El Hastío: sobre el film “Inseparables” de Marcos Carnevale
Por Adriana Valletta
EL HILO INVISIBLE
Cuando la piedad enferma, asoma una opción un poco irritante para el sentido común. Ese será el intersticio por donde se cuele Felipe, un adinerado burgués, cuadriplégico. Su cuerpo ya no reacciona ni ante el agua hirviente, pero del padecer no ser priva. Entre vacilación y apuesta, la muerte no termina por ser un camino posible. Sólo resta encontrar el mejor asistente. En ese estado, Felipe encara una selección de personal. Busca un encuentro singular, uno que no admita reglas establecidas. Y será el deseo un hilado invisible y fuerte.
Un entramado contra el desamparo. Iván (Tito) y Felipe se constituirán en dos maestros del atajo y, si el cuero da, no se privarán del vuelo. Las lujosas paredes de la mansión necesitan una zona de pintura descascarada, una humedad que altere lo pulcro y lo simplemente útil.
PICA LA CARNADA
Tito está entre dos nombres. Iván, el hombre de la casa, el guardián de la familia que lo espera, e Ivancito: la infancia en Lugano cuando, incapaz de pronunciar correctamente, decía de sí mismo “ivantito”. Tito, entonces: lo pronunciable. Es decir, un hombre que no es dueño de la vida que quisiera tener ni de su cuerpo. Así y todo, en la incompletud del deseo, conserva la frescura. Cuando a punto de caer, se mueve hacia otras zonas, se aleja de su barrio. Entre changa y changa, un día cae de ayudante de jardinero en lo de Felipe. Un giro de la cabeza y el dueño de casa se encontrará con la estampa. En exteriores, hay una discusión, un agite de brazos y palabras en medio del hastío de la mansión. En esa escena- casi un cuadro, contenido por el marco de la ventana-, pica la carnada. Una luz titula en los ojos y repica en la luminosidad del jardín. Hay que retener esa silueta, allí “hay un posible”. Entre tantos candidatos que llegan con abultados currículums, la mirada de Felipe va hacia ese afuera, que es adentro de su propia casa. Se inquieta. Se desentumece de enfermedad. Se ilusiona con “un posible”
MARCAR LA COREO
El jardín de Felipe es para Tito un Lugano con lujos: hierbas y flores únicas. Pero Tito no lo puede ver de entrada. Algo en la ira lo encandila. Pide el dinero adeudado por su trabajo en el jardín y “quiere pegarse el raje”. No tolerará maltratos. Explota con ímpetu frente a las injusticias del “capo jardineri”. Felipe juega entonces su mejor carta. Es un riesgo: justo lo que un cuerpo sesgado reclama, alguna audacia para desperezarse el tedio. Ahora hay que esperar los encastres. Un asistente tiene que acompasarse con los ritmos del otro. Un cuerpo tiene que esforzar su limitación a la respiración del asistente. La coreografía comienza.
EL UNDER FRENTE AL MAR
El mar. La silla de ruedas frente al mar. El mar puede ser la esperanza para un suicidio perfecto, o el paisaje testigo de la posibilidad del amor venidero. Ahí va la narración con el encuentro entre lo pequeño con lo inmenso; entre lo que no puede moverse y lo que no puede dejar de moverse. Si al comienzo de la película Tito se presenta enmarcado en una ventana, en el discurrir de la historia, él será la bisagra: el nexo con los espacios abiertos, con los traslados y hasta con la ilusión de la mujer y del amor. A la vida no se la burla, pero la risa es la posibilidad de esquivar sus estrecheces. ¿Por qué no bailar cumbia con orquesta de cámara de fondo? Si un empleado para cada tarea y toda la funcionalidad bien programada son “lo clásico”, el mundano, desordenado, caótico asistente es el “under“ con perfumes y colores propios, que socava todo estilo.
SALIVA DE ACUARELA
Si Felipe entra en ritmo de “Cumbia”, el sacudón no es menor para Tito. Hay en el mundo Felipe tentaciones, puntos de seducción y ensaladas de criterios. ¿40.ooo dólares por un garabato al que llaman arte? “Eso” que otros llaman “pintura” permite hacer guita. Tito interpreta un cuadro, literalmente, como quien toma una tonada majena y le pone su propio arreglo. ¿Será verdad el “dime quién eres y te diré si es arte”? Tito solo tiene un nombre fallido. Pero Felipe se interpone entre ambos mundos, como marchand. Y así, por el puente de lo imposible, el dinero se desvía – por una vez- más hacia la cumbia que hacia Vivaldi. La saliva, mezclada con acuarelas y témperas, por fin cotiza.
PENSAR EN ESTRIDENCIAS
Felipe desea con cartas a una mujer que no conoce. Si el puente entre mundo de la pintura y Tito fue gestión de Felipe, el puente entre lo epistolar y el cuerpo de mujer real será Tito. ¿Cómo un cuerpo que sólo conserva un refugio de zona erógena en las orejas, un cuerpo al que asaltan pesadillas de dolor nocturno, podría ilusionarse con el amor?, ¿cómo, un cuerpo que depende de un asistente, igual que un niño de una madre, puede atreverse a romper el marco de lo escrito y pasar a la vigilia de lo real? El pibe de Lugano piensa en temblores, despliega el consuelo en exabruptos y construye condiciones para que algunos eventos impensados sean posibles. A su vez, el millonario Felipe le ofrecerá, en un modo de paternidad inesperada, hasta juguetes: Tito podrá conducir un auto que ni en sus mejores sueños hubiese soñado tocar, mientras “papá Felipe” irá dejando de lado todo coqueteo con el suicidio, a cambio de algo mucho mejor que al esperanza. la potencia de existir.
EL BOMBÓN ASESINO
El pibe de Lugano es un atrevido. Como nació de una imagen capturada dentro del contorno de una ventana, no deja de romper marcos. No se achica cuando le tiene que poner los puntos al “patrón”, con respecto a los caprichitos de su malcriada hija. No le tiembla el pulso para “avanzar” a la rubia infartante que trabaja en la mansión. No se anda con chiquitas, si se trata de alentar a la impecable secretaria personal de Felipe a abandonar las meras golosinas de los postres y a avanzar sobre su deseo del hombre que la ronda. No para. Sólo se detendrá, una vez más, frente al mar. Ahí, el paso de baile es el retiro. Entonces, Felipe queda solo, empujado por Tito al encuentro de la mujer que sólo deseaba entre cartas. Y no tan solo. Tito está detrás de un enorme ventanal con vista a la playa. Lo inmenso le impacta la mirada. Tito se aleja. E, increíblemente, este ventanal no tiene marco. Es pura amplitud abierta al deseo.
Cumbia con orquesta de cámara. Inseparables.