos de estos lugares están acá por algún motivo específico.
Es decir, yo fui a ciertos lugares buscando ciertas cosas. Qué se yo, por ejemplo, la Salina del Gualicho, por ejemplo, no es cualquier salina. El gualicho es una cosa que en la Patagonia tiene un sentido muy especial, viene del tehuelche: “gualichú”… Yo hice una foto allí y no en otra salina por esa razón. Y así muchas cosas. Fui buscando algunos lugares e hice el diseño del proyecto. No es que salí con la cámara a ver qué encontraba. Como te dije antes, hasta datos del INDEC miro.
No hay nada que tenga menos imágenes que el INDEC.
Sí, pero por otro lado es un reflejo de una Argentina verdadera. Me refiero a que una foto puede ser genial, hecha en cualquier lado. Pero si además está hecha en un lugar o una persona con historia, que tenga un detrás o un porqué, una biografía o un peso político, social, cultural o lo que quieras, esa foto empieza a cargarse de otras cosas. Los lugares de mis fotos y las elecciones sobre qué sí y qué no, tienen un sentido. En esta muestra hay una escena en una cancha de polo ¿y por qué? Porque el polo es un deporte de una clase social determinada, en el Premio Carlos Pellegrini se junta una elite muy especial. Así, esa foto se carga de otras historias. A eso me refiero cuando hablo del momento reflexivo en la fotografía. A mí me resulta importante reflexionar acerca de las cosas. Sobre todo, cuando uno toca un tema tan grande como “los argentinos”. Toda fotografía es un registro de cosas y lo más interesante es la fotografía histórica, que te cuenta un mundo. No es lo mismo hacer una foto en el fondo de tu casa que en un lugar emblemático. Ahora, si lo emblemático tapa lo fotográfico -no en el sentido estético porque la estética es algo que cambia continuamente, sino en el sentido de priorizarse y no comunicar- bueno, sonaste. Por otra parte, a esta muestra -“Argentinos”- viene a verla gente con alguna preparación, pero también se acercan otras personas quizás no acostumbradas a lo fotográfico. Y me gusta que la gente sienta cosas o vea algo que yo en este momento no soy capaz de ver, porque de tanto fotografiar perdí un poco la perspectiva. Eso me gusta también de la literatura. Dejé la novela hace cinco meses y ahora la retomo porque se me había hecho un vacío. Esos son los peores momentos para mí. Años atrás, mientras hacía un libro ya sabía cuál sería el próximo y por dónde más o menos iba a ir e, incluso, ya pensaba en un tercero. Ahora estoy terminando esta muestra, estoy por editar un libro fotográfico y acabo de terminar mi quinta novela, con lo cual todavía no tengo un tema próximo. Pero ya aparecerá. Creo que el día que se me apague eso se me va a apagar la vida. Pocas veces me pasó. Alguna vez, por tres o cuatro meses, en un momento muy difícil de mi vida, me sentí, vacío, sin nada para decir.
Pocos vacíos en las fotos y pocos vacíos tu relato.
Sí, hay algo de manía también, pero manía productiva finalmente.
[1] avestruz