Viaje alrededor de un punto: Sobre los “amigos” del Facebook.

Por Luisa Luchetta

FACE DEL DOMINGO

Los domingos por la tarde, después de la modorra del almuerzo, se despliega ese tiempo expectante, particularmente nuboso, gris, aunque sea verano y el sol hierva el agua de los cuerpos. Por suerte, hay muchos recursos para soslayar esta melancolía mohosa. Facebook es uno de los preferidos.

Es este un espacio intangible donde recibimos comentarios de apenas conocidos, en el mejor de los casos. En este, ¿lugar?, tendemos a mostrarnos buenos, alegres, chispeantes. Sin pudor dejamos allí constancia de la ideología de entre casa – entre TV y mates-. En este despliegue basamos las verdades absolutas en las que creemos, el amor por los animales (siempre cae bien) y nuestra fe ecléctica, colmada de frases que algún gurú o escritor espiritual pensó “por y para nosotros”, los «amigos». Pendientes de la mirada del otro, del «amigo».
Sí, señores, hasta nuestros padres, jefes, compañeros de oficina, restaurantes y pizzerías son ahora “amigos”.
Tanta impostura puede inducir al desesperado intento de buscar afanosamente a aquellos amigos que el tiempo ha llevado por otros lugares. Vaya a saber si el formato de las redes sociales, si la banalidad contagiosa de los otros, o la mera curiosidad bien alimentada nos empujan a mirar por la mirilla de historias que hace tiempo han dejado de ser parte de nuestro presente. Hemos vivido sin saber nada de esa gente por años. Pero una vez que son “amigos”, no podemos ceder a la tentación de husmear en sus vidas.

LOS CAMPANELLI, OUT

Nada mejor para esto que un domingo a la tarde. Nada peor.
Quien no ha encontrado a aquel amiguito con el que jugaba en la plaza, o a aquel con quien compartíamos el mismo banco en la escuela, ahora transformado en una bola de grasa en la foto de las últimas vacaciones, en short, ojotas y canas (o quizás un peluquín anaranjado). El espejo nos muestra que no hemos cambiado tanto, solo unos kilitos de más, pero no tanto.

“Estamos mejor que él».

O que ella:

Volvemos frente a la pantalla bastante reconfortados. Pensamos en «solicitar amistad”. ¿Se acordará de mí? ¿Que nos motiva? ¿El amor?, ¿el amor a quién: al » amigo» o a nosotros mismos, a nuestro pasado? Quizás esperar que al otro le haya ido peor sea una tontería porque, ¿alguien expone solo sus fracasos, sus tristezas?
Por un pase de magia, por efecto de un “hechizo de amistad” deja de ser importante si al candidato a amigo le interesa de nosotros. Con que se acuerde, levemente incluso, basta. Pensar que algunos se han desgañitado el cerebro para reflexionar acerca de la amistad como si se tratara de un verdadero puente- incluso más poderoso que el amor- hacia los otros. Para ir muy lejos, Platón parece haber sido un tipo que tenía un millón de amigos, casi el sueño realizado de Roberto Carlos. Pero en “Lisis o de la amistad” decía algunas cosas provocadoras:
“ — Dime, pues, Menexenes, cuando un hombre ama a otro, ¿cuál de los dos se hace amigo del otro? ¿El que ama se hace amigo de la persona amada, o la persona amada se hace amigo del que ama, o no hay entre ellos ninguna diferencia?
— Ninguna a mis ojos- respondió.
— ¿Qué quieres decir con eso? ¿Ambos son amigos, cuando sólo el uno de ellos ama al otro?
— Sí, a mi parecer.
— ¿Pero no puede suceder que el hombre que ama a otro no sea correspondido?
— Verdaderamente sí.
— Y asimismo que sea aborrecido, como se cuenta de aquellos amantes que se creen aborrecidos por las personas que aman. Entre los más apasionados, ¡cuántos hay que no se creen correspondidos, y cuántos que se creen aborrecidos por esos mismos! ¿no es verdad? dime.
— Es muy cierto, dijo.
(…)
— Y bien, ¿cuál de los dos es el amigo? ¿Es el hombre que ama a otro, sea o no correspondido, y si cabe aborrecido? ¿Es el hombre que es amado?, ¿o bien no es, ni el uno, ni el otro, puesto que no se aman ambos recíprocamente?
— Ni el uno, ni el otro, a mi parecer.
— Pero (…) después de haber sostenido que si uno de los dos amase al otro, ambos eran amigos, decimos ahora que no hay amigos allí donde la amistad no es recíproca.
— En efecto, estamos a punto de contradecirnos.
— Así, aquel que no corresponde o no paga amistad con amistad no es amigo de la persona que le ama.
— Así parece.
— Por consiguiente, no son amigos de los caballos aquellos que no se ven correspondidos por los caballos, como no lo son de las codornices, ni de los perros, ni del vino, ni de la gimnasia, ni tampoco de la sabiduría, a menos que la sabiduría les corresponda con su amor; y así, aunque cada uno de ellos ame todas estas cosas, no por eso es su amigo. Pero entonces falta a la verdad el poeta que ha dicho:
«Dichoso aquel que tiene por amigos sus hijos, caballos ligeros para las carreras, perros para la caza y un hospedaje en países lejanos.»

LA LIEBRE Y ROBERTO CARLOS


Y el filósofo Derrida hablaba directamente de políticas de la amistad y citaba Florián de Ocampo, historiador español y cronista de Carlos I, allá, por el siglo XVI:

“Una liebre de buen carácter quería tener muchos amigos. ¡Muchos! me diréis que eso es un asunto difícil: Ya uno solo es cosa rara en este país. Estoy de acuerdo, pero mi liebre tenía esta manía. Y no sabía que Aristóteles les decía a los jóvenes griegos admitidos en su escuela: «Amigos míos, no hay amigos». […)(La liebre] Complaciente, solícita, siempre llena de celo, quería hacer de todos y cada uno un amigo fiel, y se creía querida porque ella los amaba”. (Florián de Ocampo)

La amistad como toma y daca. Pagar la amistad con amistad. Si hablamos en términos económicos, para compartir una amistad, las partes deberían invertir de sí si desean que se sostenga el encuentro en el tiempo. En este caso se requieren otros espacios además de Facebook. Pero es tal la necesidad de llenar vacíos de tiempo gris, que necesitamos alguien (quien sea) que nos reconozca. Nos exponemos y exponemos a otros a la vidriera pública, entre esas desesperaciones calladas. Todo es vanidad, querer tener un millón de amigos también lo es.

ANOCHECER DE UN DÍA INCAPAZ DE AGITARSE

Anochecer del domingo: preparamos la ropa para el lunes, cenamos algo liviano. Sobre la almohada viajamos a otro tiempo, inventamos otras vidas, buscamos hasta la nada, hasta el no recuerdo de aquellos días transcurridos entre imaginación y juego. Así vamos, con el deseo de que se mantengan así, sin grasa, ni tintura ni peluquín.

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