Por Ricardo Varela
Los Anormales: Sobre Édith Piaf
PRELUDIO
«Cuando supe de la consigna para el próximo número, no lo dudé. Los anormales, invariablemente, me llevaban a Édith Piaf. Al ronco temblor de su voz, a ese tono desgarrador, a su cuerpo. Un cuerpo parado en lo real, como una figura insoslayable”.
“Yo no tengo una relación con mi cuerpo como la que tiene ella. El cuerpo y la voz son las zonas más desconocidas y más frecuentes que nosotros visitamos, y eso representa una afección en mí”.
RESISTIR Y RESONAR
El 19 de diciembre de 1915, nace en Belleville, un pueblo en lo alto de una colina, al este de París, Édith Giovanna, hija de Louis Gassion- un artista acróbata- y de Annetta Givanna Maillard, artista lírica. La orfandad de los datos consignados compone la paleta sobre la cual podría haberse matizado su historia, pincelada a pincelada. Anneta llamó a su hija Édith, en homenaje a la heroína bélica, Édith Cavell, una enfermera inglesa ejecutada a manos de alemanes por haber organizado una ruta de escape a través de Bélgica. Ese ícono de la Resistencia la marcaría para siempre.
La vida de Édith Piaf empezó como una versión moderna de “Los miserables”. Una niña pobre, nacida en los arrabales de París, crecida entre gente oprimida, cuyas historias -a menudo de prostitutas o mujeres enamoradas de hombres que las abandonaban- perduran aún en la resonancia Piaf.
DE ABUELA EN ABUELA
Con su padre en el frente de batalla durante la Primera Guerra, Annette dejó a Edith al cuidado de su madre, para dedicarse a cantar por las calles. En un acto de generosidad, por ahí le tiraban alguna moneda. Al regresar del frente en 1918, Louis encontró a su hija enferma y malnutrida. La dejó, entonces, al cuidado de la otra abuela- la paterna- quien regenteaba un prostíbulo. Ese pasó a ser el nuevo hogar de Édith. La niña se sintió a gusto, en especial, entre aquellas mujeres a quienes les habían arrebatado a sus hijos. Madres sustitutas le mimaban hasta el defecto: advirtieron que Edith casi no veía, a raíz de una inflamación en un ojo provocada por una bacteria.
“Me acostumbré a caminar con las manos para protegerme”, decía ella. Tenía mucha sensibilidad en los dedos, reconocía por el tacto de qué tipo de tela se trataba y la piel de cada quien. Y justo en el tacto se fundaron sus sueños: “Siempre pensé que si un hombre tendía una mano a una mujer, ella tenía que aceptar e irse con él”, comentó años después.
CARAVANAS GITANAS
Luego de la estadía con su abuela, se marchó a Bélgica con su padre. Fueron en una vieja caravana, rumbo a una larga gira con el Caroli Circus: “Vivía en la caravana y hacía las tareas domésticas. Mi jornada empezaba muy temprano y era dura, pero me gustaba aquella vida itinerante, el continuo cambio de horizontes.”
De haber sido disciplinado, su padre hubiera podido formar parte del Circo Medrano, un espectáculo de payasos y acróbatas que, desde la década de 1900, había inspirado a artistas como Picasso y Jean Cocteau.
La época circense de Piaf terminó súbitamente cuando Louis vendió la caravana y regresó a Francia con su hija. Ya convertido en su propio jefe, continuaron su recorrida por todo el país. Los artistas itinerantes tenían sus propias reglas y libertades.
En la rutina, su padre prometía a los espectadores que su hija iba a realizar “el salto peligroso”, número que jamás se ofrecería. Pura retórica para despertar el reclamo de la gente y rematar con: “deberán contentarse con oírla cantar”. Años más tarde, Édith Piaf declaró ante un periodista que, en una de aquellas ocasiones, había cantado “La Internacional”. A partir de ese día, cantó al final de cada presentación. La ganancia se duplicaba.
Por estas experiencias tempranas, Édith Piaf siempre conservaría ese espíritu nómade: cada una de sus viviendas se convertiría en una caravana gitana: “Un nueva madre cada tres meses: sus amantes eran más o menos amables conmigo, dependiendo de si mis canciones (ya cantaba y pasaba la gorra) generaban monedas o abucheos.”
