Por Ricardo Varela
SOMBRAS DE CIUDADES BLANCAS
“Tengo el mismo sueño, noche tras noche. Sueño que llego a la casa en Orlando, todo es como solía ser. Están todos, todos aquellos a quien más he amado en el mundo. Parecen estar bien, estar viviendo su vida, pero ellos no me ven; nunca me ven…”
Una extensa llanura atravesada por el dolor. Un sitio en el que la luz sobra. Entre tanta furia, como un incendio que avanza, millones de personas son empujadas a la noche.
No se ve, pero se huele, se huele como si uno viera: la tierra tiene el olor de la sangre, o quizás la sangre conserve el olor de la tierra.
Los distritos habitados por gente negra solo figuran en los mapas, son sombras de las ciudades blancas. A pesar de eso, la ilusión de tantos “ensombrecidos” cae sobre la humanidad de un solo hombre. La libertad e igualdad de derechos. Como si la Revolución francesa nunca hubiese sucedido. Como si fuera posible negociar la credulidad con el horror.
Resulta obsceno que el destino de un pueblo dependa solamente de la conducción de un solo líder. La imagen del “único” choca casi literalmente contra la idea de libertad. Pero hay condiciones singulares que dejan pocas opciones. O es alrededor de un líder o no es. ¿Cómo resulta posible que, dentro de un pueblo vuelto dócil, un hombre surja, con toda esa fuerza de dirigente y. luego, de gobernante? ¿Qué tipo de abuso en la distribución de la potencia hace recrear semejante responsabilidad sobre un solo cuerpo?
HALAR LA RAMA DEL ÁRBOL
Nelson Rolihlahla Mandela, nació en Orlando, Soweto, un 18 de julio de 1918. Rolihlahla es de origen xhosa, uno de los idiomas oficiales utilizados en Sudáfrica, cuyo significado es “halar la rama de un árbol; un rebelde o revoltoso. Vaya si lo sería.
La vida, en un tenue brillo. Y después se acaba. Si la mirada se aparta un instante, tal vez la sombra reine para siempre. Ya no habrá entonces diferencias entre “hombres de dolor” y los otros. No habrá lugar siquiera para eufemismos. La incesante lucha por retener ese instante le llevó a Mandela toda su existencia.
“He acariciado el ideal de una sociedad libre y democrática en la que todas las personas puedan convivir en armonía, y en igualdad de oportunidades. Si es preciso, estoy dispuesto a morir por ese ideal”
Esto fue dicho en 1963, al ser condenado a cadena perpetua, luego de una movilización en reclamo del fin del Apartheid.
Fueron veintisiete años de prisión.
DEL BLANCO MÁS RELUCIENTE AL NEGRO MÁS INTENSO
En tanto, el mundo convalidaba el apartheid. Los ancianos blancos se aferraban al espejismo de un sueño colonial. Un “paraíso” de blancos en medio del África – negra.
Solo los equilibrios estratégicos de la guerra fría mantuvieron vivo a un régimen absurdo.
Londres, Washington temen que un cambio en Sudáfrica implique la pérdida de un país con recursos minerales vitales para el planeta.
La guerra fría llega a su fin. Estados Unidos y Gran Bretaña que habían visto en Sudáfrica el país desde donde detener los procesos independentistas africanos enrolados en el marxismo, después condenaban- en distintas resoluciones de la O.N.U.- el sistema racista sudafricano. El movimiento anticomunista de Solidaridad había obtenido el poder en Polonia; en la plaza de Tiananmen, arreciaban las manifestaciones a favor de reformas en China; el ejército soviético terminaba con sus nueve años de intervención en Afganistán. El apartheid, como el comunismo, pertenecía a otra era.
Con la caída del muro de Berlín, cede- también- un sistema de alianzas internacionales en el continente.
En la actualidad, Sudáfrica tiene la dualidad de un PBI (producto interno bruto) que crece a la misma velocidad que demora un soplo de viento en evaporar las miles de casas precarias de su geografía. Es el único país de todo el continente con gran infraestructura; puertos, carreteras, hospitales. Sin embargo, esa incipiente democracia parece recostarse sobre un mandato casi divino, el que dio Nelson Mandela, el de mirar hacia el futuro y olvidar el pasado. Cuanta autoridad en sus palabras. Cuanto desagravio padecido.
