Por Josefina Bravo

Desamor: Sobre “Tengo un cielo en la cocina”, poemario de Laura Elena Carnovale.

“Que me vean fragmentada / cuando llegue la noche.

Que me oigan entre los álamos / como si fuese lluvia”.

“SER LA LUZ QUE RECORTA EL CIPRÉS”

Un yo transmutado en hoja de árbol, en botella, en gota, en niña o en mujer en la cocina. Un cuerpo sin silueta se derrama con el agua de un balde o se expande hasta hacerse casa: “puedo sentir el calor de la luz en el ventanal”. Chances del ser giran en torno a un centro, a un vacío imposible de llenar. Un vacío que, tarde o temprano, sangra. O quema.

Ser, a veces por elección y otras por necesidad. ¿Pero quién llora en el vértice opaco de la tarde? ¿La mujer, la niña, la que es, la que podría ser? Si, al fin, toda posibilidad de ser termina por romperse o astillarse, entonces: “Puedo dejar eso que no soy en algún lugar (…) o puedo arrojarlo contra la pared / y (…) estalla en diminutas vaciedades. “

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¿Y cuál es el sentido del quiebre, sino el de encontrar la fisura? Grieta, vacío… espacio para la palabra. Decir cuando ni tragar ni escupir alcanza. Decir para construir espacio, para fundar territorio y delimitar cuerpo.

“HAY UN PUNTO QUEBRADO EN EL PAPEL”

Decir que algo se rompe es aceptar que estuvo unido, que hubo partes en un todo. Un todo en apariencia –quizás- indivisible.

Podría decirse: unir es función del amor. Y cuando éste falta o se agota, algo se afloja y se rompe. El desamor se oye en el quiebre, en el espacio entre los fragmentos. Ruido seco o grito ahogado. Y ahí quedan las partes.

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Algunas pequeñitas, solas e indefensas; otras, un poco más enteras, pero igual quebradas. Rodeadas de vacío. Rodeadas de nada.

“pedazos de almuerzo y de siesta / fragmentos de tarde / astillas de cena”

Pero hablar de algo que se astilla o se fragmenta hace cuestionar su consistencia. Entonces, planteada la inconsistencia final de toda cosa, el fragmento se vuelve potencia. Poder. Armar como rompecabezas los recuerdos en la memoria; unir y desunir letras para formar palabras, ubicar y reubicarlas hacia el sentido; reciclar; reinventar.

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“PUEDO ROZAR LA TARDE, TAN SOLO CON LA YEMA DE LOS DEDOS”

El libro de Laura se apoya en fragmentos rodeados de vacío. Un yo poético mira desde el borde, aferrado con una mano a la cotidianidad, a la seguridad de lo conocido y, con la otra, se empecina en atrapar algo que se escapa irremediablemente: esa temporalidad del vacío.

Hay quien dice que la poesía sucede en el silencio entre dos palabras. Podría decirse, entonces, que el momento poético, esa intensidad que es elixir del poeta, resulta del vacío entre dos fragmentos. Ahí sucede. Ahí cobra sentido la temporalidad cronológica: el momento en que se rompe la rutina para ver el mundo como si fuera la primera vez. Para encontrar la belleza en lo más pequeño y simple, como en la maravilla de un reflejo sobre una fuente de acero en la cocina.

Un yo poético reniega de la rutina, pero sabe: lo cotidiano es la puerta de acceso a eso otro. Y, así, intenta estar alerta para reconocer el quiebre y perderse de vacío.

“BUSCO ESE REMOLINO, ESE MOVIMIENTO DE LA SANGRE”

Y la pregunta ronda constantemente en torno a la identidad. ¿Quién llora en el vértice de la tarde? ¿Quién sangra y se regocija en el vacío? ¿Quién abre las ventanas, espía o se esconde cuando pone a andar la casa? ¿Quién es aquella cuya imagen devuelven un reflejo o unos ojos?

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Todas se desdibujan cuando cae la tarde.

Y pareciera que una mano toma contorno al apretar un lápiz. Ya en la oscuridad, la mano prende de la luz. Y ahí, frente al papel, nítida: la silueta de una mujer que escribe.

Nota 1: todos los subtítulos de la nota corresponden a citas del libro «Tengo un cielo en la cocina».

Nota 2: Las imágenes uno y cuatro (en orden de aparición) son obra de la santarroseña Natalia Dittler. Artista visual, ceramista y Profesora de Arte. Ha sido seleccionada en salones de cerámica y participado de encuentros de ceramistas y variadas muestras.

Nota 3: Las imágenes dos y tres (en orden de aparición) corresponden al Proyecto de Arte Efímero: «La casa de Superman» del artista santarroseño Daro Eyheramonho.

P.D.: e-mail de Laura luego de leer la nota.

¡Ah, Jose! ¡Me dejaste sin palabras!
Qué belleza la nota, cuántas cosas pudiste ver de mi obra, me quedé muda…
¡Te agradezco de corazón, me encantó!
¡Un abrazo enorme!
Lau.

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