Los anormales: Entrevista a Pablo Ramos
Entrevista: Isabel D´Amico, Lourdes Landeira, Mariano Botto, Gabriela Stoppelman
Edición: Mariano Botto, Gabriela Stoppelman, Isabel D´Amico
Hay que tener cuidado con la luna, con su prestigio sin grieta, con sus mareas imprevistas, con su farol insomne, aún durante la vigilia del sol. Mejor lavarse en lluvia, dejar que lo uniforme se agriete en goteras; mejor forzar al hastío y a las repeticiones a curarse bajo el agua. Y, así, húmedos de luz propia, tentar esos bucles donde el tiempo pierde la línea y empieza a bifurcar intensidades y giros. Entonces, el espacio no será solo un lugar donde estar, sino que haremos familia con él.
La casa de Pablo Ramos se circula al compás de su dueño. Uno imagina una correspondencia entre los objetos traídos del cementerio, un marco de puerta a medio pulir- “Lentamente, lo hago“, dijo, “porque no tengo apuro“-, un retrato de bebé sobre la pared – “a este bebé, con mi novia de entonces, en Colombia, lo encontramos en la basura. Lo adoptamos, un año vivió, pero la llevamos bien“- y la escritura que asoma de una página, desde el carrete de su máquina de escribir.
Algo como “nada hay en las estrellas que no esté en las huellas de tu pies”, decía aquella vieja mirada del mundo, la de las correspondencias universales. El viejo hermetismo, ya en Egipto, hablaba del “gran animal que nos respira“, “el anima mundi“. Cada uno de nosotros sería una parte dinámica de esa totalidad. Y cada ritmo de nuestra respiración obligaría a la gran bestia a reacomodar el aire de sus pulmones, a cada desvío singular.
El espacio, Pablo y su escritura responden a esa figura. Al menos, en el rato en que estuvimos, parecían tenderse cuerdas entre sus palabras, nuestras lecturas y los objetos de la casa. Pablo abre cajones, toma objetos, muestra una pila de libros de temáticas no muy afines, obligados a hacer familia sobre su escritorio. Mientras recorremos, se cumple el círculo áureo de la palabra: leer, escribir, conversar. Una sombra roja se extiende desde la cocina y busca encontrarse con algún eco en el patio. La sombra se extiende y el eco se contrae. Como en la escritura de Pablo Ramos, la desmesura y la medida se religan.
La tripa está toda ahí: las muertes indecibles, el sabor rancio de los adioses malogrados, el futuro como un guiño, el barrio como un abrazo, como una muestra en miniatura del gran pulpo incierto que es esta enorme ciudad.
Anima Mundi. Nadie se queda afuera.
EL BELLO DESENCAJE DE LAS PARTES
El gran animal siempre tiene desajustes. Un órgano malogrado por la tristeza, un latido alterado por un azar imprevisto. Cuesta rearmar la circulación y el paso en esta carrera de obstáculos. Nada de romanticismos tardíos. Ahí donde una parte se traslapa sobre otra, ahí donde se abre un inesperado vacío, la escritura se vuelve necesaria, imperiosa. También, esquiva y asimétrica. Dentro de esa disonancia, escribe Pablo Ramos. Estaba a punto de entregar mi nuevo libro para impresión y me di cuenta de que no me gustaba nada. Nunca me había pasado. Es un libro necesario, claro. Jamás escribo nada que me propongan. Pero entendí por qué no me gustó y lo rescaté a tiempo y ahora sí me gusta. Sus manos urgentes se toman, se acomodan los anillos, se quitan pellejitos, impacientes- ellas también- por hablar, por agregar. Entre el vuelo de partituras, le preguntamos por la música. Ramos se levanta en busca de un café y vuelve. Cuando atraviesa el patiecito, seguramente, algo le susurran las plantas, algo familiar que, tal vez, repita o transforme. Los sonidos, más que la música circulan por sus textos como comodines, cubren todas las funciones, ocupan todos los espacios:
Mi hijo toca de todo, violín, guitarra. Tiene oído absoluto. Ganó una beca en Berkeley y se va a Estados unidos a estudiar. Desde los seis años, los sonidos… Soy consciente de mi extremada miopía. De chico, tenía problemas para ver. Me daba vergüenza y le prestaba mucha atención al oído. Tal vez, venga de ahí. Si bien soy bastante buen músico, compongo canciones, puedo distinguir intervalos, escalas, tengo un oído relativo. No soy consciente de eso que ves en mis textos. Pero me lo han dicho mucho. Suena el teléfono. Parece que vendí un libro infantil afuera. Empecé a escribir para mi hija Antonia, de dos años. Escribí un libro de poemas para chicos de cuatro años. Lo poético se cuela en la narrativa de Ramos, como viento suave entre las plantas: en torsiones de sentido, potencia el rumbo de argumento. No sólo los hace a través el sonido. Los textos de Ramos vienen con iluminador. Hay luces que titilan, otras encandilan: Es que lo poético lo meto en las canciones. O, quizás, en la narrativa, que tiene determinada poesía, que es muy cruda, muy bruta. En cuanto a la luz, puede que sea mi educación mística. Yo hice un año y medio de seminario. Cada vez que me va mal en el amor, me cuestiono si no debería meterme de cura. Ahora estoy leyendo un libro sobre los esenios. Mi biblioteca está cargada de mística. Alguien me dijo que yo inventé el realismo místico. Volver a la comunión, a ciertos valores, el ser católico… Es el grave conflicto de mi personaje y el mío también.
