Viaje alrededor de un punto: Sobre la eternidad.
Por Gabriela Ramos
UNA PLAYA EN EL TREN A CONSTITUCIÓN. O VICEVERSA
Estoy en la playa: hay una caracola en la orilla, espléndida, rojiza con tonos rosados. Hermética, durísima, magnífica. Me detengo en el espiral. Pienso en la perfección, en el orden, en el número, en la armonía, en la proporción; cánones de la infinitud de su belleza. Deslizo mi dedo desde el centro, lo acaricio. Desde el punto central indefinidamente podrá crecer cada vuelta con un ángulo idéntico.
La playa está vacía. Levanto la caracola con cuidado, la aprieto contra mi oreja: hay un sonido misterioso, casi irreal. Pareciera que el tiempo se detiene. Una experiencia lejana se hace carne en mí. Una sensación extraña. Recuerdo estar en el tren que va de La Plata a Constitución y ver a un hombre muerto al costado de los rieles. Fue la primera vez que sentí una sensación de durezas en mi cuerpo, como si mi carne fuera demasiado tensa: entre ese cuerpo y el mío había un lazo inquebrantable, una telaraña rígida pegada a los cuerpos, como si la distancia entre la infinitud de la muerte de ese hombre y la perennidad de mi vida tejieran, en la noche, un contraste velado: esa transparencia pegajosa, el metal del tren y los rieles. ¿Qué significa esa imagen? ¿Qué sentido tiene recordar eso en esta playa que se extiende más atrás de los pinos?
LA ETERNIDAD EN UNA CARACOLA
Eternidad de la muerte. Finitud de mi vida. Tan irreal como el sonido de la caracola. Miro otra vez la caracola. Perfecta. Pero finita. El viento, el agua, la lluvia la irán corroyendo. Estoy embebida en esa playa plena de colores y sonidos: las olas caen brutalmente y cierro los ojos, el viento me envuelve. Quiero estar ahí, me siento poderosa. Pienso en el deseo. Para el psicoanálisis es metonímico. Y. por eso, nunca termina: infinita metamorfosis. Siempre se transformará en otra cosa: Somos tiempo. Como el imago, último estadio del desarrollo de un insecto, tengo la sensación de que la muerte se hace carne en mí, como el caparazón de un insecto. Etapas. Nacimiento, desarrollo, final. Sin embargo, esa potencia inmensa me mantiene como una columna erecta. Inmóvil. Viril. El mundo gira, el cosmos está en plena transformación. Y ahí, la caracola, la inmensidad, la grandiosidad y ahí quieto, como un megalito, mi deseo: plena potencia, lazo entre mi vida y esa playa desierta y un caracol que detiene el tiempo en su perfección. Sé que voy a morir, pero la música del mar me eterniza, me hace fuerte. Somos uno. Me extiendo, con alas, con aletas de una fibra suave y acaricio con la punta de mis dedos la espuma del mar, la triste condicionalidad.
LA ETERNIDAD, EN UN GRANO DE POLEN
Desde la playa hice el viaje en micro, la vuelta por la rotonda: la playa quedaba lejos, el bosque de pinos clavaba sus copas en el cielo plomizo. Pero la esfinge de esa playa estaba en mí.
Llegué a las once de la mañana. Llevo la caracola en mi bolso. Aún admiro su esplendor. Nunca la ciudad viajó tan rápido alrededor mío. La unidad parece haberse fragmentado. La telaraña en mi cuerpo, como un fulgor, un destello de intensidad, una pequeña porción de polen se pega a la tela. Tal vez esa sea yo, así de pequeñita. Será la porosidad de la caracola, tan débil. Luego, arena.