La Celebración: Sucesos de la calle
Por Karina Caputo
FISURAS
La luz roja sugería detenerse en el empedrado, la invitó a poner punto muerto. Desde ahí fue más fácil empezar a ver cómo la vida en cámara lenta devolvía algo de la humanidad a sus harapos. Los ojos se incrustaron y enlazaron desamor y reconocimiento. Un pibe fisura, trapo en mano, dispuesto a sacar la mugre. Eso era lo cotidiano, la rutina para ganarse el mango, una pipa de a ratos o el morfi. Quizá, la usó para el vino que quema el desamparo. Pero aquel día sucedió más.
El tiempo que llevó ir del rojo al verde lo invitó a la fiesta. Una mirada, de esas que se esconden detrás del antifaz veneciano, lo llamó a dejar el cristal del auto gris. Fue al encuentro de otros ojos y, en ese preciso instante, se fundieron las historias. Dos niños jugaron en la calle de tierra, cruzaron zanjones, se colgaron de los árboles y armaron una pelota que terminó en el techo del vecino más cabrón del barrio.
El hombre de los ojos niños y el auto rojo le dijo:
– ¡Cuidate y cuidá a los tuyos!- No recuerdo si llegó a limpiar el parabrisas. Sonriente y con un juego de manos, los dos terminaron la velada.
Rojo, amarillo, verde. Avanzan los autos en caravana, dejan atrás la música y el instante.
ESTAR AUSENTE
Marchan las siluetas de los ausentes. Nuestros cuerpos portan sus almas. Caras y caretas se mezclan entre la multitud. Detrás de las máscaras, el foco de una máquina potente captura la emoción de caminar entre la tropa. Luchadores, mariposas, madres, trabajadores. Patean al compás del bombo, el redoblante y los zurdos. El 24 de marzo fue una gesta, que, para un puñado de laburantes, se inició en los días previos. Un grupo pintó las gigantografías, otro hizo las caretas que compró Mabel en el cotillón de la esquina en Parque Avellaneda. Llegamos hasta a Av. Constituyentes para imprimir en remeras blancas las palabras mansamente acunadas de tardes del Garrigós. Hasta la madrugada previa, compañeros de ruta diagramaron la frase en el lienzo que, en el Once, salió 25 pesos el metro. Otros tramaron los estandartes.
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El encuentro fue inolvidable.
La magia resultó ser la invitada de honor. Miles danzaron las calles y sus identidades. Los pañuelos jugaron en el aire a la ronda frente a los ojos empañados de los viejos que repartían los diarios de sus militancias. Cayó la tarde: los niños extenuados, el cielo rojizo fue manto de alquimistas. “Memoria, Verdad y Justicia” con sudor a cuestas regresan a un lugar anónimo en la patria.
UN FUEGUITO
El otoño empieza con virulencia. Hay una alfombra de hojas en el parque que invita a mirar por la ventana. Los chicos más inquietos se mezclan y las hacen crujir como crujen las viejas prácticas en el Conurbano. Las infancias lloran el desencuentro, no entienden de disputas entre los hombres.
Algunos chicos del barrio José Ingenieros de Ciudad Evita se encuentran a contra turno de la escuela en el Centro de Acción Familiar que, desde hace 43 años, encarna alguna política pública de infancia. Dicen que, en sus cimientos, un cementerio querandí clama por la miseria, la postergación, la lucha de clases, la rebelión. De lunes a viernes, abre las puertas, prepara la comida, da clases perdidas de chelo y contrabajo, brinda apoyo escolar, juegos y jueguitos. El programa de trabajo “Acá, la palabra” comienza a convertirse en un lugar donde la voz de los pibes se escucha. Entre risas y portazos, gritos, llantos y hamacas, algunos niños dejan ver sus historias de desamparo.
Y ahí, justo allí están los laburantes, testigos entrañables del juego. Sus ojos piensan, ponen su cuerpo a trabajar cada mañana para que ellos desplieguen su tela, armen su cocina, peleen a Milagros, descubran la payana y los barquitos de papel por fin encuentren un charco. El día termina con un abrazo que promete.
25 DE MAYO
La cita era en Carlos Calvo y San José. A partir de las 12.30, locro y empanadas, gaseosa y un vino barato. Desde las cinco de la mañana, un compañero corta y revuelve en una olla inmensa de acero inoxidable.
El tránsito se detiene con mesas y sillas. Sobre las mesas, la letra hace de mantelito y revive en volantes el paro del 24. Pancitos y servilletas de papel. Desde el escenario, la juventud convoca a los trabajadores, a su familia, a los vecinos, y a quienes piden comida, todos los días, en el centro comunitario de Santiago del Estero. Hasta el perro acompaña en la celebración y se deleita con un pote. Un cartel en la entrada dice “NADA PARA FESTEJAR”. Las chicas recuerdan los últimos 25 de mayo en la Plaza. Hoy se viralizan las fotos de otro espacio vallado, vacío, lleno de ausencias.
Enriquesedora historia de matiz…real ..que transmite amor ….entrega…valoracion…