CON EL LECTOR, ADENTRO
Religar, desde la etimología y desde el cuerpo. Que el texto sea el imán, el atractor implacable, que no deja alrededores sin invitar. Como si el gran animal no fuera más que una enorme invitación a un gran bar, que no deja de expandirse, a medida que incluye nuevos parroquianos: Ayer volví al blog (http://laarquitecturadelamentira.blogspot.com.ar ) que había abandonado. Es un medio que parece antiguo pero me sirve mucho para los alumnos. Y publiqué unas frases de John Cheever, uno de los escritores que termino de leer y lo siento al lado, le daría un abrazo. Me pasa con pocos escritores. Trato de que mi literatura tenga esa calidez e incluya al lector de esa manera, que lo trate de igual a igual. En mis personajes, Gabriel es un poco soberbio. El lector lo identifica como un perdedor o alguien que está cacareando, porque padece una situación, pero no lo odia. Es odiable, pero no lo hacés. Por momentos es muy ácido, ácido más allá de lo que él puede soportar. Decías que “cada vez que me va mal en el amor me quiero hacer cura”. En tus textos tal vez parezca “la cura” como el puente hacia los otros: El gran significante es el sonido que tienen las palabras. Como decía Lacan, “las palabras tienen un más allá de las palabras” Siempre busco ese más allá. Por ejemplo: Gabriel usó la palabra “mierda” toda la ley de la ferocidad. En un párrafo dice:” Yo no sabía bien cómo seguir una historia. Escribí la palabra «mierda» un montón de veces. Pensé que alguna vez iba a escribir un libro que contuviera en sus páginas cien veces la palabra mierda. Una vez escribí la oración de la serenidad páginas y páginas sin parar. La diferencia es que había sido a mano alzada. No era la primera vez que probaba sentir lo que yo suponía que tiene que sentir un escritor cuando escribe. No era la primera vez que el hecho de escribir me desilusionaba. Pero la simple idea del tiquitaca de una máquina tenía algo. Me imaginaba como un autista de la maquinita. Escribir para no pensar en nada. ¿Había una vez qué? Escribir porque una vez hubo algo y ahora no hay nada. Escribir porque una vez es un tiempo muy lejano en el tiempo. Porque no es esta vez, es aquélla. Porque se fue para siempre, porque me convertí en un borracho melancólico, la categoría de boludo más deprimente en la que uno se puede convertir.” Y es increíble, el texto dice la palabra mierda 99 veces.
