Por Nicolás Estanislao Sada
Desamor: Sobre la cultura del fútbol.
EL DESTINO EN UNA GAMBETA.
No es solo la pelota en un contexto y la evocación de toda nostalgia.
Ahí va el hombre que mueve su existencia, el grupo que enciende al barrio y los muchachos que tiran la bronca, hace tiempo, en busca de alguna salida.
Rebeldía de doble cara: el fútbol se mira en el cambio y se refleja en la lucha contra el olvido. Entonces, el espejo se faceta y, aparte de imagen, devuelve voz: es el rumor del combate, las clases sociales despojadas de palabrerío. Y ese inolvidable abrazo de gol en el último minuto, donde las generaciones posibles -incluso las futuras- se unen en un mismo y único momento. Así, cercamos al vacío y a veces tornamos la tristeza en una amante verdaderamente hermosa.
TA TATA TATA GOLLLLLLLL
Por un lado, la potencia de provocar un profundo nudo en la garganta y, por otro, el despertar de una inmensa euforia. Todo al mismo momento y, en fracciones de segundos, la cosa se resuelve. Ese instante eterno, imposible de describir y menos de olvidar, solo es capaz de producirlo: el GOL.
SEÑORES, YO DEJO TODO, ME VOY A VER…
“… dale, dale que un rato ya arrancamos…”
Y así se pasa la eternidad en los instantes previos: en súbita efervescencia, en un constante subir y bajar ansias. Como si fuerzas desconocidas se apoderan de todo cuerpo y ya no pudieras pensar.
Los preparativos son un mundo autónomo, un texto con fuerza propia, no un mero prólogo. Todo habita en su deliberado orden. Unos se ocupan de las banderas, otros, de los gorros y papeles, del carnet de socio con la cuota al día y de la caravana toda. Nada debe faltar.
- “¡Dale, comé, que se enfría…!”
- Solo un mano a mano, una clara, nada más y que entre. Solo un gol más que ellos. No es mucho pedir. Vamos, dale, no nos quedemos ahora.
Imposible, el estómago cerrado. El cerebro no puede pensar, solo se es cuerpo y alma. Vibración y sentidos. El pecho se infla de emociones. El corazón singular y fervoroso, sostiene todo nombre y verdad.
«Dejá de caminar como un loco, ¿querés?”
Ya no más, te vas, no aguantás el ardor del encierro. Cada cual con su berretín y a otra cosa. Y ahí, cuando abrís la puerta, una luz se abre paso, inunda la calle y te tiende la mano hacia ese futuro incierto pero necesario. Entonces, respiras bien hondo, cerras la puerta y salís.
Al salir, te completa el alivio de las calles arboladas de barrio. El murmullo lejano del calor popular, el calor del vecino quien, bien sabe: hoy se juega fútbol. Hoy el barrio se viste de camiseta.
EL “CLAUSURA” DE UNA EDAD PERDIDA
Hacia los años ´60, los clubes barriales argentinos dejaron de ser el ámbito de encuentro social por excelencia. Vinculados a la inmigración de principios del siglo XX, que estimuló la concentración demográfica en los centros urbanos del país, se convirtieron en un referente de identidad y pertenencia barrial, asociada a la actividad económica y política de la clase trabajadora de la zona. El fútbol, componente total de la ciudad y sus alrededores.
Pero el deterioro de este rol fue seguido por la aparición de la TV. Así, en un contexto de creciente movilidad y acumulación del capital financiero mundial, se desembocó, en los ’80, en el boom de la figura del representante. Podríamos pensar a esta figura como a aquella en la que coagulan todas las operaciones de la especulación sobre los jugadores y sobre la gestión de los propios clubes. Fenómeno que, años después y a nivel mundial, se convirtió en un atractivo mecanismo de movimientos de dinero. Las mercancías en cuestión – los jugadores – , las “joyas” del asunto, fueron el bote salvavidas a la cual recurrir cuando los números no cerraban. Los números nunca cierran, ni van a cerrar.
NI CENTRO NI TIRO AL ARCO
Como es sabido, los jugadores tienen precios que no condicen con el propio proceso de producción. Y así, torneo a torneo, se evidencian los mismos problemas estructurales. Entre esos problemas, está el de los dirigentes, quienes nunca supieron (o quisieron) resolver el verdadero problema de fondo: por un lado, jugadores, representantes, allegados, incluso los propios dirigentes casi millonarios o con un presente sin mayores urgencias y, por otro, clubes totalmente en quiebra, agotados de recursos. De ese modo, el enredo concluye en los conocidos espirales de violencia que conviven sin posible final.
Ah, momentito, está muy claro que no se privan de atacar fuera de foco: suspenden la presencia del público visitante, como si él fuese la raíz de todos los males y miserias. Aunque la violencia continúa, la medida también. Mediocres medidas que no son ni centros, ni tiros al arco.
CON LO PUESTO, MENOS UN BOTÓN
Así: herido de muerte y absorbido por un sinfín de oscuros decepcionantes, los clubes pequeños quedan en un lugar inadecuado, lejos de su esencia barrial, social y cultural.
Hoy, este fútbol está plagado de oportunistas, de intereses espurios, de inversiones de dudosas procedencias, de especulaciones funcionales a un universo que solo lo asfixia un poquito más. La fractura está presente, el vacío es desolador y la intención de cambio radical que merece tampoco parece ser una opción posible.
RODEAR EL VACÍO
Y así van… así van los clubes, como pueden, deambulan con la poca ropa con la que visten, sumidos en un deterioro profundo, sin respuestas concretas, siguen reclamando migajas para que su andar sea mínimamente decente.
Los clubes, sobre todo los del barrio, fueron vaciados sin contemplación. En todos sus aspectos, de manera feroz y sistemática, por complicidad, por impericia o por desconocimiento. Combo explosivo para que una institución con muy pocos recursos genuinos pueda soportarlo.
Ante ello, el compromiso de dar batalla sin cuartel es inmenso.
A pesar de estar disfrazado de otra cosa – contaminado – por todo tipo de prácticas temerarias, existen- a su vez y en muchas instancias-, lugares comunes y honestos; lugares con gente de buena madera, involucrada desde lo noble, lo auténtico.
El hueco será rodeado por la potencia. Como hace el poema con el vacío de la vida. Cercarlo, aproximarle la bocha, bendita y caprichosa: un preciso toque corto, una pared que habilita al compañero.
Así: un avance desde los contornos, sin pausa ni prisa, pero con el estilo y la elegancia que todos nos merecemos.
«Así cercamos al vacío y a veces tornamos a la tristeza una amante verdaderamente hermosa», lindísimo.
Agradecido, querido!
Agradecido, por leer!