Su figura es una sombra que cubre todo el país.
UN LARGO CAMINO HACIA LA LIBERTAD
Tal vez no haya sido la comodidad de un pueblo la que dejó en manos de Mandela la conducción de esta lucha. Lo más probable, en esta situación, era que no surgiera nadie con estas características, que haya sido excepcional una aparición de este tipo. Porque, ¿quién es el genio? genio: tal vez, uno que va más allá de las condiciones de posibilidad de su época. Como si, elípticamente, saltara de su propio tiempo, por encima del espacio terrenal.
¿Cómo se hace para vivir solo con la esperanza, sin certeza alguna? ¿Cómo no volverse mezquino en prisión, ante tanto silencio?
Eso buscaba su detención: silenciarlo. Pero la historia habla un idioma del que los asesinos no se adueñaran nunca. La historia guarda y se contiene en sus propias leyes.
En los primeros años, Mandela y sus compañeros de prisión no tenían acceso a ningún contacto con el exterior. Tampoco podían tener relojes, Mandela improvisó un calendario en la pared de su celda. Más tarde, accedió a unos calendarios de escritorio, donde podía leerse, “tierra de sol dorado”. Junto a sus cuadernos, esos calendarios son el registro más directo de sus pensamientos privados y de las acciones en el penal. No hacía anotaciones diarias, en algunas ocasiones pasaba semanas enteras sin hacerlas. Entre ellas, solo la palabra “redada” denota una amenaza mayor.
El 18 de julio de 1975, mientras celebraba su cumpleaños cincuenta y siete, sus compañeros Walter Sisulu y Ahmed Kathrada le propusieron que escribiera sus memorias para dejar un testimonio de la lucha por la libertad y los derechos de las personas. Al día siguiente, el preso 466/64 empezó a contarla.
Durante cuatro meses, escribía por las noches y dormia después de cumplir su jornada de trabajos forzados, picando piedra en la cantera de caliza.
Por la mañana, Mandela le daba a Kathrada lo escrito, él se lo leía a Sisulu y agregaba comentarios al margen. El último en recibirlo, Laloo Chiba, en una taquigrafía minúscula, reducía 10 folios a un pequeño trozo de papel. Y, por último, Mac Maharaj sería el encargado de sacar el manuscrito, al año siguiente, cuando recuperase la libertad.
Así nació “El largo camino hacia la libertad”, la autobiografía en la que Mandela reflexiona, en buena parte, la manera de enfrentar el apartheid,
“En la noche que me envuelve, negra, como un pozo insondable, doy gracias al dios que fuere, por mi alma inconquistable. En las garras de las circunstancias no he gemido, ni llorado. Ante las puñaladas del azar, si bien he sangrado, jamás me he postrado. Más allá de este lugar de ira y llantos acecha la oscuridad con su horror; no obstante, la amenaza de los años me halla y me hallará sin temor. Ya no importa cuán recto haya sido el camino, ni cuántos castigos lleve a la espalda: soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma”.
Este poema de Williams Ernest Heuley (1849-1903) acompaño a Mandela en su largo período de detención.
El sueño que le sostuvo durante sus veintisiete años de cárcel fue el mismo que el de Martin Luther King: que un día, a la gente de su país, se la juzgara por su carácter y no por el color de su piel.
UN PRISIONERO EN EL JARDÍN; FLORECERÁN MILLONES
El servicio carcelario recreaba lo que sucedía en el continente. Los negros no recibían la ropa adecuada, la comida era peor que la de los mestizos y la de los indios. El perverso régimen de visitas se autorizaba de un día para otro, lo que hacía imposible el viaje de los familiares a la isla.
Mandela, con dignidad, no dejó de luchar por sus derechos y se convirtió en vocero de sus compañeros. Su comportamiento lo llevó a pasar largos períodos de aislamiento; el peor de los castigos.
En el año 1977, una huelga de hambre junto a sus compañeros terminó con el trabajo en la cantera. Ese mismo año, el gobierno del apartheid autorizó la visita de periodistas para desmentir las noticias sobre las pésimas condiciones existentes en la isla.
