Por Isabel D´Amico
Desamor: Sobre la violencia institucional contra jóvenes y chicos
UNA PLAZA DEL MUNDO
La noche anterior había llovido bastante, si bastante es más que mucho. No amaneció espléndido pero, poco a poco, el cielo deshizo su saco gris. A las tres de la tarde, hasta el mismo sol se refugiaba bajo la sombra de algún árbol. El escenario vibraba, en la plaza, con las pruebas de sonido. Poca gente, todavía. Los más audaces se apostaban cerca, sordos y atérmicos.
–“¡A precios cuidados, 20 pesitos la botella!-, se esparcía la voz de los vendedores de agua. El público esquivaba charcos en su avance.
Por tanto desamor, los artistas convocaron a la plaza. La frutilla del postre fueron los niños de una murga de Buenos Aires, heridos con balas de goma, heridos por adultos- padres, adultos- hermanos mayores, hombres «de bien». Dedos grandes no dudaron gatillar hacia los más pequeños, mientras bailaban. El temblequeo de sus cuerpos los confundió a todos: donde debió haber saltos de alegría, hubo caídas de dolor. Los silbatos tornaron en gritos y el llanto de los niños ahogó de pena y silencio al repique del ensayo.
AGUAS TURBIAS
Al aproximarse al escenario, el público respetaba al barro y dejaba espacios en blanco, huecos detrás de los cuales se ubicaron algunos para ver mejor. Aunque la cautela en puntas de pie intentaba impedirlo, todos arrastraban bajo sus suelas lenguas espesas de color marrón. La plaza se llenaba de gente, pero los artistas aún no aparecían. Los vendedores insistían:
-¡Bien fresquita el agua a precios cuidados, 25 pesitos la botella!-.
A las cinco de la tarde, las estrellas sensibles comenzaron a emocionar sobre el escenario de la plaza. Cada una con sus puntas brillantes marcó las heridas derretidas sobre el pueblo.
-¡Con los chicos, no!- gritaba la angustia. – ¡Con los chicos, no!
La voz quebrada en bronca escupía al cielo los poemas más bellos. Cortázar, Juan Gelman, Benedetti sobrevolaron a chorros contra el desánimo de un país, de un mundo empecinado en admirar las proezas técnicas, científicas y económicas más extraordinarias, sin tener en cuenta el desarrollo moral y humano.
VARADOS, SIN HORIZONTE
La murga de la villa 1-11-14 ensayaba sus pasos y su repertorio. Entonces, un auto policial irrumpió contra el cuerpo de dos niños. Así, los «Auténticos reyes del ritmo» fueron atacados. No, no llevaban sus disfraces de tafeta, ni levita, ni casaca ni galera. Por suerte- dijeron algunos murgueros- las manchas de sangre no salen fácil de la tela y cuesta, incluso más, entre las lentejuelas.
Algunos charcos de barro fueron ocupados por el recuerdo de los «pibes chorros» de Argentina, víctimas mortales de la violencia policial. El caso Arruga sintetizó el exceso de un sector de «esa fuerza del orden» empecinado en esclavizar a los más jóvenes para robar por y para ellos. Luciano murió por no querer hacerlo.
Ante esta súbita memoria, los charcos se envalentonaron y fueron por más. Se hicieron espejo de doble y de múltiples caras. La playa turca de Bodrum mostró los restos de un niño ahogado de guerra y puertas cerradas. Decenas de miles de familias procedentes de África, Libia, Siria huyen del conflicto en su país y sueñan ingresar a Europa. Sólo en el 2015, fueron 700 los niños ahogados en las aguas del Mediterráneo. El mundo está lleno de espacios vacíos y de amontonamientos. ¿Qué infancia perversa mantiene aún a la humanidad sin resolver lo primario?
Pero el agua barrosa no perdona. Muestra, delata. Espejo borgeano, espejo laberíntico.
En los charcos de la plaza, las almas de los 43 jóvenes estudiantes de la escuela normal de Ayotzinapa, México, asesinados por el crimen organizado en el 2014, también dijeron “Presente”. Eran tantos para entonces, que el público rompió fronteras, desestabilizó el orden de los planisferios y dijo “¡Presente!” La poesía se mezcló para olerse, ensamblarse y comprender que las palabras, la música, el baile y la risa ensanchan las espaldas de las almas vivas y de las muertas, como un enorme escudo contra tanto desamor.
Anochecía. Un vendedor de agua, no tan fresca, seguía con la promoción de las últimas botellas.
-¡A precios cuidados, 30 pesitos!- Gritaba con voz ronca, mientras la gente de la plaza se desarmaba llevando en su boca, otra sed.
Hermoso!!!! 🙂