FRONTERA ADENTRO: EMPODERAR LAS MANOS
El ademán es la puesta en escena del alma. Pero sin teatralidad. El ademán dice, mientras la palabra intenta. Pero hay cruces, donde cuerpo y palabra se juntan, se potencian. Y ahí ya no importa ni la prolijidad ni el adjetivo ni el maquillaje literario. Habla la fuerza. Como quien dice: el deseo, la cruda motivación. ”Eso” decía el anartista Duchamp: lo indecible. O lo divino. Gabriel es la fuerza de dios en hebreo:
Claro, es el segundo arcángel en la jerarquía. El libro que sale ahora es de crónicas. Gabriel y Alejandro son los nombres de mis hermanos. Escribo sin entender y, mientras lo hago, parece que voy entendiendo. Es sorprendente lo que me pasa, por eso tardo tanto en publicar. Este año pensé que no había escrito nada y tengo casi mil páginas en máquina de escribir. La escritura refleja este momento en que lo vuelco, ya no soy más aquel personaje. Golpea con el índice la mesa. Sus manos decididas se expresan con certezas. El grabador salta, sus manos liberan la urgencia a pura seguridad. Ya es otra cosa, ahí empiezo a entender. No se escribe con la cabeza, se escribe con las manos. Es una cuestión más física. La cabeza entra después, cuando uno lee lo escrito. Hay una pulsión que sale de uno. El libro que va a salir es de crónicas. Saqué los diarios personales- eran las partes que no me habían gustado- y le dije al editor que iba a escribir cuatro crónicas más. En la primera escribí ocho páginas y me trabé. Entonces, ¿qué hago? No empiezo de nuevo hasta llegar a esto que siento, dejo un espacio en blanco y sigo desde ese lugar. Al principio está todo inconexo. Después, veo qué hago con la unión, las comas, con el conector que falta. No me importa. Considero al estilo literario una consecuencia, la frontera exterior de la frontera literaria. El lenguaje como una consecuencia de algo que me pasa a mí. No la herramienta que me conduce a lo que me pasa. Es raro pensarlo. Pero, si uno entiende y escribe desde el personaje, se acortan los caminos. Cuando vienen los alumnos parece un taller más lacaniano que literario. Todo el mundo lee el diario personal del conflicto causado por eso que trae. Si no lee el diario que antecede al trabajo, no lee el trabajo. No me interesa el trabajo en sí. Me interesa explorar en la motivación. Vuelvo a Rilke con “Las cartas a un joven poeta”. O a Sartre, cuando dice que en la motivación está el verdadero valor de la obra de arte. Cuando uno se pone en escritor empieza a enmarcar, a ponerle adjetivos. Cuando algo duele realmente, no le pone adjetivos, ni inventa metáforas, apenas si lo nombra. Con la premisa “donde fracasa el que escribe triunfa la novela”, “donde alguien se traba, yo me quedo”. Y comienzo a explorar por qué se frenó ahí.
CRUZAR LA CALLE, A TEMPO.
Dijo que, cuando la escritura no viene de manera sucesiva, deja un hueco y sigue, no se aferra a la cronología. El tiempo espacializado – el pasado, atrás; el presente, acá, el futuro, adelante- es la modalidad hegemónica del tiempo. Pero la escritura de Pablo Ramos no marcha. El texto camina, se curva, cruza, corta. Es en las temporalidades- y no en el tiempo- donde lo entrañable y lo posible se religan: Sí, “La ley…” es muy agustiniano. Yo soy un gran lector de San Agustín, Santa Teresa. San Agustín habla del pasado-presente, presente-presente y futuro- presente, nada en el tiempo agustiniano sucede sino en el presente. Eso lo decía en el siglo III. Por eso, cuando escribo, “cruzo la calle”, lo hago porque es volver a vivir algo. El otro día, un tipo de la Sorbona vino a ajustar unas cosas de la traducción. Era un especialista en San Agustín. El tipo me hablaba de palabras en griego y no me podía creer que yo no sabía nada de griego. También le llamaba la atención que alguien pudiera entender el tiempo agustiniano de esa manera. Bueno, le dije, entiéndalo por el lado místico, entonces.
Hablás de mística y te ocupás del lenguaje: La introducción al Evangelio según San Juan dice: “En el principio fue el verbo y el verbo era junto a él”. La retórica, la inventaron para expresar cosas inexpresables. El miedo hizo que inventaran la retórica, el miedo a Dios. Quien quiera que haya escrito ese Evangelio, tenía tanto miedo de ofender a la Santísima Trinidad, que le dio cuarenta mil vueltas e inventó la retórica perfecta. Es perfecta. Casi poesía, esa aproximación a lo inexpresable. Claro, en el principio era el verbo, el verbo era junto a dios, él era el principio junto a dios. Tiene que torcer los órdenes de jerarquía, porque no queda otra que nombrar a alguien primero. La escritura es sucesiva, no admite la simultaneidad. Entonces, el tipo inventó esa forma. La necesidad genera el lenguaje y, sin embargo, somos sujetos del lenguaje. Nacemos con un nombre: Pablo. Sólo me cambié el apellido por el de mi mamá. Desde chico no uso el apellido de mi papá.