La situación en el penal mejoró. Mientras tanto, Mandela y sus compañeros se enteraban de las victorias que el movimiento obtenía contra el apartheid, en Sudáfrica. El Congreso Nacional Africano (CNA) cobraba fuerza. Las revueltas se daban con mayor frecuencia.
En el plano internacional, triunfaban los ejércitos de liberación en Mozambique y Angola.
En su prisión de Robben Island, Mandela plantaba y cosechaba en una pequeña parcela de tierra, flores, frutas y verduras, que compartía con los otros presos y sus carceleros. Mientras tanto, prefiguraba la nación que vendría.
EL COCODRILO ATRAPADO
La presión internacional alivió el régimen carcelario de Mandela y los suyos y, en 1982, lo trasladaron a Pollsmoor, a pocos km de Ciudad del Cabo, donde pudo recibir a la prensa y vivir con cierta dignidad. Esa gran celda la compartió con Walter Silulu, su gran amigo, y con tres presos veteranos, a quienes enfurecía con sus carreras antes del amanecer.
Así como en 1962 sostenía que la lucha armada era una posibilidad para alcanzar la libertad de su pueblo, Mandela creía que había llegado el momento de entablar negociaciones con sus acérrimos enemigos.
Con el cambio de prisión. se inicia una negociación secreta que desembocaría en su libertad en 1990.
Nada resultó sencillo. Las negociaciones se iniciaron con el Ministro de Justicia, Kobie Coetsee. Luego se incorporó Neil Barnard, el Jefe del Servicio Nacional de Inteligencia. En ese lapso, Mandela pasó a una celda en soledad, para seguir con las negociaciones sin sobresaltos.
Mientras continuaban las conversaciones, la ola de enfrentamientos no cesaba. Se acercaba el encuentro con el presidente P.W.Botha(el krokodil).
En diciembre de 1988, lo trasladaron a una casa dentro del recinto de una prisión llamada Víctor Verster, en Paarl, a una hora al norte de Ciudad del Cabo.
Mandela expresó cierta impaciencia por la lentitud de los avances en el encuentro con el presidente. En marzo de 1989, Barnard entregó a su jefe una carta de Mandela. En ella, alega que la única forma de conseguir una paz duradera en Sudáfrica sería mediante un acuerdo negociado. Decía, por otra parte, que la mayoría negra no tenía intención de rendirse.
“El gobierno de la mayoría y la paz interna, escribió, son dos caras de la misma moneda, y la Sudáfrica blanca tiene que aceptar que no habrá paz ni estabilidad en este país hasta que no se aplique plenamente ese principio”
Neil Barnard le entregó la carta al presidente, con ella agregó “éste es el hombre, si no podemos llegar a un acuerdo con él, no habrá ningún acuerdo”.
En enero de 1989, el presidente sufrió un ataque de apoplejía, que inyectó un nuevo sentido de urgencia en sus actuaciones.
Mandela se miró al espejo, era la reunión más importante de su vida y deseaba crear el ambiente propicio. Iba a entrevistarse con un carcelero jefe. de igual a igual. Dos caudillos que representaban a dos pueblos orgullosos. El 5 de julio de 1989, Mandela se detuvo, sonriente, en el umbral de la guarida del cocodrilo. Si escogía las palabras y el tono adecuado, podía alcanzar el triunfo para el cual llevaba preparándose veinticinco años.
En su autobiografía, Mandela recuerda ese momento: “Desde el lado opuesto de su enorme despacho, P.W.Botha se acercó, tenía la mano extendida y una gran sonrisa y, la verdad, desde aquel primer momento, me desarmó por completo”. Mandela fue toda cortesía. Su ventaja sobre el presidente era la astucia en su arte de seducción. Habló de las analogías entre la lucha actual del pueblo negro por su liberación y el combate similar de los afrikaners, cien años atrás, para liberarse del imperio británico. A Botha le impresionó que Mandela conociera la historia de su gente. Una declaración oficial sobre el encuentro dejó clara la victoria de Mandela.
