Los anormales: Sobre  “El llano en lamas”, de Juan Rulfo

Por Roberto Aguilar

PRÓLOGO DE ROEDORES

biblioteca destruidaFue así: cuando entré a unos de esos cobertizos de mi casa, en donde nadie entraría a causa del hedor, las  ratas y las pulgas, hallé un pequeño libro. El nombre del autor había sido comido por los animalitos deambuladores. Del título, sólo se habían salvado las dos últimas palabras:… ‘en llamas’. Y al infierno agradezco el haber podido rescatar las primeras páginas del libro, aunque estaban bastantes destruidas. Sólo se podía leer, a los saltos, entre los párrafos perforados por los dientes de los roedores. Entonces, decidí salir del cobertizo y, rodeado por pastizales altos del patio, en mi casa de chapa y madera, sentarme a leer parte del primer y único cuento que quedaba del libro. ‘En llamas’ me había entusiasmado, porque yo también vivía en llamas. Yo también fui devorado por un incendio.  Así que me animé y le dije al único ojo sano que me quedaba: ¡Adelante! Y esto fue lo que encontré:

ACUÉRDATE: ACUÉRDATE DE URBANO GÓMEZ

‘Acuérdate de…’ Así comenzaba el eco evocador. Su imperativo mandón chocó entre mis sienes como el llamado de Lucifer. Hacia mis ojos, saltaron- aparte del nombre de Urbano Gómez, otros nombres de amigos y enemigos míos que ya no estaban más. De pronto, miré con curiosidad un poco más arriba de estas primeras palabras y noté que dos oraciones centrales estaban manchadas con el agua sucia de las goteras. Fijé la vista, pero nada. Apenas borrosa, como salida entre neblinas y en letras mayúsculas, la última parte de una palabra:…AMAS. Entonces me di cuenta: era el título del libro. Abajo, hundido en la negrura de un pozo, seguro figuraba el nombre del autor. A pesar de este desencanto, seguí con la lectura. Transcribo el primer párrafo porque recordé que, en un taller literario al que fui de chico, me dijeron:

“En las primeras líneas pueden estar las huellas del final del cuento y viceversa’.

De esta manera, la lectura pausada, salteada y microscópica de este párrafo me ayudaría a entender todo lo demás. Debo confesarlo: me gustaba este ejercicio y estaba acostumbrado a este tipo de lecturas, debido a mi biblioteca destruida por el tiempo, la lluvia y las ratas. Cuando encontraba grandes espacios en blanco, practicaba la adivinanza. Sin embargo, por mi hábito bien desarrollado, adivinaba muy bien.  Entonces, transcribo:

cerraduraACUÉRDATE de Urbano Gómez, hijo de don Urbano, nieto de Dimas, aquel que dirigía las pastorelas y que murió recitando el «rezonga, ángel maldito» cuando la época de la influenza. De esto hace ya años, quizá quince. Pero te debes acordar de él. Acuérdate que le decíamos el Abuelo por aquello de que su otro hijo, Fidencio Gómez, tenía dos hijas muy juguetonas: una prieta y chaparrita, que por mal nombre le decían la Arremangada, y la otra, que era retealta y que tenía los ojos zarcos; y que hasta se decía que ni era suya y que por más señas estaba enferma del hipo. Acuérdate del relajo que armaba cuando estábamos en misa y que a la mera hora de la Elevación soltaba su ataque de hipo, que parecía como si se estuviera riendo y llorando a la vez, hasta que la sacaban afuera y le daban tantita agua con azúcar y entonces se calmaba. Ésa acabó casándose con Lucio Chico, dueño de la mezcalera que antes fue de Librado, río arriba, por donde está el molino de linaza de los Teódulos.’

