Viaje alrededor de un punto: un texto de Luis Sagasti
Por Luis Sagasti
(ALGUNAS NOTAS)
Existe un límite personal e impreciso en cualquier distancia recorrida que al franquearlo, quedamos algo así como escindidos: el cuerpo puede, a su manera, continuar camino; la cabeza, de ningún modo. No deberíamos detenernos a pensar en qué momento ocurre eso, sino en el lugar del espacio donde acontece.
Cuál es ese punto del mar que nos hace volver sino aquel donde la costa ha desaparecido. Es un punto fijo, allá lejos ocupa el lugar de otro, ahora allí bajo el bote, oculto bajo el bote;
la tierra dejada atrás que no podemos pisar
allí en el agua.
Es un elástico la imagen que busco: algo se estira hasta donde la fuerza que altera su forma original lo permite. Llegado un punto, agotada la fuerza, digo, el regreso es inevitable.
Turistas, peregrinos y exiliados: tres formas de viaje inmóvil. La costa en proa aun en alta mar.
La mirada fija en Compostela, el andar como forma de plegaria. No es de buen peregrino encontrar Santiago allí donde a uno hospedan; eso es de buen cristiano, de sabio.
Un salmo en cada paso.
Leo el diario de peregrinación de Werner Herzog, Del caminar sobre hielo. En 1974, en un otoño de lluvia y nieve, Herzog marchó de Munich a París, con la absoluta convicción de que
ese gesto salvaría la vida de la crítica Lotte Eisner muy enferma en Montparnasse. No sabemos si ella constituía una obsesión en su andar: las observaciones y reflexiones de su libro son maravillosas, pero la ignoran. Solo en una página Herzog se pregunta si seguirá viva. Entonces nos preguntamos si eso es en verdad el diario de un peregrino.
¿Y si Lotte Eisner hubiera sabido de la marcha de Herzog? ¿No hubiera sido ella la viajera inmóvil, con la cabeza puesta en el paso del otro, día a día, mientras éste se desplaza detenido en cada instante de nieve?
Una catedral llega un día a Paris en busca de su departamento.
Una corriente de Lemmings por la columna vertebral: necesitamos abandonar la comodidad de nuestra figura cada tanto, ser otro ampliado, ir más allá como los gritos góspel, cuando ya no hay palabras que expresen lo que se siente. Entonces viajamos.
Pero no todo viajero es flexible. Quiero decir, no todos tienen la elasticidad para adecuarse a nuevos recipientes. La condición del agua es inevitable para sacar un pasaporte, conseguir una visa. Los gobiernos deberían hacer algo al respecto y evitar así esa cosa tan molesta como son los turistas.
Creen tener la condición del elástico pero no más salir del barrio, regresan a la seguridad del hogar; en verdad los turistas no quieren viajar, si por ellos fueran se quedarían siempre en casa. Nunca los mueve un impulso interno sino las circunstancias sociales, de clase o como quiera llamárselas.
Ser turista implica, de entrada, no tener ninguna intención de disolverse en la experiencia, de estar fuera, salirse de sí, abandonarse a lo que uno no es. Ir más allá de la longitud del elástico. Ser lemming en serio y lanzarse al abismo sabiendo que todo ese asunto del suicidio es una puta leyenda de un programa de Disney.
Para el turista lo más importante es el regreso, constatar ante amigos lo que ya se sabía sin haber traspasado la puerta de calle.
Sin moverse de su escritorio, Newton comprendió cómo funciona el universo; otro genio el del turista, quien sin manzanas golpeando en su mollera se pega una vuelta por Europa para corroborar lo que él ya conocía desde el living.
Punto inmóvil alojado en el exacto centro de las emociones. Habitantes del centro inmóvil del mundo, los turistas. Verdaderos ciudadanos del mundo: su ciudad es el mundo.
Ciertos lugares subsisten gracias a la producción social de turistas. Nada hay detrás de lo que se ve, solo turistas en pose.
El reloj cucú gigante de Carlos Paz. Ajeno a cualquier geografía. No se trata de un no-lugar sino de un no-objeto.
Como los canales de Venecia en Las Vegas.
Los flashes sacan color a las pinturas y las fachadas hasta quitarles la pátina y transformarlas ya sin luz propia a ojos del turista en un no-objeto.
Notre Dame. Mil Vietnams.
Sólo es único lo que el turismo replica.
El turista no busca conocer sino reconocer en tres dimensiones lo que ha visto antes en dos; hacerlo objeto de captura, regresarlo cuanto antes a la planicie inmóvil de una foto o de una filmación que difícilmente miré más de una vez.
Viajeros y turistas suelen compartir carruaje. Los primeros son muy callados, y esa es una manera de diferenciarlos.
Los bifes que se van a comer cuando regresen: un mantra cada tres cuadras, aun frente al Puente de los Suspiros.
Leer Clarín todos los días de Helsinki.
Un cuñado de mi abuelo, el tío José, panzón de bigote sobre labio, una boca que nunca callaba porque de todo tenía una opinión contundente iba a Italia al menos cada dos años. A veces llevaba fideos Manera, para enseñarles a comer pasta a sus parientes de Calabria. De veras escribo.
Leer Clarín todos los días de Estocolmo.
Un verdadero blue el exilio de Ovidio; confinado al límite del mundo escribe en sus “Tristezas”:
Cuando me asalta el tristísimo recuerdo de aquella noche en la que viví mi último instante en la ciudad, cuando recuerdo la noche en que abandoné todo lo que amaba, todavía hoy una lágrima se desliza desde mis ojos.
Sin poder regresar a la Rumania donde se sabía parte de una generación, Mircea Eliade, una vez terminada la Segunda Guerra, se exilia en Paris donde escribe El mito del eterno retorno. De allí a la universidad de Chicago. Nunca pudo regresar a Bucarest. Sus exhaustivos libros de investigación los escribía con la mitad izquierda del cerebro en un cómodo francés, en inglés, en alemán. Sus novelas, invariablemente, en rumano.
Y no podía soñar en otro idioma sino en el de la infancia.
Osip Mandelshtam desterrado en Siberia.
Sin creer en el milagro de la resurrección
paseábamos nosotros por el camposanto.
—¿Sabes? Esta tierra me trae recuerdos
de aquellas colinas.
Naidezhda, su mujer, con la cabeza puesta en los poemas inéditos de su marido, aprendidos de memoria hasta que aclare, vaga por las ciudades pequeñas de Rusia, trabajando de lo que sea, para no ser reconocida.
Aprendidos de memoria hasta que aclare.
Los versos de Osip Mandelshtam.
Y no olvidar traer un recuerdo de Mar del Plata.
Y de Santiago de Compostela.
Buenísimo. Se puede viajar más allá del turista pero no sin él