De su padre, no sólo aprendió el nomadismo del alma, sino también el sentido de la oportunidad, al igual que las técnicas para afectar lo más sensible en la gente. El cariño por su padre nunca se debilitó. Se visitaban con frecuencia y Édith lo asistía con dinero. Así, hasta que Louis murió, en medio de la Segunda Guerra mundial, en el año 1944, a los 64 años.
CON MAMÁ
En lo que respecta a su madre, no existe constancia de que los secretos de la lírica hayan sido tema de conversación entre ambas. Si hubiese estudiado el repertorio de su madre, se habría formado cierta idea sobre ella. Nunca tuvieron una buena relación. Quizás, las letras de la “canción realista”, interpretadas por su madre, la hubiesen ayudado a conocerla mejor. Esas canciones eran -por lo general- tristes. Recreaban retazos de los apenados suburbios parisinos, retazos en clave menor.
“Siempre he pensado que el destino me ha llevado a hacer la carrera que ella había soñado y en la que fracasó, menos por falta de talento que porque la suerte no estuvo de su lado”.
Cuando Édith alcanzó notoriedad, su madre solía detenerse a cantar en la puerta de los locales donde actuaba su hija, a la espera de dinero para que se callara. En la indigencia, Annette murió de una sobredosis, en febrero de 1945, a los 49 años.
PATEAR LA CALLE
Hacia el invierno de 1932, la Gran Depresión estaba instalada, en una Francia con cifras de paro insospechadas, carente de una red de protección para los pobres. Ya sin la compañía su padre, Edith intentó algunos empleos lejos de la música, con pésimos resultados.
Una mujer libre era a menudo objeto de insinuaciones. Esa libertad le fue muy útil cuando se estableció como una de las asiduas cantantes callejeras. No tardó en ser conocida en Belleville por su asombrosa voz.
Édith planeaba sus itinerarios de acuerdo con el día de la semana y con su clientela. En días laborables se recaudaba más cerca de los Campos Elíseos. En cambio, los fines de semana iba a los barrios obreros. Allí la gente daba menos, pero lo hacía por placer, no por caridad.
INTERLUDIO
“El cuerpo, siempre el cuerpo. Como en una escena teatral, mi cuerpo se oculta, aparece y disputa espacios. No puede relacionarse. La incomunicación de este cuerpo lucha desesperadamente por un encuentro y no lo logra”.
“Por eso, Édith Piaf: la admiración a quien piensa con su voz y con todo el cuerpo”
“Desde chico la escucho: ella cantaba para que se la oyera lejos. La voz salía de su pecho y a través de lo que los músicos llaman “la máscara”. Los resonadores de la cabeza destacaban su acento, el tono gangoso común entre los cantantes que necesitaban proyectar la voz por encima del ruido de la calle”.
“La potencia de un cuerpo de poseerse a sí mismo. La necesidad de vincularnos con él en una dimensión de eternidad; el cuerpo es lo más perenne que tenemos. Y ella lo exponía todo el tiempo”.
“Es que también pensamos con el cuerpo. Ante la ausencia de neuronas, bien podríamos afirmar: las extensiones nerviosas que nos atraviesan permiten también pensar. ¿O acaso no existen otras maneras de pensar fuera de la lógica?”.
GOLPE A GOLPE, VERSO A VERSO
Un día de octubre de 1935, mientras cantaba “Como un gorrión” en los alrededores del Arco del Triunfo, Louis Leplée le ofreció hacer una prueba en su lujoso local nocturno, cercano a los Campos Elíseos. Leplée debía encontrar un nombre para reflejar lo que sentía al escucharla. Un verdadero gorrión de París. Ese nombre la iba a acompañar toda su vida.
Uno de los amigos de Leplée, un tipo de mediana edad, llamado Jaques Bourget, se convertiría en el mentor y confidente de Piaf. La relación se tejió entre textos e inflexiones: leían en voz alta a las grandes figuras de la literatura francesa: Baudelaire, Ronsard, Rimbaud, Moliére.
