Por Melisa Ortner.
El abuso: Sobre el abandono del Edificio y la Confitería del Molino
LA CIUDAD DE LOS OBJETOS PERDIDOS
En la esquina de Riobamba y Mitre, una silla. Tiene una pata renga, el respaldo molido por los años. Parece haber sido bastante resistente al paso del tiempo. Las cosas viejas son de buena calidad en comparación con las modernas, eso dicen las abuelas.
Miro la silla solitaria de la esquina y me retumba la nostalgia: “todo pasado fue mejor”. Los materiales de antes eran más firmes, únicos. Pero, claro, una silla de madera de roble y respaldo de terciopelo no fue hecha para dormir en la calle y, menos, para soportar la lluvia y las nubes contaminantes de los colectivos.
La silla sorprende en escenario equivocado. Malherida y de estilo francés, dispersa entre el caos urbano. Ahí posa solitaria y descuidada. Ni los vagabundos la quieren. Sobre ella, resuenan los ecos de los vestidos que allí se acomodaron. No debió haber otra manera más que la caricia en su lomo.
LA OBSESIÓN URBANA
Desde hace varios días llevo conmigo la manía de buscar hasta el cansancio objetos perdidos por la Capital. Es sorprendente la rapidez con la que aparecen. Los objetos parecen venir hacia mí, como si por solo imaginarlos, los convocara. Será que estuve viendo las fotos de la abuela tomando el té y quisiera sentarme a su lado, al lado de su juventud.
LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ
La tormenta en la ciudad se convierte en un fantasma que toca, vuela, hunde y empuja. El monstruo transparente arrasa en ráfagas asesinas, como el tiempo. No hay otra manera de pensarlo. El paraguas quedó aniquilado e indefenso. En el medio de la calle, es pisoteado por los autos que pasan sin verlo. Demasiado óxido para ser reciente. El paraguas es casi parte del asfalto. Inservible, su tela se camufla con el cemento. Parece tener muchísimos años. ¿Cuánto debería pasar para que alguien intente recuperarlo y reciclarlo? ¿Cuánto, para que desaparezca del todo de mi vista?
THE MOULIN RUINE
La foto del cielo se acompaña de un molino. Hay tantas cosas acá abajo que, a veces, levanto la vista para distanciar mi obsesión de la realidad. Como casi todo lo que observo al paso, el molino también está congelado. Sus aspas acalambradas le dan un aspecto de deterioro a la imagen celeste. ¿Qué función cumple un molino en plena ciudad de Buenos Aires? ¿Por qué lo dejaron oxidarse tanto? Así, inmenso, decora la cúpula del edificio, en la esquina de Rivadavia y Callao. La construcción aterroriza al paisaje con una mampostería y con detalles de ornamentación que ya hace rato han perdido sus contornos. ¿Algo de otro tiempo? La vereda, conmocionada casi siempre por el caos y los reclamos ante el imponente edificio del Congreso Nacional. Los techos más cercanos a los transeúntes, cubiertos con plásticos negros; la ochava tapada por pedazos gigantes de chapas. Y, entre todo, un cartel asoma en letras de estilo gótico:
“Confitería del Molino”.
Basta con detenerse apenas unos minutos para asombrarse ante semejante abandono. Sólo quedan restos, vitraux multicolores rotos en las ventanas, esculturas deshechas en sus alturas, movimientos de sombra y luz, como si los fantasmas lo habitaran.
Debieron haber pasado muchas tormentas, pero el viento no pudo haber arrasado solito la mole a punto de morir. Aun resiste en el mismo lugar. Sin duda, ese no es cualquier lugar.
EFEMÉRIDES
Cuenta la leyenda que, hacia 1820, se había instalado el negocio del Molino Lorea, el primer molino harinero de la ciudad. En sus cercanías inauguraron la Confitería del Centro (ubicada en Rodríguez Peña y Rivadavia). Años después, dos reposteros – Constantino Rossi y Cayetano Brenna-, la compraron y la rebautizaron “Confitería del Molino”.
A fines del S. XIX, Brenna adquirió la esquina de Callao y Rivadavia y, en 1905, se mudó allí. Hacia 1915, este señor- en sociedad con un tal Roccatagliata- encargó al reconocido arquitecto italiano, Francisco Gianotti -exponente del Art Nouveau y de la Belle Epoque-, la fusión de los edificios. El tema se liquidó en menos de un año. Sobre la esquina, se inauguró la reconocida confitería, en 1916. Para la construcción se utilizó cristalería importada de Italia. Y no se fijaron en gastos: 150 metros de vitraux y tiraron manteca al techo. El sueño tan repetido de hacer de Buenos Aires la París sudamericana.
