Por Florencia Paz Landeira y Lourdes Landeira
Los anormales: Sobre la visita a la chacra del ex presidente uruguayo, José Pepe Mujica
“Las plantas siempre dicen algo. Su color, su postura, nos hablan, hay que saber entender. A veces digo que soy un poco panteísta y la gente me mira como si fuera loco. Y sí, capaz que también soy loco.” (1)
Bajo la sombra de un árbol, descansa un hombre. Recostado contra un banco de hierro y coloridas tapas de botella, parece enraizarse en la tierra, donde se apoyan sus pies. Bien plantado, conoce la lengua potente de las plantas, aquella que para la mayoría pasa por silencio inerte. De gorra, pantalón de jogging, camisa y zapatillas desatadas, mira su casa, a pocos metros, cual refugio inalcanzable. ¿Descansa el hombre?
Frente a él, en diagonal, una mujer de ojos cálidos, pelo blanco y media sonrisa. Desgrana habas y las reserva en una bolsa de nylon. Las vainas, caídas sobre la tierra, dibujan una cadencia eterna. La mujer y el hombre, solos, comparten tardes con algunos perros y gatos. Ella lo observa, su mirada devela una comprensión inconmensurable, como crecidos de la misma raíz. Y basta una palabra, aun la más trivial, para ablandar su ceño fruncido. El hombre y la mujer, ¿están solos?
Tenemos claro que hay que pensar sencillamente en vivir como pobres, para nosotros, quien lucha por la igualdad tiene que tener claro que hay que vivir en la igualdad de los más y no para algún día, porque aprendimos en todos estos años que la dureza con nosotros mismos es la mejor fuente de ternura para los demás.
La escena invita a la sospecha. ¿Qué hay en esa mirada anhelante, ceño fruncido, lengua aguda?
– Es que acá ya no se puede vivir, me voy a tener que ir, no hay paz, no tenemos tranquilidad. Todos los días, todos los días aparece gente en la entrada como quien viene a ver los monitos en el zoológico. Y algunos se instalan, pasan la noche, no hay respeto.
“Pepe es como la mugre, lo conoce todo el mundo”, juega uno de los encargados de la seguridad. Es que el “Pepe” Mujica no tiene descanso y, en su casa, – la nombrada chacra –, él y Lucía Topolansky nunca están solos. A metros de ese banco y ese árbol, tras un no siempre acatado cartel de “PARE”, llegan personas a diario, desde la ruta. Vienen por una foto, una dedicatoria en un libro, una entrevista o, simplemente, por una charla. A los visitantes, los suele recibir alguno de los guardias de la seguridad presidencial – hombres de su confianza – que lo acompañaron durante su mandato y hoy se turnan de a uno para continuar la tarea que ya parece inclaudicable. “En este momento, está ocupado”; “Justo acaba de bajar a trabajar al campo”; “Está descansando”; “Ahora viene a recibirlos”; “No está”: distintas resoluciones a los azarosos intentos de tener, al menos, un encuentro cuerpo a cuerpo con el presidente más popular en la historia uruguaya y al que se le adjudican hazañas como el de “haber cambiado la forma de hacer política”.
No tengo que olvidar. Y no es fácil para un cerebro carcomido de rejas (…). Estamos reaprendiendo, porque hasta la tumba se reaprende.
Parece simple, pero es inaudito. A tan solo minutos en auto, desde el centro de Montevideo, se llega a Rincón del Cerro. Y, allí, hasta la puerta de la casa del ex presidente y la actual senadora. Y aun en el menos afortunado de los intentos se logra un diálogo amable con uno de los guardias. Es que, otra vez, acá poco se parece a lo esperable. La casa es una chacra, con un generoso lote arado. Sobre buena parte del terreno se alza un enorme galpón en el que Mujica fundó, en marzo de 2015, una escuela agraria deUTU, Universidad del Trabajo del Uruguay, conocida también como Consejo de Educación Técnica Profesional. El encargado de la seguridad de la escuela habla de los gurises, como si él fuera uno de los maestros, mientras Pablo-de la seguridad presidencial- arma ventanas para las aulas, en sus ratos libres. Acá no hay tuyo o mío, hay un nuestro implícito y encarnado. Pablo dice que, el 1º de marzo de 2010, “asumimos el mando con él”.
Yo les recuerdo, muchachos, que la pasión no justifica la miseria… la miseria del alma. Nacimos para luchar por la igualdad y por el sueño de un hombre, si no nuevo, mejor.