UNA BANDA DE APÓSTOLES
Spinoza proponía a Dios como a una sustancia única con infinitos atributos. Por decir este tipo de cosas, lo excomulgaron y lo maldijeron; a él, a sus hijos y no me acuerdo si llegaron hasta sus tataranietos. Para quienes editamos esta entrevista, Spinoza es como un pariente. Lo sentimos a nuestro lado, como Pablo Ramos a John Cheever. Estamos seguros- desde la comunión de almas, no desde las certezas- que a Baruj le hubiese encantado esta metáfora de Pablo: una banda de amigos, infinitos atributos de un alma, también múltiple: A los trece años, me fui de mi casa. Me engancharon y volví a escapar a los quince. Me volvieron a enganchar y ahí fui a vivir con mi abuelo y no escapé más. Me llevaba mal con mi papá porque yo era muy callejero- como mi hijo- muy libre desde chico. La banda tiene todos los personajes, como estados del alma ¿no? Claro. Sucedieron en mi vida muchos estados del alma, pero están completados con los atributos del personaje principal. Los de la banda son como apóstoles. Cada uno, con una virtud que es a su vez su defecto, su inutilidad. Por ejemplo, la ignorancia de “el Percha” también es inocencia. Un estado de gracia permanente. Vamos a ver qué les parece cuando estrenen la película sobre “El origen de la tristeza. Recién hablabas del origen en la Biblia y de otro lugar primero, el que hay en “El origen de la tristeza”, donde la tristeza es una cuestión, más que un estado de ánimo. Claro, es como la expulsión del paraíso. La tristeza, casi existencial. Es muy potente, no es muy triste.Sí. Muy buena lectura. Es el fin de la infancia o la muerte.
Yo comparo “El origen…” con la manera en que escribí esta novela, la manera en que me decidí a hacerlo. Si bien escribía de chic, siempre sentía que escribir me sacaba tiempo para leer, que es lo que más me gusta. No sé cuántos libros leo al mismo tiempo. Cuando ganó Alfonsín, no se sabía la que se venía y salieron a matar gente, como a Bulacio. Ahí matan a mi amigo, al Tumbeta. En Sarandí, nos juntábamos en la esquina. Ese día, en la esquina, estaba mi hermano, yo no. A un cana, “jugando” a la ruleta rusa, se le escapa un tiro y le vuela la cabeza. A mi hermano le gatilla en joda, pero no se da cuenta que tenía una bala y al Tumbeta lo mata. La impotencia fue tan grande que me puse a escribir “El origen de la tristeza”. ¿Pero de qué manera escribo?: describiendo primero cómo era ese lugar. Mucha gente piensa que el conurbano, la esquina o la pobreza eran lo que son ahora. Y nada que ver, esa era una esquina donde se escuchaba “Yes”, ahí me enseñaron qué era “Pescado Rabioso”, “Artaud”. Había tres libros y mucha gente que pensaba, era una esquina completamente distinta. No había droga. La puerta de mi casa en Sarandí tenía picaporte del lado de afuera. De hecho, a esa puerta hubo que agregarle otra chapa porque jamás tuvo cerradura. Toda mi infancia fue así. Ahora, cambió todo. Seguramente la droga tuvo mucho que ver. Pero también, la alienación, la lumpenización y la criminalización de la clase trabajadora. Para el almuerzo no faltaba nada, era la mesa de un rey. Y de ahí llegamos a ver, en la época de la dictadura, el mate cocido en el plato. Lo inventó mi mamá, cuando mi papá estuvo preso un año. Mi vieja iba a limpiar casas ¿De quién, en esa zona? En ese momento, con mi hermano, dejamos la escuela y laburamos bobinando motores de barcos, en el Dock Sud. Nos pagaban medio salario a cada uno, porque éramos chicos. Pero hacíamos el bobinado de un adulto, ¿eh? Esa era la patria que ahora, en estos cuatro años, se van a encargar de retrasar hasta ese lugar. Entonces, cuando viste lo anterior y ves lo efímero, lo fugaz que puede ser la seguridad. ¿Qué es la seguridad para la clase trabajadora? Cuando hablan de inseguridad, ¿quién habla? La clase media y, de ahí, para arriba. La que está más segura… Cuando hablan de juventud, es un término muy burgués. ¿Qué es la juventud? Yo no sé qué es