LA CITA
Un ramillete de sombreros viejos sorprende en plena calle Rivadavia. Hay un negocio antiguo que los vende- sin fallas y nuevitos- por ahí cerca.
Así, contra las baldosas, con el color y la forma perdida, una pila de sombreros alimenta mi obsesión por la búsqueda y el encuentro de los artefactos en desuso. Cuando era chica, mi abuela me contaba que las salidas de señoritas enamoradas con sus jóvenes pretendientes no era una salida común. Se tenía que pedir permiso a sus padres, aun con más más de veinte años, y se debían cumplir horarios. La cita era una salida especial. Las mujeres con vestidos largos y guantes de seda; los hombres, muchos con sombreros, regalaban con su buen aspecto la intención de un compromiso. Con mi abuelo tomaban el té en la Confitería del Molino, considerada para muchos una joya en plena ciudad; un lugar donde se celebraban además bodas y bautismos. El ingreso era por una puerta enorme, giratoria- de vidrio y madera- por la que, comentan por varios lados, entraron notables políticos y artistas de todas las épocas. Hasta Madonna filmó un videoclip allí adentro. Y muchísimo antes, el tanguero Contursi –habitué del lugar- se inspiró en el mismo para escribir su famoso tango “Grisel” (dicen por ahí que fue en la confitería donde comenzó la historia de amor).
En las meriendas, la abuela hoy me recuerda la Copa Melva, el pannetone de castañas, el Imperial Ruso y el marrón glacé como los postres más destacados. Y como particularidad, que los sándwiches de miga venían envueltos en papel manteca. La cocina de la confitería era reconocida por sus exquisiteces y el lugar por el buen gusto y la elegancia. Las fotos descansan amarillentas y con olor a humedad en su vieja cómoda. Ella me cuenta de las imágenes y yo la celebro atenta.
EFEMÉRIDES PARTE II
El edificio fue incendiado durante el golpe de estado de 1930 y luego reconstruido.
En 1938 falleció Brenna y el negocio pasó a manos ser de Renato Varesse hasta 1950. Luego, se apropió de él Antonio Armentando, hasta 1978. Este último le vendió el fondo de comercio y la marca a un grupo de personas que más tarde presentó en quiebra.
Los nietos de Cayetano Brenna compraron la confitería y, con algunas modificaciones lograron mantenerlo por un tiempo. Sólo por un tiempo, porque el 24 de enero de 1997 cerró sus puertas por vacaciones y nunca más, hasta el momento, las volvió a abrir. No obstante, desde entonces, hubo varios proyectos para la reapertura del local y su depósito, en conjunto con toda la edificación de propiedad de la familia Roccatagliata.
Una silla, un paraguas, una pila de sombreros, un molino oxidado. Vestigios, antecedentes de otra Buenos Aires habitan las calles a pesar del paso de tiempo. Todavía se asoman los azulejos bizantinos y los balcones de hierro. El edificio de la confitería tradicional, como todos los objetos perdidos, tiene vida a pesar del abandono. En el documental “Las aspas del Molino” (Argentina, 2014), del director Daniel Espinoza García, se cuenta qué sucede ahí dentro en la actualidad. El film apunta derecho al asunto: cómo es posible que un edificio de esas características esté en tales condiciones de deterioro.
Fue el mismo Espinoza quien vivió en uno de los departamentos del gran reducto, desde el 2005 al 2007. Las condiciones de vivienda son deplorables; quienes habitaron ahí cuentan que siempre había olor a gas en los pasillos, existían muchos problemas con los caños de agua (en 2010 dejó de haber servicio) y aún se inunda cada vez que llueve. El ascensor dejó de funcionar en 2009. La mayoría de los moradores del cuarto y quinto piso del ala de Rivadavia son extranjeros, chilenos, en general. Ellos no tienen la posibilidad de alquilar sin una garantía inmobiliaria. Entonces, una apoderada de los dueños del lugar, renta las “viviendas” con la condición de que se le paguen seis meses por adelantado. Así, pactó su estadía en Buenos Aires Daniel, quien llegó al país para estudiar cine.
Los extranjeros que han habitado El Molino, saben de la importancia emblemática del lugar. Para muchos, incluso, es un sitio de inspiración literaria y artística (se han celebrado allí, varios encuentros de música entre amigos y conocidos de los inquilinos). Uno de los habitantes comenta en el film: “vinimos a ocupar el lugar al que a nadie le importa; es un lugar olvidado sin resistencia”. Para ellos, como para muchos en la ciudad, El Molino es el retrato vivo de lo que fue y la promesa de lo que debería seguir siendo.