– Con Lucía estuvimos ocupados intentando cambiar el mundo y se nos pasó el tiempo de tener hijos. Y ahora estamos llenos de gurises, acá, en la escuela. Son chicos que capaz no terminan el liceo, porque es un sistema que no los contiene, que los expulsa. Y acá les ofrecemos contención y una formación en oficios. Ahora tenemos unos 65 en total, un poco menos de nenas que de varones. Pero, con la obra que estamos haciendo en el galpón, vamos a poder recibir chiquilines de todo el país y ya hay una cantidad de nuevos anotados.
La escuela se puso en marcha gracias a numerosas donaciones a través de la Fundación Purificación, a la que pertenecen el “Pepe”, Lucía y otros militantes del MPP (Movimiento de Participación Popular, que integra el Frente Amplio). La propia fundación donó el terreno. La escuela tiene una huerta, un gallinero y están por armar un sector de carpintería. En el terreno de la chacra de Mujica, los gurises hacen sus prácticas, “para que aprendan a trabajar la tierra”. Las aulas de la escuela fueron realizadas a partir de contenedores donados, previamente dispuestos con equipos de aire acondicionado y ventanas, también hechas a partir de lo que fueron las mamparas de las duchas de un hotel y la madera cedida por una fábrica de vidrio.
Días atrás, hizo una visita Rubén “el Negro” Rada y tuvieron una jornada de percusión. “Uno de los chicos que se venía portando medio mal se enganchó, así que ahora le estamos haciendo un tambor”, nos cuenta Luis, uno de los que trabaja en la seguridad contratada para la UTU. Cuando habla de los chicos, mueve la cabeza como quien reniega, sin poder disimular la sonrisa cómplice que le ablanda el rostro. Luis es del Departamento de Artigas, al norte de Uruguay. Lo conoció al “Pepe” en un acto político, cuando el que sería futuro presidente visitó su ciudad. En un asado compartido se generó el vínculo que cambiaría la hoja de ruta de Luis.
Queremos además, y perdonen por la incoherencia, no es fácil ser coherente con la emoción que ustedes representan, con tantos años de trillo en esos calabozos, con tanta soledad encima… No es fácil, perdonen las limitaciones, hilvanar lo que teníamos que decir, hay mucho, mucho, mucho, mucho…
Pablo tiene la piel curtida por el sol. Es alto, flaco, usa jean y una remera de algodón. Va con el mate a cuestas pero “está siempre frío, entre que voy y vengo, no le doy continuidad”. Hasta hace algunos años, era preparador de autos de carrera. Antes, claro, de integrarse a la seguridad presidencial de Mujica. “En tres meses tuve que aprender todo, fue muy intenso el entrenamiento, tanto acá en Uruguay como también en el extranjero”. La voz se apaga un instante, nuestras miradas se encuentran en el espacio indecible. El momento pasó y el dialogo se restituye; para explicar el salto hay que ir a la raíz. El padre de Pablo, Dilermondo do Reis, es el más antiguo amigo del “Pepe”; se criaron juntos en Paso de la Arena, no muy lejos de la actual chacra. Compañeros de escuela, su amistad, aunque se inició por cercanía, se fortaleció por la pasión compartida por el ciclismo y supo esquivar a las diferencias políticas. “El Nene” – como lo llama Mujica – luego montó un taller de bicicletas que aún conserva. Con el mismo empeño, ha guardado fotos y la estampita de la comunión de Mujica, titulada premonitoriamente “Hacia la cumbre”. En esa amistad, Pablo encontró un tío. Disfruta relatar las visitas, de la mano de su padre, a la casa de la infancia de Pepe; una imagen aún lo estremece: “Me acuerdo de ir a su casa y que esté su madre sentada al piano, con el pelo gris, abundante y suelto a ambos lados de la cara, tocando una melodía que no identifico pero todavía puedo escuchar”.
Y como si el paso de preparador de autos de carrera a seguridad presidencial no fuera lo suficientemente abismal, el “Pepe” no se destaca por acatar lo protocolar: “Se te escapa, se te sale de la línea siempre, no le podés despegar el ojo porque lo perdés. Y la responsabilidad es nuestra. Hemos tenido cada agarrada que ni te cuento. Pero igual siempre gana él”, confiesa Pablo con una sonrisa entrañable y la mirada perdida en el suelo. Y en su tarea han tenido que lidiar con comitivas extranjeras que, cuando están de visita en el país, son responsabilidad de la seguridad presidencial uruguaya. “La más brava fue la de Venezuela, eran unos tipos gigantes que te ponían el cuerpo para mandar ellos. Pero no funciona así. Acá mandamos nosotros. Igual Chávez fue el más profesional, muy fácil para trabajar, no como el ‘Pepe’”.