la juventud, ¡si trabajé a los nueve años! No podía ni abrir la mano. La tendinitis que tengo hoy la arrastro de bobinar motores para que mi mamá no limpiara casas. La juventud, la infancia son todos términos que no significan nada o significan mucho. Mis hijos la tienen, gracias a Dios. Mi hijo tiene dieciocho años y, cuando me dicen, ¿no sería bueno que trabajara? Yo les digo: no. Que no labure hasta los treinta. Que haga la facultad a los veinticinco años, por suerte, se la puedo garpar y no sabe qué es el trabajo. Yo, contento. El trabajo claro que es digno, pero a esa edad… Se trastoca mucho la mirada de la realidad. Las realidades son psicológicas, no son realidades reales. La única verdad es la realidad, es una frase bastante fea de Perón, es la frase de un milico. Porque la realidad es bastante diferente para cada quien. Por lo menos, múltiple. Es personal no es psicológica
GRANADAS DE SANGRE: EL OTRO ÁRBOL DEL EDÉN
Entre las correspondencias universales hay pasillos, corredores donde vida y muerte circulan, se enredan, se pelean, se rechazan y seducen. No, como opuestos complementarios. Son dos formas, dos rutas paralelas- entre otras tantas posibles- que a veces se muestran con ropas muy similares. La presencia de la muerte en tus escenarios es muy particular. Vos hacés descripciones de un mundo de los muertos muy parecido al mundo de los vivos: Sí. Está inspirado en la idea latinoamericana de la muerte. Yo viajé mucho por Latinoamérica y por el interior del país. Nosotros, los porteños, tenemos una relación muy europea con los muertos. Si vas a Salta, hasta “se come” con los muertos. O el día de los muertos, en México, que también se festeja acá en el norte argentino. Y, sin embargo, en los cementerios, se ve la vida como una maqueta. Las clases sociales; las bóvedas, en relación a las tumbas. El cementerio de Avellaneda está inspirado en el de la Chacarita, que es uno de los más grandes de Latinoamérica. Yo entraba siempre. Bajábamos del subte, entrábamos por el costado y salíamos por la puerta principal. Y llevaba a mis hijos a ver a Celedonio Flores, a Sandrini, a Alfonsina Storni. Los paseaba por ahí. Hay un árbol de granadas en el medio, se las hacía comer. Les decía que estaba alimentado con la sangre de los muertos. A veces, se ponían a llorar y, a veces, se la bancaban. Entrás, hacés veinte metros y hay un silencio … Claro, hay paredes tremendas con cajones, paredes rellenas de fiambres, ese sánguche de pared que va a aislando el sonido. Es bellísimo el cementerio de la Chacarita. Claro, si obviás los nichos y el crematorio, que es una visión espantosa, omnipresente, parece un horno de Auschwitz. Es medio raro que sigan cremando gente en plena capital, ¿no? Pero el cementerio es una fuerza muy presente y la cuestión de la contaminación, también. Lo sé por haber nacido a metros de Villa Inflamable, en Dock Sud, a dos kilómetros de ahí, donde está el ochenta por ciento de los casos de leucemia infantil del país. ¿Será una casualidad o será la Shell? La muerte está por todos lados. La planta de carbón que se usa para generar energía, una chimenea enorme que larga humo y fuego: es la central costanera. Te puede parecer progreso, pero en mi personaje da terror, como la luna. La luna es tremenda en tus textos, es un elemento completamente resignificado respecto a los sentidos habituales que se le dan. Da asco, sí. El tipo que mira la luna es un boludo distraído. Yo tengo esa bipolaridad de quien quiso ser cura, después funda el Partido obrero trotskista en Avellaneda y después no es ni cura, ni peronista, que es lo que mi viejo quiso que fuera. ¿Te reconciliaste con tu padre? No sé si me reconcilié, entendí muchas cosas cuando fui padre y acá estoy en esta casa. La reformé toda, aquella parte no la toqué. Toda la terraza estaba muy mal, porque esta casa llueve por todos lados. Con lo que gané en con un premio, me dediqué a construir un poco, abrí un jardín.
