El cuerpo: Segundo premio del concurso Anartista “Celebrar la palabra”.
Por Diana Beltramo
«El amor impersonal, el amor it, es alegría,
incluso el amor que no sale bien,
incluso el amor que termina».
Clarice Lispector, «Agua Viva»
A CONTRA RUTA
«El papá de mi sobrina fue secuestrado y torturado durante la dictadura en los setenta, y lo asesinaron antes de que Natalia naciera, él tenía apenas 17 años. Su mamá tuvo que esconderse. Al cuerpo recién lo encontraron el año pasado. Natalia toda su vida se dedicó con enorme ímpetu al tema de la desaparición de tanta gente durante la dictadura militar y a la búsqueda de los hijos de los desaparecidos, y que yo sepa con mucho éxito.
Natalia, su mamá y tres compañeras estuvieron la otra tarde en la Escuelita de Famaillá, que fue un centro de detención clandestino, en Tucumán. En camino de vuelta a su casa un borracho en ojotas se les cruzó por la autopista a alta velocidad y las chocó de frente. Nati, que conducía, y una compañera murieron en el acto. Otra compañera murió poco después. Su madre, Susana, estuvo en el asiento a su lado sin perder la conciencia. Se acuerda de los airbags y de cómo la llamaba. Se acuerda que no le respondía y que le salía un hilo de sangre de la nariz.
Mientras tanto, Susana está fuera de peligro. Espero que tenga la fuerza para seguir, sus nietos la van necesitar. Natalia era una mujer muy linda, no solo por haber sido bonita. Centenares de personas fueron a su entierro.»
UNA GRAN SONRISA COMO BANDERA
Esos acontecimientos me relataba Nadja, angustiada, desde Hamburgo. Mi amiga no había tenido la oportunidad ni la suerte de conocer a su sobrina, por las distancias geográficas y por las circunstancias de vida. Terminaba el 2016, se acercaban las fiestas. Natalia Ariñez fue una de las víctimas fatales del accidente donde fallecieron tres miembros de H.I.J.O.S.
El 24 de junio de ese mismo año había declarado en el juicio de la causa Operativo Independencia. Al filo de la última parte de diciembre, un anochecer de sábado, un tipo con una buena cantidad de contenido etílico en la sangre chocó contra el auto que ella manejaba y le robó a Natalia, a sus dos compañeras fallecidas y al mundo, la generosidad de su entrega.
Su testimonio en el juicio había tenido que ver con el secuestro de su papá, Jorge de la Cruz, militante, poeta y estudiante del Instituto Técnico. Aquel día, Natalia había entrado a la sala del Tribunal Oral Federal con una gran sonrisa como bandera. Los diarios publicaron una foto, donde se la veía con carpetas en la mano, unos aros enormes y los ojos brillantes. “¿De qué se ríe?, se preguntarán. Ni idea. Supongo que de lo imposible, que solo tardó un poco más”, escribió aquel día, en su muro de Facebook.
Le respondí a mi amiga, a modo de inútil consuelo, que los cuarenta años de Natalia habían sido tanto más fecundos que los de tantos que transitan un siglo sin dejar huella… Me quedó atragantada la impotencia por lo que el alcohol cercena, de una manera absurda y a consecuencia de una decisión mal tomada. Son quienes toman y no calculan el daño, los que después manejan sin tener en consideración a la persona del otro. Tragué la bronca por las muertes que podrían evitarse, la frustración por las existencias trastocadas en la plenitud del recorrido. Después, más serena, reflexioné acerca del ejemplo dejado por el paso de Natalia en este mundo, firme en la lucha por encontrar justicia, perseverante en su objetivo y en su alegría de siempre durante la búsqueda de la verdad. Son legados que de seguro dejó a sus hijos y a quienes la conocieron. La otra cara de la indolencia, la de devolver bien por mal.
LA NATURALEZA DE LA SEMILLA
«…si no hay descuido no hay lágrimas que lamentar»
León Gieco, La banda del Calitón
Un automovilista contó por la tele que manejaba trescientos metros detrás de un camión por una ruta de doble mano hacia el norte, a la altura de Santa Fe, cuando lo vio cruzarse en zigzag varias veces. Una de esas maniobras terminó en la embestida contra un micro de escolares. Eran alumnos del colegio porteño «Ecos». Venían de ofrecer talleres de música, de teatro, de brindar charlas de prevención en sexualidad, de trabajar en la huerta de una escuelita de chicos pobres en el Chaco. Volvían de compartir bienes materiales, saberes y tiempo con los otros pibes y de recoger de ellos los frutos: experiencias, alegría y esperanza.