Entre tanta literatura, comenzaron las apariciones en público. Si bien a París no le faltaban teatros, su preferido fue el Olimpia. Ese teatro, el Carnegie Hall de Nueva York y tantos otros fueron testigos de una brillante y extensa carrera.
Siempre generosa con los artistas emergentes, como Charles Aznavour, Ives Montand, Gilbert Bécaud. A ellos les pedía que no miraran a la platea al cantar. Era necesario llegar a lo más alto. Cantar para quienes no tenían voz ni rostro.
PONER EL CUERPO
A pesar de su precaria salud, la artritis deformante, las úlceras que sangraban- y solo eran toleradas con dosis de morfina- Édith Piaf nunca dejó de cantar.
Y amó, amó intensamente. En especial, al boxeador francés de origen argelino, Marcel Cerdán, quien murió en un vuelo de París a Nueva York en el que viajaba al encuentro de Ëdith.
Uno de sus autores predilectos, Charles Baudelaire (1821-1867) escribió “Esa necesidad de olvidar su yo en la carne extraña, es lo que el hombre llama noblemente necesidad de amar”.
Un descanso, un sosiego para enfrentar su dolor. Como si el cuerpo se hubiera sometido a la ausencia de sentido y sólo hubiera manifestado puro vacío.
Pero no más que un descanso. El legado de aquella enfermera británica la pondría a la cabeza de la Resistencia durante la Segunda Guerra Mundial. Desafió a los nazis, al esconder amigos judíos y viajó a Berlín para cantarle a las tropas francesas. En sus maletas, llevaba documentos falsos para ayudar a la fuga de prisioneros, mapas y brújulas. Era, también, la voz de la revuelta.
EL GEMIDO DE UN GORRIÓN
Como esas canciones en las que el amor y la muerte van de la mano, la frágil flor de la calle silenció su voz. En la tarde del 10 de octubre de 1963, a los 47 años, se apagó.
Jean Cocteau, ante la muerte de la entrañable amiga, improvisó: “Édith Piaf se ha consumido en las llamas de su propia gloria…como los que se sustentan en el coraje, ella no pensó en la muerte; la desafió”. Unas horas después, también él murió. El cielo de Francia perdió dos de sus estrellas el mismo día.
POSTLUDIO
“Pensaba en esa frase de Cocteau,…consumirse en las llamas de su propia gloria. No está nada mal. Y, como un capullo en flor, desde el primer latido, Édith Piaf- en un claro ejercicio de libertad- optó por una trayectoria vital, a diferencia de quienes eligen transitar una muerte cotidiana”.
“Más allá del éxito, luchó por ejercer su deseo de cantar en el mundo. Quiso hacerlo para aquellos que no tenían la posibilidad de cantar, ni de escuchar música como el resto.”
“Ella cantaba para los gorriones que, al contar con pocos alimentos, mueren con facilidad”. Siempre están en la pullman de la ciudad, la copa más alta de los árboles”.
“Vivimos a través de los cuerpos, nuestros y ajenos; sus lenguajes, sus movimientos dan cuenta- como ninguna otra cosa- de los vicios aterradores en el vínculo con los otros”
“La violencia, la resistencia física, la sexualidad, la repetición mecánica de acciones absurdas, el éxtasis de la quietud, la suspensión aparente de la vida en el cuerpo me llevan a preguntar si existe algún límite entre el cuerpo físico y el emocional. ¿Será el corazón la parte más sana, a pesar de su propensión a dejar de latir de súbito?”.
“En Édith Piaf, como en las muñecas rusas, conviven un cuerpo enjuto y enfermo con otro al que le sobra coraje y le falta temor”.
“Sus ráfagas de erres guturales y su aterciopelado vibrato. La cristalina expresión de una actitud que funde la aceptación con la voluntad de sobrevivir. El movimiento de sus manos, que descienden majestuosas o se arremolinan al cantar. Todo permanece inalterable en mi memoria”.
“Y la potencia de su cuerpo y de su voz, resisten. La Piaf resiste en la lluvia que no cesa, en el desmesurado vuelo de un gorrión”.
La vida en rosa ( película completa)
Sublime!!!….. Me refiero a la Piaf, Varela. No te agrandes!
Simbolizo la resistencia en la media Francia ocupada