LAVAR EL ALMA: LLUVIA ROJA
El rojo es una recurrencia en los textos de Pablo Ramos. Como la luna y la lluvia, también el color fue pasado por el crisol alquímico. Y se volvió otro. La luna, perdió su halo romántico. El rojo, libre de su furia habitual, se separó del diablo y toda esa imaginería infernal. Se volvió potencia y puño cerrado: Sí, hay algo de la sangre, de la lealtad, del proletariado, en la bandera comunista. Hay algo de lo terrenal, es una frecuencia muy baja. También me gusta el violeta, el amarillo, soy una persona de los colores. Al contrario de la luna que tiene su cosa nefastita, la lluvia sí es lavadora: Debe ser la frase de Spinetta: “la lluvia borra toda la maldad y lava todas las heridas del alma”. Siempre me gustó tanto esa canción. Cada vez que llueve, me siento bien. Cada vez que hay goteras… ¡en esta casa hay goteras! Vino tantas veces el albañil, gasté tanta plata en eso. Pero, sin embargo, la casa es como yo, pese a tener cien años… Tengo 49, pero caminé tanto, me siento como con tres vidas. ¿Cómo te llevás con tu vejez futura? Nuestra cultura es muy despectiva con la vejez. Es un tema que hablamos con Liliana Bodoc. La vejez, la decadencia: Yo pienso en un futuro eterno, en un paraíso, no un lugar de acá, terrenal con las dolencias. Emanuel Swedemborg, en «Del cielo y el infierno» dice que el paraíso es aquello que vos imagines con fuerza. Que no hay ni cielo ni infierno. El día que te mueras vas a ir hacia esa imaginación tuya. Las personas infernales, que conspiran y matan, todo el tiempo imaginan eso y esa va a ser su eternidad: conspiración y de muerte. Ahora, si pienso en una persona eterna, no pienso en un joven. Qué sentido tiene eternizarse con 25 años, si uno entiende nada. No quisiera volver a esa edad. Uno sí envidia la energía física. Pero, en un mundo donde la energía física no contara, qué importaría la edad. La juventud es un término que en la eternidad queda aplastado. Yo estoy en una edad buena, donde logré organizar un lugar, un refugio. No creo en las escenografías, la casa tiene que ser algo más hondo. Yo tengo otros hijos pero convivo con Gabriel, que es mi compañero desde muy chico. Circulamos en la noche como si el otro no existiera. Estoy en un momento bueno. Creo que todo lo que escribí es un precalentamiento de algo que quiero escribir, que empecé a entender. El último libro del precalentamiento es el que va a salir ahora. Después, habrá un libro donde Gabriel no esté tan presente. Este libro que va a salir sucede en una mansión oculta en Flores Sur, donde los gitanos compraron todas las casas de una manzana. Pero, adentro, tienen un universo propio de mujeres. Todos, salvo dos gitanos. Quizás ahí pude expresar un poco mi atemporalidad. No me siento ni viejo, ni joven. Repito:la cuestión física no es un problema. Cuando me fui a Alemania, tuve que hacerme un chequeo general. Me dije: ¡me van a encontrar desde hepatitis hasta sida! Y no me encontraron nada. Inclusive, un riñón que no me funcionaba se reactivó sólo.
HISTORIA BUSCA NARRADOR
Hay una cifra mutante que traza filiaciones. Libros con autores, azares con cuerpos, melodías con memorias, imágenes con encarnaciones. La cifra es muy sutil. A veces se cuela en pequeñas introducciones, en notas al pie. O en un epígrafe. En general, en los epígrafes podemos leer un mapa de tus lecturas: libros y asuntos que te importan. Como si, en esas zonas previas al texto, vos aparecieras como lector de tu escritura. Marqué a Lispector… Sí, Donleavy también, acá se lee mucho por mí. Todos los que leen «Cuento de Hadas en Nueva York”, lo leen por mí, lo fomenté yo. Y también escritores que conocí. Lo más lindo que me pasó en la vida fue que Paul Auster leyó la «Ley de la ferocidad» en francés. Yo estaba en Alemania, por una beca, y me mandó a llamar. Mirá lo que pasó. Yo me fui en tren desde Berlín a Francia y se metieron