 MUJERES DE ARMAS TOMAR

demonio en un sueñoAquí, hermano, me di cuenta: el cuento estaba plagado de muertos. O, mejor, la muerte estaba en manos del ángel maldito. Ese ángel, querido lector, era un ángel poderoso, violento, capaz de dejarte sin respiración durante la noche, mediante sueños angustiosos y desesperantes. Del ángel puedo hablar. En cambio, del vocabulario del texto, chabacano y rural, poco puedo decir. Algunas palabras desconozco: ‘prieta y chaparrita’: Pero es evidente que  se trata de una lengua con una  idiosincrasia totalmente distinta a la argentina. Entonces, de golpe, me sentí metido en un pueblito de Méjico. Un pueblito lleno de mujeres sueltas de cuerpo y bien a contramano con respecto a las normales y pulcras costumbres de las ‘mujeres de bien’ de cualquier ciudad altiva y burguesa. :

‘Acuérdate.  Acuérdate que a su madre le decían la Berenjena porque siempre andaba metida en líos y de cada lío salía con un muchacho. Se dice que tuvo su dinero pero se lo acabó en los entierros, pues todos los hijos se le morían de recién nacidos y siempre les mandaba cantar alabanzas, llevándolos al panteón entre músicas y coros de monaguillos que cantaban «hosannas» y «glorias» y la canción esa de «ahí te mando; Señor, otro angelito». De eso se quedó pobre, porque le resultaba caro cada funeral, por eso de las canelas que les daba a los invitados del velorio. Sólo le vivieron dos, el Urbano y la Natalia, que ya nacieron pobres y a los que ella no vio crecer, porque se murió en el último parto que tuvo, ya de grande, pegada a los cincuenta años. La debes haber conocido, pues era relegadora y cada rato andaba en pleito con las marchantas en la plaza del mercado porque le querían dar muy caro los jitomates; pegaba de gritos y decía que la estaban robando. Después, ya de pobre, se le veía rondando entre la basura, juntando rabos de cebolla, ejotes ya sancochados y alguno que otro cañuto de caña «para que se les endulzara la boca a sus hijos». Tenía dos, como ya te digo, que fueron los únicos que se le lograron.Después, no se supo ya de ella.’

LA OTRA LUCIDEZ

la-muerte-en-el-arte-4Debo decir  ahora- a la luz de este párrafo que resignificó un poco aquel comienzo que, al parecer, preanunciaba muerte. El cuento me seducía cada vez más. Por suerte era corto, no llegaba a tres páginas. La muerte rondaba y yo quería saber el origen de los fiambres. Y así, me encontré lo siguiente:

Dicen que su tío Fidencio, el del trapiche, le arrimó una paliza que por poco y lo deja parálisis, y que él, de coraje, se fue del pueblo. Lo cierto es que no lo volvimos a ver sino cuando apareció de vuelta por aquí convertido en policía. Siempre estaba en la plaza de armas, sentado en una banca con la carabina entre las piernas y mirando con mucho odio a todos. No hablaba con nadie. No saludaba a nadie. Y si uno lo miraba, él se hacía el desentendido como si no conociera a la gente. Fue entonces cuando mató a su cuñado, el de la mandolina. Al Nachito se le ocurrió ir a darle una serenata, ya de noche, poquito después de las ocho y cuando todavía estaban tocando las campanas el toque de Ánimas. Entonces se oyeron los gritos, y la gente que estaba en la iglesia rezando el rosario salió a la carrera y allí los vieron: al Nachito defendiéndose patas arriba con la mandolina y al Urbano mandándole un culatazo tras otro con el máuser, sin oír lo que le gritaba la gente, rabioso, como perro del mal. Hasta que un fulano que no era ni de por aquí se desprendió de la muchedumbre y fue y le quitó la carabina y le dio con ella en la espalda, doblándolo sobre la banca del jardín, donde se estuvo tendido.Allí lo dejaron pasar la noche. ..