El conductor del camión que llevaba cueros en su acoplado estaba ebrio, igual que su acompañante. Ignorante del peligro, había comprado bebidas alcohólicas a algún comerciante, quien se las vendió por el trayecto, sin importarle que fueran camioneros y estuvieran en actividad. Murieron en el “accidente”, al igual que nueve chicos y una profesora que viajaba en el micro de escolares contra el cual se estrellaron.
El grupo pertenecía al mismo colegio donde estudiaba la hija menor del Flaco Spinetta. Conmovido por la cercanía de las víctimas, el músico- que no era de embarcarse en estas causas- en los últimos años de su vida contribuyó a apoyar la cruzada de los padres de los pibes fallecidos. La misión encarada a partir de la tragedia consistió en sembrar conciencia por todos los medios posibles respecto de la conducción responsable, del cuidado de la vida y de evitar el consumo de alcohol antes de manejar. Los padres crearon una ONG que se llama Conduciendo a Conciencia . Cada 8 de octubre y en recuerdo de la fecha en que estas vidas fueron segadas por la desidia, organizan un recital para reclamar que la seguridad vial sea una política de Estado. En esos encuentros juntan donaciones que luego distribuyen por escuelas carenciadas de todo el país.
¿Y si la negligencia al volante no los hubiera alcanzado? Tal vez alguno de estos estudiantes habría sido poeta, como el papá de Natalia. El hilván de sus versos nos mantendría unidos en un sitio imaginario, en un lugar impermeable, hecho de palabras como cerezo, abedul, armonía o siempre. Quizás, los reconoceríamos en su música. O intervendrían en nosotros a través de la actuación. O de la pintura o de la escultura o del conocimiento científico. Más ecos nos acompañarían desde sus personas: reverberaciones palpables de aquel viaje hacia la carencia y la riqueza de sus amigos del Chaco. Sus padres tomaron la posta y, frente a lo inexorable de la pérdida, eligieron seguir adelante. Antes de quedar anclados en el dolor, optaron por cargar de sentido lo vivido, con el foco puesto en la educación vial y en la prevención.
Está claro: comprendieron la esencia del paso de los chicos por el mundo:“su naturaleza es ser semilla”, reza la letra de la canción “8 de Octubre”, que León Gieco compuso con música de Luis Alberto Spinetta para homenajearlos. En nuevas acciones, en un tender la mano hacia los más necesitados, hacia el futuro, sacaron vida de las muertes. Del sinsentido.
EL AMOR A CONTRAPELO
«Ahora que he escrito tantas palabras/Y revelado tantos amores, para tantos/Y permanezco tan entera como siempre he sido/Una mujer de excesos, de fervor y ambición/Encuentro al esfuerzo inútil/¿Acaso no miro al espejo/Estos días y veo/A una rata esquivando mis ojos?/¿No siento tan intensamente el hambre/Que moriría antes de mirarla a la cara?/Me arrodillo una vez más/Por si acaso la piedad llegase/Justo a tiempo».
Anne Sexton, «Cigarrillos y whisky y mujeres salvajes»
Me detuve a pensar en las continuidades del arte del amor a través de los tiempos, en las repercusiones de unos sobre otros por intermedio de esos canales de almas. Quise olvidar la avaricia de quienes desprecian la vida, propia y ajena, y la precipitan hacia la destrucción.
Recordé a Natalia Ariñez y a su solidaridad con otros hijos de desaparecidos. Evoqué a las víctimas de la tragedia del colegio «Ecos» y reconocí el compromiso de sus padres con el resto de la sociedad. Encontré una tabla de salvación en quienes pueden sobreponerse al dolor, mientras luchan por mantener una causa justa, por comunicar un aprendizaje y porque tragedias como estas no se repitan. Son espíritus cuya nobleza supera toda tristeza, para encontrar en la memoria de sus seres amados ,la fuerza que ilumine a otros.