unos traficantes de heroína en el camarote. Casi voy preso. Solo supe decir «Ich spreche kein Deutsch» (no hablo alemán). Tenía pasaporte diplomático, por la beca, así que fui asistido por el embajador en Francia, Guillermo Nielsen, con quien quedé re amigo y llegué. Cuando le conté lo que me pasó, Paul Auster me dijo: «Estas cosas les pasan a los que pueden contarlas“. Imaginate. De leer «La invención de la soledad» solo, en una pensión, a conocerlo personalmente… Antes de llegar me tomé dos whiskies, cuando lo vi, me tomé otros dos. Saqué una foto de pedo. Ahora, también me pasa con otros que nos son famosos. Los chicos del barrio creen que la aventura de los vinos existió. Yo no soy muy futbolero, me gusta más la Fórmula Uno, pero ellos se fueron a ver Arsenal-Bolivia, en Bolivia. Viajaron cuatro días en micro, mientras leían en voz alta «La ley de la ferocidad“. Perdió Arsenal y no tenían hotel. Y volvieron leyendo el libro. Desde que yo los escribo, eso les dio una identidad, son distintos a los demás. ¿ Vos crees que la escritura realmente funda realidad, la produce? Es más realidad que cualquier realidad. Es impresionante lo que pasa. Es lo que dice Lispector: “Crear no es imaginación, es correr el gran riesgo de poseer la realidad”. Todo lo que escribo me pasó o va a pasando.Uno cree que es una broma, pero sin embargo es el principio del verbo. El libro más sagrado de la Cábala judía se llama «Sefer a Yetzirá“, «El libro de la Creación“: tiene treinta páginas y cien comentarios. En ese libro se dice que Dios creó al mundo,con la palabra, la escritura y el número. Lo que tienen en común es la cifra. Sí. Sin embargo, hay diferencias. La oralidad es uso, en cambio las palabras escritas forman un sistema. Cuando ese sistema funciona, el único engranaje que falta- la llave- la tiene el lector. Por eso es importantísimo escribir, imprimir y leer.Si fabricas un beso, ¿qué es un beso? ¿Cuántos besos tenemos nosotros, para dar o dados?. Ni para dar ni dados, sin embargo, todos. Solamente falta quien nos bese, esa persona tiene la llave del beso: sólo en ese momento existe el beso. En la literatura, también. En el momento que alguien abre un libro y empieza a leer, tiene la llave exacta que transforma esa escritura en un sistema en movimiento. Pero también hay una mirada que busca. Vos provocas el advenimiento de estas cosas, sobre todo, con las mujeres, que empiezan en afiches del taller de tu viejo y terminan encarnadas, como Andrea… Fui criado entre mujeres, los hombres no existieron en mi vida. Ahora visito a mi tía que está en un geriátrico, donde hay un montón de viejas. ¡Para mí es el paraíso!, que me cocinen, me reten, me protesten. Me siento cómodo. En cambio, con las figuras masculinas… mi abuelo era un pollerudo. La figura fuerte fue mi tío Beto. Mi abuelo lloró mucho cuando se fue mi abuela a Italia. Ella era una gran bailarina, se quedó en Italia y se enganchó un conde. Murió a los 96 años. A los 90 se quebró la cadera y salió del sanatorio y yo le llevé unas chatitas. “Chatitas, a tu madre, que es ama de casa“, me dijo. A los 90 le festejamos el cumpleaños y ella te llevaba para bailar el tango, aunque simulaba que vos la llevabas a ella. Cuando le pregunté por qué lo había dejado al abuelo, me contestó que ella quería conocer el mundo. Era preciosa, un monumento de tana y una bailarina increíble. Pero, vuelvo a mi abuelo: porque yo lo acompañaba a cantar tango los jueves, los viernes y los sábados, desde los cuatro años. Me gusta el tango. Como letristas, mis preferidos son Cadícamo, Celedonio Flores, un capo.»Mano a mano» lo escribió cuando tenía 16 años. Cuando los muchacho se ponían en pedo, acá, en la parrilla de la esquina, hacían una competencia: jugaban a engancharme con un tango que yo no conociera. Rara vez me enganchaban en una.