No hay más nada que decir para entender, amigo burgués, acomodado, resguardado por el sistema capitalista, recostado o sentado sobre una linda silla con respaldo de pana: Lo mató la violencia del otro. ‘¿Y esto cómo se juna?’. Bueno, para empezar, el asesinado no es ningún torpe. Razona distinto a vos porque está al límite de su existencia precaria. Está en otro estado de luz, digamos. Usa su violencia para equiparar o resistir  la violencia del otro. El otro es el opresor que no está visible, pero pisotea sobre él. Muy lejos de él y, sin embargo, tan efectivo. Así, el supuesto “torpe” se hace fuerte en  el peso de su inexistencia ¿Y entonces quién es el otro? El otro no es Nachito. Nachito es un pobre infeliz incapaz de defenderse de lo cruel de un mundo embarrado en mala política, en una justicia injusta que no lo protege ni lo tiene en cuenta. En el pueblo los más pobres, como ya dije, están olvidados. Allá, en Méjico, en el confín del mundo y aquí, en la Argentina. El otro es el sometido al‘abandono’voluntario, organizado, del más débil.  El otro sos vos. Vos: incapaz de un abrazo, asqueroso acaudalado de dinero, hipócrita argentino que me suele decir ‘amigo’. Porque, convengamos: este es un cuento mejicano, pero también de tantos lugares, si obviamos un poco el color local. Allá, los pueblitos rurales. Aquí, las villas miserias, pozos donde tirar toda la ‘mierda humana’ de la ciudad.  La ciudad ejerce su discurso de poder a través de sus políticos y jueces. A las villas o a los pueblitos ni siquiera llega ese discurso.

EL OTRO GUSANO

Y volviendo al otro, al otro gusano de la vida fácil de viajes y placer, explotador de los desposeídos, abandonador de sus conciudadanos y  tutelado por un sistema político, social y de confort de la desigualdad; ese gran otro posibilita la prostitución de ‘La Berenjena’, ese es el  indiferente, el despreciador más alto de la humanidad. Entonces, Urbano Gómez encuentra su propia justicia en su injusticia y, también, en la de todo el pueblo. Mata a Nachito. Con eso descarga su ira, no contra Nachito, sino contra la desposesión misma. Si hubiera habido en el pueblo una ley ordenadora de la violencia, Urbano no mataba a Cachito. Podría haber sido frenado, en cierta medida, por la misma ley. El odio trajo a su alma la violencia desordenadora de su propia ley interna. Y, con ella, la muerte de Cachito.

mujer gusanoVERDUGO DE SÍ

A todo esto, por suerte, encontré el final del cuento, medio borroneado por la meada vieja de alguna rata:

‘Lo detuvieron en el camino. Iba cojeando, y mientras se sentó a descansar llegaron a él. No se opuso. Dicen que él mismo se amarró la soga en el pescuezo y que hasta escogió el árbol que más le gustaba para que lo ahorcaran. Tú te debes acordar de él, pues fuimos compañeros de escuela y lo conociste como yo.’

 Urbano Gómez fue víctima de su inexistencia como sujeto y como persona en los viejos tiempos  del pueblo. Pero su inexistencia lo persiguió hasta su regreso y le ordenó matar, aguijoneado por su odio. Entonces, ya como policía, como representante del orden de una sociedad más allá de los límites de su pueblito, aplicó la ley sobre sí mismo, se aplicó la ley que le faltaba a él y a todos en el pueblo. Y fue su propio verdugo, su propio veneno por la violencia ejercida sobre otro.

ahorcadoDespués, al final del libro, busqué alguna referencia sobre el escritor y encontré, en una hoja roída y sucia, esto:

  ‘Acerca del autor’

 A finales de 1948  comienza a viajar como vendedor de la

fábrica de neumáticos Goodrich Euzkadi.

Como agente viajero descubre una veta de experiencias

en los pueblos, la que será fundamental en su obra literaria.

Sus viajes por diversas zonas de México le permitieron entrar en

contacto con etnias apartadas que aún resguardaban sus tradiciones.

 Y, mucho más abajo, después del holocausto de muchas hojas quemadas, una fotografía del autor, con su nombre completo, perdido en una frase.

Juan Rulfo dejó también un legado fotográfico…’

rulfo

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