Aparte del día a día, a Pablo le cambió la mirada; tiene, lo que se dice, “otra cabeza”. “Ya no puedo mirar a la gente de la forma en que lo hacía antes, estoy pensando qué hay más allá, qué se oculta. Estoy siempre estudiando a las personas. Es algo que se va a quedar conmigo”.
Las cosas que en la política sean verdaderamente gravitantes, que no se puedan explicar con sencillez, no son tan importantes.
El estado de alerta enunciado se contrapone al entorno que lo enmarca: verde, tierra, plantas, piares de pájaros, el cojeo de una perra rescatada de un accidente en la ruta, una gallina que se queja desde el fondo, la huerta y su reclamo de atención, el espacio de predio que albergará a conejas y conejos (“a uno de los gurises le gustan y le vamos a armar la conejera para el año próximo”). Y el galpón a construir, con más aulas, elementos de la futura carpintería, inodoros donados, regalos recibidos por el ex presidente (entre ellos, su rostro tallado a mano, en piedra, por los internos de la unidad de reclusos del Vilardebó, un hospital psiquiátrico de Montevideo). Pablo le pone el cuerpo a todo. Se multiplica, igual que los inscriptos a la escuela (“lo que queremos es que los gurises se queden trabajando la tierra; si de 400 salvamos a 200, felices, había dicho Luis minutos antes”) entre el ejercicio de custodio, anfitrión, vecino; cigarrillo y mate de por medio. Quizás él también aprendió a escuchar el grito de las hormigas y las arañas.
Como Pepe, muchos años atrás, en el pozo del aljibe en el que pasó dos de los trece años que fue rehén de la última dictadura sufrida por el Uruguay (1972 – 1985). Allí pudo comprobar que “basta con acercar las hormigas al oído para escuchar sus gritos”. Haber sido rehén significó, además de aislamiento, la amenaza permanente: “estás condenado a muerte. Cualquier atentado que se produzca afuera vamos a limpiarte. Y vos sabés que eso es muy fácil porque se simula una fuga y ya está”, sentenció en aquel entonces un mayor de la época a uno de los compañeros de Mujica; para describir la situación de ellos, los nueve dirigentes tupamaros elegidos como garantía.
Por eso los sacaron del penal de Libertad; sí, en el Uruguay pasan esas cosas, hay un Arroyo Seco, un Cerro Chato y un penal de Libertad (por la ciudad en la que está ubicado). Las contradicciones, el silencio aturdido de gritos inaudibles, la muerte golpeando la puerta a cada instante hicieron que el lenguaje, una vez recobrada la calle, fuera urgente. Los compañeros de estos y aquellos tiempos recuerdan que, en los primeros encuentros políticos, apenas reestablecida la democracia, se notaba claramente quiénes habían padecido cárcel, porque su modo de hablar era directo, preciso; desnudo, quizás, ante la intemperie.
No venimos a llorar nuestros dolores ni nuestras penas, simplemente, a dejar bien clarito que el puñado de viejos que van quedando tiene nítidamente claro que apenas es un palito, que debe funcionar par que la colmena se aglomere en rededor: lo esencial no es el palito, sino la colmena.
Mujica se enciende cuando habla de la escuela y del proyecto de crecimiento.
– Ya tenemos el mástil y la bandera para colocar, pero antes vamos a terminar la obra, es lo más importante”
Mientras lo dice, mira al horizonte atravesado entre sus ocres verdes y las habas de Lucía. Escoltado por perros y gatos que van y vienen los senderos de la chacra y la mirada atenta de Pablo, que nos enfocó siempre- cuando nos tomó las fotos y cuando no- Pepe se interna campo adentro. Dice no estar para entrevistas. Una vasta vegetación lo espera para conversar. Y allá va. Entre nosotros. A trazar la historia.
“El lápiz imprimió una disciplina en mi cabeza. El ejercicio de escribir disciplinó mi cerebro. Así me saqué la enfermedad de encima”(3)
(1) Del prólogo de Pepe Mujica. De Presidente a Tupamaro, de María Esther Gilio
(2) Los resaltados corresponden a fragmentos del discurso de José Mujica, el 26 de marzo de 1985 – apenas 11 días después de haber sido liberado- ante una multitud reunida en el Platense Patín Club de Montevideo.
(3) De la entrevista para Le Monde Diplomatique, por Martía Esther Gilio
Acá en Venezuela y propiamente en esta Guayana de Bolivar admiramos a Pepe. El presidente mas sencillo que ha parido el Uruguay. Felicitaciones a ustedes por contar con tan magnifica persona. Saludos.
gracias por escribirnos, perdón por la tardanza en responder, recién lo vemos! Un abrazo a Venezuela!