EL ENCUENTRO ENTRE UNA DÓLAR ENROSCADO Y UNA ESTAMPITA DE LA VIRGEN
Hay que tener cuidado con la luna, con su prestigio sin grieta, con sus mareas imprevistas, con su farol insomne, aún durante la vigilia del sol. Mejor lavarse en lluvia, dejar que lo uniforme se agriete en goteras; mejor forzar al hastío y a las repeticiones a curarse bajo el agua. Y, en una de esas, en el inestable territorio de lo imprevisto, se da el encuentro. La cifra habla. El gran animal respira a ritmo. Refunda las asimetrías. Entrelaza una banda de cómplices y la llama “lama”. Un rebautismo de mundo, en la lengua del barrio. Un poema que respira. O un gran animal que escribe. Anima Mundi. O las innumerables formas de una melodía infinita. ¡Qué loco que tengas tanta afinidad con la música y la palabra y no te haya dado por el poema! Escribo, pero soy malo. Lo pongo en las letras de las canciones.Hay un poema en el blog, «Perros rabiosos». Lo leí entre los rockeros, pero no me parece bueno. Yo escribo poemas de amor, pero me avergüenzo mucho.Decías que, cuando tus alumnos encuentran una traba, vos insistís ahí. ¿Y para vos? Pero es una traba de género. Cuando uno narra, la traba psicológica es otra cosa. Yo creo en los poemas, me ofrecieron publicarlos un montón de veces. Pero, como mi hijo mayor es muy buen poeta, no me parece publicarlos. Ya bastante tiene con tener un padre escritor, a quien le va relativamente bien, ya es un Karma para él. ¿Cómo te llevas con la popularidad? Yo no me doy cuenta, cuando me dicen que «El origen de la tristeza»vendió 50.000 libros, «La Ley de la Ferocidad», 20.000 , no lo puedo creer. ¿Qué pasaría, al revés? Me sentiría triste, si te va mal, no te da tranquilidad. Sí logro separarme, no ponerme en un lugar arriba de mis alumnos. El “nombre“ te obliga a que mi próximo libro esté a la altura. No publiqué un libro malo. La prosa de»El camino de la luna» me parece superior a los otros, entendí mejor el cuento.»En cinco minutos levántate, María» me parece superior a las otras tres novelas. Siento que me enfrento a una aventura nueva del lenguaje cada vez, si no no tiene sentido para mí, son libros necesarios para mí. Fijate, en mi próximo libro de crónicas- son relatos, en realidad- hay un poema, «Litio», una medicación que me hizo mucho daño. También escribí un libro de poemas farmacológicos, uno con cada una de las medicaciones que me dieron. Tengo nueve internaciones psiquiátricas. Un día, no daba más, fui hasta la capilla de Luján caminando, me traje un rosario y empecé a rezar. Hace un año que no consumo. Agarré toda esa medicación.- se las voy a mostrar, las tengo guardada en una bolsa-… Tiene que haber alternativas. (Muestra que adentro de la bolsa tiene un billete de un dólar enroscado,“recuerdo de la última línea de cocaína“ y una estampita de la virgen de Lourdes.)
Todo esto no va más. Bien, no estoy. Pero el día que no estoy bien, me pongo a llorar, me encierro. Hay momentos en que es difícil estar conmigo. Tengo dos psiquiatras extraordinarios. Hay que entender que existe la bipolaridad y me causó muchos problemas. Pablo, mi terapeuta me dijo: Es una enfermedad ficticia con síntomas reales. Es muy difícil de diagnosticar. Podes tomar la medicación y aplicar la terapia cognitiva, que estoy haciendo ahora. Yo voy todos los días al psiquiatra. Es el tipo al que se le suicidó Juan Castro. Yo no soy suicida, soy católico, nunca tuve la necesidad de destruirme. Qué es la adicción, qué es la necesidad de consumir. ¿Cómo la definís? Es un gran estado de ansiedad. En este estado yo no puedo escribir nada. Drogado, tampoco. Después de todo eso, devastado, me arrastro hasta la máquina de escribir y escribo. Me gusta mucho la máquina de escribir, es interesante que la hoja se vaya llenando. La saco, la leo, pongo una página al lado de la otra. También escribo en computadora, pero lo imprimo inmediatamente, porque me desconcentra mucho, me pierdo en la pantalla. Cada libro lo escribí con una máquina de escribir diferente. Yo tendría una máquina de escribir si fuera escritor. También se puede escribir a mano, pero, claro, uno no imagina cómo se escribe el «Quijote“ a mano. «Guerra y Paz“, ¿conocen la anécdota? Tolstoi la escribió a mano. Él fumaba un habano, fue a buscar un cognac y le pidió a la sirvienta que encendiera el hogar. Al regresar. la sirvienta había encendido la hoguera con la obra. Dudó: o mataba a la sirvienta o se ponía a escribir otra vez. Quizás le debamos a la sirvienta la verdadera obra, superior a la primera.
(*) Extracto de “La ley de la ferocidad”