Ambos abandonaron aquella reunión, más satisfechos del mundo y de sí mismos. Mandela escribió;
“El señor Botha llevaba mucho tiempo hablando de la necesidad de cruzar el Rubicón, pero no lo hizo hasta aquella mañana”.
Aquel fue el final del trabajo político de Mandela. Se había ganado el respeto de sus carceleros inmediatos; después, a los jefes de las prisión. Luego a Kobie Coetsee, Neil Barnard, y, contra todo pronóstico, al viejo cocodrilo.
El 11 de febrero de 1990, Nelson Mandela puso fin a su exilio al salir de la cárcel. Había recorrido un largo camino de negociaciones en soledad. Tuvo la templanza para soportar los encuentros con quienes masacraban a su gente. La historia le tenía asignado un lugar destacado a quien hizo del dolor tan solo una debilidad que pugna por abandonar el cuerpo.
Triunfó en elecciones libres el 27 de abril de 1944 con más del 62% de los votos en medio de una fiesta popular.
UN EQUIPO, UN PAÍS
Si algo le faltaba al genio de Nelson Mandela era lograr la pacificación del país con la organización de la copa del mundo de rugby, en el año 1995. Ese fue su objetivo.
Para los partidarios del C.N.A, los Springboks simbolizaban el sufrimiento y la indignidad que habían soportado durante mucho tiempo. Otro de los obstáculos era el himno que se interpretaba en los encuentros, la letra de Die Stem, en afrikaans y en inglés, pero no la del Nkosi Sikelele, en xhosa. Este himno extraoficial era la sentida expresión de un pueblo que había sufrido mucho tiempo y anhelaba la libertad.
Y, por último, la bandera; cuál sería la que representara al país.
Lo primero que buscó Mandela fue crear la mística en los jugadores, Un equipo, un país. Para ello invitó al capitán del equipo, Francois Pienaar, un año antes de la competencia, a la casa de gobierno. Le habló del poder que tenía el deporte para emocionar a la gente. La intención era plantar en su mente la semilla de una idea política.
Con respecto a los himnos, los hombres y mujeres del órgano supremo del C.N.A alcanzaron un consenso unánime al eliminar Die Stem y reemplazarlo por Nkosi Sikelele. La aparición de Mandela torció la voluntad y acordaron entonar los dos himnos antes de los partidos. La bandera se convirtió en la más multicolor del mundo, una especie de colcha de retazos, en negro, verde, oro, rojo, azul y blanco. Una combinación de colores asociada a la resistencia negra y colores de la vieja bandera sudafricana.
De a poco, la gente se identificó con el equipo. Ganó todos los encuentros hasta coronarse campeón del mundo. La copa fue entregada por Mandela, en medio de una ovación inolvidable.
El objetivo se había cumplido.
En un país, en otro tiempo, en el que la Iglesia Reformada Holandesa había intentado encontrar justificación bíblica para el apartheid; donde había cielos separados para blancos y negros, Mandela apostó a la reconciliación de su pueblo, a evitar una guerra civil. Y lo consiguió.
Cumplió un mandato y se retiró de la función pública en el año 1999, para dedicarse al trabajo en sus fundaciones.
En el año 2004 se alejó de la vida pública con la famosa frase: “No me llamen, ya los llamo yo”.
Murió en su barrio natal el 5 de diciembre de 2013, a los 95 años.
Antonio Gramsci(1891-1937) escribió para su tiempo:
“Todas las semillas han fallado, excepto una que todavía no sé bien qué es, aunque probablemente es una flor y no una mala hierba”.
RUIDO DE GRILLETES
La Sudáfrica de hoy integra el grupo de emergentes B.R.I.C.S. Empresas y tierra, en las mismas manos, al igual que los beneficios de las reservas mineras. Los trabajadores negros siguen con magros salarios. Una democracia imperfecta, como en tantos lugares del mundo, con grandes diferencias sociales. Las marcas de esos grilletes aún se dejan ver en algunas muñecas de los sudafricanos.
“…Todavía sueño ese viejo sueño. Allá, en la casa de Orlando, puedo oír a todos aquellos que he amado más en el mundo, quiero alcanzarlos, tocarlos, pero se han ido.”