Antonia Dícaro compró un departamento en el cuarto piso de ala de Callao, allá por los años 90. Su piso, sumamente cuidado, con muebles franceses, lámparas arañas de cristal, cuarto de baño con antesala y detalles de categoría, tenía más de doce ambientes. Sí, doce habitaciones para una sola persona en medio de tanto silencio y hueco. La construcción iba desde el lado de Callao y daba la vuelta hasta la altura de Rivadavia 1815. La casa de la señora incluía varios balcones y uno daba a un patio interno andaluz. Daniel pudo dialogar con ella y observar cada rincón de su vivienda. Pero, desde el 2011, no supo más nada sobre la mujer, quien debió abandonar el edificio cuando el ascensor dejó de funcionar.
Un par de mesas solitarias. Polvo, muchísimo polvo. Telarañas. Oscuridad y silencio. Tan solo una persiana de hierro verde separa el adentro y el afuera de la confitería. Adentro, el abandono total. Afuera, el ruido eterno de la ciudad que no duerme.
Las columnas de mármol, intactas. Los techos altos, los mostradores vigentes, las galerías amplias, las vitrinas y estanterías recubiertas de suciedad, la madera en su color original. Sobre un vidrio, los típicos carteles avisan que “se aceptan tarjetas de crédito y tickets canasta”. Un par de sillas y mucho espacio vacío.
A la confitería sí que no se puede entrar. Ni extranjeros, ni nativos. La puerta cierra el paso. Los dueños del lugar no permiten el acceso a nadie. En su momento, Daniel pidió permiso para filmar allí dentro. Respuesta negativa. Accedió a sacar algunas fotografías para su documental con una pequeña cámara, a través de un pequeño paso de aire dentro del hueco de los ascensores.
Fotos de la ruina.
PARA QUE VUELVA A GIRAR
Edificio emblemático. Ícono de la ciudad de Buenos Aires. Las agrupaciones que han fomentado los proyectos para que se pueda recuperar impulsan a tomar conciencia por el interés de estos lugares. Sería el triunfo de la persistencia por sobre el abandono. Sería el triunfo de la caricia al territorio por sobre el borrón y cuenta nueva. Nada de nostalgia; sí, un pasado con proyección al deseo.
En noviembre de 2014, la Cámara de Diputados aprobó y convirtió en ley el proyecto que promueve la expropiación del inmueble (quedó bajo el control del Congreso). El ex senador Samuel Cabanchik tuvo la iniciativa. Se declaró al edificio de utilidad pública, y sujeto a expropiación, por su valor histórico y cultural. Según dicen, se reabrirá como confitería, con los pisos superiores, destinados a actividades culturales y pasará a formar parte del denominado «Proyecto de la manzana legislativa». Dicen por ahí que las obras pueden demandar varios años más.
Hasta el momento, no se sabe si los extranjeros aún habitan el cuarto y quinto piso. Mientras tanto, el edificio conserva su vida propia.
La abuela hace más de treinta años que no vuelve al centro. No imagina que su lugar favorito para las citas de amor se ha transformado en una torre abandonada entre medio del movimiento fugaz de la ciudad. El Molino del cielo parece a veces querer girar, como si se resistiera al calambre eterno.
De vez en cuando, en mis caminatas cotidianas por la Capital, todos los objetos perdidos comienzan a renacer y una esperanza se planta en la ruina. Mientras tanto, yo espero cada merienda con la abuela para que insista con las fotos. Todavía debemos esperar un poco más para poder ir juntas a la confitería y congelar esa imagen por siempre. Lo bueno, falta menos que antes. Me muero por probar esos postres.
Agradecemos la colaboración de Daniel Espinoza García por haber aportado información para esta nota.
El documental «Las Aspas del Molino» se pasará por el canal IncaaTV el martes 25 y el lunes 31 de agosto a las 16 horas.
Me encanto la nota, la historia.
Hace como 10 años realicé diseños para el Savoy Hotel, supongo que con fecha de construcciones coincidentes con El Molino. Así que se’ de que’ hablan.
Aunque se le de un destino mas comercial, con tal de revivir lo y permitir que se pueda apreciar esa belleza edilicia, estaría contenta.
Lamentable ver como se dejo arruinar. Tenemos tanto que no valoramos! Sera’ así,?